Grecia ha demostrado que las elecciones no pueden cambiar el mundo. Ha
demostrado incluso que las elecciones no pueden cambiar los números rojos en
los balances ni abrir las puertas de los bancos. El gobierno griego agitó durante
tres semanas una consigna sencilla para oponerse al mundo frío, sin gestos, que
lideran los alemanes y unos cuantos funcionarios impecables con sus estrellas amarillas
sobre fondo azul: un simple NO fue el grito de batalla del deudor moroso frente
a sus acreedores y socios. Obtuvieron el triunfo y agitaron sentimientos de
dignidad y soberanía. La victoria simbólica de quien decide hacer lo que le
viene en gana durante cinco minutos. Grecia, la cuna, defenderá sus pilares
aunque su deuda esté cerca del 150% de su PIB. Hasta aquí llegaron los vivas de
los exaltados admiradores del coraje de Tsipras frente a los desalmados.
Pero una cosas es contar votos y otra distinta contar plata. Grecia ha
recibido cerca de 250.000 millones de Euros por parte de la Unión Europea en
los últimos cinco años y sus números no mejoran. Ahora Alexis Tsipras, el
primer ministro, tuvo que convertir el NO categórico en las urnas en un Sí con
reservas menores. Los votantes se preguntan para qué sirvió tanto ondear de
banderas y el saliente ministro de finanzas, Yanis Varufakis, apoyó la moción
ciudadana con algo de sorna y resignación: “Bueno, quizás simplemente no
deberíamos celebrar más elecciones en los países endeudados”. No se trata de maldad si no de
realidad y política. En Alemania el partido de gobierno no está dispuesto a ser
tratado de alcahueta frente a un país que la prensa popular retrata como un
alumno mentiroso, corrupto y botaratas. Eso pasa en el centro donde se
concentra el poder económico. En la periferia donde todavía hay problemas en
las cuentas, Italia, España, Portugal e Irlanda no quieren que Grecia reciba
mejores condiciones que las que ellos lograron hace unos años. Serían vistos
como negociadores arrodillados e ineptos por sus votantes. Y tampoco quieren
exprimir más lo fondos comunes que en un futuro podrían ser sus salvavidas.
Grecia vivió durante años entre un bipartidismo clientelista que hizo
crecer y rotar una nómina estatal desbordada. Los partidos eran directorios de
empleos, becas y subsidios. La creación en 1994 del Consejo Supremo de
Selección de Personal (ASEP) como un intento desesperado para quitarle color
político a los nombramientos públicos muestra el extremo al que se llegó. El
gobierno de Constantino Mitsotakis que en los noventa intentó un poco de
responsabilidad fiscal fue el único que luego de la caída de la dictadura no
logró reelegirse. Los impuestos tampoco son el fuerte de los griegos. Se estima
que la economía subterránea, que no deja registros ni facturas, mueve el 30%
del PIB. Lo que los ciudadanos ahorran en impuestos lo gastan en sobornos para
acceder a licencias, al sistema de salud, a becas educativas y a falsear declaraciones
tributarias. Un estudio de Transparencia Internacional en 2009 dice que los
griegos pagaron en promedio 1.355 euros en coimas durante el año.
Ahora Tsipras ha firmado unos compromisos muy similares a los que Grecia
había asumido en 2012. Aumentar el IVA y los impuestos sobre gasolina, alcohol
y tabaco, conseguir 50.000 millones en privatizaciones y tener auditoría
permanente por parte de la Unión Europea. Sus partidarios lo repudian y sus
rivales lo apoyan. Las angustias económicas pueden cambiar la política local,
los entusiasmos populistas solo logran cambiar el orden de los bandos en las
urnas.
3 comentarios:
«Una cosas es contar votos y otra distinta contar plata». Eso es cierto y, dependiendo en dónde esté el poder, deben contar los votos o debe contar la plata. Lo triste de la situación griega (y europea) es precisamente que los votos no cuentan. En verdad creo que la cuestión aquí poco tiene que ver con los problema del populismo, está más bien relacionado con el ocaso de la democracia. Habermas, un autor que pocas personas se atreverían a calificar de populista, escribía hace unos días en un artículo en el cual hablaba de por qué Merkel se equivocaba:
«The Greek election result is the vote of a nation that, with a significant majority, is standing up against the humiliating as well as oppressive misery of an austerity policy imposed upon their country. There can be no argument about the vote itself: The population rejects the continuation of a policy whose drastic failure is something they have experienced at first hand. Equipped with this democratic legitimacy, the Greek government is trying to bring about a change of policy in the Eurozone.»
Finalmente el gobierno griego ha fallado y, con él, la última esperanza de una Europa democrática.
Tal vez el fracaso no es definitivo. Las mayorías en la Unión Europea se cuentan en los países miembros no solo en Grecia. Han entregado algo de soberanía, pero algo les han dado a cambio. En esas uniones siempre algunos tendrán más brazo que otros. Tal vez fracasó la UE, y no la democracia.
Tienes razón, pero diría que el fracaso es de la democracia europea, es decir, de la esperanza de construir una Europa unida y democrática. El modelo actual (y tal y como se está revelando) es antidemocrático en dos sentidos pues, primero, entrega el poder a instituciones poco (o nada) representativas (como el Eurogrupo) y, segundo, porque algunos países pueden imponer sus decisiones sobre otros de manera arbitraria (que en el caso de Grecia ha significado su reducción a un protectorado -de nuevo, palabras de Habermas, esta vez en una entrevistas en The Guardian http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/jul/16/jurgen-habermas-eu-greece-debt-deal).
La cuestión no es de un enfrentamiento entre pueblos (pueblo Alemán y pueblo Griego y sus respectivos gobiernos democráticos), sino la revelación de que el poder no está bajo el control del pueblo europeo. Todavía no existe un «pueblo europeo» y acciones como las del gobierno alemán (y sus aliados del norte) y el Eurogrupo hacen todavía más lejana la construcción de uno.
En todo caso, gracias por la respuesta y felicitaciones por la columna.
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