El domingo pasado 144.045 personas salieron a votar en Medellín. Las
elecciones pasaron desapercibidas para casi todos en la ciudad. Fueron
elecciones silenciosas, para contradecir la principal regla de la política. Se
eligieron 2.627 delegados para las Asambleas barriales y veredales que
definirán los proyectos del Presupuesto Participativo del próximo año. En cada
Comuna un ágora de 200 o 300 ciudadanos se encargará de decir cómo se gastarán
150.000 millones de pesos del presupuesto municipal. El ejercicio democrático
tiene un poco más de 10 años de historia en Medellín y está reglamentado por un
acuerdo del Concejo. Y se ha convertido en una carnada para el liderazgo, en un
ejercicio abierto de política pública, en un riesgo de marrullas politiqueras y
en un puente para que el poder de las bandas armadas se legitime con la plata
del Estado. Desde los barrios y desde los escritorios de los investigadores se advierten
luces y sombras sobre ese experimento que promete plata y poder por fuera de la
lógica corriente de las oficinas públicas.
Desde su celda en Estados Unidos Don Berna dijo hace poco que La Oficina
se creó en Medellín porque “se necesitaba un ente que regulara la situación en
los barrios, un ente más laxo, más flexible, con el que ellos (los combos)
estuvieran de acuerdo y coincidieran con nuestro proyecto político y social.” No
estaba cañando cuando habló de pretensiones políticas y sociales. Las bandas y
los combos han construido en Medellín durante casi tres décadas un soporte
social espontáneo, irreflexivo en un comienzo y meditado más tarde, basado en
las paradojas del miedo y la gratitud, de la amenaza y la generosidad. No es
raro que los ‘duros’ sean al mismo tiempo los ‘líderes’, y que los pillos sirvan
de enlace entre el Estado y la comunidad. En últimas, ellos encarnan un poder
probado para ser mediadores ante otro poder al que muchas veces le falta
probarse.
Hace unos días fue asesinado en la comuna 1 el joven defensor de derechos
humanos Juan David Quintana. Semanas antes había denunciado la injerencia de
los Triana en los Presupuestos Participativos del barrio Doce de Octubre. La
forma y el lugar en que fue asesinado (25 disparos) parecen probar que su
muerte está relacionada con sus denuncias. Es difícil decir que en las
elecciones del domingo pasado la gente salió a votar amenazada. Al igual que es
injusto vincular sin más a los líderes elegidos con las bandas. Pero ni las
fuentes oficiales ni los investigadores niegan que los pillos tienen un papel
creciente en la política menor en los barrios. Los combos se han convertido en
un actor comunitario y es ingenuo pensar que se apartan de las instancias que deciden
el destino del 5% del presupuesto de
libre destinación de la ciudad. No solo les interesa la caja menor que deja la
extorsión a los operadores de los contratos y el posible empleo para los “muchachos”,
sino la cercanía al poder y al discurso, y la legitimidad que deja actuar bajo
el emblema oficial.
La relación de un candidato con los grupos armados fue el principal
ingrediente de la pasada campaña a la alcaldía de Medellín. En 2007 las bandas
perdieron con sus candidatos al Concejo y solo uno de sus 18 nombres a las
Juntas Administradoras locales resultó elegido. Se podría pensar que el domingo
pasado se jugó mucho más que el control sobre una pequeña porción del
presupuesto: la relación entre el primer eslabón de la política y quienes
ejercen el poder a plomo. Tal vez tuvimos elecciones primarias, en todos los
sentidos, y ni cuenta nos dimos.
1 comentario:
Hola Pasculito... un saludito desde Hangzhou, en la China. Muy interesante su blog, primera vez que lo consulto y me animo a escribirle para dejar claro que, aun en la China, hay alguien que valora mucho su trabajo en la Luciernaga y que disfruta mucho con su participacion en ella, pero tambien se informa de manera clara, directa y sin sesgos, mediante su trabajo periodistico.
Joss Perez
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