martes, 29 de julio de 2008

Espiritismo y política







Oyendo el concierto de voces de ultratumba que anima las grescas políticas en las plazas y los congresos de nuestros vecinos, viendo las actuaciones de algunos médiums con banda presidencial, expertos en levantar los brazos e invocar el espíritu de un santón de la patria para tomar decisiones sobre el banco central o los impuestos o los tratados comerciales, he terminado por agradecer la prudencia y el silencio de nuestro altar de mártires políticos. A pesar de los muchos males parece que nos hemos librado del culto que los fanáticos o los oportunistas suelen alentar sobre la figura de bronce de algún venerable.
En Venezuela, en Ecuador, en Nicaragua, en Argentina y, ni qué decir en Cuba, se practica esa especie de gobierno por interpuesta persona que a todo responde con la exaltación de una cita entre comillas, con himnos a cambio de argumentos. En la tarea de reencauchar un discurso algunos presidentes han terminado luciendo la mirada dudosa de los candidatos a la reencarnación. Las arengas se elevan a la altura de los símbolos patrios y la militancia se convierte en una religión nacional.
Venezuela es el caso más extremo dadas las calidades del encumbrado y su émulo. No todo es culpa de Chávez. Las cenizas de Bolívar reemplazaron el sagrario y el Cristo en el altar mayor de la iglesia de la Santísima Trinidad en el centro de Caracas. Desde hace mucho tiempo Bolívar hace de milagroso en la política venezolana. Chávez ha aportado sólo algo de agresividad y folclor. En 1994, durante sus reuniones de campaña, el teniente coronel dejaba siempre una silla vacía destinada al libertador. Espiritismo y política.
En Ecuador, una cabeza gigante de Eloy Alfaro, su mirada severa desde lo alto, vigiló las sesiones de la Constituyente en la localidad de Montecristi. El machete de “El viejo luchador” se convirtió en símbolo de la concordia nacional. Y el presidente de la Asamblea marcó el rumbo con una sentida oración: “Nuestro compromiso es por el imperio del orden sobre el desorden impuesto por la egolatría mercantilista. Para lograrlo recuperamos de Eloy Alfaro la satisfacción por el servicio comprometido con el otro y la renuncia a la posesión y al lucro”. Nadie podrá decir que Rafael Correa es un usurpador, tiene un parentesco lejano con Alfaro y ha prometido seguir sus huellas: “En esta hora de revolución y esperanza le decimos tranquilo mi General”.
En Argentina el matrimonio Kirchner intenta seguir los pasos de Juan Domingo e Isabelita. Las montoneras de Luis D’Elia y compañía, grupo de choque de Cristina Fernández en las calles, responden con furia a los gritos contra las oligarquías del campo. Cristina no hay sino una pero tiene las ventajas del 2x1: puede invocar a Evita o a Isabelita según el humor con que se despierte. Qué decir de Ortega, no sólo remedo de Sandino sino de sí mismo. La osadía de la lucha contra Somoza se agotó hace mucho tiempo, sólo le queda recostarse contra los innumerables murales que hacen honor a Sandino en toda Nicaragua.
El cadáver de Gaitán con su boca torcida y su gesto de durmiente común, bien podría encarnar a nuestro agitador de ultratumba. J.A. Osorio Lizarazo termina uno de sus aplausos a Gaitán proclamando su victoria después de la muerte: “No podrán apagar jamás la llama fulgurante que encendió en el corazón del pueblo”. La llama se quedó en los incendios. Tal vez le faltó ejercer el poder para lograr la ascendencia perpetua, también los mártires necesitan mandar para hacerse fuertes. El cuerpo de Galán en la tarima de Soacha apenas sirvió para alentar los tres meses largos de una campaña presidencial. Y para el triunfo. No queda más que agradecerles a estos muertos ilustres por su sincero descanso.

