Comienza a propagarse la idea de esconder
a las adolescentes, bien sean reales o imaginadas, bien sea que vayan al
colegio o protagonicen los cuadros exhibidos en los museos. Se pide cubrirlas,
protegerlas, imponer restricciones horarias a su estadía en la calle, señalar
sus peligrosos atrevimientos, condenar a quienes osan apuntar un lente contra
sus cuerpos. Hace unos días la cruzada tuvo un caso extremo en el Metropolitan
de Nueva York. El museo se negó a retirar la obra Thérèse soñando del pintor Balthasar Klossowski de Rola (Balthus). La
petición la hizo Mia Merril, gerente de recursos humanos de una compañía
financiara en Manhattan, por considerarla una imagen “abiertamente sexual y
pedófila”, y venía acompañada con el respaldo de 10.500 firmantes. El museo respondió
que la mantenía en exhibición para propiciar un “debate informado” sobre el
tema. La obra muestra una niña de 11 años sentada de una forma tan desvergonzada
como inocente. Desentendida del mundo como una gata frente a la ventana. El
sueño de Thérèse, pintado en 1938, es apenas uno más de los retratos de Balthus
a la hija de un camarero que era su vecino en París.
Las acusaciones sobre los retratos de
Balthus no son nuevas. Para muchos no es más que un voyerista, un pervertido
que dice buscar la luz donde solo debe reinar la absoluta oscuridad. Sus
cuadros han cargado con una fascinación similar a la de sus modelos. La pregunta
necesaria es si los artistas tienen también una obligación de decoro y “responsabilidad”
como los publicistas y los periodistas, por mencionar dos casos. Y si algunas
obras de arte pueden entregar la idea de una cierta permisividad frente al
abuso de menores. Lolita por ejemplo
solo podría ser leída en las cárceles. También habría que cuidarse un poco de Alicia en el país de las maravillas,
dada la relación de Carroll con las hermanas Liddell y una foto recién
aparecida de una de ellas desnuda. Aunque la bisnieta de Alicia, Vanessa Tait,
dice que Carroll no violó los limites respecto a las menores. Ni los
victorianos ni los actuales.
El asunto puede terminar con la
obligación de una etapa privada en la vida de las niñas, un momento en el que
es mejor la reserva y el ocultamiento. También de los niños para que no haya
líos, solo un poco de énfasis en quienes se ha centrado la discusión y el
abuso. Una etapa, decía, en la que deben resguardarse para aparecer de nuevo
cuando sean mujeres. Con el peligro de que los peores y más frecuentes abusos
se cometen en el ámbito privado, en medio de los ambientes y las compañías
familiares. Entre nosotros, donde las discusiones están muy lejos de los
museos, también tuvimos el momento de histeria. Alentado, claro, por la
política. Un expresidente y sus seguidores llamaron abusador de menores al exdirector
de una revista que publicaba retratos de menores de edad sin la cantidad de
ropa requerida para el recato y la seguridad que exigen los tiempos que corren.
Nunca se pensó en la opinión de las retratadas de 16 años. No saben lo que
hacen, decían los más exigentes.
En el caso de un artista todo es mucho
más complicado ¿Se pueden indagar interpretaciones e intenciones? Balthus, por
ejemplo, se definía como un hombre firmemente católico: “La pintura es un modo
de acceder al misterio de Dios”, dijo en sus memorias. Cada uno busca el acceso
a su manera. Y defendió su interés por las niñas: “Se ha dicho que mis niñas
desvestidas son eróticas. Nunca las pinté con esa intención que las habría
convertido en anecdóticas, superfluas. Porque yo pretendía justamente lo
contrario, rodearlas de un aura de silencio y profundidad, crear un vértigo a
su alrededor. Por eso las consideraba ángeles”. Sea como sea prefiero la mirada
de Balthus a la de Mia Merril.
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