Los sobresaltos electorales del 2018
en América Latina comenzaron en la apacible Costa Rica. Un cantante de
evangelios logró que la religión fuera la gran protagonista de la campaña.
Todos los atriles tuvieron que convertirse en púlpitos. El matrimonio de
parejas homosexuales y una cátedra de sexualidad para adolescentes fueron los
grandes temas de campaña. “Nos oponemos al Estado laico, porque quienes lo
promueven en realidad buscan un Estado ateo”, repetía el candidato Fabricio
Alvarado desde su ministerio cristiano llamado Metamorfosis y su movimiento
político llamado Restauración Nacional. Desamparados se llama el barrio popular
donde creció al sur de San José. Los nombres de su barrio, su iglesia y su
partido sirvieron como parábola del candidato que en noviembre del 2017 marcaba
el 3% en las encuestas y en febrero de este año ganó la primera vuelta con el
25%. Para quienes la política se ha vuelto un zumbido insignificante y los
políticos moscardones insoportables, la iglesia es un refugio para todas sus
preocupaciones. Cada vez más el diezmo y el voto van a la misma ranura. En
segunda vuelta Fabricio Alvarado perdió ante el temor de los jóvenes y la clase
media urbana de un regreso al mundo de sus abuelos.
Venezuela acaba de marcar la segunda
elección de latinoamericana con una farsa que ha dejado atrás las encendidas
batallas electorales que caracterizaron el Chavismo durante quince años. Lo más
importante para los electores que se animaron a salir fue la posibilidad de
asegurar una bolsa CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), un
cinismo involuntario hace que miles de bolsas entregadas por el gobierno según
sus siglas de hambre suenen como una lluvia de aplausos. El voto puede asegurar
un tesoro: cuatro paquetes de harina de maíz, uno de harina de trigo,
dos de arroz, dos de granos, una botella de aceite, kilo y medio de pasta, dos bolsas
de leche en polvo, una salsa de tomate y otra de mayonesa. La participación
cayó 25% puntos si le creemos a las cuentas oficiales y fue reelegido un
presidente con una desaprobación del 72%. El hambre, la coacción oficial y el
miedo a los “puntos rojos” que vigilaban los puestos de votación marcaron el
proceso que desde afuera solo aprobó José Luis Rodríguez Zapatero.
Brasil tiene en
octubre una cita con el gran favorito como ausente. Lula en la cárcel condenado
a doce años por corrupción. Un reo que no dejará de hacer política y logrará
que la campaña gire en torno a los jueces y los militares. “Yo no voy a parar porque ya no
soy un ser humano. Yo soy una idea. Una idea mezclada con las ideas de ustedes”,
dijo al momento de entregarse y evocar las detenciones de los años ochenta a
manos de los militares. El jefe de las fuerzas armadas, Eduardo Villas Boas, respondió
apelando a la coincidencia de los militares y los “buenos ciudadanos contra la
impunidad”, y a favor de la paz social y la democracia. La sombra de la
dictadura volvió a asomar encarnada en Jair Bolsonaro, un ex policía sin reatos,
orgulloso de su racismo, su homofobia y su misoginia. Dedicó su voto contra
Dilma Rousseff a un militar golpista y no tuvo problema en soltarle a una
ministra una frase de presidiario en pleno congreso: “No mereces ni que te
viole”. Bolsonaro, según las encuestas, tiene buenas opciones de segunda ronda.
En México en el
último debate los candidatos se llamaron “cínico”, “farsante”, “hipócrita”, “demagogo”
y ladrón. También se habla de extremos y se mete miedo con la opción de López
Obrador quien asegura la tercera será vencida. Entre nosotros los primeros
lugares los disputan un heredero y un elegido. Qué tal que el gran cambio en la
región se haya dado en Cuba, con el señalamiento del heredero de los Castro.
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