sábado, 26 de julio de 2008

Carnicero cósmico





Richard Hoolbrooke, el negociador norteamericano que debía enfrentar la mirada de Radovan Karadzic durante los días de guerra de 1995 en Sarajevo, recuerda con claridad el rostro de su contraparte en la mesa de un refugio de caza en las afueras de Belgrado: “Tenía una cara grande, de mandíbula pesada, mentón pequeño y ojos sorprendentemente tiernos.” Según parece esos ojos, además de sus habilidades como vendedor de paraísos, sirvieron para que Karadzic se convirtiera en el más singular de los prófugos. Una especie de iluminado envuelto en una barba venerable, repartiendo los poderes de la “energía vital” entre sus pacientes y una fina amabilidad entre sus vecinos. Algunos de ellos todavía se duelen de que el único hombre espiritual y enigmático de un suburbio de torres altas acostumbrado a la maledicencia y los pleitos vulgares, haya resultado ser un criminal de guerra: “Me da mucha lástima, ojalá hubiera sido cualquier otro de mis vecinos y no él.”
Karadzic ha logrado romper el lugar común que entrega a los prófugos célebres, sean nazis, mafiosos o asesinos en serie, un paraíso perdido en el Caribe o en los Andes suramericanos y una vida dedicada al ajedrez o a la hermosa amputación de los bonsáis. Y al mismo tiempo ha alentado el sueño misterioso de las vidas múltiples, la posibilidad novelesca de elegir un destino inesperado a mitad de camino. Un jefe de gobierno acusado de matar a miles de personas por el simple hecho de “ensuciar” la pureza de su pueblo, puede convertirse en un carismático vendedor de placebos: un cómico de tercera según los descreídos o un cósmico de primera según sus discípulos. Karadzic seguía caminando las mismas calles de Belgrado y tenía el humor suficiente para visitar un bar llamado El Manicomio a la hora de sus vinos. No había olvidado sus dotes de psiquiatra.
Me dirán que Adolf Eichmann, jefe de logística de los campos de concentración, y Josef Mengele, médico de horrores de Hitler, ya habían mostrado el tortuoso camino de las mutaciones radicales. Y que Karadzic es un simple alumno. Pero sus oficios en Argentina, Paraguay y Brasil carecen del encanto del médico en busca del “quantum humano”. Eichmann comenzó con una lavandería, luego trabajó para una empresa de sanitarios, intentó criar conejos según su experiencia de carcelero y terminó como electricista de la Mercedes Benz. Fue un pésimo empresario y un empleado modesto. Y en las tardes de nostalgia dictaba sus memorias, seguía siendo Eichmann y no Klement como decía su pasaporte. Mengele, por su parte, fue un poco más divertido y más cínico. Dedicó sus primeros días a regentar con mano de hierro una juguetería y más tarde fue socio de una empresa farmacéutica. Terminó como inquilino de cuotas atrasadas en un rancho de una favela en Brasil.
La estampa bondadosa de Karadzic también me hizo recordar a Daniel “El Hachero”, el más famoso asesino de nuestra prehistoria de matones, autor del crimen del Aguacatal. Luego de su fuga Daniel Escovar terminó sus días en Urrao como un modelo de virtudes cívicas: “Ciudadano correcto, todo un caballero y de un talento natural privilegiado. Contrajo matrimonio y en el hogar fue esposo y padre ejemplar”. Dicen que muchos lo lloraron al momento de su muerte, como ahora algunos enfermos de Belgrado lloran la muerte de Dragan Davic, el doctor de las esferas que encarnó Karadzic durante 13 años. Un número mágico.

