El director de la policía está en un mal trance. Ha contado como convoca a todas sus fuerzas, divinas y humanas, para luchar contra el mal, vencer a satán encarnado y romper conjuros y maleficios. El diablo es puerco. Lo aqueja una superstición enfermiza, un culto personal más allá de las doctrinas religiosas. Desconcierta un poco toda esa superchería del bien y el mal, la guía espiritual de lo que se llama “la lucha contra la violencia y la criminalidad”.
Pero me voy a poner del lado del director. No de sus amuletos y fetiches sino de su necesidad de abrazar ese mundo sobrenatural. Vivir con la muerte a la espalda exige algo más que los blindados y los chalecos antibalas, es necesario un poco de imaginación para alejarla, inventar una historia más poderosa que sus enemigos, tener poderes fuertes más allá de las balas. Lejos de las armas todo ese mundo resulta patético, pero en la guerra en todo se cree. Y los enemigos a muerte terminan luchando en el mismo terreno, pensando parecido, compartiendo sus lógicas y sus talismanes.
En 2005 el Estado mexicano le quitó el registro legal a la iglesia que pretendía presidir el culto a la Santa Muerte. Los narcos se habían adueñado de la estampita y era mejor dar la pelea en los registros de la Dirección General de Asociaciones Religiosas de la Secretaría de Gobierno. Contra las ayudas ultraterrenas las argucias legales. En Colombia se dice que Pablo solo entregaba la ubicación de las caletas a lugartenientes del más allá. Y es seguro que el Bloque de Búsqueda tenía su capellán de cabecera. En los ochenta, cuatro haitianos asesinados en Medellín fueron la comidilla del vudú que supuestamente cubría al Patrón.
Los grandes éxitos recientes de la policía y el ejército, la cacería de los últimos diez años contra el Clan del Golfo, tienen una buena dosis paranormal. Las garras de gavilán que perdió Gavilán cuando lo mataron en las ciénagas de Tumaradó en 2017. El operativo lo sacó corriendo y dejó su protección. Sus perseguidores concluyeron que después de doce intentos había caído por falta de garras.
Alias Inglaterra, también caído en 2017, estaba protegido por una bruja que repelía el plomo pero no la plata. Las declaraciones del momento dicen que los militares tenían que orinar sus armas antes del operativo para vencer el amparo del pillo. Al Negro Sarley, otro duro del Clan que perdió su socorro en 2013, lo ubicaron por los recados que cruzaba con su bruja de cabecera. Iban y venían rezos y quedaban los sahumerios por el camino. Lo mismo le pasó a Matamba hace poco, lo delató el rastro de la bruja nariñense que lo tenía rezao. No hay que creer en brujas, pero de que las hay las hay.
Pero la mejor es la de alias Pablito. Sus dos verdugos aseguran que un muñeco de ramas y pelos que llevaba su guardaespaldas contra el pecho hacía que las balas se desviaran. “Fallábamos a 20 metros”, dijo uno de ellos. Pero siempre quedan otros calibres: “El suboficial empezó a rezar y funcionó, porque ahí mismo abatieron a los objetivos”. El muñeco fue echado al agua para evitar que soltara sus energías, no se podía quemar, pero entró en el espíritu de uno de los militares que casi se pierde en cuerpo y alma. Un exorcismo sacó el demonio que había dejado el bandido al decirle sus últimas palabras: “Nunca me vas a olvidar”.
El miedo a la conocida muerte en medio de la guerra lleva a esa necesidad de lo desconocido. El plomo tiene poderes insospechados.
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