martes, 31 de enero de 2012

Visita isleña




La llegada a la ciudad de un pescador de langostas, acostumbrado a vivir de llenar sus pulmones y usar un gancho con destreza entre los corales, tiene siempre tintes dramáticos y cómicos. Dependiendo de los ánimos de cada día, y de las inclinaciones hacia el atril de la indignación o el trono de la risa, uno puede elegir como género la caricatura o el novelón con la ciudad como arpía de reparto. Me he decidido por la historieta porque el isleño, recién llegado de Providencia, tiene el perfil perfecto para el dibujo: flaco, parsimonioso, dedicado a oír sin preguntar, tocando los 1.90 con su greña que cae ordenada. Una crayola negra servirá para su esbozo.
Sus primeros inconvenientes son con un soroche a 1600 metros de altura. Sucede que L. está acostumbrado a trabajar a menos 10 ó 15 metros y le falta el aire en estas montañas menores. Los médicos le ponen su estetoscopio en la espalda y oyen un fuelle vigoroso y un eco profundo. No les queda más que una recomendación trillada: “camine de mañanita; duerma luego; báñese; beba bien; coma bien; cuídese mucho…” Pero L. no puede comer bien. Lo aburren los pescados hundidos en el hielo que ofrecen los supermercados y se dedica más de la cuenta a la pizza y otras masas de cafetería. Cuando ha logrado respirar sin dificultad, el estómago comienza a hablarle en forma de mareas que van y vienen.
La dieta de aires y sólidos ha mejorado y comienza la búsqueda de algunos humos que acompañen el hollín. En las plazas autorizadas L. es recibido con regocijo: palmadas en la espalda, descuentos, degustaciones, pulgares arriba, estribillos de Marley. Todos quieren convertirlo en su enseña comercial y oír una opinión sobre el producto en su voz autorizada, aceitada con el acento del inglés y la vacilación. Pero la publicidad no es una opción para los señores de la plaza, al menos no más allá del rumor de boca en boca. De modo que la imagen de L., sus fotos de mirada retadora frente a la cámara, están guardadas en las agencias de modelaje que alimentan las ferias de moda. Hasta ahora todo han sido suspiros y silencios.
Los problemas llegan con los hombres en uniforme. Así como L. prende las alarmas de complicidad frente a las busetas cargadas de colegiales, hace sonar la sirena de peligro ante al prejuicio de celadores y policías. Un hombre negro, con el pelo largo, el ceño grave, sin celular ni bambas se mueve en lugares donde cunde la paranoia y la uniformidad. En la universidad Pontificia un celador lo conmina a salir porque no tiene carné. Mientras espera que su novia termine de dictar clase es el único en ser visitado por celadores acuciosos. Caminar con dos guardas a la espalda hasta la puerta es la condena impuesta. En las afueras de los supermercados y los centros comerciales el turno de requisa es para los policías. Miran su cédula con asombro, tocan sus bolsillos, omiten el porro y sueltan la sentencia burlona: “No tiene nada, ni monedas”. Saliendo de recoger un giro un celador en patineta eléctrica le suelta un ladrido: “Señor, aquí está prohibido pedir limosna”. “Cuál limosna -contesta L.-, yo no sé que es eso. Yo conocí los gamines aquí en Colombia”. El celador acelera su patineta.
L. solo tiene un amigo de la isla en Medellín. Su paseo consiste en sacar los perros de M. y tomar te verde en las mañanas. De vez en cuando se aventuran hasta las cumbres borrascosas de Santa Elena a mirar la ciudad, como quien acaba de sacar la cabeza del agua y se levanta la careta. Después del medio día deben volver. Los esperan sus profesoras y regentes en la casa.

