martes, 26 de octubre de 2010

Marihuana Golden…Gate





En 1996 una ley estatal en California legalizó el uso de marihuana con fines médicos. Fue el primer Estado norteamericano en permitir que algunos pacientes llegaran con su escarapela de fumadores recetados hasta las farmacias. Un alivio para enfermos de cáncer, esclerosis, glaucoma, artritis y otras dolencias para las que el humo de un barillo resulta reparador. Hasta hoy otros 13 estados han seguido el ejemplo de California. Y los pacientes “homeopáticos” se han multiplicado en medio de la risa de algunos médicos y la histeria de burócratas, amas de casa y evangelizadores de TV.
Poco a poco la mayoría de los usuarios de ganja en California descubrieron que ellos también estaban enfermos de tener que recurrir a las mafias de distribución y que preferían comprar su medicina con la tranquilidad de quien busca un antiácido. Así que buscaron un médico sin demasiados prejuicios, le explicaron sus problemas de migraña o insomnio o pérdida de apetito o depresión y obtuvieron su pasaporte al mundo de la marihuana legal. Hace unos meses un amigo me enseñaba su carnet de enfermo con una risa rozagante y contagiosa.
Las recetas médicas lograron entonces que muchos de los consumidores de marihuana, se dice que una tercera parte de quienes fuman habitualmente en California tienen su patente de corso, adquirieran el aire tranquilo y digno de respeto de los pacientes crónicos. En menos de 15 años se logró apaciguar un poco el viejo estigma de la marihuana surgido a comienzos del siglo XX en los estados cercanos a la frontera con México. Los oficiales de policía de la época hablaban de la “sed de sangre” que despertaba la yerba y “la fuerza sobrehumana” que otorgaba su consumo. Esa ficción es ahora una anécdota, pero aún se conserva la idea de que es necesaria la fuerza de los policías y la severidad de los jueces para que no se propague una epidemia de drogadicción y violencia alrededor del consumo.
Una comparación entre dos Estados gringos con muchas cosas en común y una política opuesta en el tema de la marihuana puede desmentir el grito de los alarmistas. California y Florida representan dos extremos en su visión y su legislación sobre el consumo de marihuana. Florida tienen las penas más altas del país, hasta 5 años de cárcel por tener menos onza de hierba en el bolsillo, y California acaba de convertir el porte de menos de una onza en una contravención menor que se tramita por fuera de los tribunales. Hace unos días una revista de Miami decía con sorna: “Florida es el Estado con las penas más altas, pero en la calle todo el mundo parece tocado.” El porcentaje de consumidores de marihuana en California y Florida es muy similar y se ha mantenido estable en los últimos cinco años. Una comparación entre los consumidores en Estados Unidos y Holanda también resulta diciente. Según un estudio de 2001 el 5.4% de los estadounidenses dijo haber consumido marihuana en el último mes, contra apenas un 3% de los holandeses que la consiguen sin exponerse a un arresto.
Si California se convirtiera en una gran Ámsterdam en el interior de Estados Unidos, tiene 36 millones de habitantes, es posible que su ejemplo diera una interesante lección al fundamentalismo antidrogas. Tal vez la sociedad norteamericana entienda mejor por medio de una experiencia exitosa de regulación, impuestos y orden administrativo que mirando con horror las noticias de Tijuana. Al fin y al cabo, siempre resulta más revelador un buen plon que dos pitazos paranoicos.


