martes, 29 de julio de 2014

Star paranoicos






El nacionalismo es una buena estrategia para explorar pozos electorales y un pésimo consejero a la hora de los negocios. El ejemplo de Venezuela debería ser suficiente para diferenciar entre la defensa del patrimonio público y la simple manía ideológica que puede convertir una empresa estatal en un escudo partidista. En 1998 PDVSA producía 3.5 millones de barriles de petróleo diarios. Muy pronto la bandera Venezolana se puso sobre la mesa de la junta directiva y el gobierno de Hugo Chávez, recién elegido, comenzó a tronar a favor de la soberanía nacional y en contra de los buitres del imperialismo. Los negocios de asociación con las petroleras internacionales se convirtieron en tema clave de los discursos y ante la gritería del respetable se exigió que PDVSA tuviera al menos el 60% de las acciones en los consorcios de economía mixta. Llegaron las demandas y las renuncias por parte de las antiguas socias del Estado.
El año pasado PDVSA produjo cerca de 2.7 millones de barriles de petróleo diarios. El gobierno logró el control total de la empresa que provee la gran mayoría de los recursos al Estado venezolano y al mismo tiempo la convirtió en un apéndice político. La salida de los socios privados alejó al imperialismo y al escrutinio financiero y técnico que imponen los accionistas en cualquier negocio. La soberanía había dejado un dueño arrogante y solitario, un patrón que logró sacar a 14.000 trabajadores petroleros que constituían una buena parte del conocimiento y los activos de PDVSA. Más vale que empresas privadas y públicas se miren de reojo y permitan un escrutinio desde dos orillas a sus balances y sus riesgos compartidos. En ocasiones un socio privado puede ser un buen informante sobre la marcha de  lo público.
En los últimos cinco años la brecha de producción petrolera entre Colombia y Venezuela pasó de 3 millones de barriles diarios a tan solo 1.7 millones. Parte del conocimiento que fue sacado a banderazo limpio de PDVSA llegó a nuestros campos para enseñar e invertir. En las últimas semanas el tema de la tecnología Star y las relaciones entre Ecopetrol y Pacific Rubiales ha despertado una pequeña ola de indignación por lo que sería un flagrante engaño a la petrolera nacional. No soy experto en hidrocarburos pero puedo entender que dos empresas se unan para probar una tecnología y tomen un riesgo en busca de una ganancia. En este caso Pacific invertía el 70% y Ecopetrol el 30%.
La industria del petróleo está llena de esos experimentos, es el trabajo de los petrofísicos y los ingenieros. Todos los días se intentan métodos para sacar ese tesoro grumoso de la tierra: Nanotecnología, surfactantes, polímeros…métodos que para los legos no dicen mucho, misterios bajo tierra. Pero aquí de la mano del senador Robledo y de algunos acólitos que posan de suspicaces, hemos convertido un asunto técnico en copla politiquera y nacionalista. Criticamos los números de Ecopetrol pero pretendemos que se quede quieta y se encoche en sus proyectos. Y casi celebramos que el experimento de Star haya mostrado números peores de lo esperado para salir a cantar una victoria contra esos socios tan poco dignos de nuestra confianza. Todos los días se oyen clamores contra el Estado ineficiente y anacrónico, pero cuando ese mismo Estado pretende actuar con la lógica empresarial, con los riesgos y las renuncias que eso implica, llamamos de nuevo a los profetas de la rigidez y el estatismo.


