Los adolescentes se han convertido en un gran desafío para los gobiernos
de nuestras ciudades. Las esquinas turbias y prometedoras enfrentan con ventaja
al incierto laberinto de escalas que lleva de la casa al colegio y del colegio
a la casa. Muchas veces aburrirse estudiando no significa solo una anotación en
las libretas de calificaciones sino una marca en los expedientes de los jueces
de menores. Mantener a los alumnos en el colegio es ahora un desafío que implica
aceptar el desgano para evitar la deserción. Los profesores se quejan de un
sistema laxo, casi una guardería de hombrones mal encarados y mujeronas
acicaladas, donde quienes no quieren estudiar impiden el avance de quienes sí
piensan en los cuadernos. El látigo de las calificaciones ha perdido autoridad
y los manuales de convivencia son catálogos inaplicables.
En Medellín, durante el primer mes del año, más de doscientos menores
pasaron por el sistema penal para adolescentes. Eso significa ir donde los
jueces, recibir amonestaciones, un listado de reglas de conducta, libertad
vigilada o, en el peor de los casos, terminar en centros de reclusión donde de
verdad aprenden algunas habilidades para el negocio. Según datos de la
gobernación de Antioquia el sesenta por ciento de los menores recluidos en La
Pola, el centro de detención de jóvenes más grande de la ciudad, volvieron por
sus fueros y sus fierros luego de cumplir el proceso de resocialización. Solo
en Medellín cerca de dos mil quinientos menores pasan cada año por los filtros
y los rodillos del derecho penal. Y se van moldeando para ser capos. Muchos que
no tienen tanta suerte terminan en la morgue. Entre 2002 y 2011 el cuarenta y
cinco por ciento de los homicidios en el Valle de Aburrá dejaron como víctima a
un menor.
Nadie duda de los esfuerzos que se han hecho en Medellín para poner a la
educación en el centro de las políticas públicas y las prioridades ciudadanas. Los
colegios oficiales de la ciudad han tenido avances modestos pero constantes en
las pruebas Saber y sus edificios se han convertido en orgullo de algunas comunidades.
Es preocupante que luego de nueve años de una política continua ningún colegio
público de Medellín esté entre los cien mejores del país mientras Bogotá tiene
diecisiete, Bucaramanga siete y municipios cercanos como La Estrella, Envigado,
Copacabana e Itagüí, tienen al menos uno. Pero quizá lo más grave es que los
alumnos de los últimos grados sientan que sus esfuerzos para terminar el
bachillerato no valen la pena, y que pierden el tiempo dedicados a la química
mientras algunos vecinos ya tienen un plante de películas piratas.
Habría que pensar en algo parecido a lo que hace el estado de Minas
Gerais en Brasil, donde las reformas educativas han sido innovadoras -bendita
palabreja- y exitosas desde 1994. Lo más reciente que han hecho ha sido llevar
la enseñanza técnica a los últimos años del bachillerato, de modo que soportar
al profesor de filosofía tenga como recompensa una clase de mecánica para
motos. Además, han decidido hacer depósitos semestrales en cuentas de ahorros
abiertas a nombre de cada alumno, según sus logros y compromisos, para ser entregados
una vez terminen su ciclo de estudios. El Estado les entrega cerca de tres
millones de pesos a los graduandos como premio y estímulo. Una carnada que
puede ser suficiente para escapar de la jaula que tienden los pillos. Hay que
insistir en dar la pelea con más profesores que policías.
2 comentarios:
Para colmo de males la paupérrima retribución a los profesores de enseñanza media aumenta el desinterés por realizar la labor de la mejor manera.
Desde hace unos 7 años para acá pienso y digo que los colegios públicos son como lugares donde los papás mandan a los hijos durante el tiempo que van a trabajar. Poco importa que aprenden o que habilidades sociales desarrollan, so lamenten se desencantan de ellos un rato. Los docentes tienden a convertirse en carceleros cuidadores de jóvenes que algunas veces tienen más poder que los mismos profesores.
De la propuesta del final, de juntar algo de plata para cuando acaben el estudio, me preocupa una consecuencia inesperada, el incentivo que se genera para finalizar los periodos lectivos pueden derivar en amenaza a los docentes para que los dejen terminar tranquilos, sin exigir mucho.
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