martes, 24 de enero de 2012

Combos pasajeros




En los últimos 2 años han sido asesinados 14 buseros en Medellín. Esas muertes que caen al azar hacen parte de una advertencia, un escarmiento general por desobedecer el “peaje” que se ha ido convirtiendo en regla. Al inicio del año algunas voces se quejaron del reajuste de 10 o 20 mil pesos en los “aportes” semanales que cobran los “muchachos” desde la escala o en los parqueaderos. Fue más un reclamo resignado por el alza excesiva que una denuncia por extorsión. Esa palabreja no existe en las planillas del transporte en la ciudad. Es mejor usar cuota. Y se expone menos.
El nuevo secretario de gobierno de Medellín ha hablado de infiltrar policías en los buses, instalar cámaras, institucionalizar el pago con tarjetas y tiquetes para que los choferes no manejen efectivo. Y cada tanto los comandantes de policía le piden al gremio y a los ciudadanos denunciar a los combos que hacen el cobro. Esas ideas y peticiones nos hacen imaginar que la trama de extorsión que deja muertos y buses quemados cada mes es sencilla: un grupo de pillos se paran en las rutas y en las zonas de despacho para desangrar con una cuota diaria a los transportadores. Cuando no se paga lo debido, desangran a los buseros. Tenemos entonces las víctimas en el sector transporte y los victimarios en las curvas, las oficinas y las terrazas. Y un Estado incapaz de proteger a los propietarios.
Pero desde hace unos meses el asunto ha comenzado a complicarse. La trama se enreda y por momentos dueños y victimarios se confunden. Hace poco algunos conductores hicieron un paro por los cobros excesivos, una especie de multas, que se imponían desde las empresas por retrasos y otras faltas. Lo que en la jerga de buseros se llama “caídas”. En algunos casos los mismos pillos que cobran las extorsiones se encargaban de hacer efectivas las multas y de apretar las clavijas de los conductores. Empresas como Transportes Medellín tienen, según algunos accionistas minoritarios, una combinación de todas las formas de lucha con un departamento de seguridad legal y una banda que sirve para hacer vueltas de la mano de fierro de los combos.
En las elecciones pasadas el alcalde mencionó al señor Gabriel Posada, uno de los accionistas mayoritarios de Transportes Medellín y Castilla, como un hombre que ha consolidado su poder en el sector de la mano de las bandas de la comuna 5 y 6. Algunos socios minoritarios apoyaron esa versión e incluso se insinuó un paro de transporte que respaldaba los cuestionamientos a Posada. Al final todo se silenció por obra de Ferney, uno de los fuertes en la extorsión en el centro de la ciudad.
El problema de la extorsión al transporte en Medellín tiene que ver con el poder de una mafia. Las vacunas han servido para quebrar pequeños propietarios e imponerles la venta de sus cupos o sus carros. El tránsito ha sido inmanejable a pesar de la voluntad del alcalde Salazar. Algo se avanzó desde que Jorge Enrique Vélez viajaba con Gabriel Posada a Brasil siendo Secretario de Tránsito, pero todavía es imposible tomar decisiones sin que los dueños del negocio sepan y tranquen los propósitos oficiales. Las cifras respaldan el poder de quienes se confunden entre víctimas y victimarios. Transportes Medellín tiene cerca de 520 buses que pagan cada semana 148.000 pesos de “cuota”. La multiplicación llega a los 76.000.000. Una registradora que entrega el poder para adueñarse las registradoras legales y los encargados de vigilarlas.

