martes, 29 de junio de 2010

Árbitros, mentiras y video




El triunfo de Argentina contra México ha creado un extraño precedente para la justicia que imparten los árbitros, condenados al premio de la invisibilidad cuando aciertan y al castigo del desprecio cuando son figuras. Los árbitros de fútbol llevarán siempre una carga de patetismo. No podría ser distinto cuando se le exige a un juez que imparta justicia mientras corre.
Algunos árbitros son histriónicos como personajes de zarzuela, un poco sobreactuados y cómicos a pesar del drama que ejecutan. Otros tienen la altanería de los toreros y su valor que se combina con un aire afeminado. Algunos, sin autoridad ni sentido de justicia, no tienen más que jugar al policía menor y enrostrar sus tarjetas como chantaje, a la manera de la libreta de infracciones. También hay referees que gozan con la arbitrariedad, hubieran querido dirigir asuntos humanos más decisivos o partidos más importantes, y utilizan el silbato como un instrumento para el atropello y el desquite. Son el típico burócrata resentido detrás de la ventanilla. Y hay unos pocos árbitros que merecen el nombre de jueces. Saben que dirigen un juego y no afirman su autoridad en alardes rigurosos. No señalan el punto penal como si estuvieran dictando una sentencia, no agitan la roja como si gritaran un insulto. Son imperturbables como un juez de silla en Wimbledon. Han aprendido a interpretar las caídas de los jugadores como si fueran jueces de gimnasia y a marcar los golpes como un árbitro de judo.
Pero todos esos silbatos y sus respectivos banderilleros en las líneas deben pasar por el momento apabullante del corrillo, la pequeña asonada que los rodea con gritos y reclamos. El árbitro y sus líneas son ahora una terna lista para la crucifixión. Pálidos, desconcertados, extrañando el escudo antimotín, intentan recordar la jugada mientras se defienden y siguen juzgando, son presas de un linchamiento y deben continuar con su labor: atentos a los escupitajos, al insulto, al comportamiento de los 22 hombres que están de acuerdo para reducirlos y al mismo tiempo intentan entre ellos un disimulado arte marcial.
El juez de línea del partido entre Argentina y México fue el más triste representante de ese espectáculo. Tenía a los dos equipos y a su jefe inmediato encima, las vuvuzelas de fondo animaban el infierno, y el hombrecito hablaba por su micrófono no se sabe con quién. Unos segundos antes el mexicano Andrés Guardado le pidió entre gritos que mirara la pantalla que repetía el fuera de lugar de Tévez. El pobre Stefano Ayroldi miró hacia arriba y vio su error como un espectador más. Es seguro que maldijo su suerte, su ojo, su bendita bandera de cuadros. Ahora sabía de su error pero no podía remediarlo. La verdad en diferido lo obligaba a persistir en la equivocación.
La FIFA no permite rectificar siguiendo la tiranía de las pantallas así que era mejor seguir las reglas que impartir justicia: los procedimientos estaban por encima de la balanza que imponía el cero a cero. Ese anónimo línea de Bari estuvo cerca de cambiar las reglas de El Vaticano futbolístico e imponer las ayudas de video a cambio de salvarse de la vergüenza. Pero no. Prefirió ser fiel al anillo de Blatter y expiar sus culpas con un tequila en la triste noche de hotel. Ojala se hubiera atrevido para no tener que repetir la piadosa expresión del uruguayo Larrionda luego de ver frente al televisor, horas después del desastre, el gol que le negó a Inglaterra: “Ay, Dios”.

