viernes, 27 de febrero de 2009

Fumando espero






Si bien me acuerdo estoy dentro del 2.3% de colombianos que reconoció haber consumido marihuana durante el último año. La cifra la entregó un informe realizado por el gobierno nacional y la oficina de Naciones Unidas contra la droga y el delito. El ministro del Interior fue el encargado de pronunciar las sombrías advertencias: “Estamos muy mal y vamos por un camino tenebroso”. El gobierno de Álvaro Uribe está empeñado en mostrar una especie de epidemia social referida al consumo de drogas, todo con el fin de ganar una batalla moral y política que ha perdido durante el transcurso de sus casi siete años de gobierno. Cuando ni el Congreso ni el fiscal ni la Corte Constitucional ni buena parte de los expertos en el tema apoya la penalización de la dosis mínima, no queda más que acudir a la histeria y la severidad populista.

El periódico El Colombiano que hace unos meses había escrito un sensato editorial donde reconocía que la penalización no era el camino para resolver el problema de adicción y tráfico, ha vuelto a su postura habitual de la mano de los espantosos sofismas del gobierno. Se trata sobre todo de satanizar a los consumidores, de presentarlos como una plaga en aumento, una horda de zombies que camina impunemente por los alrededores de los colegios. El editorial llega a decir, con desconocimiento o intención de confundir, que en Colombia está legalizada la venta de una dosis mínima cosa que facilita el trabajo de los jíbaros. Nada más falso. La venta de un bareto común y silvestre es suficiente para procesar a un vendedor por tráfico de estupefacientes según el código penal. Y cualquier policía con más de seis meses en la calle sabe diferenciar a un jíbaro de un consumidor.

Sobre nuestra supuesta epidemia será bueno decir que según el último estudio de consumo de drogas ilegales en Sur América, Colombia ocupa un lugar intermedio en la tabla de clasificación. Por encima de Ecuador y Perú y por debajo de Bolivia, Argentina, Chile y Uruguay. Además, los datos del más reciente estudio, correspondientes al 2008, no son muy diferentes de los datos del 2006. En los últimos dos años las cifras se han mantenido estables. Sobre la irresponsabilidad que significa permitir el porte de una dosis mínima y al mismo tiempo condenar el tráfico internacional, es bueno recordarle al gobierno colombiano que España, Reino Unido, los Países Bajos, Portugal, Alemania y Dinamarca han tomado medidas, legislativas o judiciales, para tratar el consumo de marihuana sin acudir al código penal. Colombia no es una anomalía en el tratamiento de los consumidores, por el contrario, sigue la regla de los países que han entendido la diferencia entre el delincuente y el ciudadano, que equivocado o no, decide los mecanismos para ir destruyendo su cuerpo y distrayendo su mente. Unos prefieren la adicción al trabajo y a otros nos gusta el olvido y la levedad inducida.

La pregunta de Cesar Gaviria es pertinente para un gobierno acostumbrado a responder con sermones: “En el último año, en Colombia, han consumido drogas más de 500.000 personas y alguna vez en la vida han consumido 1’800.000. Yo le pregunto al presidente Uribe: ¿A cuál de los dos grupos es que quiere meter a la cárcel? ” Por mi parte me declaro culpable de dormir bajo el humo que desvela al presidente.

