martes, 25 de diciembre de 2012

Drama místico





Mucho antes de entrar en olor de Santidad la Madre Laura Montoya fue protagonista de un escándalo novelesco en Medellín. El matrimonio, la vocación religiosa, la educación de las niñas de bien y el fanatismo agitaron el pequeño barco de la villa. En el medio de la tempestad de rumores, arengas y cartas estaban los novios en vísperas, Eva Castro y Rafael Pérez, y la Madre Laura Montoya, madrina de la futura boda y maestra preferida de la novia: una joven pálida y delicada de ánimo, voluntariosa y retraída, perfecta para llamar a la muerte en un poema romántico.
Eva Castro desdeñaba los bailes y otros eventos de sociedad, su pretendiente no tenía muchas posibilidades distintas del secreto al oído privilegiado de la preceptora. Incluso el Sí definitivo debía entregarse por interpuesta persona. Luego de un paseo a Robledo donde Rafael “le precisó a Eva sus aspiraciones”, ella dijo que sólo durante la siguiente semana le daría respuesta.  La Madre Laura fue encargada de darle la buena nueva al ansioso joven: “Señorita, si Rafael viene a pedirle una respuesta mía, dígale que sí”, le dijo Eva a su guardiana de fe. No digamos que todo estaba consumado, pero estaba cerca. Se fijó la fecha, se bendijeron las argollas y de pronto, días antes de la ceremonia, la joven anunció el deseo de “retirar su palabra”. Su resolución tenía visos de arrebato místico: “antes de consumar su sacrificio -así llamaba su enlace- creía tener el valor suficiente para ver muertos a todos aquellos a quienes amaba”.
Las primeras acusaciones contra la Madre Laura llegaron de la familia Castro. La maestra abnegada era ahora una fanática que torcía el ánimo de las jóvenes con la unción de saliva venenosa, sermones contra el matrimonio, promesas místicas y otras hierbas de convento. Los murmullos crecieron al paso de la monja y muy pronto eran gritos y burlas de los emboladores. Las familias comenzaron a sacar sus niñas del Colegio de la Inmaculada -que dirigía la Madre Laura- antes de que se quedaran mirando al páramo y despreciaran los halagos de sus pretendientes. Los periódicos de izquierda la pusieron en su hoguera y la Madre procedió según sus saberes: calentó un cuchillo al rojo vivo y se grabo con él una cruz en su pecho. Una defensa íntima contra sus enemigos y una confirmación de las locuras extáticas rondaban su cabeza.
Todo habría quedado en el revuelo pasajero de un pueblo que por pugnas ideológicas y gusto por las habladurías terminaba graduando de bruja a una de sus maestras de confianza. Pero el escritor Alfonso Castro, hermano de Eva, decidió publicar una novela para ventilar su versión de la historia. En 1903 circuló Hija espiritual. Estaba muy claro que la señorita Adela, la desbaratadora de matrimonios, no era otra que la Madre Laura Montoya. En principio sus superiores le pidieron silencio, era cuestión de dominar el orgullo. Pero cuando la espuma y la bilis estaban cerca del atrio de la Catedral la instaron a defenderse. La Madre Laura escribió entonces una larguísima carta abierta al Doctor Alfonso Castro. Tomás Carrasquilla sirvió de escribano, editor y mentor dialéctico. Tanto que la carta figura en sus obras completas aunque al final tenga la firma de la recién santificada.
Las cerca de veinte páginas están llenas de inteligencia y preguntas sobre la educación de las mujeres y el difícil tránsito de las solteras en una sociedad que era a su vez una fábrica de esposas obedientes. En últimas la monja reivindica el derecho a encerrarse sin quebrantar ninguna ley social ni natural “¿No es cierto que representamos nuestro papel de bestias chasqueadas e inútiles con demasiada mansedumbre?” Terminé por darle toda la razón.