martes, 22 de julio de 2014

Rigor mortis





Nos hemos acostumbrado a hablar de la eterna guerra colombiana, del desangre de nuestros campos, de la violencia indiscriminada en las ciudades. Gastamos las metáforas y construimos un escenario que se hace inamovible a pesar de las cifras y los hechos cambiantes. Tanto desdeñamos la realidad, un poco más compleja que la percepción, que hace unos días Francisco Maturana, un experto en metáforas, dijo añorar los años tranquilos de la década del noventa frente a los azarosos días actuales. Alguien debería contarle que en 1991 se cometieron en Medellín 4585 homicidios, casi el doble de los contabilizados por Medicina Legal en todo el departamento de Antioquia durante el año pasado.
Sentarse a mirar unas tablas con la información que dejan los asesinatos en Colombia tiene algo de macabro. Sumar muertos de ciudades es simplista cuando los crímenes de cada esquina tienen una lógica y enmascaran poderes diversos. Sin embargo, puede ser útil para sacar algunas conclusiones sobre el origen y la evolución de esa violencia que hace rato escribimos con mayúscula. Por ejemplo, hace tiempos tenemos la idea de Urabá como el teatro de una guerra soterrada y aterradora. No es para menos, allí han estado todos los grupos ilegales posibles, allí han mutado nuestros mercenarios de radicales de izquierda a grandes capos de la derecha. De algún modo el EPL terminó siendo escuela de los Paras y los Urabeños. Pero los datos del año pasado nos muestran a todos los municipios del Urabá antioqueño con una tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes menor que la del departamento de Antioquia, con Necoclí como el más tranquilo y Chigorodó como el más convulso ¿Será todo obra del poder del Clan Úsuga?
Las tres grandes capitales, Bogotá, Medellín y Cali, reúnen el 33% de los homicidios que se presentaron en Colombia el año pasado. Bogotá sigue siendo una ciudad ejemplo a pesar de la imagen de inseguridad que proyectan los noticieros. Es la capital con la segunda tasa más baja de homicidios por cada 100.000, solo superada por Tunja que tiene números cercanos a los de los países escandinavos. El año pasado en Tunja murieron asesinadas 14 personas. Medellín presentó su tercera mejor cifra en la última década y ahora tiene una tasa menor que la de Antioquia. La ciudad que se podría decir fue maestra en las mañas y la saña de la violencia homicida ahora es superada por muchos de los pueblos de Antioquia. Cali muestra unos números alarmantes que casi triplican la tasa nacional de homicidios por cada 100.000 habitantes. Lo peor es que sus grandes vecinas, Tuluá, Palmira, Cartago y Buga, pasaron la barrera de los 100 homicidios en el 2013 y ponen al Valle como el departamento con más violencia homicida en Colombia. Un triste apartado merece Quibdó que es de sobra la capital más violenta del país, una realidad que ni siquiera se hace visible en medio del recuento cotidiano de sus tristezas. Todas las ciudades de la Costa Atlántica, excepto Santa Marta, siguen mostrando que tienen lógicas más tranquilas. Incluso La Guajira donde las mafias son dueñas tiene cifras de homicidios cercanas a las de Bogotá.
En los primeros seis meses de este año Medellín y Cali han mostrado una considerable disminución de sus homicidios. También en la Costa y en Santander los alcaldes han hablado de cifras que permiten el optimismo. Es muy posible que el 2014 termine con la menor tasa de homicidios de los últimos 25 años en Colombia. Puede estar comenzando un ciclo positivo e inestable más allá de La Habana.



martes, 15 de julio de 2014

Agitadores y fanáticos







Muchos de nuestros políticos son en realidad agitadores. No les interesan las ideas sino las frases de batalla, las imágenes que no dejen dudas, el sentimentalismo de sus seguidores. Afianzar los odios, dejar claros los bandos irreconciliables y construir la lealtad de los fanáticos es un viejo ideario que hoy se repite. Mucho más cuando la indignación barata se ha elevado a la categoría de atributo. Hace unos días Gustavo Petro puso en su cuenta de Twitter las imágenes de niños palestinos muertos tras los bombardeos israelíes en Gaza. Niños carbonizados que deja un conflicto viejo y ajeno le servían para encontrar un puesto en el bando de los buenos y compasivos. No importó que algunas de las fotos correspondieran a niños muertos en Siria unos meses o años atrás. Había que dejar una constancia. Álvaro Uribe, por su parte, usó su cuenta de Twitter, delirante como su versión de los hechos, para “denunciar” el atentado contra un puente en Lejanías, Meta. El puente en realidad se cayó por una creciente del río Guape, pero Uribe sueña con la dinamita. El nombre se encargó del resto: puente de La Reconciliación.
La indignación de Petro y la furia de Uribe me hicieron desempolvar un libro de Amos Oz titulado Contra el fanatismo. El escritor israelí ha intentado una y otra vez, en sus libros, en sus conferencias, explicar la tragedia surgida de un enfrentamiento entre derechos palestinos y judíos, “entre dos reivindicaciones, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país”. Y ha recordado la tragedia de los judíos que vivían en Europa a mediados del siglo XX y leían el asecho en los muros de las ciudades que los acogían: “Judíos, a Palestina”; luego, al regresar a finales del mismo siglo, los muros tenían un nuevo mensaje: “judíos, fuera de Palestina”. Y también ha contado la tragedia de los palestinos, rechazados y hasta perseguidos por lo que se ha llamado la familia árabe. “…no fueron aceptados como libaneses, ni como egipcios, ni como iraquíes. Tuvieron que aprender con dureza que son palestinos y que Palestina es el único país al que pueden aferrarse”.

