Fueron tres tropeles en la madrugada
del 28 de julio de 2014. La carretera entre Medellín y La Pintada acumuló un
reguero de vidrios, sangre y humo. Los partidos no importaban. Medellín había
logrado un lánguido 0 - 0 en Pasto y Nacional un empate 2 – 2 frente al Cali en
el Atanasio. Como siempre la gresca tuvo avisos previos. La Policía habló de la
negativa de los hinchas del Cali para tomar una vía alterna y no toparse con
los buses del Medellín que volvían desde el sur. Los partes de la época reseñan
un muerto, diez heridos y un bus quemado en cercanías del municipio de Santa
Bárbara. Una bomba incendiaria contra un bus que iba de regreso a Cali, con
hinchas vallunos del verde paisa, fue la hoguera que cerró las horas de
bochinche y alboroto. Hubo algunos quemados graves y la hinchada del rojo
señalada como culpable. En su momento el comunicado de la Rexixtenxia Norte
habló de una emboscada de la gente de Frente Radical como inicio del combate.
Como se ve, el lenguaje habla de ataques y defensas ajenas a los noventa
minutos.
Fue el último de los grandes
enfrentamientos entre hinchadas y dejó, como es lógico, una larga mecha de
rencillas y confusiones. El 28 de agosto de 2015 la Fiscalía anunció la captura
de cuatro jóvenes, hinchas del Medellín, acusados de tentativa de homicidio,
incendio y perturbación en el servicio de transporte público, colectivo y
oficial. Uno de ellos es Juan Fernando Cuadros Galeano, quien para la época
estudiaba mercadeo en la Institución Universitaria Salazar y Herrera. Desde el
comienzo la captura de Juan Fernando despertó sorpresa y repudio. Aquí no se
trataba tan solo de que su índole no cuadraba con la escena de un joven que
lanza una bomba contra un bus con pasajeros adentro, cosa que repiten sus amigos,
su familia, sus conocidos. Ni es suficiente decir que Juan Fernando es un pelao
ajeno a los tropeles, más dado a los favores y a la fiesta que a las celadas y
los filos de las cuadrillas. Un barra brava manso, como quien dice. Igual, eso
se repite en casi todas las salas de audiencia del país.
Lo verdaderamente particular de su
caso es que Juan Fernando no viajó a Pasto ese fin de semana a acompañar al
Poderoso ni estuvo de ronda por Santa Bárbara y La Pintada durante la madrugada
de la pelotera y los crímenes. Lo dicen los amigos con los que vio el partido
del Medellín por televisión, la novia con la que durmió el sábado y hasta los
rastros de su línea celular Tigo que la Fiscalía trianguló durante el proceso.
Pero dos víctimas lo señalaron de haberlos agredido en el bus, de haber cargado
contra la ventanilla y liderado el ataque. El expediente lo muestra haciendo
tantas cosas al mismo tiempo contra el vehículo de transporte público que la
escena hace pensar en un comando de película de acción. Tal vez el retuit a una
brabada de barrista luego de la pelea lo tenga en la cárcel desde hace
dieciséis meses. Eso lo ubicó en la mira de las víctimas y la Fiscalía. La
acusación habla de una supuesta coartada consistente en dejar el celular en
Medellín para salir a hacer las trastadas en la carretera. La Fiscalía debe
indagar y acusar, pero parece que aquí también se dedica a imaginar. Algunos de
los verdaderos culpables simplemente pasan de agache, se mencionan entre
susurros, pero no dan lora en redes. Se defienden con el silencio y la estampa.
A comienzos de próximo año habrá una
nueva audiencia en el caso de Juan Fernando. Esperemos sea el tiempo de los
inocentes.
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