martes, 18 de diciembre de 2012

Oncología Vs Ontología




El castigo llegó por manifestar en público mi curiosidad sobre el libro La infancia de Jesús, publicado hace poco por un famoso tuitero residenciado en El Vaticano. Un amigo se tomó en serio mis palabras y me sorprendió con un pulcro ejemplar en blanco y dorado.  El escalofrío inicial se vio apaciguado cuando busqué ansioso el final y vi que esa infancia fue más o menos corta, apenas 132 páginas. Decidí que el libro merecía una columna, una especie de reseña navideña sobre un pesebre erudito.  A burro regalado…
Pero la verdad Ratzinger resultó un autor imposible. Cargado del tedio de los profesores que hace tiempo no hablan fuera de sus clases, circular y redundante en sus argumentos. En las primeras veinte páginas me atiborró de genealogías incomprensibles por lo “simbólicas y profundas”. Los personajes de su libro no son hombres del tiempo de Jesús sino teólogos, palabras y acertijos que recuerdan a los monjes malvados que hizo famosos Umberto Eco. Solo algo me gustó de esas primeras páginas: sus juegos de números que suman letras y encuentran cifras mágicas. Fue nuevo ver a Benedicto XVI como un maestro de supercherías, un jugador de un casino venerable y sofisticado.
Acudí entonces a un libro de un tamaño similar que estaba sellado en la cabecera de mi cama. Serviría como antídoto contra la noche larga que prometía Ratzinger. Ya no se trataría de una infancia sagrada sino de los últimos días de un hombre que se niega a mirar al cielo en medio de su agonía. Un ateo que consumido por un cáncer de esófago nivel 4 (no hay nivel 5) decide contar sus dolores y sus pensamientos luego de ser deportado a “Villa Tumor”. Mortalidad, es el título de la colección de artículos de Christopher Hitchens que terminan con las simples anotaciones del moribundo, bocetos de las páginas que no fueron.
Hitchens reta a la muerte como si fuera uno más de sus contradictores en el debate público. Está orgulloso de poder mirarla a los ojos, de esperarla aunque lo encuentre humillado y maltrecho, asexuado (con los primeros síntomas Tanatos gana la pelea sobre Eros), incapaz de ejercer desde el imperio de su voz, sabiendo que será imposible una nueva pretensión de juventud. “He retado a la Parca a que alargue libremente su guadaña hacia mí y ahora he sucumbido a algo tan previsible y banal que me resulta aburrido”.
Pero Hitchens también es un paciente excitado y por momentos feroz. Creerá en las posibilidades de algunos tratamientos con un respaldo científico y escupirá sobre la esencia granulada de la semilla del durazno, las dietas macrobióticas, la posibilidad de abrir sus chacras y otras curas que requieren la carga de un aparato de fe sobre los hombros. También en ocasiones es melancólico: se duele porque no podrá asistir al matrimonio de sus hijos, ni gozar la recién adquirida posibilidad de eterna primera clase por sus millas acumuladas, ni leer (o por qué no escribir) las “notas necrológicas de villanos como Henry Kissinger o Joseph Ratzinger”.
La enfermedad de un ateo recalcitrante hizo que muchos espíritus religiosos celebraran el castigo sobre el blasfemo mientras otros tantos acudían a la oración, primero por su alma y luego por su cuerpo.  Hitchens no podía responder a las ofensas ni agradecer lo que le parecía inútil. Sólo recordó una contundente frase ajena: “no tengo un cuerpo, soy un cuerpo”. Y para los que apostaban por su posible conversión buscó la sentencia de Voltaire cuando moribundo le dijeron que renunciara al diablo: “no es el momento de hacer enemigos”. Prometo no apartarme nunca más de mi senda como lector. 

martes, 11 de diciembre de 2012

Conejillos de hierba






Hace unas semanas el jefe de policía de Aurora, una ciudad con más de 300.000 habitantes en Colorado, les comunicó a sus agentes que la fiscalía local dejaría de presentar cargos por posesión de marihuana contra los mayores de 21 años. La decisión se extenderá poco a poco por los Estados de Washington y Colorado que en las pasadas elecciones aprobaron, como una práctica legal, el uso recreativo de la hierba. Pero lo que se ganó en las urnas y en las decisiones locales puede perderse frente al gobierno federal que dirige Barak Obama.
El Presidente de Estados Unidos sabe muy bien que está en juego su legitimidad para seguir liderando una cruzada mundial que cada día tiene más importantes detractores. Esos dos referendos exóticos y más o menos insignificantes pueden ser el hilo por donde se comience a descoser la política antidrogas dictada desde el Norte. Luis Videgaray, principal asesor del recién posesionado presidente mexicano, lo dijo sin muchos pelos: “Obviamente no podemos manejar un producto que es ilegal en México, tratando de detener su transferencia a Estados Unidos, cuando en Estados Unidos -al menos en parte de Estados Unidos- ahora tiene un estatus diferente". Y eso que el presidente Peña Nieto es enemigo declarado de la legalización. Felipe Calderón, que acaba de terminar su periodo de lucha a muerte con el narco, dijo con algo de resignación que había un “cambio de paradigma” luego de esas elecciones. Y ya apareció un político de izquierda, Fernando Belaunzarán, con la idea de que el Congreso mexicano regule la marihuana a imagen y semejanza de los más liberales Estados yanquis.
De modo que la gran pregunta es que hará Obama frente a ese humo incomodo que comienza a levantarse. Para la ley federal la marihuana sigue siendo una sustancia tan ilegal como el LSD y la heroína. Sobre el papel Obama podría movilizar las fuerzas federales para hacer cumplir la ley nacional e imponer demandas contra los Estados o sus autoridades. El problema es el costo político que supondría perseguir las decisiones aprobadas por sus electores: la base demócrata más liberal. El Washington Post le recomendó hace unos días abstenerse de bloquear la legalización y considerar a los dos Estados en capilla como conejillos para evaluar cambios futuros. Cada año se detiene en Estados Unidos a 1’600.000 personas por delitos relacionados con drogas y los gobiernos locales piensan cada vez más en los costos de las prisiones y los posibles ingresos de la venta legal.
Hay una antecedente sobre la mesa que da pistas sobre lo que podría hacer el gobierno central. Durante este año en California han sido cerrados 650 de los 1400 dispensarios donde se vendía marihuana legal para usos médicos. Las redadas federales han cerrado dispensarios serios (recetas médicas estrictas y funcionamiento con visos hospitalarios) y dispensarios laxos (recetas expedidas en fiestas nocturnas con ayuda de enfermeras en minifalda.)
A diferencia de lo que sucede en América Latina, donde la opinión a favor de la legalización es todavía minoritaria, en Estados Unidos la última encuesta de Gallup reveló que más de la mitad de los ciudadanos está de acuerdo con la legalización de la marihuana. En 1969 solo el 13% la apoyaba. Mientras aquí los políticos temen a la reacción de la opinión pública respecto a la legalización, en Estados Unidos el presidente parece dispuesto a retar a la mayoría, integrada por su propio partido, por temor a perder las riendas de una guerra que le entrega, sobre todo, un poder de tutela y vasallaje sobre muchos países.