miércoles, 23 de junio de 2010

Lecciones de sangre




La condena al Coronel Plazas Vega por las desapariciones luego de la quema del Palacio de Justicia es sin duda una paradoja, una prueba de fuego al Estado, como dirían los ingeniosos. No es fácil entender que la amnistía al M-19 surgió de un proceso de paz apoyado por todo el país, incluido un senador antioqueño de la época llamado Álvaro Uribe Vélez, y que los años de cárcel para Plazas Vega tienen que ver con un procedimiento macabro en las caballerizas, y no con errores militares ni fuerzas desmedidas.
El reciente desenlace de uno de los viejos dramas del ejército inglés puede servir de ejemplo para Colombia. Hace 38 años los soldados británicos dispararon contra un grupo de manifestantes en la ciudad de Londonderry en Irlanda del Norte. Una marcha contra las detenciones sin fórmula de juicio que hacía el ejército inglés derivó en las usuales batallas de piedras y botellas contra los soldados. Y lo que era una sencilla pedrea terminó con 14 jóvenes muertos y una justificación inmejorable para los separatistas radicales. Buena parte del mundo ha cantado una versión de la historia por cuenta del Sunday Bloody Sunday de U2. Durante mucho tiempo el gobierno inglés defendió a su ejército e intentó cubrir la matazón con un manto de legalidad. Unos meses después, el informe oficial dijo que los soldados ingleses respondieron la amenaza según los protocolos militares.
Pero el tiempo ha dado la posibilidad de aceptar las culpas. Una investigación de 12 años acaba de determinar que nunca hubo justificación para los disparos sobre víctimas civiles, y que sólo el ejército inglés es culpable de las muertes en el famoso Domingo Sangriento. El Primer Ministro David Cameron lo aceptó con claridad y resignación: “Soy un patriota (…) nunca he querido creer nada negativo sobre nuestras fuerzas militares (…), pero las conclusiones de este reporte son inequívocas: lo que ocurrió en el Domingo Sangriento fue injustificado e injustificable (…) No defendemos al ejército británico defendiendo lo indefendible. No tiene sentido intentar suavizar o presentar con ambigüedad lo que dice el informe”.
El tribunal que decidió el caso no hace parte de la justicia ordinaria, es un híbrido inglés entre comisión de la verdad y corte de última instancia sin competencia para aplicar sanciones penales. Fue creado por Tony Blair en 1998 para responder a los reclamos de impunidad que hacían los familiares de las víctimas. Trabajó en condiciones que entre nosotros parecen siempre incompatibles: bajo el amparo presupuestal del gobierno (se gastaron 234 millones de euros en la investigación) y muy por encima de sus intereses y sus intuiciones.
Podrán decir que es ridículo comparar las consecuencias de una marcha con las de un asalto. Pero hay algunos puntos de contacto. Los manifestantes también dispararon, no todos eran simples adolescentes rabiosos. El actual viceministro irlandés, el republicano Martin McGuinness, estaba en la marcha armado de una ametralladora Thompson, era el subcomandante del Ira en el principal enclave nacionalista. Sin embargo, el informe lo absolvió de toda responsabilidad en las muertes. Dirán también que es más fácil aceptar un fallo sin consecuencias penales. Pero el informe ha sido remitido a la fiscalía norirlandesa, que deberá decidir si abre un proceso contra los soldados.
Ojalá nuestros gobiernos entendieran, como el gobierno británico, que al Estado lo honra aceptar sus crímenes. No importa que sean viejos y que otros hayan cometido faltas más graves.

martes, 15 de junio de 2010

Libreta de viaje





La estampa tiene algo de épica y algo de graciosa penuria. Podría estar emparentada con el heroísmo o con el disparate. Estamos en la mitad del siglo XIX y las nuevas repúblicas americanas apenas están mostrando su fisonomía: un joven francés de 25 años encabeza la caravana seguido de un burro, un mestizo imberbe que hace de guardián y dos perros flacos que sirven como escolta, “levantando los rabos a guisa de trompetas”. Van rumbo a la Sierra Nevada de Santa Marta, una montaña temible y prometedora, un mito de soledades regido por indios recelosos que tienen el porrón de aguardiente como su moneda favorita.
El joven civilizador es Elisée Reclus, un aventurero que terminará por escribir el más importante tratado de geografía universal que se publicó en el siglo XIX. Ha llegado a América como cocinero menor de un velero de tres mástiles luego de ser expulsado de Francia por sus juegos de insurrecto contra napoleón III. La agricultura y la libertad son las palabras de su escudo: “Allá, en la joven república americana, la tierra fecunda alimenta generosamente a todos sus hijos, el aire de libertad inflama todos los pechos. Murallas, barreras, reglamentos, circunscripciones, restricciones, todo nos encierra en un círculo infernal en la vieja Europa.”
Durante dos años Elisée Reclus vivió entre Santa Marta, Riohacha y las estribaciones de la Sierra. A su pequeña biblioteca de viaje se la comió el comején y a su empresa agrícola la mató el paludismo, pero su correría dejó un testimonio de 250 páginas, un álbum de estampas colombianas que todavía hoy pueden reconocerse.
Reclus no estaba pensando en la literatura sino en el sencillo testimonio, en el apunte del viajero aficionado a la etnografía y al dibujo vistoso. Sin embargo es imposible no pensar en nuestra fábula costeña, en el reino literario que aparecerá más de un siglo más tarde. En la libreta del francés están “esas nubes que forman remolineando millares de mariposas”, y esos sabios extranjeros que viven bajo un toldo y hablan el día entero del ser o no ser, y los comedores de tierra que se alimentan con las paredes de sus casas en el infierno de Dibulla. Y los curas que no se conforman con una sola mujer y venden los vasos sagrados para jugar a los gallos. Y están las eternas guerras civiles alentadas por periódicos que solo riegan sus tintas en tiempos de sangre. Como el caso de El Intermitente que se imprimía en Riohacha. “Es tiempo ya de que el equilibrio se establezca en las poblaciones del globo y que El Dorado deje en fin de ser una soledad”.
Pero no todo es literatura. Reclus también se encuentra con la falsa cortesía de quienes ofrecen la vida entera mientras le ponen doble tranca a las ventanas: “Las frases banales de etiqueta, las promesas hechas sin que se tengan la menor intención de cumplirlas son una de las llagas de las sociedades en que domina la influencia castellana”. Y como anarquista en formación se admira del paraíso que aparece a sus ojos sin oponerse a su voluntad: “Se pueden permanecer años enteros en el país sin que nada recuerde el poder: allí no hay ni soldados, ni agentes de policía, ni colectores de impuestos, ni empleados que se distingan del resto de los ciudadanos”. Rasgos de los que se ha hablado durante 200 años de República.
El viajero termina llamando a los hombres de Europa para que acudan en busca del mestizaje y la libertad: “Cuándo vendrán los turistas a esta región, cuándo los cultivadores de palma de cera y plantas medicinales…”

