Estados Unidos ha hecho de su política antidrogas un fundamentalismo intocable. Impulsar estrategias globales basadas en las taras morales y los prejuicios de sus funcionarios es un privilegio que puede resultar peligroso. Es seguro que en la Casa Blanca deben haber descubierto alguna vez, con algo de terror, que sus posturas coinciden con las de los talibanes o el régimen iraní. La policía talibán patrulla en la noche las calles de Kabul con fusiles y linternas para capturar a los consumidores y llevarlos al buen camino. Cuando usan métodos persuasivos deciden apalearlos y cuando quieren una solución definitiva les disparan. La cárcel y la desintoxicación obligatoria son las medidas más extrañas. Todo se hace bajo la supervisión del Ministerio de la Promoción de la Virtud. En Irán, por su parte, el 70% de los presos están acusados o condenados de delitos relacionados con drogas y para algunos la condena puede ser la pena de muerte.
A los gringos les gusta medir su debacle punitiva con tiempos exactos. Hace poco un informe de Human Rights Watch y la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (American Civil Liberties Union, ACLU) dejó claro el récord de capturas: “Cada 25 segundos, alguien es arrojado al sistema de justicia penal, acusado exclusivamente de tenencia de drogas para uso personal”. Eso significa cerca de un millón trecientos mil detenidos cada año. La cacería de consumidores tiene por supuesto filtros racistas: los negros tienen dos veces y media más posibilidades que los blancos de ser detenidos por delitos que penalizan posesión o consumo de drogas. Hay que reconocerles, eso sí, que no solo han exportado su delirio antidrogas sino que lo aplican con juicio a sus ciudadanos. Y por supuesto, con algo más de rigor a los inmigrantes y visitantes.
Rusia acaba de usar una brutal manera de reducir al absurdo la guerra contra las drogas que Estados Unidos inauguró hace cinco décadas. La semana pasada fue condenada a nueve años de prisión la estrella estadounidense del básquet Brittney Griner. Se le acusó de posesión de Cannabis (0.72 gramos) al ingresar a Rusia en febrero pasado, tenía un vaporizador con algo de aceite con THC y su estrategia de defensa fue declararse culpable aunque alegó no saber que violaba las leyes del país. La jugadora de 31 años, con dos oros olímpicos colgados en su cuello, jugaba cada año la Euroliga en un equipo con sede en Ekaterimburgo. El largo receso de la liga gringa y los salarios desiguales son un llamado a muchas jugadoras en Norte América para ajustar su nivel y su caja. El presidente Biden ha dicho en un comunicado que la sentencia es inaceptable y que “Rusia está deteniendo a Brittney erróneamente". Es claro que el gobierno ruso aplicó una caza con arpón y no con red para la detención de Griner con miras a un posible intercambio de rehenes. Ya Estados Unidos puso esa opción encima de la mesa y se habla del posible canje por el traficante de armas Viktor But, quien cumple una condena de 25 años. Los rusos han entregado, casi con una sonrisa de la portavoz del ministerio de exteriores, una respuesta que Estados Unidos habrá usado miles de veces: “Entiendan, si las drogas se legalizan en Estados Unidos, en una serie de estados, y esto se hace durante mucho tiempo, y ahora todo el país se volverá drogadicto, esto no significa que todos los demás países sigan el mismo camino”.
El gobierno ruso es bueno para el cinismo, deja caer esa burla macabra sin ningún remordimiento. En Estados Unidos, mientras tanto, la cacería continúa según sus propios raceros de una política que raya en la ridiculez y la crueldad.
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