El escenario más
brutal puede terminar entregando pistas sobre la violencia más silenciosa y más
íntima. Las agresiones sexuales en medio del conflicto en Colombia delatan grandes
perversidades sociales, terribles carencias familiares y, por supuesto, revelan
un Estado indolente cuando no corrompido. Muchas veces el conflicto solo imponía
a los victimarios, entregaba el poder a un determinado grupo de camuflados,
mientras se repetían las prácticas de abuso cotidianas en tiempos tranquilos o
agitados. El Informe Nacional de Violencia Sexual en el Conflicto Armado,
publicado en noviembre del año anterior por el Centro Nacional de Memoria
Histórica, hace un duro repaso de violencias sin ideología, de castigos primitivos,
de lógicas corrientes en ciudades y pequeños municipios. Mercedes, una líder de
Buenaventura, lo explica con resignada sencillez: “Eso no lo vamos a solucionar
porque es que las violencias sexuales no llegaron con el conflicto, y qué pena,
las violencias sexuales igual que las violencias físicas han estado allí del
hombre a la mujer por su condición de ser mujer. Esa es mi inquietud. No hay
que esperar a que se acabe el conflicto, esto es de siglos y siglos atrás,
mientras a la mujer no se le respete no va a cambiar nada (…) por eso hay que
sacar la violencia sexual y visibilizarla, ponerla en la mirada institucional,
sacarla de lo privado y ponerla en lo público, esto es un problema de educación”.
Muchos de los
testimonios de las mujeres hablan de abusos sucesivos: primero en la casa, luego
en el primer círculo social (el colegio, el barrio) y por último con la llegada
de los distintos poderes armados. Cifras de Medicina Legal muestran que todo
comienza de puertas para adentro. El informe de 2015 reseña 21.115 exámenes
practicados en todo el país por posibles delitos sexuales. En el 88% de los
casos el agresor señalado es una persona cercana a la víctima: pareja,
expareja, familiar, encargado de su cuidado, amigo. El Sistema de Información
para la Seguridad y la Convivencia de Medellín da cifras que confirman los
riesgos domésticos. El año pasado los principales agresores sexuales en la
ciudad fueron los padres, 146 casos, y los padrastros, 115 casos. Entre padres
y padrastros están cerca del 20% de los abusos sexuales denunciados en la
ciudad.
Además, la
denuncia sigue siendo una hazaña. Muchas veces la familia decide no creer para
tapar viejos encontrones, la comunidad no oye nada por temores varios, las autoridades
cuestionan y dificultan, y los victimarios encaran y amenazan. Entre todos se
justifican y se le dan visos de normalidad a las pesadillas individuales. Lorena,
una adolescente violada en 2014 en Nariño por un militar retirado: “Me cambió
la vida, porque si el pueblo se diera cuenta o pensara en un momento que yo no
digo mentiras sino él, todo sería diferente. Pero optaran por sacarlo, pero el
pueblo se unió a esa persona”. Y cando las mujeres se rebelan no pasa nada muy
distinto. La hermana de Narly, una niña de 7 años violada en 2008 en Buenaventura
por un paramilitar, decidió denunciar y enfrentarse a todo el mundo: “Fuimos,
pusimos la demanda, nos mandaron a la Policía de infancia y adolescencia, nos
dijeron que fuéramos a Medicina Legal porque ahí ellos no atendían, que al otro
día volviéramos. Fuimos a Medicina Legal: no había funcionarios, y entonces
aprovechamos y fuimos por urgencias al hospital, el médico empezó a regañarla
que ella por qué no había dicho, que nosotras éramos culpables: ‘Pero, ¿usted
por qué no dijo?, pero usted está muy tranquila. No mija a usted le estaba como
gustando la cosa, diga que sí es su novio’ (…) y por la televisión dicen ‘denuncie’,
por la radio dicen ‘denuncie’, la policía dice ‘denuncie’, todo el mundo dice ‘denuncie’,
pero cuando una logra denunciar todos como que se confabulan y no hacen
justicia”.
La avalancha de
testimonios en el mundo ha demostrado que lo que creíamos anomalía es una
conducta frecuente. Que el abuso se puede está muy lejos y muy cerca. Lo
cuentan las medallistas olímpicas, las estrellas de Hollywood, las promesas del
pop, las putas curtidas de nuestros pueblos, las niñas que caminan al colegio y
las menos pensadas.
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