Para
los exaltados por las utopías y el poder no valen las debacles económicas ni
los éxodos multitudinarios. La derrota será siempre una señal de traición y la
realidad un maleficio de los adversarios. Las arengas y la paranoia son el
principal alimento de esos persistentes soñadores. La revolución bolivariana,
al igual que su acudiente cubana, no se preparó nunca para la derrota. Sus
líderes ejercieron la política como una especie de sacerdocio desde la
superioridad moral, la voluntad popular y las razones históricas. Es lógico que
la única derrota hasta el pasado domingo fuera apenas una “victoria de mierda”
para la oposición, y que el gobierno que representa al PSUV haya levantado una “reserva
moral de la revolución bolivariana”, el pueblo en armas según los más clásicos.
Una reserva que según Nicolás Maduro este año llegó a 500.000 hombres y mujeres
armados (un poco más que el ejército formal) para “garantizar la estabilidad de
la revolución”.
Con
su partido en el poder los milicianos ayudan como voluntarios en desastres
naturales, sirven como agentes de aduana, controlan precios en las cajas de los
supermercados y, de vez en cuando, los más díscolos hacen proselitismo armado. La
pregunta de muchos es qué pasará luego de la derrota del pasado 6 de diciembre,
qué papel jugarán las milicias cuando la Asamblea Nacional sea contrapeso a las
decisiones del ejecutivo y se pongan en cuestión algunos de los poderes que se
ejercían igualando al partido con el Estado ¿Es posible que algunas de esas
fuerzas “oficiales” terminen peleando contra lo que perciben como una contrarrevolución?
Ya el chavismo radical está pidiendo la renuncia de Nicolás Maduro por ser un “burócrata
ineficiente” e insinuando que la lucha revolucionaria tendrá otros escenarios: “Este
modelo de gobierno que se ejecutó durante estos tres años es un fracaso, la
alta dirigencia debe decidir si da un giro de 180 grados y salva la patria
o se reafirma en su posición y entonces en el pueblo llano nos
prepararemos (sic) para la Victoria definitiva del Proceso Revolucionario… pero
que no será ya en este gobierno sino quién sabe después de cuántas convulsiones
sociales que dejarán duras huellas en esta nación”. Escribe Ronald Muñoz en
Aporrea.org y es lógico en una formación heterogénea como el PSUV. Lo difícil
es saber si milicianos y chavistas radicales piensan en otras plataformas
electorales o en otros medios de lucha. Vale recordar que el Chavismo pasó del
desprecio al frenesí electoral, y puede recorrer el camino inverso.
Maduro
ya habló de su gobierno “cívico militar” y sus luchas callejeras, y analistas
como Luis Vicente León, presidente de Datanálisis, han planteado una especie de
disyuntiva entre “negociación o guerra”. Hace poco el periodista norteamericano
Jon Lee Anderson dijo que “nunca había visto a un país, sin guerra, tan destruido
como Venezuela”. Esperemos que eso no sea una premonición para lo que se viene,
porque una cosa es aceptar los resultados electorales y otra la realidad política
de tener una oposición dictando buena parte del libreto desde la Asamblea.
El
último ingrediente de ese caldo caliente son las Farc, que han tenido a
Venezuela como retaguardia militar y ahora podrían ser, al menos algunos de sus
miembros, la vanguardia político-militar de un grupo de “idealistas”
bolivarianos ¿Desmovilizados en casa y guerreando en el patio ajeno?
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