martes, 4 de diciembre de 2012

Vocación revocatoria


                                          








Antanas Mockus llevaba año y medio de haberse posesionado como alcalde de Bogotá cuando sonaron las primeras voces que buscaban su revocatoria. La representante de una asociación de minusválidos que aspiraba a ser edil de la localidad Antonio Nariño y el fiscal de Sintrateléfonos eran los ciudadanos más descontentos de la ciudad en 1996. Detrás de esos dos ilustres desconocidos asomaban tres concejales con hambre y las palabras de siempre: “inepto, caos, desorden administrativo, falta de ejecución”.
Luego fue Peñalosa. En 1999 el problema era el exceso de obras. Había más de 4000 frentes de trabajo en la capital y los cambios en el POT generaban enemigos e inquietudes. De nuevo un desconocido, Luis Eduardo Leyva, manejaba las planillas para recoger firmas y armar manifestaciones. El ruido se hundió antes de las urnas. Lucho Garzón también sufrió el amago de los amargados en la derrota. En este caso el retador era nada más y nada menos que Germán Vargas Lleras. La agenda nacional estaba copada y Vargas Lleras intentaba proponer un debate que lo pusiera a la altura del alcalde de Bogotá. En política el tamaño de los enemigos es proporcional al tamaño de las expectativas y los debates sin urnas de por medio son aburridos ejercicios académicos.
Antes de que llegara la temida firma del Procurador Ordóñez, Samuel Moreno alcanzó a sentir la voz de quienes se pretendían líderes de su legión de electores arrepentidos. Además del grupo con 90.000 seguidores en Facebook estaba la voz dolida de Andrés Pastrana para guiar al rebaño. Pero no se pudo ni contra Samuel y su 80% de desaprobación.
Ahora, para repetir la pantomima de cada 4 años, Miguel Gómez propone la revocatoria de Gustavo Petro. El repetido juego de los oportunistas es una señal inequívoca de que la balanza de la sospecha debe inclinarse hacia el lado de los revocadores. Porque los políticos derrotados pueden ser más peligrosos que los elegidos. Proponer una especie de revancha electoral cuando el alcalde no ha cumplido siquiera un año en su cargo no es más que una fantochada. En Colombia se han intentado cerca de 50 revocatorias y ninguna ha logrado mover a alcaldes o gobernadores de su silla. Miguel Gómez sabe muy bien que perdería por goleada contra Petro en una campaña de revocatoria. No le interesa el rumbo de la ciudad sino el tamaño de su sombra en el teatro de la política. No puede resistir que Gina Parody sea la contrincante oficial de Petro mientras él es apenas un peón del uribismo. Necesita la tarima inútil de la revocatoria para crecer un poco.
Lo peor del caso es que el alcalde de Bogotá apoya la idea de su contradictor. A Petro le gusta mucho más la política desde la tarima que desde el escritorio y sabe más de discursos vocingleros que de soluciones. El reto de Gómez lo ayudará a defenderse lejos de los problemas y cerca de la retórica. En este caso la idea para hundirlo resulta una especie de salvavidas: “Quiero que se dé (la posibilidad de revocatoria) porque nos pone de nuevo en campaña. Nosotros necesitamos estar otra vez en la calle, gobernar en la calle, conquistar espacios que por la enfermedad he dejado.”
Colombia ha sabido huir, por apatía, por cansancio, por simple desconfianza, a una avalancha de revocatorias como la que sufre Perú: en el último año se votaron en cerca de 300 que en su mayoría solo sirven a los políticos. Las discusiones democráticas más importantes se dan en foros distintos a las mesas electorales y tienen resultados opuestos a un candidato levantando sus brazos. Bogotá deberá elegir las peleas valiosas y los escenarios adecuados.

 

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