El ELN llevaba 10 años sin realizar su congreso nacional. Los plazos y las citas
de una guerrilla que acaba de cumplir 60 años siempre implican décadas. De esa
esperada deliberación interna lo más novedoso fue una foto con la reaparición de
‘Pablito’, tercero al mando en la guerrilla, quien estaba fuera del foco desde hace
un tiempo. El diminutivo es explicable para un hombre de 56 años en una
guerrilla de inspiración gerontológica.
Hace poco Pablo Betrán, jefe negociador del ELN, dijo, citando a Darío
Echandía, un dirigente liberal nacido en el siglo XIX, que es “mejor echar lengua,
que echar bala”. La frase no es nueva para el dialogador, ya la había dicho en
2017 durante la instalación de una mesa con el gobierno Santos. Llevan 60 años
echando plomo y más de 30 soltando lengua en conversaciones con al menos 6
gobiernos. Desde hace meses los diálogos están congelados: Beltrán ha dicho que
el gobierno ha sido pérfido y que ni Uribe ni Santos ni Duque los habían tratado
tan mal.
La relación entre el gobierno y el ELN es bastante paradójica. En varias
ocasiones los líderes de la guerrilla han dicho que son socios. Hace unos Meses
Beltrán dijo en tono ofendido que el gobierno los había maltratado y presionado
más allá de los posible luego del secuestro del papá de Lucho Díaz: “Renuncien a
Satanás y a todos los pecados o no volvemos a la mesa, nos dijeron. Entre socios
eso no funciona, no construye confianza.”
Son claras las coincidencias del gobierno y el ELN en los diagnósticos sobre el
conflicto y las opciones de la paz. Desacuerdos en la mesa y “acuerdos sobre lo
fundamental”. Al ELN está le gusta la idea constituyente y la posibilidad de dar
inicio al proceso o llegar en algún momento de su desarrollo. Beltrán tiene claro,
al igual que el presidente, que hay una especie bloqueo de las élites a la necesidad
del cambio: “…el Pacto Histórico logró la Presidencia con Gustavo Petro, pero
las reformas propuestas han sido bloqueadas por los grupos de poder económico
y político que son hegemónicos en el régimen y el Estado”. También comparte
esa idea, algo etérea, de la necesidad de que las decisiones las tome el pueblo:
“Nos interesa que haya mucha organización social, mucha educación, mucha
democracia directa.”
Antonio García, comandante recién ratificado, decía en 2006 que en Colombia
había nuevos liderazgos, que la sociedad comenzaba a ser mayor de edad, que
había una “expresión alternativa desde lo social, desde las masas, desde la
soberanía popular”. Y agregaba que era hora de pasar de las marchas a los votos.
Ese repentino optimismo se acompañaba de un vaticinio: “También podemos
colocar a un dirigente social. Lo mejor es que llevemos a un dirigente social que
nos permita tomar decisiones junto con él.” Han pasado casi 20 años de esa
entrevista, se logró el objetivo de democratización, según sus propias palabras,
pero la guerra sigue siendo su propósito principal.
Ahora les parece que el presidente ha hecho demasiadas concesiones y que no
ha logrado suficientes rupturas. Son socios muy exigentes. Se exasperan y se
acusan de delitos de honor. Se celan. Podría ser que se utilizan en medio de
traiciones o que simplemente los arrastra la paranoia, otro rasgo compartido.
También podría ser que están en una pequeña pantomima camino a la
constituyente. Y fingen ultrajes. O tal vez su anacronismo y su “obligación
cristiana”, su vocación de mártires armados, los hagan persistir en el crimen
organizado. Hacer la guerra y morir de viejos es su gran honor. Por eso el Cura
Pérez hablaba de los guerrilleros, que como Moisés, “persisten, resignados a que
ellos nunca pueden ver la tierra prometida”.
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