miércoles, 20 de octubre de 2010

martes, 19 de octubre de 2010

Ahí está pintado




Con gratitud es el título de una exposición que se exhibe por estos días en la Cámara de Comercio de Medellín. Un homenaje entre solemne y risueño al ex presidente Álvaro Uribe. Las obras fueron recolectadas en los consejos comunales y tienen la ingenuidad del artista popular que rinde homenaje al soberano. Es sin duda la mejor traducción del 70% de popularidad y de la forma como una buena parte del país entendió a un presidente que se refería a sus conciudadanos como “mijitos”.
Hay quienes repiten con insistencia que Álvaro Uribe es un gran estadista. Sin embargo en el recuerdo que dejan los artistas populares el ex presidente es sobre todo un curtido Caballista. Aparece con el gesto altivo del jinete en la estatua ecuestre pero con un semblante que más parece el de Vargas vil; está de niño en un caballo blanco recordando una famosa estampa de José María Córdova; luce impasible sobre la silla de montar mientras una Ingrid sollozante adorna el fondo en compañía de un par de palomas. Uribe nunca es un jinete desprevenido, con el aire cansado que deja una jornada en el mundo Marlboro. Por el contrario es un as de silla en constante exhibición, templado por el alarde y la demostración de sus destrezas. Un jinete de feria.
Hay también caballos suficientes para formar un establo presidencial: una cabeza equina en esmeralda de autor desconocido, por supuesto; un caballo formado con las letras Álvaro Uribe Vélez desde la cabeza hasta los cascos, en una de las patas se lee la fecha de un nuevo periodo presidencial; caballos en yute, en guadua, repujados en lata. Todos hacen parte de la actitud entre agradecida y suplicante que el peón del consejo comunal quiere dejarle como constancia a su capataz.
No podía faltar en la colección el Uribe político en pleno discurso en una plaza de pueblo costeño. Se ve desfigurado por la fuerza de sus gestos, se adivinan sus gritos que intentan mantener concentrada a una multitud que parece asistir a una corraleja. La letra infantil de las pancartas confirma el clamor de los espontáneos: “Uribe, el pueblo te quiere”. Dos edecanes locales, entiéndase barones curtidos, hacen las veces de guardia del orador principal y se ríen entre dientes. Pero quizá el más gracioso de los retratos sea el de un Uribe vestido de torero, con el gesto desafiante después de un muletazo, mostrando con un grito la superioridad sobre su enemigo de lidia. La arena no es un coso circular sino la silueta del mapa de Colombia.
Los motivos religiosos también abundan para un presidente que mostraba la cruz y recitaba los deberes católicos con juicio de catequista. Uribe está al frente del timón de un barco, con la mirada en un futuro de más o menos 12 años y tiene como brújula a nuestro señor Jesucristo, que le pone una mano sobre el hombro y le señala la vía del buen viento electoral. No es un cuadro para la solemnidad de una sacristía sino un juego sencillo para la fonda, encima de la pianola. Y está el Uribe como una aparición en medio del follaje de la selva colombiana. La imagen recuerda las espesuras de Henri Rousseau: un águila y una guacamaya tricolor sobrevuelan con desconfianza. La figura escondida del ex presidente aparece dibujada por cientos de hojas diminutas. La mata que retrata.
Ninguno de esos cuadros sufrirá las transformaciones que experimenta el retrato de Dorian Grey cuando su modelo hace de las suyas. Todos traen de fábrica su carga de anomalía y monstruosidad. Una exposición perfecta para uribistas y antiuribistas: los primeros la verán con la mano en el pecho. Los segundos con la mano en la barriga.

viernes, 15 de octubre de 2010

Crimen y castigo



Aquí va uno de los textos que resultó premiado. Apareció en el número 10 de Universo Centro.

Thanatos es el nombre de la personificación griega de la muerte no violenta, un nombre perfecto para una funeraria y sus enterradores de finos modales, cuervos de corbata y urracas de sastre y flor blanca. O para un grupo de Death Metal y sus alaridos del más acá. En cambio no parece muy apropiado para una patrulla militar. La referencia mortuoria puede generar escalofríos en los civiles. Pero un destacamento de las Fuerzas Especiales Antiterroristas Urbanas y Rurales adscrito a la IV Brigada decidió adoptar el nombrecito. Al fin de cuentas el sigilo y la mano imperceptible son características de la figura griega que los antiterroristas retoman en su bandera: “Livianos y Sorpresivos”.
Según la bitácora del Destacamento Thanatos sus nueve hombres llegaron al sector de El Pingüino en la vía a Santa Helena, en cercanías del Barrio La Sierra, el viernes 3 de junio de 2005 con la intención de cerrar un corredor de milicias y bandas armadas. El sábado 4 antes de caer la tarde se toparon con 4 sospechosos: “lanzaron la proclama de alto” y recibieron una respuesta de plomo. El combate no duró más de 15 minutos y dejó muerto a un joven N.N. entre 25 y 30 años. Un capítulo más de La Sierra.
Desde los tanques de tratamiento de EPM cercanos a la zona los empleados miraban con tranquila curiosidad. El movimiento les pareció más el atraco de un furgón de lata que un combate entre milicianos de las FARC y una patrulla del ejército. Los detectives del CTI llegaron para el levantamiento de rutina. Desde los tanques se advertía el flashaso sobre el cadáver boca abajo. Un disparo con orificio de salida en la cabeza, uno en el pliegue del cuello y otro el pecho. 180 casquillos de fusil al lado de los militares y tres vainillas de changón en la supuesta orilla de los malosos. No había mucho más que buscar. La casualidad hizo que la linterna de un detective encontrara una marquilla Puma desgarrada del cuello de la camiseta del occiso. “Qué recogió ahí”, dijo uno de los militares. “Nada”, respondió el tira.
Luego de la mala noche del viernes 4 de junio un hermano de Diego Alfonso Ortiz decidió pasar por la morgue para aliviar los malos presentimientos. Le dijeron que sólo había 2 cuerpos registrados como N.N.: un hombre de 55 años aproximadamente y un joven de 25 a 30 años muerto en combate en el barrio La Sierra. El hermano se devolvió tranquilo para la casa. Las señas del uno y las circunstancias de la muerte del otro no cuadraban con el oficio y los recorridos de Diego Alfonso.



