La finca El Palmar no tiene un letrero ni una cruz ni una puerta con candado. No hay señales particulares entre la carretera polvorienta y la cerca que marca sus límites. La maleza y el ganado se muestran inocentes en sus orillas. Pero todo el mundo en los alrededores le señala la finca a los visitantes y cuenta una historia de sangre y miedo sobre los modales del ogro que la habitó hasta hace cerca de diez años.
El Palmar fue centro de trabajo, recreo y ejecuciones de Rodrigo Mercado Pelufo, alias Cadena, jefe del Bloque Montes de María de los paramilitares. Desde allí impuso su ley en San Onofre, Rincón del Mar, Berrugas, Libertad y otros pueblos de Sucre. Era la caricatura siniestra de un dictador: daba discursos en las plazas de los pueblos con la atención de una audiencia temblorosa, imponía castigos a las mujeres chismosas y a los ladrones (luego de arrebatar fincas y cabañas y matar basado en los rumores y la brisa del pueblo), ganaba las partidas de dominó a pistola y sentenciaba las peleas de gallos con un disparo contra el ejemplar que se atrevía a desafiar a su espuela. Decía que le gustaba el “camino recto” y advertía contra los homosexuales, los viciosos, los dejados y los “raros” en general. Los adolescentes se encerraban en sus casas cuando sabían que Cadena estaba de ronda y las mujeres tuvieron que jugar todos sus papeles de puertas para adentro, porque un simple corrillo servía para condenarlas.
La suerte de Cadena es un misterio más de asesinos y fosas por descubrir, ahora es un cuerpo perdido, unos huesos sin coordenadas. Pero quedan sus canecas con plata enterrada, sus muertos y la pregunta de cómo la sociedad completa, los pueblos atemorizados, la policía comprada, los cachacos sordos y mudos que pasean en las cercanías, el Estado con su cabeza gacha y sus alertas tempranas, permitieron que un carnicero de profesión fuera el dueño de la vida de miles de personas durante cerca de una década entre charlas, chanzas, whisky y plomo. Una caneca con billetes de cincuenta mil recién descubierta en El Palmar sacó a flote nuevas historias y curiosidades. Un periodista en vacaciones me propuso la excursión hasta la finca y fuimos escoltados por dos motos de policía. Los agentes, todos más o menos recién llegados a la zona, hablan un lenguaje muy similar al de los turistas: historias de oídas y mitos locales. En el portón a medio abrir nos recibió, como era de rigor, un gallinazo sobre un árbol. Cuando entramos alzó vuelo y nos dio dos vueltas como bienvenida. Nos reímos frente a la escena macabra con un chulo que parecía amaestrado. Camino a la casa y al gran caucho donde 'Cadena' mataba por deporte y por trabajo apareció el lago donde dicen tiraba los restos de sus víctimas a un cocodrilo gigantesco. Ahora no hay más que sanguijuelas en el lago y el cocodrilo terminó en un “zoológico” en Isla Palma, antiguo palacio de un narco. Afortunados los lagartos que no saben de remordimientos. El caucho parece sostener y destruir la casa al mismo tiempo, sus ramas horizontales dejan caer raíces aéreas que se convierten en columnas. El verdadero dueño de la finca, que recién la recuperó, decidió que el árbol debía adueñarse de esa arquitectura del terror. Zumban las abejas y resuenan las hojas del caucho descomunal, parece la vieja guarida de un monstruo, una escenografía para una novela negra en tierra caliente. Nadie salió a recibir la visita, el administrador estaba en un pequeño rancho a la sombra, en la mañana lo había pateado en ternero en la cara. Un accidente menor para un palacio grotesco.
3 comentarios:
Exelente el relato de el Dr. Pascual una hidtoria de terror que lamentablemente pasa en nuestro pais y como estas debe haber muchas.
Un tema fuerte para una historia débil, sin la hondura que recree un poco de la historia que allí ocurrió.
Pascual: te amo
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