martes, 22 de julio de 2008

La camiseta de pepas





En mayo de 1999, la noche antes de la final de la copa UEFA, Fabio Cannavaro se divierte en su habitación en el hotel Marriot de Moscú. Juega con una jeringa cargada de neotón, un estimulante cardiaco, y el juego termina con una burla frente a la cámara que él mismo sostiene. Cannavaro acostado en la camilla hace las muecas del junkie que recién recibe el paraíso en su antebrazo: “Ah… ¡sí que es hermoso!”, dice en medio de risas. Tal vez sin darse cuenta el defensor italiano hizo la mejor de las burlas para la legión de moralistas que buscan en el deporte no a los más rápidos y los más fuertes sino a los más limpios y a los más castos. Cannavaro finge ser un perdido cuando es simplemente un defensa central usando una práctica de recuperación un poco menos vistosa que el jacuzzi. “Tomando vitaminas”, según las palabras del médico del Parma de entonces. Las mismas que “tomaban” Asprilla, Zidane, Verón y toda la liga italiana, sin excluir a los árbitros, que además toman algo bien merecido para los nervios.
Muy pronto el mundo del fútbol olvidó esa pequeña pantomima y se dedicó a lo suyo, dejó a un lado las concentraciones y los médicos para ocuparse de las áreas, donde está la verdadera acción. Con el ciclismo el asunto ha sido distinto. Eufemiano Fuentes, médico corriente de un hospital en las Islas Canarias, sigue siendo el hombre más famoso del pelotón. Y los periodistas del pedal tienen ahora diplomado de farmaceutas y saben más del hematocrito que de Luz Adrdiden y Alpe d´Huez. El ciclismo respondió a los ataques de los inquisidores con una histeria que ha llevado a extremos absurdos. Los ciclistas se bañan acompañados de un gendarme francés para que no usen el polvo mágico que desaparece los rastros de EPO en la orina, una caravana de fiscales sigue la carrera aplaudiendo la limpieza de quienes llegan descolgados, los ganadores de etapa que marcan positivo salen esposados todavía con el ramo de la victoria en las manos. Y duermen en las comisarías y son acusados de delitos cercanos al narcotráfico. Ricardo Riccó, el último de los grandes caídos en desgracia, acaba de despedir a su masajista para contratar a un abogado que lo salve de una pena de dos años de cárcel.
En medio de la hipocresía general era lógica la aparición de El Vaticano. Hace unos años, en los tiempos en que Juan Pablo II todavía era líder en San Pedro, la iglesia de Roma decidió patrocinar un equipo de ciclistas iluminados que corren en contra del aborto y el dopaje. Amore e vita se presenta como una formación de santos en medio de un mundo corrompido. Pero ningún humano puede correr y llegar con los primeros en las tres grandes carreras alimentado a punta de pan y agua. Muy pronto Amore e vita encontró a su ángel caído: Valentino Fois, quien había sido sancionado por dopaje durante dos años y había regresado con el bombo de la santidad, apareció muerto en su casa en Bérgamo. Ansiolíticos, cocaína y otras ayudas servían para olvidar la medicación de las carreras. Pasa hasta en las mejores familias.
Por mi parte no tengo reparos morales contra esos adictos a la camisa amarilla que recorren 3500 kilómetros en tres semanas a una media de 40 por hora. Los veo con admiración aún cuando están montados en los carros de la policía francesa. Lo que me parece triste es pensar que soy admirador del que tiene la médula ósea más generosa en producir eritropoyetina, me duele que me hayan hecho pensar que no admiro a un ciclista, un valiente que dedica su vida a un moderno y vistoso Via Crucis, sino a un complejo sistema hormonal potenciado, a un probado campeón de glóbulos rojos. Los amigos y los enemigos del ciclismo convirtieron a los laboratorios en los competidores principales, un FotoFinish eterno entre quienes venden las drogas nuevas y quienes las buscan, una carrera entre químicos que hoy aconsejan al ciclista y mañana al encargado de perseguirlo con un tubo de ensayo. Es hora de que el médico trabaje tan libre y tan anónimo como el mecánico. Igual, arriba ganará el más fuerte.

viernes, 18 de julio de 2008

Pregón de despechados



Cartagena ha demostrado ser un ejemplo paradigmático de cómo se retuerce el clientelismo, entre zarpazos y espumarajos, luego de las derrotas electorales. Los comilones de la política barata no se resignan fácilmente, han probado las mieles de la intriga, las fantasías de la nómina oficial, la fiesta silenciosa de las licitaciones, y dedican la orfandad de poder a disfrazar el despecho con argucias legales o reproches chambones. En la heroica tomaron el camino de los tinterillos para objetar el triunfo de Judith Pinedo. En Medellín han comenzado a gritar contra la alcaldía de Alonso Salazar, dedicados al clientelismo de oposición desde algunos micrófonos súper estridentes, desde el supuesto civismo de última moda en facebook o desde algunas asambleas de salón comunal.

A falta de argumentos las críticas de los derrotados y sus pregoneros se dedican al agravio personal. Conscientes de nuestras viejas taras morales han comenzado a repetir la historia según la cual el alcalde goza de alegrías alcohólicas. Que el inquilino de la Alpujarra comparta la barra de un bar corriente con algunos ciudadanos, sin necesidad del escondijo y la copa labrada del club, es una rutina que merece más encomio que escarnio. La ciudad se ve mejor desde la calle que desde el carro blindado y el alcalde puede hacer un brindis contra la pacatería ambiente. Es mejor un trago que el veneno de la bilis.

