A mediados de los setenta algunos emprendedores colombianos en la costa norte
convirtieron las anécdotas de unos hippies llegados desde Estados Unidos con
los Cuerpos de Paz en una gran industria exportadora. La bonanza marimbera en Magdalena
y La Guajira pasó por la revista Time y por la televisión nacional con las
hazañas del Cacique Miranda. Los viejos aprendizajes del contrabando entregaron
grandes ventajas logísticas. Las recuas que bajaban las pacas de hierba desde
las estribaciones de La Sierra Nevada hasta los puertos improvisados en el
Parque Tayrona llegaron a sumar 150 mulas. Los cachacos no se demoraron en
aparecer y el negocio hacía que las cifras de exportación de café y banano
fueran risibles. Colombia había desplazado a los narcos mexicanos inaugurando
la ruta caribe y la Santa Marta Golden
y la Colombian Gold eran el nuevo
deleite de los gringos. Humo blanco y puro de La Sierra.
Ese salto que en los setenta parecía inofensivo y folklórico permitió que
Colombia se convirtiera en el principal actor del narcotráfico mundial hasta
mediados de los años noventa. De los marimberos que celebraban en el Cesar con
López Michelsen a los carteles que financiaron la campaña de Samper hasta los Extraditables
que por poco doblegan al Estado. Una historia larga y tortuosa. Con la caída de
los grandes capos y el cierre de la vía caribe para el envío de coca y demás,
Colombia se ha ido a convirtiendo en un simple proveedor de cocaína y pasta
base. Ahora el salto es de patrones a lavaperros, de capos a cocineros. Los
narcos mexicanos tomaron el control del negocio hace dos décadas y han
comenzado a buscar acuerdos que cada vez parecen más desiguales. Sus
proveedores han pasado a ser más pequeños y más vulnerables. Ahora los
mexicanos pueden elegir a gusto sus contactos con algo de apoyo a pequeñas
bandas: crecer narcos emergentes y doblegar a quienes se las tiran de meros machos.
En el Bajo Cauca se habla de venta de franquicias a los mexicanos para soportar
la presión hegemónica del Clan del Golfo. A mediano plazo los capos mexicanos podrán
reconfigurar nuestros poderes ilegales con más facilidad que ejército o policía.
Guatemala, Honduras y El Salvador han vivido ese “desembarco” y la
conexión entre las maras y los narcos. Las pandillas prestan servicios de
sicariato y a cambio reciben armas y droga para sus negocios de tráfico local. Según
un artículo de la revista mexicana Proceso la captura de Sebastián hizo que los
narcos del norte perdieran el flujo necesario de coca y buscaran consolidar nuevos
proveedores en Antioquia. Durante la captura de Sebastián la policía encontró
56 fusiles, 9 subametralladoras y 13 pistolas con una pequeña contramarca. La
mayoría pertenecían a un lote que las autoridades de Estados Unidos filtraron a
narcos mexicanos en la operación Rápido y
Furioso con la idea de rastrearlos. El juego no funcionó muy bien y al
parecer muchas de las armas terminaron fortaleciendo bandas y combos en
Colombia. En los últimos dos años 148 mexicanos han sido capturados en el país
por delitos relacionados con narcotráfico. En Tumaco, en Catatumbo, en Córdoba
suenan los Zetas y Sinaloa, para algunos como alarde y para otros como certeza.
Según la prensa ecuatoriana el carrobomba del fin de semana pasado contra un
comando de policía en Esmeraldas tiene como protagonista a alias Guacho,
ecuatoriano disidente de las Farc, aliado con narcos mexicanos.
Desde el norte han llegado a imponer “orden” a nuestros narcos modestos
que se anotan en compañía para los grandes embarques. México tuvo el año pasado
una cifra récord de homicidios, Colombia tiene todavía una tasa de homicidios por
cien mil habitantes mayor a la de los mexicanos. Ojalá no se unan las peores
prácticas de nuestros pillos y los delincuates.
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