Bojayá es un
pequeño reino del dolor. Un pueblo donde el cementerio es más importante que la
plaza. Una encrucijada en la selva marcada por múltiples cruces. Un símbolo
inevitable para los funcionarios, los periodistas, las agencias internacionales
y los activistas. Durante 15 años, luego de la masacre del 2 de mayo del 2002
que dejó 79 muertos en la iglesia, los habitantes han pasado de la sorpresa a
la indiferencia y de la indiferencia a la fatiga frente a la romería que visita
el pueblo. Ahora, están frente a una más de las exhumaciones de los cuerpos que
lleva a cabo un equipo de la fiscalía. Primero fue la fosa común, luego el
cementerio, ahora las nuevas pruebas de ADN y vendrá el descanso en las bóvedas
definitivas.
Compartir el
dolor propio con otras víctimas y con los desconocidos que llegan nunca será
fácil. El eterno sepelio en Bojayá se ha convertido en un escenario para las
minucias políticas, las rebatiñas de subsidios, las demostraciones del
“buenismo” internacional y los afanes periodísticos. La atención trae tanto los
afectos de la solidaridad como las perversiones del protagonismo. Hace unos
días Patricia Nieto y Natalia Botero me contaron su triste aventura en Bojayá.
Las dos son investigadoras, periodistas y profesoras de la Universidad de
Antioquia con amplio reconocimiento de colegas, alumnos y observadores de su
trabajo.
Llegaron al
pueblo el pasado domingo 7 de mayo. Era su cuarta visita y pretendían un
registro del proceso que implica la segunda exhumación de los cuerpos
sepultados en el cementerio municipal. Antes de su viaje habían hablado con
algunas personas del Comité por los Derechos de las Víctimas de Bojayá. Desde
su llegada se encontraron con un clima de desconfianza y hostilidad. Ahora su
presencia parecía incomoda, casi prohibida. El miembro del Comité con quien
habían tenido contacto telefónico les dijo que no estaban dispuestos a permitir
el trabajo de la prensa. De ahí en adelante todo fueron advertencias,
agresiones y amenazas: “Cuando salgan de aquí no les va a pasar nada, pero en
Bojayá les puede pasar cualquier cosa”, llegaron a decirles. Y un funcionario
de la Fiscalía, sorprendido con ese clima denso, les sugirió ir a dormir a
Vigía del Fuerte.
El tercer día estaban en el puerto esperando
la llegada de los funcionarios de la fiscalía que traían tres cuerpos desde Vigía
del Fuerte, en la orilla opuesta del río. Un coro de niños y algunos adultos
con flores y velas esperaban los cuerpos. Natalia comenzó a tomar fotos e
inmediatamente fue rodeada por tres personas del Comité que le ordenaban guardar
su cámara. Obedeció esa orden perentoria y cuando se retiraba del lugar oyó a
una señora, también del Comité, que le gritaba que no tenía derecho a estar
allá, que la prensa no podía entrar. Estaban en un lugar público y guardaban el
respeto y la serenidad que han aprendido en 25 años de trabajo periodístico en
temas de conflicto.
Intentando
buscar testimonios fuera del casco urbano, llegaron a la casa de un indígena
hasta donde fueron los miembros del Comité a reprochar al anfitrión que
recibiera a las periodistas. El indígena tuvo que defender sus derechos frente
a los inquisidores, al menos de puertas para adentro. En la iglesia, en una de
las misas diarias por las víctimas, los mismos vigilantes de Comité, familiares
entre sí y declarados dueños de la memoria de todo el pueblo, le impidieron a
Patricia tomar notas del sermón del padre. Ya no solo la cámara estaba
prohibida, también la libreta. En medio de todo estaba Miguel Ángel Sánchez,
funcionario de la ONU, quien daba órdenes de no dejar grabar a “las paisas”, e
incluso intento apartar al padre Antún Ramos, héroe del pueblo por su papel en
la tragedia del 2 de mayo, con quien otros dos periodistas grababan un
documental sobre su vida. “Nunca, ni guerrilla ni paras ni ejército me
impidieron hacer mi trabajo como en esos seis días en Bojayá”, me dijo Natalia.
Ahora la ONU
difunde un Protocolo según el cual no se puede grabar, fotografiar ni escribir
sobre el proceso de exhumación. Además, el Comité decidirá la información
pública y la reservada, y tendrá poder de censura sobre trabajos periodísticos,
entregando aval a lo que considere digno de publicación. Bojayá sigue siendo un
reino del dolor, pero ahora tiene un visitador y un Comité de tribunos que
censuran, ordenan, manipulan y actúan más allá de la Constitución y las leyes.
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