La asistente del juez lee el expediente como si fuera un salmo interminable, sin énfasis, sin prisa, con un tono monocorde que adormece a las barras. Los protagonistas de la audiencia están encerrados en un salón estrecho con una larga ventana lateral que da al pasillo de entrada a los ascensores. Las novias y las hermanas de los soldados, arregladas como si estuvieran en una ceremonia de ascenso, se apoyan sobre el muro que mira el salón del juzgado y consuelan a sus hombres con los ojos. Les escriben notas con corazones, les entregan chicles para apaciguar el tedio. El aire de alumnos aburridos de la escuadra militar me recordó a los protagonistas de la famosa A sangre fría de Truman Capote: “…tanto Smith como Hickock afectaron en la audiencia una actitud a la vez indiferente y falta de interés: mascaban chicle y golpeaban el suelo con lánguida impaciencia.”
En el otro extremo de la ventana está la familia de Diego Alfonso Ortiz. Se arrullan con los argumentos del juez mientras intentan descifrar a los hombres de camuflado: buscan sus apellidos en el uniforme, miran sus manos, se concentran en un águila tatuada en el dorso de la mano de uno de ellos, en una cicatriz en el cuello, en los ojos que retan o huyen. “Aquel más joven parece mirar con desconfianza a sus compañeros, el otro del extremo parece querer decir algo, habrá entre ellos algunos inocentes…”



La fiscal está convencida de que los militares mataron a Diego Alfonso Ortiz en estado de indefensión. Los trabajadores de los tanques contradicen el relato según el cual los militares llevaban dos días en la zona del supuesto combate. La desproporción entre el poder de fuego de los militares y los milicianos imaginarios es otro de sus argumentos para hablar de un montaje que intenta disfrazar un homicidio. La posición del cuerpo no la convence: luego de tres impactos de fusil no es normal que el cadáver haya quedado de cara al suelo. Además los militares han caído en pequeños desacuerdos en sus testimonios. La defensa alega que el supuesto vendedor de varitas de incienso y bolsas de basura era en realidad un peligroso delincuente. Saca a relucir los problemas de Diego Alfonso Ortiz con las drogas y su visita a un juzgado por violencia intrafamiliar.
La familia del supuesto miliciano decide asumir las tareas de detectivismo. Recogen firmas de habitantes del barrio La América y sus alrededores que declaran haber conocido al muchacho como un vendedor de bolsas de basura y varitas de incienso. Reconstruyen el sábado 4 de junio con el celo de los relojeros. Un busero, compañero de trabajo de un hermano de Diego Alfonso, asegura haberlo dejado en la calle 35 con la carrera 88 hacia la 1:00 P.M. Colgado de la puerta le dijo que iba a ver el partido de la selección Colombia contra Perú con un amigo y que ya las ventas estaban cerradas. Su amigo vio solo el 4-0 de Colombia frente a los Incas. El señor de una tienda cercana también declaró haberlo visto al medio día de ese sábado al tiempo que confirmó la conversación sobre el juego de la tarde. También hicieron el papel de peritos químicos. La defensa aseguró que los rastros de Plomo, Bario y Antimonio en la mano derecha del joven Ortiz demostraban que había disparado el changón contra los militares, su hermana logró certificar que las trazas eran de Sándalos y otros aromas traídos desde Bombay y Bangalore hasta El hueco.



