miércoles, 26 de octubre de 2016

Otras víctimas







Me llamó la atención una frase de un periodista colombiano encargado de cubrir las elecciones en Estados Unidos: “Mientras los medios se concentran en las masacres del Estado Islámico, que ha matado a menos de cincuenta estadounidenses, ignoran que la violencia dentro del país dejó 15.696 personas asesinadas en el 2015”. Fue inevitable pensar en nuestros cerca de cinco años de concentración desmesurada en el conflicto con las Farc, sus consecuencias, sus víctimas, sus tres finales escénicos y su renegociación. Nos hemos olvidado por un tiempo de las víctimas elegidas al azar en las esquinas, las víctimas solitarias, sin organizaciones, sin ideología, sin doliente. Esas siguen siendo la mayoría de las víctimas de la violencia en el país. La fatiga del pomposo “conflicto” nos acerca de nuevo a los muertos de cada fin de semana en las ciudades.
Entre ellos, los jóvenes son tal vez los más expuestos y los más indefensos. Muchas veces pasan de victimarios a víctimas sin siquiera notarlo, y lo que parecía un simple mandado bajo presión se convierte en la primera vuelta para quien será su patrón y “protector”. No se nos puede olvidar ese reclutamiento. En Medellín, por ejemplo, cerca del 50% de las víctimas de homicidio son niños y jóvenes entre los 10 y los 28 años. A mediados de los noventa la tasa de homicidios en la ciudad alcanzó los 381 por cada 100.000 habitantes. Es imposible desconocer los adelantos, el año pasado tuvimos el 10% de los homicidios de 1993,  pero todavía hay barrios y comunas completas donde ser joven implica grandes riesgos. Mientras Medellín el año pasado tuvo una tasa de 20 homicidios por 100.000 habitantes, en los barrios más complejos, como San Javier, por ejemplo, la tasa fue de 57 por cada 100 mil habitantes, y  para los jóvenes llegó a 122. Lo mismo sucede en San Cristóbal (52-108), Castilla (40-102), Altavista (42-75). Según cifras de 2013 y 2014.
A pesar de que solo el 8.8% de los jóvenes asesinados en Medellín en 2013 y 2014 tenía algún antecedente por infracciones penales o de policía, nos hemos acostumbrado a ver la muerte de los pelaos como un asunto inevitable, inherente a la vida del barrio y la esquina, y muchas veces la muerte viene acompañada de una condena social sobre la víctima, una forma velada de justificación. La paradoja es que muy pocas veces esos homicidios terminan en condenas, pero muchas veces las futuras víctimas saben la “sentencia” que les han impuesto. Así lo demostró un estudio publicado el año pasado por la Fundación Casa de las Estrategias. Ahora, ellos mismos proponen un sencillo protocolo para que los jóvenes que se sientan amenazados reciban apoyo, atención y posibilidades de huir de la “calentura” al menos por un tiempo. Si nuestros barrios tienen fronteras invisibles, las autoridades deben hacer posibles unos exilios barriales para salvar vidas y quitarle control a los combos sobre los más vulnerables. Una política sencilla puede salvar la vida de cincuenta jóvenes en un año y mostrar que la administración puede hacer algo distinto a la ronda de unos policías en moto. Una investigación de la misma fundación muestra que la familia de las víctimas, muchas veces madre y hermanos como manda el estereotipo, solo tienen contacto con el Estado, más allá de los trámites legales de levantamiento, luego de tres años del homicidio.
En ocasiones el Estado debería guiarse por el simple pragmatismo de salvar una vida y atender un dolor, poner allá sus énfasis, ser menos dado a la reacción automática frente al ruido y guiarse por intuiciones más silenciosas.


