Tres mujeres han marcado el primer año de Gustavo Petro en el poder: Carolina Corcho, Irene Vélez y Laura Sarabia resumen buena parte de los intentos fallidos y los escándalos del gobierno del cambio. Corcho y Vélez sostuvieron las ideas más duras de campaña por encima de las posibilidades de consenso, eran el discurso de plaza en el gabinete y fueron más combate que posibilidades de cambio en sus sectores. Mostraron el lado más pugnaz y más infructuoso de un gobierno dispuesto a sacrificar soluciones pactadas por duelos de declaraciones y frases de pancarta: “la salud no es un negocio”, “Sí a la vida, no a la mina”. Con el apoyo a las dos exministras, Petro pensó más en la calle que en el Congreso y los actores claves de los dos sectores implicados, fueron la primera línea para las tensiones más fuertes con empresarios, medios y partidos de coalición. La tarima le ganó a la mesa de crisis. Con su salida, al parecer, cambiaron las formas pero no el fondo de sus proyectos. Corcho y Vélez siguen siendo el activismo al que el gobierno no quiere renunciar por principios y lealtades con una buena parte del electorado. Las consecuencias de ser consecuentes. Cuando la política pública se grita, pero no se aplica.
Y con Sarabia como guardiana del presidente, el gobierno mostró un talante hermético, misterioso y desordenado que muy seguramente no cambiará sus maneras, más cercanas a los cónclaves y las ausencias que a la ejecución y el pragmatismo. Sarabia fue protectora y víctima de la actitud lejana del presidente con su gabinete, acudiente de sus agendas caóticas y pararrayos de las guerras internas más complejas. Su salida deja claras las dificultades de Petro para trabajar en equipo, y sus paranoias y sus sueños de estadista pensativo y superior.
Paréntesis: es curioso que también dos mujeres, Francia Márquez y Verónica Alcocer hayan sido figuras determinantes en el triunfo de Petro en segunda vuelta.
La familia ha sido la otra gran huella del gobierno en el primer año. Un político que hizo carrera con su carácter y carisma personal, lejos de cualquier casta regional y de las ilustres sectas capitalinas, terminó gastando buena parte de su gobernabilidad, un poco de la unidad del Pacto y su propia imagen personal por líos familiares. Primero los señalamientos a su hermano Juan Fernando Petro en las etapas iniciales de la paz total, y luego las actuaciones de su hijo, convertido en el más tradicional de los políticos, casi en una caricatura del político costeño de los noventa. En los escándalos, como en todo lo de este gobierno, hay más declaraciones y ruido que pruebas y realidades. Hasta ahora hay más activismo de la fiscalía que proceso en firme, pero en política la bulla es suficiente y Nicolás Petro ha mostrado ser experto en visajes.
Tal vez el desmentido a los dos grandes temores con la llegada del gobierno de izquierda al poder sean la mejor noticia del primer año. La relación con Estados Unidos es incluso más cercana que en gobiernos alineados e incondicionales a la Casa Blanca. Y la economía, motivo de histeria de una parte de la opinión, de toda la derecha y de buena parte del empresariado, va mejor de lo esperado. Las últimas cifras de revaluación, empleo e inflación son para mostrar.
Hace poco, en medio de la tormenta de la última semana, el presidente habló de terminar su periodo, ir hasta el 2026, como un empeño. Un discurso triste para el gobierno del cambio. Tal vez Petro tenga una buena opción de ser el gobierno de la estabilidad, aceptar renuncias ideológicas y priorizar empeños posibles. Sería un pacto interesante.
1 comentario:
No sé, no entendí el escrito...¿Desbalance? un hombre, cinco mujeres... Las mujeres no siempre están o estamos para hacer las cosas de la mejor manera, para influenciar de manera positiva.
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