El remordimiento de un testigo de oídas terminó de construir la certeza del juez 21 Penal del Circuito de Medellín. La historia la contó Mauricio Vallejo, un prestamista gota a gota y vendedor de ropa en La América, entre víctima y amigo de algunos miembros de la banda Los Cucas dedicada a las extorsiones, los atracos y la plaza con todos los juguetes en el sector. En medio de una farra de tienda dos pillos de la banda le contaron la vuelta: “Mataron ese hijueputa, apareció como un guerrillero y le pusieron un changón esos hijueputas”. Todo empezó con el decomiso de un fusil a la banda de los Cucas. Luego de algunas idas y venidas se llegó a un “pacto de caballeros”: los soldados devolvían el fusil y los pillos les entregaban unos pesos y un “positivo”. Diego Alfonso Ortiz, con sus revoloteos de vendedor, sus problemas de drogadicción y su nula pleitesía a los mandones, resultó ser el personaje perfecto para el cruce. Lo subieron con engaños a un Mazda Coupe blanco en cercanía del parque del ajedrez, lo entregaron a los soldados y luego de 4 horas que son un misterio y una tortura para la imaginación, el pelao apareció con tres tiros propios y una gorra y un changón ajenos. Luego de tres años del homicidio, cansado de ver la cara de los 2 hijos de Diego Alfonso Ortiz, Mauricio Vallejo decidió declarar y entró al programa de protección de testigos.
La marquilla Puma fue la cereza para adornar la sentencia a 26 años de cárcel por homicidio agravado para cada uno de los militares del destacamento Thanatos. Muy poco sutiles para semejante nombre. El hecho de estar desprendida de la camisa, intacta, sin rastros de sangre, demostró que hubo un forcejeo previo a la ejecución. Era el momento para que la sentencia exhibiera el estilo solemne de los tratadistas: “El culpable ignora, por lo general, la existencia de estos testigos mudos, o los considera de ninguna importancia; además no puede alejarlos de sí o desviarlos; los mismos clavos de la suela de sus zapatos señalan su paso por el lugar del delito y el botón caído en el mismo sitio suministra un indicio vehemente”. Al final un mamarracho tranquilizador encima de palabras que suenan como un justo golpe del martillo: “notifíquese y cúmplase”.

martes, 12 de octubre de 2010

Inteligencia paralela





Luego del escándalo que le costó la caída al presidente Nixon en agosto de 1974, el periodista norteamericano Norman Mailer dedicó algunos artículos a explicar la trama de espionaje político, escuchas ilegales, falsas auditorías de impuestos y otros juegos desarrollados por el equipo del presidente.
En el calentamiento de una entrevista con John Ehrlichman, asesor de asuntos internos de Nixon, quien fue condenado por conspiración y obstrucción a la justicia, Mailer deja caer algunas impresiones sobre lo que podría llamarse el trasfondo de los abusos ejercidos desde la Casa Blanca. Por ejemplo, al escuchar al asesor entregando sus declaraciones a la comisión investigadora, dice Mailer: “Su actitud llevaba implícita la sugerencia de que política y moral no se destacaban precisamente por su afinidad, y que una confrontación política debía parecerse más a un partido de fútbol que a una reunión religiosa”. Casi 40 años después muchas de las reflexiones que se hicieron en Estados Unidos por el gran escándalo político del siglo XX, le cazan más o menos bien a nuestro más mediocre alboroto de espionaje y abuso desde el Palacio Presidencial.
Solo que a nuestro espectáculo le falta peso. Según Mailer, Ehrlichman tenía el tipo del boxeador irlandés: alegre de tener en frente la posibilidad de una buena pelea, confiado de sus golpes de astucia, listo para exponerse en busca de la oportunidad de un KO. En cambio, Bernardo Moreno parece apenas el ayudante cansado que pasa la esponja sobre la cara de su boxeador luego de cada asalto. Un hombre de secretos de esquina. Tan silencioso en los tiempos de poder como en los de pudor. Toca ir hasta el banquillo del jefe, peleador profesional, para ver retratado el orgullo de Ehrlichman, el orgullo que se puede lucir luego de tres rounds malos: “…no sabía pedir disculpas y sin duda tenía muy claro que la mejor defensa es un buen ataque”.
Otras apreciaciones de Mailer sobre el asesor en vías de ir a la cárcel, sirven para intuir las razones de algunos comentaristas cínicos y para filar frente a la báscula a hombres de la cuerda dura del Ex-Presidente: Fabio Valencia, José Obdulio Gaviria o Luis Guillermo Giraldo: “Señores, ustedes pueden detestar a Nixon y se pueden burlar de mí, pero no pretendan que estos pecadillos de Watergate sean algo serio, cuando todos sabemos que la política es una actividad tan sucia como el resto de la vida, y que solo somos jugadores que eligen una y otra vez campos en un juego cuyas reglas nunca se respetan.” Incluso algunos opositores comprensivos creen que se trata con demasiado ruido una vieja costumbre sigilosa.
Mailer sostuvo durante mucho tiempo que el Watergate había comenzado con un misterio y había terminado con varios. Demasiadas declaraciones de “hombres que parecen honestos y son espías”. Leer los expedientes se parecía a mirarse durante largo tiempo en un espejo, hasta que la imagen se hace incomprensible, ajena al estado de ánimo, extrañamente engañosa. Nuestro escándalo parece más sencillo aunque no más inocente. En un primer momento toda la historia del Watergate estaba tan agujereada que era imposible contarla en una narración. Solo se podía pegar un arrume de declaraciones y aventurar algunas conjeturas. Pero al entornar los ojos se dibujaba un contorno suficientemente revelador: “si falta la mitad de las piezas de un rompecabezas, es probable que, no obstante, algo se pueda reconstruir. A pesar de sus huecos, la imagen puede resultar más o menos identificable.”