También se ha despertado cierta histeria motorizada por la posibilidad de que el pico y placa rija para un día completo. Lo primero que hay que decir es que menos del 20% de la ciudad se mueve en vehículos particulares. Es cierto que está bien que la medida se discuta, que se miren sus efectos más allá del capricho y la comodidad de quienes tenemos el privilegio de cerrar puerta y ventanilla y olvidarnos del mundo. Medellín construyó un metro y sigue siendo una de las ciudades colombianas más alérgicas al transporte público. La discusión está abierta y las lecciones podrán ser interesantes.

La más recientes encuesta de aceptación de los mandatarios locales mostró un descenso en la popularidad de Alonso Salazar. Lo peor y lo más irresponsable que puede hacer un gobernante es obsesionarse con el espejo de las encuestas, tomar decisiones pensando en la veleta de la opinión pública. Ese es trabajo de los vanidosos y los demagogos.

La “encuesta” que el alcalde debe mirar con atención es la del número de homicidios en la ciudad. Ese es el verdadero gran problema de Medellín y por fortuna es el tema más fuerte del alcalde. Salazar conoce como ninguno las mareas de sangre de este valle, sabe de los pleitos sórdidos que se incuban debajo de la aparente normalidad y tiene credibilidad como académico y como político. No en vano fue el primero en diagnosticar los males que nos asolaron en los noventas y el último guía de la mejora en seguridad desde la secretaría de gobierno de la pasada administración. El alcalde debe ser líder en ese tema, debe hablarle a la ciudad de lo que más conoce y más le preocupa a todos sus habitantes.

Luego de ocho años será difícil que Medellín dé marcha atrás en su transformación política. El tiempo de los beneficios personales, del intercambio de favores y puestos tiene que ser una maquinaria archivada, que se pudre y suelta su oxido en forma de mentiras y críticas mezquinas. Esa política rapaz que salió derrotada en el terreno de las obras y los argumentos, deberá ser ignorada a la hora de su juego de inquinas. Así como perdieron gobernando, perderán graznando desde su rama.

