La violencia es la más efectiva de las armas para llevar a la certeza. Cuando la realidad deja dudas y la información confunde, el recurso extremo de la violencia puede llevar al convencimiento. Los disparos contra un político pueden ser el mejor método de persuasión, y convertir un discurso en un hecho inapelable. Trump, un mentiroso compulsivo, fue rozado por una bala y alumbrado por un reflector de verdad para sus historias. Ahora Trump solo tendrá que decir, “se los advertí… Esto es una infame persecución, hay una conjura ideológica y violenta contra el representante de unas mayorías patriotas, me culpan del lenguaje del odio, pero su lenguaje del odio, casi empuja a mi asesinato”.
Unos pocos de los asistentes a la manifestación política en Pensilvania se fueron contra la prensa después del atentado al expresidente. Insultaban a los periodistas y los culpaban de haber alentado el ataque. Pero no eran solo unos exaltados de la tribuna republicana en medio del terror de los disparos. Políticos claves cercanos a Trump han ido un poco más allá: “Joe Biden dio la orden”, dijo el congresista Mike Collins. Y J. D. Vance, la fórmula vicepresidencial de Trump, debutó con una frase concluyente: “Esto no ha sido un hecho aislado. La premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario a quien hay que parar a toda costa. Esa retórica ha llevado al intento de asesinato de Trump”. Algunos congresistas han pedido a un fiscal en Pensilvania presentar cargos contra el presidente Biden por incitar al asesinato.
La verdad es que las elecciones norteamericanas, que siempre se asimilaron a un espectáculo televisivo, una especie de programa concurso multimillonario, un reality show extremo, parecen haber migrado a una película de acción entre dos posibles sobrevivientes o una de vaqueros con duelo entre los seguidores enfurecidos de dos octogenarios.
Desde el asalto al Capitolio en Washington, un instituto de la Universidad de Chicago hace una encuesta sobre violencia política en Estados Unidos. Los resultados de la más reciente, hecha en junio y que no se había divulgado antes del ataque, muestran el tamaño de los radicales y su apuesta. Un 10% de los adultos en Estados Unidos apoyan usar la fuerza para impedir el regreso de Trump al poder. Mientras un 7% apoya métodos violentos para que el expresidente vuelva a la Casa Blanca. Se podría pensar que es una fogosidad para el escenario de las redes sociales, pero al parecer hay gente dispuesta a disparar más allá de X. A propósito, Elon Mosk dijo que el ataque era una seña de incompetencia o complicidad del Servicio Secreto. Las teorías conspirativas son piezas plausibles para un público cada vez más amplio. Los rusos perdieron su trabajo en las elecciones gringas, ya podrán sentarse a mirar el lance. Dimitri Perkov, portavoz del Kremlin, dijo que el gobierno creo la “atmosfera” para el atentado. Y el presidente de la Duma, aseguró que Estados Unidos está al “borde de la guerra civil” por la idea de algunos de “destruir los valores tradicionales”.
El personaje excesivo, casi grotesco, que significa para muchos Donald Trump, recién condenado por sus mentiras sobre una relación con una estrella porno, ahora está ensangrentado con el puño en alto. Ha pasado a ser la estrella de un cómic, un súper héroe herido y desafiante. El “estilo paranoide” del que se habla hace 60 años en Estados Unidos, una combinación de exageraciones, suspicacias, fantasías, ha cobrado más fuerza que nunca, tiene hoy un mártir con un hilo de sangre en su cara y un anciano malvado que maneja los hilos y ha olvidado dónde está la madeja.
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