martes, 8 de junio de 2010

La bola mágica





Llegó el momento de pensar en quienes pasarán a segunda vuelta en la cita mundialista. Es hora de dejar en paz un rato la política y pensar en la inminencia de los duelos once contra once. Aquí va pues una apresurada letanía de pronósticos grupo a grupo.
En el primero México será sorpresa. Viene de hacer un primer tiempo de lujo en su inmerecida derrota frente Inglaterra y de ganarle 2-1 a Italia. Su equipo no le tiene miedo a los grandes y corre como los coreanos. Será primero en su grupo. Francia tropezará con las supersticiones de su técnico que hace la alineación mirando el zodiaco. Sus últimas dos salidas fueron derrota frente a China y triunfo apretado contra Costa Rica. Sudáfrica será el primer anfitrión en jugar solo tres partidos. Los números dicen que lleva 14 juegos sin perder, pero contra Colombia vimos como lo hace. Uruguay con una de las mejores delanteras de la Copa, Suárez y Forlán, despedirá a Francia en primera vuelta para repetir la historia del 2002.
Argentina ganará con 9 puntos el grupo de segunda clase que le tocó en suerte. Grecia solo sabe colgarse de los palos y no del todo bien. Perdió dos de sus últimos tres amistosos: contra Paraguay y Senegal. Sus partidos serán perfectos para sacarle tiempo al trabajo. Nigeria es otra demostración del triste nivel africano en el mundial en casa. Solo la Corea comunista lo salvó de llegar al primer partido sin triunfos en sus amistosos. La otra Corea pasará a la siguiente fase sin pena ni gloria. Tiene para mostrar su reciente derrota por la mínima diferencia ante España.
Ingleses y gringos dominarán su grupo. Argelia ya cumplió con volver al mundial luego de más de 20 años. Sacó una balota ganadora en la irregular eliminatoria africana. Tanto que perdió con Libia en la reciente Copa de África. De Eslovenia solo les digo que en su último partido perdió 3-1 con la selección de Nueva Zelanda. ¿Rugby o fútbol? Ojo: los gringos fueron los últimos en ganarle a España.
Alemania, que demostró su poco fútbol con el flojo Bayern de Munich en la final de la Champions, acompañará a Serbia, que será sorpresa como alguna vez lo fue Croacia. Alemania perdió su último partido serio frente a Argentina en casa. El grupo lo completan Australia (clasificó por encima de Qatar, Bahréin y Uzbekistán) y Ghana, que sin Essien, pierde lo poco que tenía.
Holanda estará sobrado, aún con Robben jugando en un pie. Es de los pocos que han ganado con suficiencia sus últimos cinco amistosos. Dinamarca ve lejanos los tiempos de Laudrup y Larsen. Perdió con Sudáfrica, Australia y Austria en sus amistosos. Japón solo mete miedo por sus patadas voladoras y Camerún, con poco, salvará el honor africano.
Italia a punta de nombre y Paraguay a punta de cabezazos serán los elegidos en su grupo. El oportunismo de Lucas Barrios, un argentino recién convertido a la religión guaraní, los pondrá en segunda ronda. Eslovaquia solo puede mostrar un triunfo contra USA en el 2009.
Brasil pasará caminando la primera fase, sin mostrar mucho para no crear alarmas. Y Portugal dejará lucir el diamante a Cristiano en los octavos de final para rematar la caída africana despidiendo a Costa de Marfil. Corea se irá sin puntos al igual que Honduras y Argelia.
España por fin hará el mundial de su vida y estará entre los cuatro mejores. El Chile del Mourinho suramericano sorprenderá a muchos. Lástima que enfrente a Brasil en octavos. Suiza hará el papel de la cruz roja y Honduras peleará por no recordar el 10-1 de El Salvador frente a Hungría.