martes, 15 de julio de 2008

La caza del gitano





Cada cierto tiempo Europa decide tirar un fósforo sobre las cartoneras donde habitan los gitanos. Parece increíble pero también la Europa sutil tiene los suficientes arrestos bárbaros para lidiar con sus propios descastados. Una tribu de herreros, músicos y adivinos según los cuentos populares; una horda sucia de ladrones y desadaptados según algunos de sus políticos más populares.
Italia es la actual punta de lanza del viejo deporte que alguna vez se llamó “La caza del gitano”. Hace 20 años habitantes de un suburbio romano, sobre todo ancianas y jóvenes, quemaron llantas en las autopistas y en las vías del tren para protestar contra un rumor que situaba a los gitanos como posibles vecinos. Uno de los manifestantes aclaró su posición con singular elocuencia: “No somos racistas. Sólo estamos en contra de los gitanos”. Esa declaración que parecía un gracioso disparate en la boca de un enardecido ha pasado a ser parte del lenguaje oficial. El actual alcalde de Treviso, tres veces reelegido, muestra sus credenciales en una entrevista de prensa. “Yo no soy xenófobo, pero odio a los camellos, a las prostitutas, al comercio de armas. Y no puedo tolerar a los gitanos, de hecho destruí dos campos nómadas porque eran un refugio de gente que robaba noche y día. No puedo consentir que niños gitanos de seis y siete años roben a nuestros ancianos.”
Los habitantes de Ponticelli, un barrio de Nápoles con buen olor a camorra, han decidido aplicar por mano propia las políticas del alcalde del norte. Hace unos meses los diez pequeños campamentos gitanos de Ponticelli fueron quemados por una singular tropa de mujeres y niñas armadas de cócteles molotov. Los mil gitanos que vivían en los campos, y que ahora no andan en carromatos sino en motocarros Piaggio, vieron arder sus ranchos con la tranquilidad de quien no ha perdido mucho. Al día siguiente el ministro de defensa, Ignazio La Russa, dio el espaldarazo necesario a los pirómanos: “El tiempo de los campamentos gitanos en Italia se ha acabado. Habrá como mucho pequeños campos de 10 personas para poder controlarlos bien". No es de extrañar entonces que los cuentos populares gitanos sean arma de consolación durante los velorios y huyan de la inocencia de la moraleja para inclinarse por los sueños de la venganza: “En ese paraíso gitano nuestro todos nuestros hijos gitanos se reúnen y presumen y beben unos a la salud de otros. Los hijos de los gaje (no gitanos) están fuera tiritando de frío y muertos de hambre, mendigando a nuestros chicos algo que llevarse a la boca. Nuestros afortunados hijos gitanos ríen sin parar. Se burlan de ellos, luego comen y vuelven a comer, y no les dan ni un trocito de comida”.
Ahora Silvio Berlusconi está empeñado en renovar a su manera el carné antropométrico que se exigió desde 1912 hasta 1970 y que seguía el ejemplo de las fichas carcelarias: fotos de frente y de perfil, huellas dactilares de los 10 dedos de las manos además de medidas de cráneo y articulaciones. Los gitanos serán los únicos obligados a someterse a ese registro que anticipa la reseña judicial. El parlamento europeo le ha pedido a Italia revisar la medida pero la tinta está a la espera de las manos sucias de los gitanos. El gobierno dice que se trata de proteger a los niños romaníes pero la experiencia europea parece desmentirlos. Entre 1926 y 1973 la organización Pro juventude, respaldada por el gobierno Suizo, separó a centenares de niños gitanos de sus padres con el pretexto de brindarles protección. La paradójica realidad terminó ubicando a los gitanos como víctimas del robo de niños, mientras el estereotipo les impone un saco negro a la espalda con niño dentro.
Mientras Europa sigue mostrando su cara más burda en el intento por ajuiciar a sus descastados, los cuentos populares gitanos siguen repitiendo la razón que les trajo San Jorge luego de visitar a Dios: “Di a los gitanos que vivirán bajo sus propias leyes. Ellos deben decidir dónde rezar, dónde pedir y cuándo coger algo sin permiso. Es asunto suyo. Ve y díselo.”

sábado, 12 de julio de 2008

Realismo periódico




El caos de nostalgias y desechos que impone un trasteo entrega siempre algunos hallazgos inesperados. El fondo de los cajones impone una terapia contra la desmemoria y revela nuestra colección de apegos insignificantes. La biblioteca compone el envoltorio más pesado: una docena de cajas que despierta remordimientos por acción y por omisión. Algunos libros necesitan de la feliz condena que nos regala el camión de mudanzas para volver a ser atendidos.

El libro de crónicas y reportajes de García Márquez estaba en la caja de los saldos, como simple colección de anécdotas. La edición de tinte pirata de Oveja Negra ratificaba la condena. Pero el desorden tiene sus designios y terminó siendo la lectura escogida para el desembarco. Todas son crónicas escritas hace más de 50 años, llenas de detalles risueños y reveladores, lejanas del drama a pesar del surtido de tragedias. Escritas en los tiempos en que los periódicos no tenían que disculparse con sus lectores por obligarlos a leer. La sorpresa no llegó con la probada calidad del cronista sino con la coincidencia de algunos temas con los titulares de las últimas semanas.

La única crónica que menciona a Medellín da cuenta de la tragedia por un deslizamiento de tierra en el sector de Medialuna, en la vía a Santa Helena. Un desastre muy parecido al reciente derrumbe en el barrio El Socorro. Sólo que el Medellín de 1954, adormilado entre las mismas películas y el calor de julio, se movió completo a causa del pequeño derrumbe en las afueras. Presa de un delirio de civismo y curiosidad los habitantes corrieron a escarbar la montaña. Las camionetas de la Empresa de Energía se convirtieron en ambulancias, Radio Nutibara transmitía boletines minuto a minuto desde el sitio, los donantes de sangre se peleaban en las afueras de la policlínica, había 360 jefes de operaciones entre el barro. “Una muchedumbre de empleados, estudiantes, obreros, campesinos, comerciantes y curiosos sin profesión conocida” subía por la carretera para dar una mirada y ofrecer una mano. Medellín respondía completa a los bochinches de pueblo. La tragedia dejó 69 muertos y un saldo de desaparecidos que muchos atribuyeron a la fuga de un buen grupo de deudores.

