miércoles, 27 de junio de 2012

El estado de objeción









Al fin se reencontraron Uribe y Santos. Luego de casi dos años de diferencias han coincidido en una motivación última y una estrategia política, aunque los sigan separando sus amigos y sus maneras. El articulito los ha puesto de perfil y de verdad que las siluetas coinciden. Colombia ya puede ir buscando un término para los escándalos que vendrán por cuenta de la vocación de servicio de ocho años de sus presidentes. Antes las cosas eran más sencillas, se trataba tan solo de aprobar el presupuesto y las peleas tenían arreglo. En época de Pastrana, siendo Santos ministro de hacienda, Uribe lo acusaba de haber comprado al Congreso con los puestos y las zalemas de siempre. Eran cosas del día a día.

Pero ahora está en juego un periodo presidencial y todo se complica. Los Uribistas podrán alegar que su hombre fue mejor negociador a la hora de abrir la puerta para ampliar su mandato. A cambio del articulito entregó apenas una burocracia de segundo orden y algunos “subsidios”: Dirección Nacional de Estupefacientes, Notarias varias, Invias, Fondelibertad, Findeter. Uribe tenía -y tiene todavía- un poder que Santos anhela y difícilmente conseguirá: fervor entre sus electores. De modo que podía cambiar el apoyo a sus ambiciones por el reluciente cartel de sus Consejos Comunitarios y sus correrías de eterno candidato. Sus abrazos valían oro.

Santos en cambio solo puede ofrecer los atributos del poder, no los del candidato. De modo que llegó al Congreso, con sus deseos irresistibles de ser aceptado por todos, y fue entregando porciones a cada uno de los interesados. En el lenguaje de las intensiones se llama “buscar consensos”, en el de los hechos se le conoce como “componendas”. Santos no tenía que cambiar la Constitución para reelegirse, pero sus cálculos políticos y sus temores electorales lo convencieron de que el silencio del Congreso bajo la unanimidad nacional y la venia de las Cortes eran indispensables. De modo que terminó entregando buena parte de los controles y sanciones constitucionales a quienes ejercen el poder. Todo mientras hablaba de biodiversidad en Río de Janeiro. Las virtudes de la desconfianza indican que es mejor ocuparse de la diversidad política del Congreso en la media noche de las reformas constitucionales.

Cuando el escándalo era inevitable el Presidente acudió al peligroso “estado de opinión” de Uribe. Dijo entre otras que el derecho no puede ir contra la lógica y que debe estar vinculado a las realidades políticas. Antes había dicho que los compromisos de su gobierno estaban por “encima de todo”. Estuvo cerca de hablar de su lucha “contra la corrupción y la politiquería”. Es cierto que Santos está “horrorizado”, pero no tanto con la reforma como con la posibilidad de un futuro cercano en los desiertos de Twitter.

En últimas, los escándalos súbitos de los gobiernos Uribe y Santos, surgidos cuando se respiraba un clima de aprobación general y la oposición era apenas un murmullo, no son más que una alerta frente a los riesgos de la unanimidad en el Congreso y los medios. El aplauso convence a los gobiernos de sus amplísimas potestades, los impulsa más allá de sus límites hasta que resulta demasiado tarde. Ahora Santos y Uribe están frente a frente y con las armas comunes a todos los políticos. A nosotros nos corresponde la desconfianza sobre los dos bandos.





miércoles, 20 de junio de 2012

Abogar por el diablo







“S.O.S por la salud en cuidados intensivos”, “Se cerrará el Lorencita”, “La salud, barril sin fondo”, “Denuncian muertes por mala atención en hospitales públicos”. Los titulares transcritos podrían corresponder a las noticias del último año, pero están en las páginas de periódicos ya desteñidos, impresos entre 1993 y 1994, cuando el régimen de Salud colombiano cambiaba su rumbo luego de la maldecida ley 100. La crisis ha regresado y los titulares se repiten. Pero la indignación y la presión de los medios no pueden hacernos olvidar que estamos en otros tiempos, mejores sin duda, y que es tarde para la nostalgia por las viejas enfermedades.

Los alardes anticorrupción del gobierno, con cifras desmesuradas y puestas en escena estrambóticas, la retórica contra todo lo que huela a empresa privada por parte de algunos políticos e ideólogos con estetoscopio, la corrupción real de algunas EPS, la ineptitud de Diego Palacio en sus tareas por fuera del referendo reeleccionista y los casos de cada semana en las afueras de las salas de urgencia, han terminado por descalificar a todo un sistema. Sobra decir que las palabras, incluidos por supuesto los lugares comunes, han sido más atendidas que las cifras. Una herida abierta vale más que mil curvas y porcentajes.