martes, 18 de octubre de 2016

Instrucciones sobre el fuego




Lo primero es crecer el fuego, avivarlo con unos cuantos soplos en su base, hacer que desde lejos aumenten su resplandor y sus sombras. Luego es importante esparcir su humo, ahogar un poco a la gente que lo mira con temor desde una prudente distancia. Deformar con ese velo fastidioso y regar un poco de hollín y ceniza. También se deben prender unas cuentas antorchas y ponerlas cerca a la cara de los más crédulos, resaltar sus formas macabras, sus amenazas. Y dejar tirados algunos tizones para dar la impresión de que el fuego nos rodea y se propaga. Ayudar al enemigo a aparentar un poco de fuerza servirá para crecer: atraerá algunos temerosos, algunos guerreros, algunos inseguros necesitados de un bando bien definido. Es hora de frotarse las manos al calor del fuego enemigo.
Llegado el momento de la gran expectativa, cuando el fuego debería ser extinguido bajo un conjunto de reglas y un supuesto orden, se dejan caer unos cuantos golpes de pala sobre la hoguera principal, golpes que dispersan las chispas en todas las direcciones, crean pequeños focos de fuego en las cercanías, hacen desaparecer la presunta amenaza y convierten a los temerosos, los guerreros y los inseguros en héroes y partidarios. Ahora el fuego es invisible para la mayoría, es insignificante para casi todos y se puede cantar una victoria sobre esa temida fantasía. Para los pequeños rezagos en la periferia se enviarán de nuevo a los guerreros más comprometidos, la tierra será la herramienta clave, cubrir esos pequeños focos. Ya se ha hecho antes.
No digo que la estrategia haya sido planeada y ejecutada para llegar a ese resultado. La política rara vez entrega victorias o soluciones que sigan un libreto al pie de la letra. Al comienzo parecía un tema de supervivencia política, un simple temor a la derrota estruendosa. Las advertencias de un grupo exasperado, con terribles corazonadas electorales. Pero la inesperada victoria puede terminar en algo parecido a esa escena de incendiarios y cortafuegos en el mismo bando. El fuego de las Farc vuelve a su relativa insignificancia, se cambia su amenaza política ilusoria por una amenaza militar real pero lejana, cada vez más dispersa y con menos juego político. Los grandes enemigos del acuerdo podrán cobrar que no permitieron que las Farc tuvieran un papel más grande al que merecían en la política, pero deberán asumir el consecuente reguero de delincuencia y ausencia de verdad que puede significar su triunfo. Menos política, más poder armado, así sea con los fines más simples de los bandoleros. Y más justicia, al menos en el sentido clásico que pide una imagen al estilo Abimael Guzmán, y un poco más de violencia. Esas serán muy seguramente las consecuencias reales de los “ajustes y las claridades”.
El entusiasmo y el compromiso acumulado durante cerca de cuatro años por los combatientes rasos comenzarán a diluirse. Sobre la obediencia de los mandos medios caerán la ambición y las tentaciones de grandes negocios conocidos y por conocer. Habrá más tiempo y más libertad para los temidos cambios de brazalete. La verdad será también más difusa y tendremos por delante una negociación o una confrontación más compleja a la que se anunciaba iba venir luego de aplicar los acuerdos de La Habana. De nuevo terminamos en un pulso de cabecillas, bien sea de partidos viejos o nacientes, de guerrilleros o bancadas. Pero las grandes decisiones se tomarán una a una en los cambuches. Al fondo sonará el viejo sonsonete de un gran acuerdo nacional.



miércoles, 12 de octubre de 2016

Geografía electoral






El año pasado Naciones Unidas entregó una lista de 125 municipios en 17 departamentos donde los acuerdos de La Habana debían implementarse de manera prioritaria. Los criterios para esa elección de pueblos y ciudades con urgencia de Estado y fatiga de conflicto, fueron los índices de inseguridad, los enfrentamientos entre ejército y Farc, las acciones violentas contra la población,  los índices de desarrollo y las cifras de pobreza.  Entre esos 125 municipios están, por supuesto, 8 de los 10 principales productores de hoja de coca en el país, territorios donde está cerca del 45% de los cultivos ilegales. Una más de las geografías de la guerra que vale la pena superponer a los resultados del plebiscito. No hay posibilidad de una respuesta general, muchos territorios (el Valle, por ejemplo) parecen divididos por una regla entre partidarios y detractores del acuerdo. En otros casos, Nariño, Chocó, Cauca y Putumayo, la votación por el SÍ fue casi unánime. La lupa electoral deja unas pocas certezas y muchas preguntas necesarias de responder en el terreno.
El SÍ fue mayoría en 91 de los municipios señalados por la ONU, en algunos casos (Guapi, López de Micay, Miranda, Timbiquí, Bagadó, Bojayá, Carmen del Darién, Río Sucio, El Charco, El Rosario, Leiva, Roberto Payán) el apoyo a los acuerdos obtuvo más del 90% de la votación. En 34 municipios el NO fue ganador y mostró que la presencia de las Farc no asegura un triunfo y que pueblos vecinos pueden tener ideas opuestas de lo que significa el perdón, y de los medios necesarios para alcanzar al fin de la violencia. En Antioquia, por ejemplo, la geografía es muy clara para el SÍ en Urabá, los límites con el Chocó, algunos municipios del bajo Cauca y el occidente. El mapa se dibuja en dos partes muy definidas, sin mayores brotes de la tendencia opuesta en los territorios de la simpatía dominante. Y sin embargo, en las zonas de “frontera electoral” se encuentran municipios vecinos con signo absolutamente contrario. Por ejemplo, Briceño con 69% de apoyo al SÍ y Yarumal con 67% de votos por el NO. También se puede ver a un municipio como Valdivia, que ha sufrido por igual violencia guerrillera y paramilitar, y termina tan fraccionado como Colombia entera. Allí, la diferencia entre el SÍ y el No fue de apenas 3 votos. Lo que es más claro en Antioquia que en ninguna otra parte es que las decisiones relevantes electoralmente se tomaron muy lejos de los territorios afectados. Cerca del 60% de los votos del departamento fueron depositados en Medellín, Bello, Itagüí y Envigado.
En el Tolima fue particular el triunfo del NO en los 5 municipios elegidos, casi siempre por diferencias muy cortas como sucedió en todo el departamento. En Norte de Santander es claro que el enclave del Catatumbo es un territorio aparte, donde muy seguramente se conjugan simpatías históricas y presiones armadas. Apenas uno de los municipios seleccionados (Sardinata) votó como la mayoría del departamento, y los 7 del Catatumbo se filaron con el SÍ. Caquetá es una señal clara del odio a las Farc y de su debilidad política, a pesar de su historia en el departamento, o precisamente por esa historia, el SÍ salió derrotado en 9 de los 13 municipios marcados por Naciones Unidas. En Huila y Casanare el NO fue incluso más fuerte que en Caquetá, y solo en un municipio de los 6 priorizados en esos dos departamentos, el Sí obtuvo ventaja. En el Chocó se vieron las mayorías y el desgano. En Bojayá, que ha sido escudo y canto del SÍ, apenas participaron el 30% de los potenciales votantes, cuando hace un año para elegir alcalde marcaron su voto el 68%. Ni donde la guerra es cuestión de vida o muerte los acuerdos movieron a la gente. Ni el odio ni la esperanza parecen tan fuertes como la foto y la promesa inmediata de un barón en el tarjetón.