Uno de los reportajes trae los diagnósticos de Álvaro Mutis a propósito de su primer libro. Una frase del relacionista público de esa época sirve como lección a los relacionistas poéticos de nuestros tiempos: “…ha surgido en el mundo la preocupación de crearles a los poetas y novelistas el compromiso de darles a sus obras una función social. Esta exigencia llegó a límites histéricos entre los comunistas…que embadurnan su hojarasca con un tinte político para que suban sus acciones en el partido, y nada más”. Saber que 50 años después hay unos iluminados hablando de poesía y masas, llamando a la concordia universal mientras atizan odios políticos.

Las crónicas también tienen gringos perdidos en las selvas del chocó luego de un accidente aéreo, historias de 3000 desplazados en el Tolima por los combates entre ejército y chusma, quejas de los chocoanos porque el platino no les deja sino huecos, miseria y el nombre para su aguardiente. Parece que el realismo periódico es el mejor de nuestros géneros.

miércoles, 9 de julio de 2008

Historia de cautivos





La tropa de caminantes recién desembarcados de las sabanas de Tomachipán, sus aires montaraces, sus largas historias de cautivos, sus amuletos en las muñecas y en los hombros, me hicieron recordar las fantásticas desventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, un conquistador español que deambuló 10 años entre los indios que habitaban el sur de la Florida y los alrededores del Río Bravo. Sufriendo las humillaciones del esclavo, los rigores de selva y la amenaza constante del hambre.
Alvar Núñez decidió escribir su peregrinaje en un libro llamado Naufragios para dar cuenta de las “muchas y muy extrañas tierras” por donde estuvo perdido, y de “las costumbres de las bárbaras naciones” con las que conversó y vivió. Una frase del proemio de su libro resulta bien parecida a las que se han repetido por los micrófonos en la última semana: “Aunque la esperanza que tuve de salir de entre ellos, siempre fue muy poca, el cuidado y la diligencia siempre fue muy grande de tener particular memoria de todo, para que si en algún tiempo Dios Nuestro Señor quisiera traerme a donde ahora estoy, pudiese dar testigo de mi voluntad, y servir a vuestra majestad”. La curiosidad que su majestad el público ha desarrollado por la vida y las costumbres de la última tribu, la bárbara nación en armas en el sur del país, hace que la historia de los cautivos tenga un aire de expedición de conquista, de caminata en el nuevo mundo allende los remansos de San José del Guaviare.
Los motivos por los que Cabeza de Vaca terminó siguiendo los pasos temerarios del gobernador de su expedición no son muy distintos de los que empujaron a la íngrima rehén de nuestros tiempos: “No quería dar ocasión a que se dijese que, como había contradicho la entrada, me quedaba por temor, y mi honra anduviese en disputa; y que yo quería más aventurar la vida que poner mi honra en esta condición”. Luego todo fueron dificultades, largas marchas en busca de raíces y tunas y maíz, llagas en la espalda, guerras con otras tribus y ceremonias primitivas acompañadas del padre nuestro: “…hallamos lumbre con que hicimos grandes fuegos, y así, estuvimos pidiendo a Dios Nuestro Señor misericordia y perdón de nuestros pecados, derramando muchas lágrimas, habiendo cada uno lástima, no sólo de sí, más de todos los otros, que en el mismo estado veían.”
Tres veces intentó Alvar Núñez huir de sus variados captores, por el mucho trabajo que le daban y el mal trato que le hacían, y tres veces volvió a caer en sus manos. La voz para describir el trato que les daban a algunos de sus compañeros de infortunio coincide con la colección de infamias que han reproducido los periódicos: “…los tomaron por esclavos, aunque estando sirviéndoles fueron tan maltratados de ellos, como nunca esclavos ni hombres de ninguna suerte lo fueron…” En cada ceremonia que Alvar Núñez y sus compañeros presenciaban estaba siempre el presentimiento de un sacrificio: un nuevo jefe, un penacho de colores desconocido, un baile extraño eran motivos de alarma. La flecha siempre apuntaba al cuello.
La prisionera de estos tiempos habló del terrible olor de rutina que se levantaba al remover la tierra para la nueva habitación. También el Jerezano vivió con indios acostumbrados al trasegar infinito: “Las casas de ellos son de esteras puestas sobre cuatro arcos; llévanlas a cuestas, y múdanse cada 2 o 3 días para buscar de comer”. Y a la hora de dar batalla los carceleros de Alvar Núñez no estaba lejos de los que amarraban a los modernos prisioneros: “Ésta es la gente más presta para un arma de cuantos yo he visto en el mundo, porque si se temen de sus enemigos, toda la noche están despiertos con sus arcos a par de sí y una docena de flechas” Los Nukak Makú, tribu contemporánea y limítrofe con la tropa del sur, también han hecho sus descripciones de los encuentros con los desventurados: “Hombres malos, armas, hombres amarrados y tristes”.
Al final de su cautiverio Alvar Núñez había logrado pasar por santo y curandero mayor, era aclamado y perseguido por los nativos y llegó a tener una fila india de 6000 seguidores. Algo parecido le pasa a nuestra recién liberada. El paso de la esclavitud a la santidad.

