Alguien debería encargarse de deslizar un mapa de Colombia por debajo de la
puerta de cada casa. Un mapa que fuera una invitación, un juego, una pequeña
clase de geografía con aspiraciones turísticas. De modo que antes de aturdirnos
con las noticias podríamos dar una vistazo sobre la encrucijada que forman dos
ríos, buscar una laguna, elegir un pueblo sobre un filo, ubicar las serranías
que solo conocemos por la reseña de una masacre. Quitarle la carga de noticias a
la geografía y mirar las cordilleras sin la prevención de las emboscadas podría
ser una saludable irresponsabilidad.
El mapa sería un antídoto eficaz contra el veneno de las promociones y
las agencias de viajes. La promesa desmesurada del dorado en las playas del
norte nos ha hecho mucho daño. Es hora de romper el cliché del coco loco y los
parasoles para buscar destinos menos anunciados. Parece increíble que el año
pasado el parque natural Corales del Rosario y de San Bernardo haya tenido
420.000 visitantes mientras hasta el parque arqueológico de San Agustín solo
llegaron 67.000 turistas. Hace tres meses estuve en San Agustín y todavía tengo
visiones de las 409 piedras que custodian esa orilla escarpada del alto
Magdalena. Viajar al sur tiene la gran ventaja del recibimiento sin la
estridencia de las ofertas. El visitante puede descargar la maleta y mirar el
pueblo sin espantar a los acomodadores ni rechazar a la romería de taxistas
ávidos. Y es posible encontrar el
trapiche humeante sin concertar una cita y oír la conversación de dos señoras
en un colectivo sobre las dificultades para cobrar el incentivo a los cafeteros.
Cuando los lugareños hablan desprevenidos en presencia del visitante es porque
el viaje va bien.
Un turista nunca será un pionero, y necesitará siempre la ayuda ocasional
de un lazarillo; pero solo en destinos alejados de los san andresitos se logra
escoger el guía sin imposiciones y caminar sin el lastre perpetuo de ser un
cliente potencial. Es necesario cambiar de paradigma: abandonar el sueño de la
hamaca y el Águila para acoger la visión del banco de tienda y la Poker. Solo
una perversión explica que los turistas bogotanos decidan bajar de la
Cordillera Oriental y recorrer medio país para encontrar una playa atiborrada
por sus coterráneos, cuando bien podrán gastar la mitad en tiempo y plata en busca
de los “ídolos” agustinianos o de una laguna prometedora en el sur. Si las
vacaciones implican un silencio distinto y una pausa a la fatiga de los
hábitos, bien vale cambiar el Atlántico por las aguas serenas de la Cocha.
En noviembre próximo veinte esculturas de los diferentes sitios
arqueológicos de San Agustín llegarán hasta el Museo Nacional en Bogotá. Más
que una exposición se trata de una especie de invocación para repetir que el
sur está más cerca de lo que se cree, y que guarda sorpresas imposibles de
describir en los folletos “todo incluido”. Si algo puede traer la promesa
inestable en La Habana, es abrir definitivamente la puerta al sur y convertir a
Florencia, Mocoa, Popayán y Pasto en las capitales que servirán para el primer
desembarco hacia los pueblos del sur.
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