martes, 17 de enero de 2012

Es hora ya de acostarse





En mi adolescencia en Medellín los toques de queda los imponía la mafia. Dos o tres matanzas indiscriminadas en bares y discotecas fueron suficientes para que la ciudad oscureciera un poco más temprano y la gente se arrullara detrás de las cortinas con el silbato de los celadores. Entre quienes por esa época estábamos terminando el bachillerato se ha convertido en un lugar común la nostalgia de las fiestas obligadas en las casas de los compañeros. Fiestas hasta el amanecer que tenían la triste consecuencia de ser casi totalmente masculinas. Las mujeres se reunían por su lado bajo el ala de alguna madre. De modo que el miedo transformó parte de la escandalosa fraternidad colegial.
Ahora la sirena que marca el momento de acostarse es manejada por la policía de la mano de las autoridades civiles. Y aunque en principio podría pensarse que es un logro que el Estado retome el monopolio legítimo de las trasnochadas, es mejor pensar dos veces la tarea de una secretaría de gobierno intentando amarrar a los jóvenes a la pata de la cama. El nuevo alcalde de Cali acaba de decretar, en algunas comunas de la ciudad, toque de queda para menores de edad entre las 11 de la noche y las 5 de la mañana. El jefe de policía quiere ir un poco más acá y acostar a los muchachos desde las 9:00 P.M. No aclaran si los dejarán ver películas con escenas de sexo y violencia moderadas.
La intimidación de los mafiosos tenía al menos un componente democrático: el miedo era decretado para todo el mundo. En Cali, la ciudad es peligrosa para los adolescentes de algunos barrios. Algo que muy pronto se traduce en que los adolescentes de algunos barrios son peligrosos. Lo que dice ser una medida de protección termina siendo sobre todo una manera de señalar. La frase del comandante de policía es escalofriante. No me lo quisiera encontrar de noche: “En dos semanas extendemos el toque de queda a seis comunas y la idea es ir avanzando en la medida en que seamos coherentes, persistentes y fortalezcamos la disciplina social para que entre todos hagamos de esto una cultura”.
De modo que la policía quiere hacer entender a los padres y a sus hijos que la ciudad es intransitable después de las 11 P.M. Cuando se avance culturalmente se podrá lograr que el miedo y la prohibición de sentarse bajo un farol se impongan desde dos horas antes. Hacer que los policías se dediquen a vigilar y “reseñar” jóvenes que realizan comportamientos socialmente inofensivos no es solo una tontería sino un atropello. Siempre que el Estado intenta dictar cátedra sobre las conductas que deben fijarse de puertas para adentro termina siendo torpe en el mejor de los casos y tirano en el peor. Sería más útil utilizar los recursos públicos para luchar contra la inasistencia escolar que contra la asistencia de los jóvenes noctámbulos a las calles. Para atacar uno de los tantos problemas reales.
Casi 2000 jóvenes murieron asesinados en Cali el año pasado. Una cifra que justifica las alarmas pero no las medidas desesperadas. A los pelaos que están en la delincuencia no los asustan las penas del código de infancia y adolescencia, mucho menos los va a detener una reconvención policial por trasnochadores. Durante el primer fin de semana de la medida se presentó un homicidio menos en los barrios con policías haciendo de prefectos de disciplina. El entusiasmo es total. La casa por cárcel para los jóvenes puede ser una idea contagiosa. El capellán mayor ya trinó desde su púlpito: “Todo "libre desarrollo de la personalidad" qué tristeza: encuentran 500 niños en fiesta electrónica de Pereira con licor y estupefacientes.”

viernes, 13 de enero de 2012

Tierra de condenados

De nuevo una saga criminal ha puesto al país a aventurar teorías sobre el control mafioso en algunas regiones. Los clanes son parte de nuestros mitos en la violencia y la política. El entierro de un capo caído entre rancheras y botellas un primero de enero -se agradece algo de color local- logró despertar la curiosidad sobre un apelativo que hacía parte de la rutina judicial: Los Urabeños son ahora un interrogante que vale la pena responder con más perspectiva que la simple pugnacidad política que genera la ley de justicia y paz.

Se ha regado tinta buscando descifrar por qué Urabá fue uno de los principales fortines políticos de las Farc, a qué se debe que la casa Castaño haya expandido su reino bajo la sombra de los platanales de la región y cómo se explica que un Don corriente de Necoclí se convirtiera en Patrón con influencia en más de 100 municipios. El Atrato como camino expedito e inexpugnable será siempre una respuesta apropiada. Pero para entender el país de Don Mario, El Alemán y los hermanos Usuga, entre tantos otros, conviene mirar algunas otras historias de esa esquina rica en dones y tragedias según un lugar común que la acompaña desde el siglo XVI.

La codicia ha señalado esa esquina desde que los mapas de la colonia la nombraban como Culata D´Urava. Hasta los escoceses se aventuraron a esos fangales con la idea de poblar la región y fundar un reino imposible, Nueva Caledonia. Muy pronto los españoles y el “morongoy, el mosquito más sañudo y sanguinario”, los hicieron retroceder. Pero dejémosle esa anécdota a Spilberg y vámonos acercando a Urabá como un mortero que mezcló pueblos y vicios varios. Jairo Osorio, investigador sobre papeles y peleas en Urabá, habla de pueblos itinerantes, desplazados y pobladores que se arriesgaron y se quedaron en la zona. Y su lista es reveladora: “Perseguidos de la época de la violencia bipartidista liberal-conservadora, contrabandistas de todo género, excluidos sociales (pobres, prostitutas, negros, chilapos25, desempleados), contradictores de la vida ciudadana (hippies, existencialistas, artistas, profesionales urgidos de cambio personal), campesinos del centro del país, negociantes en ciernes, jubilados, asesinos, narcotraficantes..., alimentan el cuadro general del Urabá del s. XX.” Tomás González y Mario Escobar han contado las vidas de algunos de esos aventureros. Deben intuir que muchas tienden a la tragedia.