sábado, 5 de julio de 2008

La Ingrid-política




El país quedó grogui. Ver a Ingrid Betancourt lista para firmar el referendo para la segunda reelección, rozagante encabezando su guardia de soldados desmelenados, salvajes y tiernos al mismo tiempo, y verla regañar dulcemente a su madre por no darle las gracias al presidente y luego ver a Yolanda Pulecio como una niña buena soltar la frase impronunciable, fue demasiado para una sencilla tarde de miércoles. Colombia está bien acostumbrada a la desmesura y a los mareos que trae la continua sensación de irrealidad, pero nuestras sorpresas son casi siempre trágicas, es raro que podamos reírnos del desenlace de nuestros nudos perpetuos. No recuerdo una noticia, exceptuando las apoteosis deportivas, que haya despertado un llanto risueño y una sensación de desahogo tan generalizados. Las farc creían extorsionar a un gobierno pero se vio muy claro que el país entero sufría ese larguísimo chantaje.
Ahora nadie duda que las farc han pasado de la soberbia a la repetida humillación. Hace unos años sacaban a los diputados del Valle en una impecable operación de inteligencia, sin disparar un solo tiro, disfrazando de perro antiexplosivos a un chandoso experto en esculcar canecas. Pero los tiempos han cambiado. Asesinaron a los diputados por torpeza y crueldad, luego exhibieron su cinismo en las cartas donde intentaban tapar el crimen y ahora son las farc las que sufren los engaños, las que corren hacia los helicópteros equivocados en busca de un interlocutor, las que entregan sus pistolas a los soldados ante la necesidad de encontrar un amigo que les muestre algo de solidaridad.
No vale la pena hacer un seguimiento de lo que ha dicho Juan Manuel Santos sobre todo este asunto. El hombre anda como en las nubes, habla de un rescate de película, narra la operación y la llama novela, pone el vídeo y grita luces, cámara, acción. Cada día se parece más a Pachito. Pero sí vale la pena pensar en lo que han dicho los personajes más cercanos a los farc en términos ideológicos. Fidel Castro habló de un secuestro “cruel e injustificado” y dijo alegrarse de la liberación, incluso de la de los tres norteamericanos:Yankees go home. Lástima que la noticia pueda demorarse tres años en llegar a oídos de Cano. Chávez repitió con fuerza, ocultando su despecho por no haber podido entregar su espinoso ramo de olivo a Ingrid, que “el tiempo de los fusiles ya pasó”, y pidió de nuevo la liberación de los secuestrados sin condiciones. Evo, con evidente falta de oxigeno en el cerebro, celebró “los acuerdos que se van tomando entre las farc y el gobierno.” Pero al final remató con la frase que las farc comienzan a oír desde todas las orillas: “No estamos en tiempos de luchas armadas”. Para terminar Piedad Córdoba felicitó al ministro Santos. De verdad no es raro que el hombre ande con delirios de grandeza.
Es imposible esperar inteligencia y sentido de oportunidad de parte de las farc. Pero es necesario pedir inteligencia y sentido de las proporciones al país y al gobierno. Ya un amigo de Ingrid dijo que es ella quien mejor conoce la realidad nacional y mundial, porque tenía un diccionario y un radio de pilas en su equipo. Ingrid necesita sobre todo reposo, la euforia es una muy mala consejera en política. La euforia la llevó a entregarse a las farc, sabiendo que esa guerrilla es, por oposición, la encargada de marcar los tiempos de la política en Colombia. Que las farc no nos escojan el presidente otra vez. Sólo imaginen a Luis Eladio Pérez de ministro del interior. El gobierno por su parte debe concentrarse de nuevo en su enemigo y olvidar a la Corte. Gozar su triunfo y archivar el referendo. Manejar sus problemas con la altura del que va liderando el campeonato y no con el desespero del que está peleando el descenso.