martes, 1 de junio de 2010

La estampida verde




Hace algo más de mes y medio las encuestas presidenciales mostraban a Antanas Mockus como el primero en un apartado nada auspicioso: tenía la mayor opinión desfavorable entre los electores y ganaba de lejos en la pregunta que representa el anticlímax para un político: “Por cuál de los siguientes candidatos definitivamente no votaría”. Fuera de Bogotá Mockus se veía como una opción fallida, un representante del pintoresquismo político nacional.
De pronto, sus salmos a la legalidad comenzaron a identificarlo como el imán de cierto antiuribismo alejado del tono y los viejos silogismos de la izquierda. Mockus comenzó a atraer la atención con un discurso entre místico y cívico. Más tarde llegó Sergio Fajardo y lo que parecía una simple constancia contra la corrupción y la mecánica política se convirtió en una posibilidad real. Daba la impresión de que el país había olvidado sus recelos frente a la figura del ateo más piadoso de la campaña. El entusiasmo arrastró a muchos “hinchas” verdes, aficionados por inercia, como la señora que llega a ver el partido en el entretiempo y grita sin mucho tino. Se creó una especie de estampida que atropelló hasta a los propios favorecidos: nunca parecieron preparados para ese furor repentino.
Los verdes siguieron jugando al mismo discurso de fervor ciudadano, al símbolo del parrillero que no olvida su chaleco y su casco. Se ensimismaron en medio de esos rituales de convención empresarial. En el momento de los debates, cuando la clave era el manejo del Estado, el examen frente a los retos del político y el administrador público, Mockus no logró salir de su manía de evangelizador laico. Por ejemplo, por qué el Partido Verde no fue capaz de construir un discurso sobre temas como la carretera en el tapón del Darién, el puerto en Bahía Málaga o los problemas ambientales que trae la gran inversión minera. Son debates importantes para sus electores que hubieran justificado el nombre del partido y el bendito girasol.
Pero si en las propuestas todo aparecía marcado por dilemas éticos, unas veces pueriles y otras veces innecesarios, en las posturas frente a los contendores se llegó a las sentencias inconvenientes. Ahora parece que el ni uribista ni antiuribista de Fajardo no era una mala postura. Una forma de criticar los errores y los abusos del gobierno sin provocar la solidaridad con el candidato de la U. Claro que era necesario marcar diferencias, de eso se trataba, pero Uribe no era un blanco adecuado. Con Gustavo Petro pasaron cosas parecidas. De manera increíble Antanas Mockus fue más duro con el candidato del Polo, con el representante de su ala moderada, que con el mismísimo Hugo Chávez. Por ahí comenzó a dispersarse la estampida. Los indignados del uribismo verde fueron a parar donde Vargas Lleras y los decepcionados “verdeamarelos” aterrizaron donde Petro.
La más grande paradoja es que todos los mantras de la legalidad terminaron con un triunfo en el Putumayo. Un departamento donde la economía del narcotráfico ha logrado un mundo paralelo de ilegalidad en casi todos los ámbitos. Me imagino el afiche en la sede de Mockus en Puerto Leguizamo: “Raspachines certificados por el Icontec con Antanas.”
Paso a paso Mockus logró convertirse de nuevo en un candidato poco confiable para muchos. El recelo volvió tan rápido como había desaparecido. Resultó más difícil conservar el entusiasmo que provocarlo. En últimas Mockus estuvo muy cerca de fenómenos parecidos en el 2006 con Carlos Gaviria (22%) y en 1998 con Noemí Sanín(26%). De vuelta a la realidad.