martes, 4 de diciembre de 2012

Vocación revocatoria


                                          








Antanas Mockus llevaba año y medio de haberse posesionado como alcalde de Bogotá cuando sonaron las primeras voces que buscaban su revocatoria. La representante de una asociación de minusválidos que aspiraba a ser edil de la localidad Antonio Nariño y el fiscal de Sintrateléfonos eran los ciudadanos más descontentos de la ciudad en 1996. Detrás de esos dos ilustres desconocidos asomaban tres concejales con hambre y las palabras de siempre: “inepto, caos, desorden administrativo, falta de ejecución”.
Luego fue Peñalosa. En 1999 el problema era el exceso de obras. Había más de 4000 frentes de trabajo en la capital y los cambios en el POT generaban enemigos e inquietudes. De nuevo un desconocido, Luis Eduardo Leyva, manejaba las planillas para recoger firmas y armar manifestaciones. El ruido se hundió antes de las urnas. Lucho Garzón también sufrió el amago de los amargados en la derrota. En este caso el retador era nada más y nada menos que Germán Vargas Lleras. La agenda nacional estaba copada y Vargas Lleras intentaba proponer un debate que lo pusiera a la altura del alcalde de Bogotá. En política el tamaño de los enemigos es proporcional al tamaño de las expectativas y los debates sin urnas de por medio son aburridos ejercicios académicos.
Antes de que llegara la temida firma del Procurador Ordóñez, Samuel Moreno alcanzó a sentir la voz de quienes se pretendían líderes de su legión de electores arrepentidos. Además del grupo con 90.000 seguidores en Facebook estaba la voz dolida de Andrés Pastrana para guiar al rebaño. Pero no se pudo ni contra Samuel y su 80% de desaprobación.
Ahora, para repetir la pantomima de cada 4 años, Miguel Gómez propone la revocatoria de Gustavo Petro. El repetido juego de los oportunistas es una señal inequívoca de que la balanza de la sospecha debe inclinarse hacia el lado de los revocadores. Porque los políticos derrotados pueden ser más peligrosos que los elegidos. Proponer una especie de revancha electoral cuando el alcalde no ha cumplido siquiera un año en su cargo no es más que una fantochada. En Colombia se han intentado cerca de 50 revocatorias y ninguna ha logrado mover a alcaldes o gobernadores de su silla. Miguel Gómez sabe muy bien que perdería por goleada contra Petro en una campaña de revocatoria. No le interesa el rumbo de la ciudad sino el tamaño de su sombra en el teatro de la política. No puede resistir que Gina Parody sea la contrincante oficial de Petro mientras él es apenas un peón del uribismo. Necesita la tarima inútil de la revocatoria para crecer un poco.
Lo peor del caso es que el alcalde de Bogotá apoya la idea de su contradictor. A Petro le gusta mucho más la política desde la tarima que desde el escritorio y sabe más de discursos vocingleros que de soluciones. El reto de Gómez lo ayudará a defenderse lejos de los problemas y cerca de la retórica. En este caso la idea para hundirlo resulta una especie de salvavidas: “Quiero que se dé (la posibilidad de revocatoria) porque nos pone de nuevo en campaña. Nosotros necesitamos estar otra vez en la calle, gobernar en la calle, conquistar espacios que por la enfermedad he dejado.”
Colombia ha sabido huir, por apatía, por cansancio, por simple desconfianza, a una avalancha de revocatorias como la que sufre Perú: en el último año se votaron en cerca de 300 que en su mayoría solo sirven a los políticos. Las discusiones democráticas más importantes se dan en foros distintos a las mesas electorales y tienen resultados opuestos a un candidato levantando sus brazos. Bogotá deberá elegir las peleas valiosas y los escenarios adecuados.