Desde las ciudades la minería es vista como un único demonio. Sea que la
hagan ilegales en el río Sambingo, en el Cauca, o en las laderas de Buriticá,
en Antioquia; sea que la muevan barcazas en Santa Marta o el largo tren
carbonero en La Guajira. No importa que las siglas de quienes explotan las
vetas sean de una multinacional o de una Bacrim, desde el hollín de las
ciudades se percibe la misma destrucción y la misma riqueza en manos de unos
pocos, así estén encapuchados o encriptados tras unos contratos casi siempre
opacos. No extraña entonces que la delimitación de Santurbán sea una victoria
para los universitarios en Bogotá y una derrota para los habitantes de Vetas y
California en Santander. O que en Ibagué buena parte de la ciudadanía apoye una
consulta, impulsada por el alcalde y una mayoría del concejo, para evitar
proyectos mineros en las tierras del municipio.
Pero es imposible negar que no
pocos departamentos y municipios se han acostumbrado a economías mineras.
Casanare, Meta, Guajira y Cesar reúnen más del 20% de su Producto Interno Bruto
en la extracción de recursos no renovables. Su dependencia de las
transferencias de la nación y los recursos del Sistema General de Regalías ha
ido creciendo hasta hacerlos inviables sin el trabajo de los taladros, el
estruendo de la dinamita y el trajín de los carrotanques y las volquetas. La
Guajira, por ejemplo, solo logra el 12% de sus recursos con ingresos
tributarios propios, la mayoría por impuesto al consumo de cerveza y
estampillas. En 2014 los ingresos corrientes del departamento fueron de 65.593
millones de pesos frente a los 565.374 millones que ingresaron por regalías en
los años 2013 y 2014. Si se mira el índice de dependencia de las transferencias
y las regalías que ha construido Planeación Nacional, Casanare, Cesar y el Meta
tienen incluso mayores necesidades de los ingresos mineros que la propia
Guajira.
La pregunta más importante es qué tanto aportan los ingresos
extraordinarios a las condiciones básicas de los habitantes en las zonas
mineras. Una respuesta provisional acaba de intentar Fedesarrollo con un
estudio sobre los 5 municipios guajiros (Albania, Barrancas, Uribia, Maicao y
Hatonuevo) con influencia directa de El Cerrejón. Sobre los ingresos recibidos
no hay duda. Solo en impuesto de renta El Cerrejón pagó en 2014 algo más de
200.000 millones de pesos y en regalías la cifra alcanzó 461.000 millones. La
Guajira ha mejorado sus números gruesos en sus últimos 4 años, su índice de
pobreza cayó desde el 69.8% en 2010 hasta 53% en 2014. Aunque sigue estando muy
lejos de la meta de 28.5% planteada para 2015, y sus cifras solo son mejores
que las de Chocó y Cauca. En ese mismo lapso de tiempo los 5 municipios bajo
influencia de El Cerrejón mejoraron en cerca de 19% el Índice de Desarrollo
Integral que mide Planeación Nacional basado en cumplimientos del Plan de
Desarrollo, eficiencia en provisión de servicios de educación, salud y agua
potable, y gestión y desempeño fiscal. Los municipios cercanos a El Cerrejón
mejoraron más que otros municipios carboneros y petroleros con ingresos per
cápita similares. Maicao fue el caso más destacado, logrando pasar de desempeño
“bajo” en 2010 a “sobresaliente” en 2014.
Las mediciones también demuestran que los municipios no logran garantizar
continuidad y calidad en sus servicios. Al momento de medir eficiencia todos
tienen resultados decrecientes sin importar que los recursos sigan llegando. Derroche,
debilidad institucional y corrupción son una constante difícil de cambiar. Los
recursos mineros sirven para perpetuar malas costumbres administrativas y
tumbar a muy bajo ritmo las condenas de la pobreza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario