Ya se han hecho comunes
las fotos de Martin McGuinness en las presentaciones de los gabinetes con
balanza electrónica en Irlanda del Norte. Una fórmula matemática, el sistema d’
Hondt, garantiza que los cargos de cada partido se ajustan a la representación
en la Asamblea. La primera vez fue como ministro de educación hace 17 años
luego del acuerdo de Viernes Santo entre diez partidos de signo contrario (unionistas
y republicanos) y lo gobiernos de Irlanda y Reino Unido. La semana pasada
apareció la foto más reciente acompañando a una joven ministra de justicia
perteneciente al partido Unionista de Ulster, sus antiguos enemigos a muerte.
Hace cuatro años llegó el momento para la foto más comentada de su vida pública
como antiguo miembro del IRA y del Sinn Fein, su brazo político. La Reina
Isabel II lo miró risueña con un traje verde de pies a cabeza que parecía ser
un guiño en su visita a Belfast y Dublín. McGuinness, también risueño, le soltó
un sencillo, “adiós y buen viaje”. Los archivos británicos dicen que en 1978 el
mismo político ceremonioso del gabinete de Irlanda del Norte era el jefe del
IRA que ordenó el asesinado de lord Mountbatten, primo de la reina. “Fue un
encuentro bonito, y sigo siendo republicano”, le dijo después a la prensa el
hombre del Sinn Fein mientras los miembros más radicales de su partido dejaban señales
en los muros cercanos a su casa: “Judas”, “Traidor”, “Marty, cómo te atreves”.
McGuinness habla de un
enfrentamiento de ochocientos años con los ingleses para subrayar las
dificultades de un acuerdo. Si uno quiere centrar el conflicto en la época
contemporánea puede decir que duró cerca de treinta años y todavía tiene muchas
cosas por resolver. Más de ochenta barreras separan a las comunidades en
Irlanda del Norte, son los llamados “muros de la paz”, edificios de viviendas tapiados
para separar barrios enteros han aumentado desde 1998. Pero la violencia
terrorista y los grupos paramilitares de ambos bandos han desaparecido. Los grupos
no han ablandado sus objetivos políticos y todavía hay recelo frente a la
asimilación cultural entre protestantes “lealistas” y católicos republicanos. Las
pequeñas diferencias culturales y simbólicas se resaltan con temor a una aproximación,
a un parecido que pueda asimilarse a una derrota.
En el conflicto de
Irlanda del Norte fue importante que un secretario de Estado británico bajo
órdenes de Margaret Thatcher reconociera en 1989 que se podía contener al IRA,
pero era difícil pensar en su derrota militar. De otra parte, la negociación entre
partidos legales con la posibilidad de un acuerdo refrendado por los ciudadanos
hizo pensar a los partidos aliados con paramilitares: “La capacidad física de
continuar debe separarse de la capacidad moral y psicológica de mantener la
lucha armada”.
En medio de las grandes
diferencias entre los conflictos en Irlanda y en Colombia hay algunas
particularidades que siempre acompañan a la lógica de la desconfianza. Un temor
siempre repetido frente a los crímenes de lado y lado es que los
comportamientos del pasado se repitan en el futuro. “Los adversarios no han
aprendido nada del pasado: no han cambiado y no cambiarán”. Esa frase podría
ponerse al inicio, en el medio y en el final de casi todas las negociaciones.
Pero también el cansancio a la guerra y el estancamiento político que provoca
se repiten muchas veces. En Irlanda la gente comenzó a rechazar a los partidos
cercanos a los grupos paramilitares, y tal como sucede en Colombia, el mayor
apoyo a la negociación vino de parte de comunidades cercanas a la “primera línea
del frente”. Para quienes estaban protegidos de violencia por la segregación,
casi siempre los más educados, fue más difícil “separarse de las tradicionales
políticas de la intransigencia”. Algo similar a lo que sucede con el apoyo al
proceso en nuestras ciudades.
Tal vez lo más importante
fue que los partidos constitucionales, ajenos a la violencia, aceptaran que no
solo los grupos armados tenían que abandonar las estrategias históricas de la
obstrucción, y que para todos era necesario llegar a compromisos dolorosos. Se
tardaron casi diez años. Esperemos que entre nosotros las fotos entre enemigos
pronto dejen de ser un acontecimiento.
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