Todo comenzó hace 20 años con la convocatoria a una “caravana abstencionista”
en medio de las elecciones de gobernadores en Venezuela. Hugo Chávez era un
preso recién salido con una cháchara tan larga que hacía huir a los periodistas.
La gente se abstuvo de ir a la caravana propuesta por el coronel y Copei y
Acción Democrática, dos enseñas desteñidas, se repartieron los puestos. Chávez
seguía siendo un desconfiado de las vías electorales, un hombre obsesionado por
los atajos y la ruta heroica que suponen las armas. Sus manifestaciones, con el
platón de su camioneta Toyota Samurai como tarima, tampoco eran muy
alentadoras. En diciembre de 1996, dos años antes de ser elegido presidente, el
candidato que por entonces vestía de liqui-liqui no marcaba más del 7% en las
encuestas. Una figura, también ajena a la política tradicional pero más
reluciente, era la favorita de los venezolanos: Irene Sáenz pintaba para
recibir una banda presidencial que acompañara su corona de reina.
Poco a poco Chávez se convenció de que las urnas eran una opción tan
válida como atractiva: “Nos dedicamos a investigar qué pensaba la gente (…) nos dimos cuenta de que buena parte de
nuestro pueblo no quería movimientos violentos sino que tenía la expectativa de
que organizáramos un movimiento político, estructurado, para optar por una vía
pacífica. Decidimos entonces avanzar por la vía electoral”. Las elecciones se
convirtieron en un desafío permanente, el reto preferido de un gobierno hecho
para la elocuencia popular y la movilización ciudadana.
El 8 de noviembre de 1998 fue el debut del Movimiento V República (MVR)
en las contiendas electorales. Sus rivales ya temían el carácter “cautivador”
de Chávez y separaron las presidenciales de las legislativas para que el
militar no les llenara la asamblea. El MVR fue la segunda fuerza y logró 42
escaños. Un mes después, el 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez era elegido
presidente con el 56% de los votos. Lo que siguió fue una cascada electoral que
agotaría hasta al más entusiasta de nuestros barones del tarjetón. En 19 meses,
de noviembre de 1998 a julio de 2000, los venezolanos fueron 6 veces a las
urnas: para un referendo constitucional, para elegir asamblea constituyente,
para refrendar la nueva constitución, para nuevas elecciones legislativas y
presidenciales. El chavismo consolidó un Estado a su medida cuando todavía la
participación era mediocre: 37% para convocar una constituyente y 44% para aprobar
la nueva constitución. Chávez ganó siempre y construyó un gobierno electoral
casi invencible.
En el 2004, luego de haber renunciado algunas veces a presentar
candidatos, la oposición se ilusionó con una victoria electoral. Convocó a un
referendo revocatorio en el que de nuevo Chávez venció con cerca del 60% de los
votos. Ya Venezuela era una patria enviciada con las elecciones, en esa ocasión
participó el 70% del censo electoral. La única derrota de Chavismo fue el 2 de
diciembre de 2007, cuando las mayorías negaron cambios constitucionales que
buscaban la reelección indefinida. En febrero de 2009 se corrigió ese traspié por
medio de un nuevo referendo. Las elecciones eran una válvula de escape para las
tensiones políticas y una táctica para un gobierno dispuesto a hacer su santa
voluntad, lo que alguna vez se llamó por estas tierras el “estado de opinión”.
Se han cumplido 17 años de Chavismo y 17 elecciones en Venezuela. Ahora
sabremos si ese régimen acostumbrado al triunfo como si fuera un simple
trámite, logrará soportar la derrota. Y si la oposición asimilará un triunfo
más allá de la revancha.
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