martes, 5 de octubre de 2010

Marilyn rima





El desorden de papeles acumulados en un cajón, rayados en las esquinas, anotados al azar, tachados, puede entregar una interesante versión de un cerebro agraviado y misterioso. Un backup para calmar la curiosidad y los prejuicios. Acaba de abrirse el cajón que se suponía vacío con el revoltijo que Marilyn Monroe escribió en cuadernos, facturas, recetas de cocina, cartas a sus médicos y libretas de hotel. Dicen que se encontró una mezcla de reflexiones insomnes, boletas rasgadas, versos, citas entrañables y canciones cursis. Y según parece la sorpresa resultó mayúscula. Aseguran que la encarnación de la rubia hueca podía tener momentos de genialidad poética, que pensaba más de la cuenta y escondía algunos de sus atributos.
En las noches de desvelo, mientras medio mundo soñaba con sus hazañas sexuales, Marilyn Monroe escribía sobre el pequeño caos de su cabeza, como una adolescente que intenta entenderse, pero esquivando los lugares comunes y la trivialidad: "Vida - / soy de tus dos direcciones / De algún modo permaneciendo colgada hacia abajo / casi siempre / pero fuerte como una telaraña al / Viento - existo más con la escarcha fría resplandeciente. / Pero mis rayos con abalorios son del color / que he visto en un cuadro -ah vida / te han engañado". Si dicen que Ingrid pudo escribir la noticia de un secuestro con el tono de un ensayo íntimo por qué dudar de Monroe como poetisa enmascarada.
El escritor italiano Antonio Tabuchi es el encargado de prologar la edición que está apunto de salir con los papeles de la rubia pasados en limpio. Habla de una personalidad “intelectual y artística”. Y entrega un interesante diagnóstico clínico 47 años después del suicidio: “La imagen que Marilyn ha dejado de sí misma esconde un alma que pocos sospechaban. De gran belleza, es un alma que la psicología barata calificaría de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado”.
Me impresionó uno de sus poemas con el puente de Brooklyn como tabla de salvación frente a las intenciones de suicidio. Ese mismo puente que fascinó a José Martí: “…se sienten, en presencia de aquel gigantesco sustentáculo, sumisiones de agradecimiento, consejos de majestad, y como si en el interior de nuestra mente, religiosamente conmovida, se levantasen cumbres”; a Maiakovski: “Si llegase el fin del mundo, / el caos pondría el planeta patas arriba / y sólo quedaría este puente encabritado sobre el polvo de la ruina…”. El mismo desde el que Ginsberg vio caer a las mejores mentes de su generación, “Quienes saltaron del Puente de Brooklyn esto realmente sucedió y quedaron desconocidos y olvidados en el aturdimiento fantasmal de los callejones de sopa y camiones de incendio de Chinatown, ni siquiera una cerveza gratis.”
Lo de Monroe resulta menos grandilocuente y más conmovedor: “Ay maldita sea me gustaría estar / muerta -absolutamente no existente- / ausente de aquí de / todas partes pero cómo lo haría / Siempre hay puentes -el puente de Brooklyn / Pero me encanta ese puente (todo se ve hermoso desde su altura y el aire es tan limpio) al caminar parece / tranquilo a pesar de tantísimos / coches que van como locos por la parte de abajo. Así que / tendrá que ser algún otro puente / uno feo y sin vistas -salvo que / me gustan en especial todos los puentes –tienen / algo y además / nunca he visto un puente feo-”. Norman Mailer lo había advertido, Marilyn Monroe era “una poeta callejera intentando recitar sus versos a una multitud que le hacía jirones en la ropa”.