miércoles, 5 de octubre de 2016

La idiotez de lo perfecto





La política es el mundo de la imperfección, de los arreglos de última hora, de las transacciones que impone la realidad o el enemigo. Solo la ficción de los discursos se escribe bajo un plan determinado, bajo una sola mano que intenta esconder defectos y resaltar virtudes, convencer con una mentira emotiva, ojalá corta y sencilla. Pero las decisiones, las leyes, incluso las sentencias, son siempre deformadas por la tiranía de la realidad, por la bilis de los rivales o la tonta esperanza de los aliados. El material de la política no deja muchas esperanzas sobre el resultado. Maquiavelo, el más grande relator de esa ciencia amarga, nos dejó una descripción precisa de la sustancia protagonista: los hombres siempre “ingratos, volubles, simuladores, rehuidores de peligros y ávidos de ganancias”.
La disyuntiva del domingo pasado era el producto de la cuestión política más trillada en el país en las tres últimas décadas. Era sin duda una decisión entre lo posible y lo ideal. Entre el primer acuerdo palpable tras los intentos con las Farc en al menos cinco gobiernos sucesivos y la gran posibilidad de que tras el mundo ideal encontráramos una mueca de pasmo y unas visiones ya viejas de la violencia. Por supuesto a la imperfección partidista se agregaba la dificultad de integrar como adversario al enemigo a muerte. No se trataba solo de un pacto partidista sino de algo parecido a una rehabilitación democrática. De entregar un poco de generosidad luego del dolor, de asumir algunas culpas desde el Estado y la sociedad para no asimilar la contrición propia con la debilidad o la humillación. Se trataba sobre todo de olvidar un enemigo, de despedirlo y transformarlo en humano luego de convivir con esa imagen difusa de demonio, de renunciar a la idea de su aniquilación. Idea que, por cierto, se intentó por los métodos más brutales y nunca se logró llevar a cabo.
Tal vez estamos dispuestos a que un poco más de justicia, algunos años de cárcel para cabecillas, traiga un poco más de violencia. La amenaza es cierta y el limbo de los combatientes rasos y los mandos medios hacen que las decisiones estén ahora en muchas manos. Es posible que el largo cese al fuego nos haya hecho olvidar la amenaza latente que se jugaba. Los cabecillas que parecían férreos son ahora políticos derrotados frente a la tropa. Tal vez la división de la sociedad haga lo mismo con las Farc y las anunciadas Farcrim lleguen antes de tiempo. De las dificultades de la reintegración coordinada pasamos a la incertidumbre armada. El ejército ilegal más grande del país a la espera de la rebatiña política frente a las elecciones del 2018. En busca de una solución ideal en manos del más imperfecto de los mundos. Jesús Silva-Herzog ha descrito de la mejor manera la dura realidad de las encrucijadas democráticas, no las del alma: “La política llevará siempre las marcas fastidiosas de la fuerza, el azar y el conflicto, tercos aguafiestas de la perfección”.
La necesidad de un enemigo brutal, un enemigo que define las propias ideas, que las protege y les da sentido alentó al más importante partido tras el voto del NO. Sin ese antagonismo a muerte de la política más primitiva temían un debilitamiento, los angustiaba la falta del fantasma, la ausencia del miedo. El odio fue una gran herramienta a la mano. Willawa Szymborska lo describe con el instrumento perfecto de la poesía: “¿Desde cuándo la hermandad puede contar con multitudes? ¿Alguna vez la compasión llegó primera a la meta? ¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre? Arrastra sólo el odio, que sabe lo suyo”.