Luego de haber actuado como soldado israelí en dos campañas y de haber sido un niño exaltado y extremista, con más ánimos para predicar que para jugar, Oz entrega algunos consejos para intentar una cura para los fanáticos de toda laya. El humor y la imaginación son los más importantes remedios recomendados en Contra el fanatismo. Dado que los fanáticos suelen ser sentimentales sin remedio, es clave contarles algunas historias que les puedan dar una idea distinta de sus enemigos y sus sufrimientos. Por ejemplo, a Uribe se le podría contar la historia de quince niños recién reclutados muertos en un bombardeo del ejército en el Cauca. Un cuento con uno de esos niños en sus dos meses de “entrenamiento” podría servir para aumentar su sentido de la ambivalencia. “Muy a menudo el fanático solo puede contar hasta uno, ya que dos es un número demasiado grande para él o para ella”. Por supuesto que las Farc tienen a los más grandes fanáticos de nuestra realidad, unos asesinos cegados por sentimientos de superioridad moral. Y sería muy grave que nuestra política en vez servir de antídoto e intentar sacarlos de su sesgo y su supuesto martirio por el pueblo, se contagiara y terminara hablando con la voz de los extremistas. La palabra traidor se convirtió en una de las marcas más importantes de nuestras recientes elecciones presidenciales. El fanático encuentra traidores a cada paso. Oz señala la más grande de sus paradojas, “no puede concebir el cambio a pesar de que siempre quiere cambiar a quienes están a su alrededor”. 

martes, 8 de julio de 2014

La ley y el orden





Hace veinte años todo terminó en tragedia. A diferencia de lo que pasa hoy los periódicos buscaban encontrar una lección nacional en los temblores de la pesadilla. La selección entregó un final digno del desorden que imponía la mafia y la muerte no dio espacio para los simbolismos baratos. Un grito unánime pedía castigo para los asesinos, pero no era más que un estribillo de tribuna, el canto ingenuo a una camiseta sobre un ataúd. La realidad ha demostrado que los protagonistas de la muerte de Andrés Escobar siguieron caminando por la misma cornisa de siempre, amparados por el miedo, el poder, la plata y la ley.
Juan Santiago y Pedro David Gallón Henao han logrado que desde siempre sus nombres se pronuncien en voz baja. Para acusarlos o defenderlos la gente se tapa la boca y suelta un susurro. Se dice que entraron a las grandes ligas de la mafia cuando los Ochoa se hicieron célebres y perseguidos. Eran sus amigos y herederos naturales. También se mencionan sus nombres en la historia de la creación del Bloque Metro en el municipio de San Roque. Entre sus compañeros de lides suenan siempre Santiago Uribe Vélez y Luis Alberto Villegas Uribe. Los caballos, las armas y la coca son recurrentes en cada una de sus historias. En 1997 aparecieron las primeras pruebas para hablar con confianza sobre los Gallón Henao. Un allanamiento al Parqueadero Padilla, a quinientos metros de La Alpujarra, entregó cientos de papeles y disquetes sobre las operaciones de narcos y paras. Allí figuraba un archivo contable a nombre de ‘Don S’ y ‘Santi’, que según funcionarios del CTI correspondía a Santiago Gallón. Pero ‘Lucas’, el más importante de los capturados en el parqueadero, terminó huyendo por la puerta principal de Bella Vista en septiembre de 1998 y Gallón Henao fue absuelto de sus vínculos con los paras en 1999. Las conversaciones por beeper entre ‘Lucas’ y ‘Santi’ quedaron como simples anécdotas.
Poco a poco los testimonios y los hechos desatados por la desmovilización de los paras y la ley de Justicia y Paz dejaron alguna claridad sobre los oficios de los llamados caballistas. Su contadora de confianza se desmovilizó en 2005 como integrante del Bloque Central Bolívar. Su amigo y socio de tierras, Luis Alberto Villegas, fue asesinado por orden de ‘Julián Bolívar’ por no reportar un laboratorio que había montado supuestamente en compañía con los hermanos Gallón Henao. Los testimonios del ‘Tuso’ Sierra los sitúan sacando coca por Urabá bajo el amparo y la vigilancia de ‘El alemán’. Y un ex policía, alias Pacho, los ubica como enlace con la policía, específicamente con Santoyo, para proteger a la gente de ‘Rogelio’ en la Oficina.
En 2009 a Santiago Gallón no le quedó más que entregarse y aceptar su relación con al menos cinco frentes paramilitares. Al momento de presentarse a la Fiscalía apareció acompañado del Coronel (r) Ricardo Salgado Pinzón, actual director de la Empresa de Seguridad Urbana de Medellín y ex director de la Sijin. Extrañamente pagó su condena en la cárcel de Yarumito, un sitio de reclusión reservado para ex funcionarios públicos. Digamos que es como si lo fuera. Quienes lo conocieron allí dicen que alardeaba de sus relaciones con Mauricio Santoyo y otros policías y militares. Parece increíble que luego de participar en el asesinato de Andrés Escobar, los Gallón Henao hayan logrado seguir su carrera criminal con pequeños sobresaltos, mirados con reconocimiento por políticos, comerciantes, policías y militares. Iconos entre los pillos, protegidos por la ley y el orden.