martes, 24 de febrero de 2009

Democracia conspirativa






Todavía recuerdo la cara radiante de mis profesores explicando la pequeña revolución que suponía el salto de una democracia representativa de borregos haciendo fila, hasta una democracia participativa de ciudadanos acuciosos y vigilantes. Según el sueño de la época los nuevos mecanismos de participación impedirían que los políticos profesionales, los distribuidores de papeletas electorales, fueran intermediarios indispensables de la voluntad popular. Los políticos de la época se reían y se frotaban las manos. Sabían que toda elección es una subienda propicia, una apuesta, un golpe de dados.
La irónica realidad nos ha demostrado que las elecciones, o por lo menos su proliferación, son un peligro para la democracia. Una colección de referendos constitucionales amenaza con plagar a América Latina de una raza de autócratas consagrados en las urnas. Hugo Chávez dice aumentar los poderes del pueblo mientras 6.3 millones de venezolanos le entregan la posibilidad de gobernar por siempre. En Colombia la sociedad civil termina representada por Luis Guillermo Giraldo, un político con grandes habilidades evolutivas, capaz de mudar desde el lagarto consumado hasta la laboriosa y cívica hormiga que moviliza a sus congéneres con fines nobles.
Pero dejemos quieto el flagelo de los grandes ambiciosos para hablar de azote de las pequeñas rencillas. Los alcaldes colombianos acaban de cumplir un año de labor y el revoloteo de las revocatorias del mandato ronda los palacios municipales. En Somondoco, Vigía del Fuerte, Curillo, Regidor, Ríohacha, Murindó, Turbo y otros tantos municipios sin agua pero con urnas bien dispuestas, los alcaldes están en plena campaña contra contendores políticos que no se resignan fácilmente. La revocatoria del mandato se ha convertido en la mayoría de los casos en una posibilidad para la revancha. Dos candidatos vencidos se aburren luego de un año dedicados al tedio de las Juntas de Acción Comunal y hacen una coalición para animar el ambiente democrático. Dos semanas de perifoneo, tres de recolección de firmas y que vuelva y juegue la ruleta.
En Colombia la revocatoria del mandato es asunto de municipios donde la política todavía cabe en el marco de la plaza. En Bogota y Cali se intentaron revocatorias para Peñalosa y Apolinar pero no fue posible lograr ni siquiera las firmas necesarias para llamar a los electores. Una ley de 1994 ponía bien alto el listón para la revocatoria: solo podían votar quienes habían participado en la elección del alcalde cuestionado y se necesitaba que al menos un 60% de esos votantes volvieran a las urnas. Además el triunfo del Sí a la revocatoria necesitaba una mayoría cualificada del 60%. Una ley de 2004 y una sentencia del mismo año de la Corte Constitucional bajaron los umbrales y permitieron la participación de todos los votantes. Ahora se gana con la mitad más uno y se necesita la participación de apenas un 55% de los electores “originales”. Parece que en muchos pueblos las elecciones reñidas implicarán un proceso de ratificación después de un año de mandato. Los alcaldes deben dedicarse entonces a cultivar una clientela que les permita terminar su periodo. Las elecciones lo enturbian todo. Hasta los acueductos municipales. Y me da pena decirlo pero de los 24 procesos de revocatoria de alcaldes que se han dado en Colombia, hasta hoy todos fallidos, la mayoría tuvieron, no joda, su tinglado en municipios de la Costa Atlántica. Donde muchas veces las tradiciones democráticas parecen copiadas de Luis Guillermo Giraldo.
Durante este mes solo en Antioquia siete municipios están pendientes de procesos de revocatoria. Por la mampostería del palacio municipal, por los impuestos para una empresa lechera, por el día de entrega del hospital, por los contratos del matadero. Creo que por fin ha llegado el día para el triunfo de una revocatoria de mandato. Y se alentará un vicio nuevo que en poco tiempo nos tendrá clamando para que nos quiten algunos derechos electorales. Por nuestro bien.

viernes, 20 de febrero de 2009

Jueces y espiritistas





Kaing Gueve Eav, también conocido como el profesor Duch, huyó con su mujer y sus dos hijos de la prisión de Toul Sleng en la capital de Camboya, luego de tres años de arduo trabajo. Era el encargado de vigilar los interrogatorios, dictar las normativas para víctimas y verdugos, archivar la información. Sufría las fatigas y el tedio de un archivero corriente: “Todos los días tenía que leer y controlar las confesiones. Realizaba esta lectura desde las siete de la mañana hasta medianoche. Y todos los días, hacia las tres de la tarde, me llamaba el profesor Son Sen, ministro de Defensa, y me preguntaba cómo iba el trabajo.”.
El trabajo de Duch iba bien. Bajo su disciplina de profesor de matemáticas, instalado en los salones de un colegio convertido en prisión, murieron más de 15.000 camboyanos. Antes de la muerte debían declarar su traición al régimen paranoico que dirigió Pol Pot entre 1975 y 1979. “En ocasiones los relatos de los presos daban seguridad, no había riesgo. Pero veíamos enemigos y más enemigos por todas partes. Pol Pot, el hermano número 1, el jefe de todo, no estaba satisfecho con esa afirmación; era demasiado normal, había que sospechar siempre, temer algo, y llegaba la petición: ‘Interrogadlo otra vez, interrogadlo mejor’”.
Era cuestión de apretar un poco las tuercas. Se seguía la misma lógica del Gulag organizado por Stalin. Las torturas no eran para obligar a revelar un hecho sino para conseguir un personaje que protagonizara una ficción. “Ninguna respuesta servía para evitar la muerte”, ha dicho Duch. “La muerte soluciona todos los problemas. No hay hombre, no hay problema”, había dicho Stalin.
Al momento de huir, acosado por las tropas vietnamitas que derrocaron a los Jemeres Rojos, Duch tomó una de las rutas del hormiguero de refugiados que recorría el país. Caminó contra la corriente mayoritaria que regresaba desde granjas agrícolas a las ciudades desocupadas y desapareció durante veinte años. Se confundió con las víctimas, fue capaz de convertir el remordimiento en dolor. Escondió sus enormes dientes de piedra, se bautizó con el nombre de Hang Pin y se dedicó al comercio en una aldea campesina. Un vendedor de baratijas. Más tarde volvió a sus días de maestro ejemplar en una escuela de campo: “Parecía diferente de los otros profesores. Ellos enseñaban del libro, pero él no. Lo sabía todo de memoria. La mayoría de los estudiantes querían estudiar con él. Si alguien no entendía, él le explicaba hasta que entendiera.” Luego se convirtió al cristianismo de la mano de los misioneros gringos quienes de verdad son omnipresentes.
Ahora Duch ha vuelto a los interrogatorios. Es uno de los acusados frente a una corte internacional que lo juzga por crímenes contra la humanidad. Viendo su figura endeble y oyendo sus confesiones y sus súplicas de perdón es imposible no preguntarse si es el mismo hombre. Las víctimas oyen sus respuestas en el tribunal y no pueden encontrar al sanguinario de Toul Sleng. Parece que el tiempo ha hecho imposible la justicia. O al menos la venganza: “Miro a Duch y parece un hombre viejo y muy gentil. Era muy diferente hace treinta años, era un hombre muy cruel”. Duch es un converso envejecido y triste y el infierno de Toul Sleng es un museo macabro para turistas franceses. Los jueces se encargan de juzgar viejas pesadillas, de invocar los restos del viejo demonio que todavía quedan en el pellejo de Duch.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Devoción democrática





