Las Farc llevan años haciendo política, negocios y guerra en el
Catatumbo. Ahora, en medio de las protestas, se encuentran ante una paradoja
difícil de afrontar. Han peleado durante años su carácter político, han explicado
su aguante frente al ejército por el apoyo valeroso de su base popular y han
reivindicado sus formas de organización, más allá de lo militar, como una
respuesta a la democracia cerrada que se practica en Colombia. De modo que hoy les
resulta bastante difícil e inconveniente decir que los enfrentamientos con la
fuerza pública, la agenda de demandas sociales y la logística de los bloqueos y
las movilizaciones no tienen nada que ver con ellos. Y que solo las
coincidencias han hecho que lo que se pide por escrito en La Habana haya
resultado tan parecido a lo que se exige con estribillos y discursos en Tibú.
La guerrilla de Timochenko, que suele confundir a las víctimas con los
victimarios, debería entender que es culpable de buena parte del estigma sobre
las protestas en el Catatumbo. Si las Farc decidieran de una buena vez ser la
Marcha patriótica y Cesar Jerez reconociera que su sombrero y su poncho son
solo el disfraz de un político, por cierto, muy parecido al de Uribe en
campaña, todo sería menos tortuoso. Pero jugar, en el mismo tiempo y espacio, a la insurgencia armada que negocia la paz, al
cartel que busca su porción en el negocio del narcotráfico y al estandarte de
las reivindicaciones campesinas trae consecuencias bastante conocidas. Es
cierto que a las Farc se les nota un renovado interés por la política: Timochenko
comenta las noticias nacionales con el Presidente Santos y Santrich sale a
desmentir al Ministro del Interior como un reposado vocero de la oposición. Pero
la misma fuerza que los llevó a La Habana: su poder para intimidar, sus
asesinatos a civiles, el reclutamiento de menores, las bombas contra las estaciones
de policía, hacen que su voz solo tenga sentido y validez en la mesa de
dialogo. Para ellos la política legal es todavía un espacio vetado.
Una pregunta interesante dejan los veinte días de protestas y bloqueos en
buena parte de Norte de Santander: ¿qué pasaría si las Farc hicieran política sin
armas y eligieran alcaldes en El Tarra, en San Calixto, en Convención? ¿Mejorarían
las condiciones sociales? ¿De verdad tendrían la base social para ganar en la
región? ¿Serán hábiles para hacer política sin el fusil y movilizar con la
invitación y sin el panfleto? Mirando las elecciones pasadas uno encuentra que la
zona no tiene un claro predominio político. Hay alcaldes elegidos por Cambio
Radical, el Polo, el Movimiento de Autoridades Indígenas, los conservadores y
la ASI. Y en casi todas las elecciones la participación estuvo por encima del
55 por ciento. En El Tarra y Teorama las elecciones terminaron con asonadas y
bombas incendiarias contra la Registraduría. El Polo y el Partido Verde fueron
los derrotados en medio de esos bochinches. Además, dos candidatos a la
alcaldía de Convención fueron asesinados.
Timochenko dice que la democracia colombiana es una vergüenza. Habría que
agregar que los actores armados, narcos puros, guerrilla y paras, han sido
protagonistas claves en los últimos tiempos, y han puesto las peores muestras
para el escarnio. Sería una alegría
verlos comprando concejales en Ocaña, haciendo de manzanillos, digo, para que
no tengan que matarlos.
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