Intentaré entonces soltar una colección de números que puedan servir en este debate hecho casi siempre con palabras. En 1993 entre el Instituto de Seguro Social y los privados se atendía al 34% de los colombianos. Los demás debían debatirse entre los hospitales de caridad y los paños de agua tibia. En ese mismo año el 91% de los colombianos más pobres decía haber pagado con su propio bolsillo la última hospitalización requerida. Hoy en día el 85% de los recursos con los que funciona el sistema de salud son públicos. El promedio de aportes del Estado a la salud en América Latina es del 54%. Y es por eso que, aunque para algunos pueda resultar gracioso, el sistema de salud colombiano ha sido reconocido como uno de los más solidarios del mundo. Solo el 6.4% de los gastos totales de salud sale directamente del bolsillo de los pacientes. Casos en los que la gente prefiere, por urgencia o comodidad, comprar los medicamentos, buscar la cita o pagar la intervención sin acudir a los formularios de rigor.

Hasta el año 2006 el sistema colombiano funcionó más o menos bien con aportes que rondaban, igual que hoy en día, el 7.5% del PIB. La debacle vino de una combinación de ineficiencia administrativa del Estado y oportuna corrupción de unas cuentas fichas. La parálisis del Ministerio de Protección movió las intenciones negras de algunos intermediarios privados, funcionarios públicos y directivos de EPS. La no actualización del Plan Obligatorio de Salud (POS) durante casi 13 años creo una zona gris que perjudicó a pacientes, EPS serias y hospitales públicos. Solo dejó oportunidad para algunos hombres de escritorios y planillas y maletines en todas las instancias. Ahí están los famosos recobros y los enredos del Fosyga. Ahí también llegaron los jueces como administradores de salud ante la falta de claridad sobre los cubrimientos obligatorios. La tecnología en salud se mueve tan rápido como en comunicaciones y el sistema funcionaba con las panelas de 1993 mientras se recetaban tratamientos con ipad.

No vale la pena llorar por la muerte del I.S.S. ni porque marcaron la bata del viejo médico de consultorio privado. Es imposible superponer paraísos y clínicas. No se logra. Y mucho menos mirando hacia atrás.









martes, 12 de junio de 2012

Hipótesis electoral



 

 
Seis meses antes de las elecciones presidenciales de 1998 Luis Carlos Villegas le trajo de regalo a Andrés Pastrana una razón desde México: las Farc estaban dispuestas no solo a la negociación sino a la paz. Los adelantos militares de la guerrilla, la sin salida del gobierno Samper y la esperanza intermitente en la negociación componían el clima perfecto para un nuevo intento. Unos meses antes Juan Manuel Santos se había adelantado con una propuesta de despeje para instalar la mesa. Lo que siguió fueron dos reuniones con Manuel Marulanda en junio de 1998, una de Víctor G. Ricardo como enviado de Pastrana y otra del mismísimo candidato conservador para trabar algunos compromisos. Las Farc entregaban un peso definitivo a la balanza electoral del momento. No se podía mostrar la foto con Tirofijo en un cartel de Pastrana Presidente, pero el mensaje era claro.

Pastrana quedó a merced de las Farc. Había sido elegido para hacer la paz y cualquier resultado distinto lo descalificaría. Estaba en manos de Cano, Márquez, Jojoy y demás. Y de una cuenta regresiva de 4 años que solo corría para una de las partes. Los engañados éramos todos, pero el Presidente era el socio mayoritario, el representante legal y el fiador en ese peligroso negocio. Ahora parece innegable que Santos está trabando sus primeros contactos. Como pruebas se exhiben los riesgos políticos del gobierno para aprobar una reforma a la Constitución que despierta por adelantado a un gran contendor electoral, y la renovada actividad diplomática de la guerrilla en Europa. Si Juan Manuel Santos no tuviera la posibilidad de mirar por la cerradura de las Farc, difícilmente habría peleado con tanta garra el llamado marco jurídico para la paz.

Santos quedará entonces en la bandeja de los negociadores guerrilleros como Presidente y como candidato. Será mucho más vulnerable que Pastrana. Arriesgará no solo el juicio definitivo sobre su presidencia sino la posibilidad de ser reelegido en 2014. Falta algo menos de 18 meses para que estemos en campaña presidencial y muy seguramente la guerrilla alargará sus tiempos para negociar con un hombre bajo el peso del Estado y sobre la inestable cuerda de una campaña. En las elecciones pasadas Santos sintió el golpe cuando Noemí Sanín lo acusó de ser el cerebro de la zona del Caguán. El candidato respondió con toda desde la orilla de la mano dura que encarnaba en ese momento: “precisamente porque esos bandidos de las Farc se han burlado del pueblo colombiano. Por eso es que hoy hablamos de no despeje y de no cederles un solo milímetro en materia de seguridad”. Las respuestas serán mucho más difíciles cuando el opositor sea Uribe y Santos deba explicar un proceso que tendrá de por medio leyes estatutarias, víctimas insatisfechas, ONGs acuciosas y militares inconformes.

