Los últimos días de los grandes
narcos reflejan siempre una farsa, una actuación torpe y desesperada que busca
tapar los gustos desmesurados con las costras de la pobreza o el rigor de la
austeridad. Mafiosos bajo el disfraz humilde y triste de sus lavaperros, narcos
claustrofóbicos en un apartamento de estudiantes, capos bajo el ala del
sombrero roto del mayordomo. La reciente
muerte de Heriberto Lazcano Lazcano en El Progreso, un pueblo de mala vida en
Coahuila, México, demuestra que las películas no siempre exageran con sus
escenas de polvo y sangre.
Lazcano estaba parqueado en su
camioneta, acompañado de su último guardia, viendo desde la ventanilla un
partido de béisbol entre las novenas de El Progreso y Ciudad del Parque. Tal
vez no quería abandonar el aire acondicionado para ir a sentarse en las
tribunas de madera del “diamante”. Con seguridad miraba con algo de asco ese
escondite donde el letargo y la sospecha son una sola cara. Un pueblo desahuciado,
con algo de vida en diciembre cuando los hombres regresan de Texas a lucir sus
camionetas y entregar los regalos a sus mujeres e hijos, resultó demasiado seco
y silencioso para pasar desapercibido. Alguien vio los fierros de los dos
hombres extraños, se asombró por sus botellas relucientes y dio un aviso. La
policía respondió con desgano, fueron a buscar un simple camaleón que ponía
problemas a causa del alcohol y se encontraron con la víbora más preciada. Ni
siquiera lograron reconocerla, la dejaron tirada en la funeraria de ese pueblo
sin morgue: “¡Que la recojan sus dolientes!”, pensaron entre burlas. Y sí, al
rato llegó el comando de encapuchados. A estas alturas la víbora debe estar
embalsamada en algún santuario de la señora muerte.
Algunos de los nuestros también
han representado sus pantomimas últimamente. Diego Rastrojo fue tal vez el más
clásico. Una finca arrocera en el municipio de Rojas en Barinas, Venezuela, era
su refugio. Pero tampoco se las iba dar de campesino con una simple Unidad
Agrícola Familiar. Mejor tener la más grande de la región y tirar línea,
prestar plata, posar de vecino bueno: el patrón del bien. Dicen que hacía de
capataz, y a falta de dueño el capataz manda. El sombrero y el tractor hacían
el resto. Una camioneta destartalada y un carrito como de juguete servían de
flotilla. Pero el Whisky siempre delata y por ahí se comenzó a descocer el
disfraz.
Valenciano, uno de los capos de
la Oficina, también estaba pasando trabajos en Venezuela. Luego de las grandes
casas con gimnasio en Maracaibo y las tardes de shopping para calmar el tedio en el Catire, el Doral Center o el
Comercial Pereira, llegó la paranoia. Terminó entonces en un primer piso de
tercera en un edificio con nombre de primera en la ciudad de Maracay: Falcon Crest. Una famosa enfermedad del
codo fue su perdición: apenas les pagaba un millón de pesos a cada uno de sus
cinco guardias.
El Loco Barrera estaba dedicado a
sus vueltas por medio de llamadas desde más de sesenta teléfonos públicos.
Hacía de ganadero en San Cristóbal y había perdido hasta la ostentación de la
barriga. Una mujer le manejaba su carrito de segunda y parecía más un
tramitador que un capo. Las conversaciones desde las cabinas lo muestran
regateándole un millón de pesos a su proxeneta de confianza por el servicio de
las prostitutas.
Al momento de la captura o la
muerte los grandes capos quedan perfectos bajo el disfraz que hace minutos
parecía patético. Ahora les caza la camisa rota, el carro viejo, el apartamento
raído. Han perdido el aura que hacía que todo les quedara corto.
7 comentarios:
Ahí están el diamante de Lazcana en Progreso, la finca de Rastrojo en Rojas y las cabinas de El Loco en San Cristobal.
Una buena crónica sobre Progreso luego de la decadencia de Lazca.
Aquí, en Progreso, nadie sabe quien es Heriberto Lazcano
Genio y figura hasta o de las mejores familias. Pascualito, que bien, se queda uno aterrado de los narcos desde Pablo, siempre igual como en el futbool de los paises de Medio frente a los grandes Brasil y Argentina.
Cada 20 años aparecen como si nada, continuando el negocio, porque a mi me gusta la cripa y no la dejaré.
A todos les luce el overol amarillo de las cárceles gringas,también se ven muy majos dentro del cajón, pa que....
A uno de los mellizos lo cogieron camuflado entre la carga de una tractomula... En fin los cuentos son muchos, pero la novela en general acaba igual. Claro a los aspirantes a capos poco les importará el descenlace, seguramente se gozan más las película con la que llegan a ese punto.
Una de las imágenes que más me ha impactado en la vida está en el Cementerio San Pedro de Medellín, la tumba de un pistolero con la misma música todo el día, flores de plástico y unas increíbles fotos que no muestran sino lo pobres que aún con su dinero todavía eran...
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