martes, 1 de julio de 2008

Memoria de la vieja dama




Era imposible que Alemania ganara en el Prater Stadium de Viena. La memoria de las catacumbas bajo las tribunas, un pasado con visos de arqueología forense, fue maleficio suficiente para impedir la celebración de los dirigidos por Joachim Loew. Iker Casillas fue apenas un vigilante con la orden oponerse a la profanación.
Los estadios vacíos imponen siempre una actitud de respeto por su aire de desolación. Los días sin juego han servido para que los aficionados de todo el mundo los llamen templos y los miren con devoción desde las ventanillas de los buses. Pero el Prater de Viena debe tener un eco suficiente para producir escalofríos. En septiembre de 1939 el estadio fue convertido en cárcel de ocasión y más de mil judíos vivieron encerrados bajo las tribunas. En las tardes los carceleros los sacaban de sus camarotes para permitirles una hora de sol. Estaba prohibido pisar la cancha, debían caminar por la pista atlética y recordar el título del Hakoah, un club judío que había sido campeón 15 años atrás.
Muy pronto el estadio se convirtió en un temible laboratorio. El jefe de la sección de antropología del Museo de Historia Natural de Viena quiso aprovechar la gran jaula para un experimento. Debía organizar una exposición sobre “la raza judía” y recibió permiso para llenar sus datos con los aficionados del Prater. Casi la mitad de los prisioneros fueron rapados, fotografiados con minuciosidad, medidos con el celo de los verdugos. La nariz, el cuello, el tamaño del cráneo, las articulaciones. Todo quedó en las planillas del profesor Josef Waslt. Un desprevenido habría podido pensar en los “investigadores” como misioneros piadosos que se encargaban de curar a enfermos recluidos en un gran sanatorio. Ponían mascaras de yeso sobre la cara de los judíos seleccionados y las guardaban para completar su álbum macabro. Diez de esas máscaras están todavía en los sótanos del Museo de Historia Natural. Algunos sobrevivientes del estadio han visitado sus máscaras en los sótanos del museo. La escena podría estar en un poema de Borges. Los encargados de cuidar las máscaras han descrito el extraño encuentro: "El anciano estuvo parado aquí, cara a cara con la copia de su rostro de joven, y recordaba en detalle cómo se realizaban los experimentos en esos tiempos".
“Casi todos fueron asesinados”, dice la última frase de una placa que recuerda las vergüenzas de La Vieja Dama, según el nombre cariñoso que los vieneses le han dado al Prater. Pero esa memoria de mazmorras no fue lo único que impidió una victoria alemana. La gramilla también guarda recuerdos que era necesario preservar. Unos meses antes de convertirse en cárcel y laboratorio se jugó en el estadio un partido entre Alemania y Austria para “celebrar” la unificación. La anexión que Hitler había decidido bajo el embeleso de sus mapas. Los jugadores de la mejor selección austriaca de la historia estaban condenados a vestirse con la bandera alemana para tener opción de jugar en el mundial del 38 en Francia. Era el último partido para la camiseta austriaca y Matthias Sindelar, el mejor de sus jugadores, se dio el lujo de amargar a los oficiales nazis en los palcos y humillar a los muñecos alemanes en la defensa. Austria ganó 2-1 y Sindelar se negó a realizar el saludo nazi durante los himnos. Unos años después aparecería muerto en su apartamento en compañía de su novia italiana. Es seguro que Sindelar tuvo algunas palabras para los dos delanteros alemanes Lukas Podolski y Miroslav Klose, dos polacos que han oído tantas historias de trenes y cárceles y galpones humanos como los austriacos. Alemania dejó la copa en manos españolas y una pequeña ofrenda en la cancha de La Vieja Dama: la sangre de su capitán Michael Ballak.