miércoles, 2 de julio de 2014

Arbitrariedad a secas





En política nos hemos acostumbrado a los disparates y a las sorpresas, a los conversos y a quienes a cada paso se desmienten a sí mismos. La silla del poder es también un potro de torturas que obliga a su orgullosa víctima a mostrarse tal cual es, a revelar sus impulsos y sus ánimos de usar el garabato de la firma como látigo para amansar a los ciudadanos. En Bogotá, Gustavo Petro ha comenzado a mostrar su porte autoritario. Parecía imposible que Miguel Gómez, un conservador de postín, terminara criticando a Petro por la limitación a las libertades individuales. El mismo alcalde que hace poco hablaba de un sistema que regulara el uso de drogas y pensara en minimizar los daños antes que imponer penas, el político que acumuló discursos en defensa de las libertades ciudadanas desde su curul como congresista, resultó implantando un régimen de ley seca que trata a todos los ciudadanos como menores de edad frente al comportamiento vandálico y violento de una ínfima minoría. De modo que los godos comparten entre dientes sus decisiones, e incluso tomarían medidas similares, pero no pueden perder la oportunidad de criticar al “alcalde de las libertades que nos llenó de prohibiciones”.
Cuando los alcaldes de pueblo no tienen mando terminan por acudir a la arbitrariedad. Si no se puede ejercer el control más vale exhibir el poder, piensa el alcalde con boina. Resulta increíble que ciudades tan conservadoras como Manizales o Medellín hayan logrado ver los partidos de Colombia sin acudir a la histeria preventiva de la ley seca. Petro ha intentado trazar una línea de relación directa entre la violencia homicida y el consumo de alcohol. Sin embargo, los informes detallados muestran que la mayoría de las muertes violentas en Bogotá tienen que ver con actuaciones criminales y ajustes de cuentas entre bandas para proteger rentas de microtráfico o extorsión. La concentración de muertes en algunas localidades confirma la coincidencia entre zonas donde están están las "ollas" y los "expendios" con sectores donde hay mayores índices de homicidios. Pero el alcalde pretende una concordancia automática entre muertes el día de triunfo de la selección y embrutecimiento alcohólico. Lo hizo el día del partido con Grecia, sin confirmar el motivo de las ocho muertes violentas (se sabe que cuatro de ellas no tuvieron nada que ver con la celebración) salió a descalificar el comportamiento de toda la ciudad. Y volvió a hacerlo el sábado anterior luego de la victoria ante Uruguay. Con alcohol o sin alcohol Petro señala a la ciudad como un maestro energúmeno. La policía lo ha desmentido con sutileza para no alebrestar sus furias secas. El mismo General Palomino reconoció los inconvenientes de tener que dedicarse a revisar botellas y vasos en vez de buscar cuchillos, pistolas y vigilar a exaltados potencialmente peligrosos.
Luego de padecer las largas filas para comprar cerveza en los estadios brasileros, después de ser bañado por Águila fría en el Metropolitano de Barranquilla en la celebración de un gol frente a Paraguay, y después de oír la historia de una viajera en bus durante el triunfo contra Uruguay, la misma que vio a Río Sucio y a un reguero de pueblos todos de blanco por la harina y la cerveza en sus parques, me cuesta creer que la capital, el centro de la civilidad colombiana, tenga que vivir bajo un régimen del siglo XIX que obliga a sellar las chicherías.