Durante más de un mes de cuarentena he visto muchos espacios
liberados del miedo y las restricciones. Algunas veces por bandos de la llamada
institucionalidad, otras por rigores de la escasez, unas más por las encerronas
de la ilegalidad y las demás por laxitud personal. En los primeros días era solo
en la ciudad más brava. Los recicladores, los habitantes de calle, la policía,
los empleados uniformados de las funerarias, los pillos en la esquina. Luego asomaron
algunas prostitutas en los portales de las iglesias y los ancianos sin mucho
que perder en sus bancos de siempre. Loteros echados a su suerte. Más tarde me
encontré con la ciudad de las grandes plazas de mercado. Allí nada ha cambiado,
solo que es un pequeño planeta que bulle embozado, gritando sus afanes con la
voz apagada por el tapabocas. Los coteros siguen levantando a sus familias, los
chóferes gozan de su libertad de siempre con algún almuerzo de carretera en el
confinamiento de la cabina. Y sobre todas las calculadoras en la plaza brilla
un líquido antibacterial. Los grandes centros de abastos tienen aún más ruido
al sumar las advertencias por los altoparlantes. Media hora luego de recorrer
sus “muelles” uno logra olvidar la pandemia. Nada se detiene, ni molino que
recibe el maíz directamente de una tractomula ni el pequeño triturador de las
cientos de palomas que coronan el camión.
Ahora, luego de más de un mes de cuarentena, he visto algunos
barrios populares. Asoman tímidos los trapos rojos del reclamo. Hace 150 años,
durante la epidemia del cólera, las casas con los pacientes infectados exhibían
la bandera de la infamia. Hoy el trapo del hambre es una especie de constancia
que ha perdido eficacia más allá de las planillas. Pero los barrios toman poco
a poco un ritmo ajeno a la quietud. Las conversaciones en las tiendas, los
paseos de los adolescentes, la vigilancia ejercida cerveza en mano por los
“muchachos”, los mecánicos debajo del carro, las panaderías con sus hervores,
los barberos y sus alardes de precisión. El barrio camina como si tuviera la
cuerda algo gastada, pero en realidad está tomando impulso. La fotocopiadora en
la tienda del primer piso trabaja para despachar autorizaciones, constancias,
escapes de lesa necesidad.
A los últimos que he visto es a los campesinos que miran la ciudad
desde lo alto. No la vigilan la recelan. Es la vista más serena de la pandemia.
Tienen pérdidas por algunos productos ignorados cuando tantas cosas parecen
suntuarias. Las flores son ahora un forraje inservible, un abono para las eras
de las legumbres que vendrán. También el ají se hizo inservible en medio de la
monotonía y el pavor en las ciudades. Los campesinos están acostumbrados a las
desgracias del granizo o el verano. Los oí describir sus pérdidas con la misma
serenidad con la que aceptan plagas menores. El virus es todavía un mal citadino,
una imposibilidad para algunas ventas y ciertas ventanillas.
Las calles y los hogares son independientes del Estado y sus previsiones,
siempre han sido, para bien y para mal. Algunos gobernantes consideran posible
guiar al rebaño hasta la inmunidad. Muestran mucha consideración por su poder,
mucha confianza en su voluntarismo, mucha justificación en sus imposiciones.
Pero la realidad no se deja torcer el cuello fácilmente, sin importar que sea
la muerte la que se plante al frente en el camino.
En el siglo XIX la iglesia decía que era necesario sufrir el castigo
de las epidemias, y por eso salir a las fiestas religiosas era uno de los
dogmas para atender el cólera o la gripa española. El pulpito se impuso muchas
veces a los decretos. Hoy no se necesita dogma, la ruta de los buses hace el
trabajo.
2 comentarios:
Si, la gente ha salido al rebusque. En nuestro país, el confinamiento es para los pudientes, que son minoría. La mayoría vive del rebusque y vive del diario conseguido
El rebusque no da espera.
La economía informal va a ser la primera en tratar de recuperarse. Como has mencionado en otras entradas, la pandemia es para gente con dinero. Los pobres (y los campesinos) van a empezar desde abajo a mover el país.
XOXO
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