Nadie tiene la posibilidad de elegir
a su padre. Se trata de una imposición biológica contra la cual es imposible
resistirse. Tampoco los padres pueden elegir el temperamento, las aficiones,
los resabios… el camino de sus hijos. Simplemente pueden hacer intentos, vanos
o exitosos, para enseñar algunas posibilidades. Los hijos tendrán siempre la
opción de la indiferencia o el repudio. Un portazo puede marcar el fin de las
relaciones filiales.
Pero cuando la utopía sueña en
convertir a la sociedad en una gran familia todo se complica. Ya no es fácil
dar un portazo y las diferencias se convierten en traiciones. La muerte de Fidel Castro ha mostrado, con
sinceridad dolorida, con gestos infantiles, con conmovedora inocencia, la
peligrosa paternidad de un líder omnipresente sobre los ciudadanos. La portada
del periódico Gramna, papel oficial del régimen, el sábado 26 de noviembre
sirvió como homenaje y confesión. La silueta de un joven Fidel, con su fusil a
la izquierda, apuntando al aire, se repite por toda la página, copa todos los
espacios, se multiplica y se acompaña de una sentencia: “Cuba es Fidel”.
La imagen de ese padre magnánimo y
fiero se ha repetido en la visión que desde afuera se construye de la isla y su
líder. Marc Frank, corresponsal de Financial Times y Reuters en Cuba, con más
de 30 años de vida cubana, escribió en su libro Cuban revelations: Behind the scenes in Havana: “la multitud tenía
de algún modo la forma de Castro [...] uno podía advertir su sentimiento de
posesión, como si tuviera realmente la isla en sus brazos, ¡la isla entera!”.
La sombra de Fidel terminó por empequeñecer a los cubanos, por hacerlos una
pieza más para el mosaico hecho con el molde del “hombre nuevo”. Al ser
consultado por la posibilidad del avance de los cambios en la isla luego de la
muerte de Fidel, el diplomático y profesor cubano Carlos Alzugaray resalta que
tal vez ahora sea más sencillo y vuelve sobre la idea del padre: “En cierto
modo era algo así como cuando tienes un papá mayor al que no quieres
disgustar". Y el mismo Raúl Castro se quejó hace unos años del “enfoque
excesivamente paternalista de la revolución”. Tal vez resulte un tío más
desprendido.
La peor parte la han vivido los hijos
desobedientes de ese padre inevitable, los extravagantes, los “vagos”, los que
se acercan a la “peligrosidad predelictual”, los gusanos, los que no marchan al
mismo paso y necesitan ser empujados. Reinaldo Arenas ha sido un paradigma para
quienes no encajaron en el molde y dieron un portazo al régimen. Cómo él hay
muchos agazapados en las esquinas de La Habana, en el malecón y las pequeñas
“barbacoas” que convierten una habitación alta en un camarote. No todos tienen
la locuacidad de ese hijo insolente, pero les gustaría imprimir unos volantes
con un pequeño párrafo y repartirlos por ahí: “Salir era constatar que no había
salida. Salir era saber que no se podía ir a ningún sitio. Salir era
arriesgarse a que le pidieran identificación, información, y, a pesar de llevar
encima (como siempre llevaba) todas las calamidades del sistema: carné de
identidad, carné de sindicado, carné laboral, carné del Servicio Militar
Obligatorio, carné del CDR, a pesar en fin, de ir, cual noble y mansa bestia,
bien herrada, con todas las marcas que su propietario obligatoriamente le
estampaba, a pesar de todo, salir era correr el riesgo de caer, de lucir mal
ante los ojos del policía que podía señalarlo como un personaje dudoso, no
claro, no firme , no de confianza…”
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