Fray Pablo del Santísimo Sacramento describe a Urabá imitando a Cervantes en el tono y la montura. El misionero carmelita recorrió desde Frontino hasta las selvas del Atrato. Han pasado 80 años desde que Maite, su cabalgadura, arrastraba los estribos sobre el pantano intentado llegar a Chigorodó. La codicia sobre “la tierra, el dinero y las almas” ha sido clave para que llegara compañía a los “Katios y Caribe-Cunas”. Fray Pablo dice que una finca de curas sirvió para que Turbo cambiara su ubicación y muestra que cada pueblo tenía su patrón. Nada ha cambiado. El gobernador visitaba los resguardos misioneros, recibía y daba bendición y regresaba. Urabá era para satanás o para Dios. Y pasaban cosas como las de hoy. “Peleas mano a mano o tres contra tres y más contra más. Manos y brazos cortados. Tajos en piernas y pechos, y a veces, solo a veces, tal cual cabeza rodando por el suelo hasta que la recogen en un poncho y la llevan a la alcaldía… ¿Para qué he consignado las líneas anteriores? No lo sé. Hagamos punto final. Tampoco voy a contarlo todo.”

martes, 3 de enero de 2012

Utopía y desilusión






Durante el 2011 las plazas de muchas ciudades volvieron a ser un lugar para la agitación, el reclamo de la utopia, la posibilidad de la injuria al dictador, la consigna vieja contra el sistema y el snobismo encapuchado. El gesto de indignación colectiva se convirtió en una especie de termómetro de la vitalidad social. Los ojos fijos y fieros del personaje del año de la revista Time, que asoman en medio de un gorro y una pañoleta, recibieron la bendición histórica y los aletargados fueron condenados a la condición de zombies.
La muerte de Christopher Hitchens a mediados de diciembre puede servir como un magnífico signo de interrogación sobre los movimientos, alentados por jóvenes, que desbordaron El Cairo, Atenas, Santiago, Madrid, Nueva York, Túnez y muchas otras ciudades. La vida y la obra de Hitchens son perfectas para despertar la curiosidad y la desconfianza que merece todo arrebato colectivo. Para indagar un poco más por la razones de esos levantamientos, sus posibilidades de representar avances libertarios y los peligros potenciales que puede suponer un “rebaño de mentes independientes”.
Es lógico que sea más sencillo ser un revolucionario -o aunque sea un simple revoltoso- inspirado por las versiones de Michael Moore y Oliver Stone, que cuestionado por las contradicciones de Hitchens: “Somos mamíferos y el lóbulo prefrontal es demasiado pequeño, mientras la glándula de la adrenalina es demasiado grande.” Tal vez los huesos duros que sostienen las actuaciones de Hitchens como activista y polemista radical sean producto de sus facilidades para ser un traidor. Nunca le tuvo miedo a la desilusión, acató con algo de furia y resignación su código de revisionismo personal. Fue capaz de advertir las contradicciones en medio de la euforia.
Una anécdota de sus memorias puede ser útil como ejemplo. A finales de los sesenta viajó a La Habana en busca de un “modelo” alternativo al socialismo de Estado soviético. Hacía parte de un grupúsculo de Internacionalistas de Oxford y Cuba era el menos rancio de las regimenes rojos de la época. Luego de cuatro horas de discurso de Fidel Castro en la Plaza de la revolución tenía todo claro: “el socialismo cubano se parecía demasiado a un internado en un sentido y demasiado a una iglesia en otro”. El revoloteo de las putas en medio de las oraciones sobre el fin de la prostitución hizo que saliera despavorido en busca de lo único grato de esa tarde: la cerveza gratis.
Hitchens habló siempre de una doble contabilidad en su vida emocional e intelectual. Una contradicción que comenzó determinada por los genes: su padre era un oficial naval conservador y austero por naturaleza, seco, sin dientes para la risa; y su madre una mujer con ganas de escapar siempre, pendiente de las novedades del mundo, frívola si se quiere, amante de las vitrinas en un época en que la sobriedad imponía los uniformes. Esas contradicciones marcaron sus aventuras políticas e intelectuales. Tenía un ojo brillante para mirar las esperanzas y un ojo negro que escudriña por debajo de los ideales. Por eso intentó siempre una revolución al interior de la revolución y por eso le producía una sonrisa satisfactoria ser llamado “perro de presa del capitalismo”, “traidor”, “contrarrevolucionario”.
Sus palabras sobre la utopía y el valor de los sacrificios para alcanzarla sirven para poner a pensar, por igual, a manifestantes radicales y abúlicos convencidos: “Una parte de mí todavía siente, pero ya no piensa, que la humanidad sería menos pobre sin esa ilusión increíblemente poderosa”.