En el aire no se respira el mismo clima unánime por un proceso de paz que llevó a Pastrana a quemar las naves. Los empresarios que fueron algunos de los más entusiastas en el Caguán, ahora son solo espectadores recelosos. Los políticos jugarán como siempre según la intuición y la oportunidad. Y qué decir de los militares. En 1999 el anuncio de un despeje indefinido por parte del presidente Pastrana causó la renuncia del ministro de defensa Rodrigo Lloreda y estuvo cerca de llevar al retiro a la mitad de los generales del país. Santos deberá sortear las zancadillas de sus adversarios políticos, de sus nuevos mejores amigos, de su contraparte en la mesa, de sus hombres de uniforme y de una buena parte de la opinión que cree que es mejor tragarse la bendita llave.


martes, 5 de junio de 2012

Patrón de novela




Bajo el vidrio de mi escritorio me sorprende uno de los recortes de prensa que he ido guardando según mi entusiasmo de coleccionista. La verdad es que esa afición ha perdido el filo a la par de las tijeras. “Auto de detención a P. Escobar”, se lee en la pequeña nota que reseña al juez décimo superior de Medellín y señala el posible homicidio de 2 agentes de Seguridad y Control en marzo de 1977. Pablo Escobar es un fantasma que rondará la memoria de esta villa por muchos años, como antes rondaba las notarías, los clubes, las fincas y las oficinas públicas.

En la repisa de mi biblioteca me encuentro con una estatuilla que lo representa con vestido habano, camisa rosada y corbata gris. El gesto del muñeco de cerámica muestra el esfuerzo que hace para sostener su disfraz de político de provincia. Parece contener la risa apenas con la ayuda del bigote frondoso. Hace unos años un artista local hizo cientos de ellos para que cada quien lo adorara, lo estrellara contra el piso o lo usara como una pequeña ironía de repisa. El Pablo reciente de la televisión ha terminado por revivir los recuerdos y las historias de todo el mundo en Medellín. Y casi es seguro que todos los mayores de 35 años tienen una anécdota, propia o por interpuesta persona, que los acerca al capo. Y una versión de la historia. Por eso no creo en los reproches indignados contra la serie. El relato de Caracol no servirá para despistar al país sobre la maldad del asesino mayor. Será apenas una adaptación más de las miles y miles que se han construido sobre Escobar. Unas más certeras que otras. Todas necesariamente incompletas. Nadie puede pretender sacar el Copyright de un mito.

Hace unos días en la barra de un bar un hombre que fue piloto de esos tiempos me contaba su vida en el edificio Gusgavi en el centro de Medellín. Una especie de aparta hotel para hombres cercanos y estudiantes foráneos que juntaba dos sueños de la mafia: lujos en el interior y sordidez ambiente en las afueras. Servicio de comedor a las habitaciones y neveras con hielo en los corredores en medio de un enjambre de putas y ladrones. Gustavo Gaviria era el regente de ese nuevo desarrollo urbano.

Un amigo me suelta su primera visita a la Hacienda Nápoles siendo estudiante de una vereda en el municipio de San Luis. En el recorrido el ejército los detuvo y los hizo bajar para ver los cuerpos de dos guerrilleros muertos. Fue la introducción para la aventura salvaje que estaban por descubrir. Otro me dice tener grabado el testimonio de una señora que recibió a Escobar en sus primeras visitas al Magdalena Medio. La señora les cocinaba primero a 5, luego a 10, más tarde a 20 hombres liderados por Escobar haciendo de colono. Uno más festivo me recuerda el concierto sorpresa de Raphael en Caldas, en medio de un aguacero sonoro sobre la bandada de mariachis. Pablo Escobar presidía por los laditos. Mientras juega Colombia un compañero se distrae y me promete una letra de cambio que Escobar le firmó a su mamá por la venta de una casa a finales de los setenta. Uno más imaginativo me dice haberlo visto tomando aguardiente en un taxi al frente de una reconocida legumbrera de Llanogrande. Cuando ya era un hombre buscado en bloque. Cuando creo que ha sido suficiente me llama el hijo de Humberto Coral, uno de los policías que comandó el operativo para dejar al Patrón dormido en un techo. Su papá fue asesinado 5 meses después a solo unas cuadras de donde cayó Escobar. El capo seguía matando después de muerto.

No vale la pena esconder los fantasmas, mejor revivirlos, que revoloteen de nuevo, así asusten. Claro, serán imprecisos, etéreos, deformes. Así son los muertos.