En una manifestación de campaña de cara al referendo revocatorio convocado por la oposición en 2004, Hugo Chávez soltó una de sus advertencias y bravezas: “Jamás volverán al poder, ni por las buenas, ni por las malas”. El intento de golpe de 2002 estaba fresco y Chávez dispuesto a pelear en todos los tinglados. El referendo lo ganó con el 59% de los votos y la oposición intentó desconocer el resultado que en su momento avalaron la OEA y observadores internacionales. También la oposición venezolana ha jugado a los trucos electorales y a la violencia en la larga historia del chavismo.
Chávez llevaba seis años en el poder y se había convertido en un adicto a las elecciones. “El presidente tiene un problema y es que nunca termina la fase electoral”, decían sus propios compañeros de gobierno. También por nuestros lares hay síntomas parecidos. El comandante presidente tenía ánimos y luego del triunfo en 2004 dijo que iría hasta el 2021: “así que vayan acostumbrándose”. La revolución bolivariana siguió su curso en las urnas. Había plata. Dos meses más tarde el chavismo ganó 20 de las 22 gobernaciones y 231 alcaldía de las 335 en juego. Pero algo comenzaba a romperse, o al menos a enfriarse. Para las parlamentarias del 2005 la abstención fue del 74%. Una misión dela OEA mostró que el secreto del voto no era fiable. La oposición se hizo a un lado y las elecciones languidecen. En apenas dos años los casi seis millones de votos por el NO al revocatorio se convirtieron en menos de tres por sus candidatos al congreso: “¿Dónde está esa gente? ¿Qué pasó?... ¡No acepto excusas de nadie! En un año tenemos que meterle diez millones de votos por el buche a la oposición”, gruñó el compañero presidente en la televisión.
En 2006 Chávez ganó fácil ante Rosales, casi dos terceras partes de los votantes fueron por el presidente. No era los diez millones pedidos pero sí unos suficientes siete millones. Pero vendría el día señalado. El 2 de diciembre de 2007 llegó la primera derrota luego de once elecciones y Hugo Chávez supo lo que era perder. El gobierno planteó una gran reforma constitucional vía referendo: amplios poderes presidenciales, reelección indefinida, Fuerzas Armadas con un marcado rol partidista, el reconocimiento de una economía socialista, requisitos imposibles para ejercer mecanismos participativos. Una buena parte del chavismo se hizo a un lado: “Chávez Sí, reforma No”, fue uno de los lemas.
Llegó el día de la elección, y llegó la noche, y los boletines no aparecían. El Consejo Nacional Electoral guardaba silencio. Y llegaron los militares al Palacio de Miraflores. A la una de la mañana salió el boletín que daba ganador al NO por apenas 150 votos, 50.7% contra 49.2%. El mito dice que hubo presión de los militares para que se reconociera la victoria de la oposición. El presidente salió al amanecer a reconocer: “Por ahora”, advirtió. El Chavismo había sacado casi tres millones de votos menos que en la elección presidencial del año anterior. Tres días después Chávez sacó toda su frustración: “Es una victoria de mierda, y la nuestra, llámenla derrota, pero es coraje”. El movimiento estudiantil, el despertar de los partidos, el rechazo a la estatización, la inflación y el crecimiento de los homicidios le hicieron mella al comandante invencible.
Han pasado 17 años desde esa derrota y el chavismo es ahora una sombra representada por Maduro. Y Venezuela tiene el 25% de sus ciudadanos viviendo afuera, y las misiones son simple extorsión partidista, y Pdvsa es un fortín militar de corrupción, y Caracas es la capital más violenta de América Latina, y el miedo ha retrocedido por el valor que entrega el hastío. La victoria era imposible. Es hora de entregar las actas de defunción.
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