La
política no es propiamente el arte de envejecer. Es sobre todo el acto de
aparentar. Durante la vejez la mentira se hace cada vez más difícil. Con los
años el cuerpo y la mente llegan a una sinceridad que raya con el descaro. Tropiezos,
confusiones, sueños inesperados, chistes inadecuados, raptos inexplicables de asombro,
risas misteriosas, entumecimientos. No hay máscara posible contra la vejez y las
escalas pueden ser un enemigo mortal durante unas elecciones. El botox y otros
artilugios de utilería son solo maquillaje para payasos.
Tal
vez la única ventaja del anciano en el poder es que nunca tendrá la condescendencia
de sus enemigos. Y no estará obligado a batirse contra los falsos elogios y el
barniz de sabiduría para sus achaques y sus terquedades. El poder los hará
envejecer duros, tal vez paranoicos y enfermos del ego que produce sostenerse
durante años en la cuerda floja de la política, pero nunca engañados en el
trono falso de la sabiduría y la bondad.
Joe
Biden acaba de ser vencido por su memoria y sus rodillas. Y por el contraste
con su contendor con una oreja sangrante que lo convirtió en un joven
combatientes a sus 78 años. Biden no se fue por su propia voluntad, lo sacó la
soledad, otro de los grandes fantasmas de la vejez. También sus partidarios
debieron ser rudos frente a sus cada vez más tristes intentos de fortaleza.
Imitarse a sí mismo unos años más joven es una tarea fatigosa.
A sus
81 años, los mismos que exhibe Biden, Fidel Castro dejó su cargo como
presidente del Consejo de Estado y comandante en jefe. Estaba seguro que tenía la
sapiencia y la admiración de su pueblo. Pero solo lo protegía el temor
reverencial. En su mensaje de renuncia dio a entender que había tardado en irse
para no darle gusto a un adversario
que hizo todo lo imaginable por deshacerse de él: “En nada me agradaba
complacerlo.”, dice en una de sus líneas. Vivir y mandar como venganza a sus
enemigos Dice además que no hablaba mucho de su salud para no ilusionar a su gente
frente a las inevitables noticias del tiempo. No se creía inmortal, temía que
sus ciudadanos se hicieran a esa idea. Los dictadores son siempre los ancianos
más patéticos. Por eso Fidel dijo en su despedida que no quería aferrarse a un
cargo.
Los
manuales sobre la vejez como una era de silencio, gozo de las experiencias
pasadas, cultivo de los placeres más sobrios y otras ideas sordas se ven flojos
cuando los políticos intentan mantenerse en el poder. De senectute, el pequeño ensayo de Cicerón sobre la vejez, un texto
de autoayuda escrito en el año 44 antes de Cristo, juega a la exaltación de la
vejez con los argumentos conocidos desde los años de Matusalén. Las artes como
escudo, la memoria como un músculo, la añoranza como una búsqueda posible, el
cuerpo sabio que extingue los deseos más mundanos que apagan la luz interior,
aunque él mismo se separó de sus esposa a los sesenta años para casarse con una
joven pupila. Cicerón escribió su autoayuda a los 62 años, doce meses después
su cabeza y su mano derecha fueron exhibidas por sus verdugos. No valieron
sabidurías y quedó muy lejos de los 82 años de Catón el viejo, protagonista de
su elogio a la vejez.
La
política es casi un juego físico. Requiere de todos los sentidos para
defenderse de la traición y de uno más para ejercerla. No deja espacio para la
senilidad disfrazada de serenidad. A
sus 90 años, Joaquín Balaguer, como presidente de República Dominicana, no
podía leer los decretos que firmaba. Dijo que los hacía leer de sus visitantes
ilustres para saber que sus funcionarios no lo engañaban. Solo le quedaba
confiar en la palabra de los desconocidos. Estaba ciego, pero era realista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario