Al paso que
vamos Medellín completara tres años consecutivos con alza en los homicidios. La
ciudad enfrenta siempre un equilibrismo contra la violencia, una incertidumbre sobre
las urgencias, los correctivos y los propósitos de quienes ejercen el poder
armado. Un poder difuso, siempre en cuestión, amenazado y amenazante. Desde
hace décadas es claro que las autoridades no controlan los ciclos de violencia,
solo registran las cifras con algo de alarma, intentan explicar el fenómeno de
la manera menos afrentosa a sus esfuerzos y reaccionan con algo de presencia institucional,
casi siempre uniformada, en las zonas calientes. Tanto que los picos violentos más
recientes los identificamos por el nombre de los capos desmovilizados,
enfrentados o capturados: Don Berna y Doble Cero en 2001-2002, Sebastián y
Valenciano en 2009-2010, Capturas de Tom, Carlos Pesebre, Sombra entre
2017-2018. Gobiernos de signo político contrario y con estrategias distintas frente
a la colección de más de 300 combos han sufrido reveses similares.
La semana
pasada, luego de un día con seis homicidios en la ciudad, algunas voces
críticas amanecieron diciendo que habíamos vuelto al terror de los años
noventa. Es sin duda un adelanto que la sociedad sea menos tolerante frente al
homicidio y que las alarmas ciudadanas sean cada vez más sensibles a la
violencia. Pero vale la pena recordar que las diferencias entre los tiempos que
corren y la sangre que corrió. En 1991, el año más violento en la historia de
la ciudad, hubo 19 homicidios diarios en promedio. La tasa de homicidios fue de
433 por cada 100.000 habitantes. En la década del noventa murieron asesinadas
más de 5000 personas en promedio cada año en la ciudad de Medellín. Este año,
si las cifras se mantienen más o menos estables, la tasa de homicidios no
pasará de 25 por cada 100.000 habitantes. Aunque siempre habrá que hacer la
salvedad de que los jóvenes entre 14 y 28 años, habitantes de los barrios más
altos, tienen todavía un riesgo de morir asesinados 3 o 4 veces superior al del
resto de la población.
La ciudad y las administraciones
sucesivas han aceptado una falsa premisa en la estrategia contra la violencia.
Las opciones que se han debatido en los últimos 15 años varían entre la
negociación o la lucha declarada contra quienes tienen el monopolio de las
rentas ilegales y el mando sobre milicias, paras o combos. Por eso se ha
criticado el supuesto apaciguamiento, conocido como Don Bernabilidad, durante
la administración de Sergio Fajardo, y por eso se critica hoy la postura
desafiante del alcalde Federico Gutiérrez frente a los cabecillas en los
barrios. Los pactos estables, bien sean auspiciados por las instituciones o
acordados por los pillos, son un sueño imposible. Al mismo tiempo el triunfo por
medio de capturas de los más buscados es una ilusión que se estrella contra la
persistencia de los sucesores y las estructuras que van más allá del jefe de
turno.
La pelea más
compleja y más importante sigue siendo por las expectativas y las decisiones de
los adolescentes. Cada año cerca de 10.000 jóvenes entre 15 y 16 años huyen de
los colegios por desmotivación, deslumbramientos frente a oportunidades dudosas
o simple obligación. Para los profesores cada día es más difícil pelear con
quienes ofrecen un celular, una moto, el estatus de un fierro. Hay cerca de
600.000 jóvenes entre 14 y 28 años en la ciudad, ahí están los grandes retos
más allá de los patrones de barrio.
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