Muchos
habitantes de Bogotá han entrado en un singular estado de desencanto ciudadano.
Para ellos no queda más que la frustración y el humor negro, la indiferencia y
el cinismo como solución contra los incordios y las penitencias de todos los
días. La caricatura, el grafiti, la autocrítica y la risa como última
resignación frente a los nudos que parecen insolubles, frente a los proyectos frustrados,
que duermen por décadas en planos y solo despiertan para convertirse en arrumes
de escombros.
También
es común notar cierto complejo capitalino. Entre nosotros los habitantes de la
metrópoli no ejercen la jactancia de los encumbrados sino la humildad de los
condenados. En varios encuentros recientes con representantes de los que llamamos
“rolos de postín”, he encontrado una admiración desmesurada por Medellín, sus
aniversarios e inauguraciones. Ahora incluso prefieren a Medellín que a Melgar.
Algunos bogotanos han pasado del recelo a la franca admiración por la capital
de Antioquia. En los casos más extremos recuerdan algún antepasado paisa y tramitan
la tarjeta cívica del metro como consuelo.
Desde
lejos las ciudades se identifican y se juzgan según algunos pocos símbolos
eficaces. Medellín, por ejemplo, se jacta de ser la cuna de un pintor con éxito
internacional. Y se dice innovadora a pesar de lo conservadora: lo importante
es vender el chip, no cambiarlo. Hace veinte años, durante cerca de una década,
Bogotá fue el paradigma de las ciudades colombianas: la cultura ciudadana, el
énfasis en la educación, el orden fiscal, las grandes bibliotecas, los parques
públicos, Transmilenio y las figuras de Mockus y Peñalosa hicieron que las otras
ciudades fueran una especie de rebaño tras la huella de la capital. Pero Bogotá
ha sufrido la cercanía entre el Palacio Liévano y la Casa de Nariño, ha pagado
por ser el ajedrez de prueba de la política nacional y en una década pasó de
poner los ejemplos a mostrar los extravíos. Los logros son frágiles y las
ciudades pueden dar grandes vuelcos en apenas diez años, como si fueran simples
ciudadanos. En eso es necesario reconocerle a Petro su idea de la “Bogotá humana”,
demasiado humana.
El
peligro para Medellín es entrar en la petulancia provinciana, creer que cuatro
kilómetros de tranvía entregados con apenas seis meses de retraso demuestran su
éxito administrativo y social, y olvidar que, por ejemplo, los índices de
pobreza y la tasa de homicidios de Bogotá siguen siendo una meta todavía lejana.
Incluso el rendimiento de los colegios públicos capitalinos es superior a los
de Medellín. Las ciudades no pueden ser medidas únicamente bajo la máxima “por
sus obras las conoceréis”. Hay logros que no deslumbran pero pesan.
Medellín
tiene grandes fortalezas institucionales (EPM, Empresas Varias, un sector
privado con influencia regional y nacional, un creciente interés de jóvenes
educados en los asuntos públicos, un orgullo regional que hace más fáciles
algunas tareas de educación ciudadana; es además la sede de algunas empresas públicas
con gran capital humano como ISA e ISAGEN) pero debe reconocer también sus
grandes problemas. Por ejemplo, el dominio delincuencial en muchas zonas hace
parte de la fortaleza de otras “instituciones” y pone buena parte de “orden”
que ha hecho posible la reducción de los homicidios.
Mirar
las ciudades más allá de las placas oficiales y los símbolos del desarrollo es
una obligación de los medios y los ciudadanos. Señalar las mejoras, subrayar los
errores y advertir sobre los extravíos. No todo lo que brilla es “Tacita de
plata”.
2 comentarios:
Siiiiiii tiene la razón ,Medellin es una cuca ,me voy para alla
Gracias por ésta crónica....de verdad creo que Bogotá, aquella ciudad que ha recibido a tantos provincianos (entre ellos a mi padre, que llegó allí en el año 73 con una caja de cartón como maleta, y una cabuya fina como correa...10 años después se fué de allí con capital suficiente para empezar una nueva vida en Pereira, de donde escribo), ha sido bastante mal paga, por quienes le han sacado provecho. Personalmente como recién egresado de la U, la veo como LA CIUDAD DE LAS OPORTUNIDADES por tanto empleo que hay para mi profesión. Creo que a Bogotá le hace falta que la amen más quienes viven allí. Yo por ejemplo tuve la oportunidad de estar 2 meses, y me enamoré perdidamente de ésa urbe. Le encontré un no se qué, que no hallo en ningun otro lugar del mundo...ojalá muchos capitalinos vean su crónica Pasculito.....gracias, y le repito mi más profunda admiración....
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