Las campañas electorales alientan siempre una esperanza, una posibilidad, un alivio futuro. El desengaño que causa el Estado y su atasco de burócratas se cura con el fervor de los candidatos. Las consignas hacen olvidar los formularios. Hugo Chávez conoce a la perfección esa lógica democrática. Sabe que gobernar eternamente por medio de decretos es imposible, se necesitan los discursos y las canciones en el balcón del pueblo, es indispensable la adrenalina electoral y un enemigo a quien se pueda llamar bellaco cuando el pulso haya tocado el tedio de las cifras. El presidente venezolano sabe que solo Cuba resiste la promesa eterna del bienestar sin el desfogue del voto. Tal vez se haya dado cuenta en sus visitas a La Habana de la tragedia de las consignas oficiales convertidas en sarcasmo.
Durante 10 años y 15 jornadas electorales ha ido puliendo sus dotes de candidato vitalicio. Sabe que toda iglesia electoral se va descomponiendo por las disputas personales, los caprichos del pastor mayor, la natural decepción de algunos fieles. Y conoce la fuerza de los conversos. Pero su preocupación no es mantener la iglesia unida sino atraer a los descreídos en los misterios electorales. Convertir las urnas en un sacramento con poderes para evitar todas las desgracias. Durante las elecciones regionales de noviembre de 2008, hace apenas tres meses se decía que Venezuela estaba decidiendo su futuro, Chávez llamó a su feligresía con argumentos apocalípticos: “si ello llegara a ocurrir y logran (la oposición) montar allí gobernadores y alcaldes, el próximo paso es la guerra, porque ellos vienen por mí, sería de nuevo el cuadro del once de abril…” La disyuntiva de vida o muerte logró que un 65% de los venezolanos aptos para comulgar participaran en las elecciones de alcaldes y gobernadores. En la elección presidencial de 1998, el bautizo de Chávez en las urnas, apenas un 59% de los potenciales votantes se asomaron al confesionario. El Teniente Coronel era un principiante.
Para la jornada del domingo pasado Hugo Chávez apeló a la amenaza del padre decepcionado. “En el supuesto de que nosotros perdiéramos esa enmienda yo empezaría a hacer mis maletas y a contar mis meses y mis años…” Semejante puchero logró la menor abstención venezolana en mucho tiempo. Sólo un 29% de indolentes se quedaron en la casa. Esta vez la pantomima presidencial fue acompañada de un operativo conjunto del partido de gobierno y el Estado para llevar del cabestro a los ciudadanos a ejercer su sagrado deber. La consigna era buscar a la gente puerta a puerta y se cumplió. El voto como un deber revolucionario y la posibilidad del Presidente a postularse por siempre como un derecho del pueblo. Vueltas que da la vida.
Es paradójico que Chávez se haya convertido en dictador por la vía poco ortodoxa de extender la participación electoral, de invitar con éxito a muchos de los apóstatas de la política, a los sectores marginados para los que la democracia era un fraude entre el Copey y los Adecos. Uno de sus aciertos es hacerlo todo más sencillo. Cuando hizo un referendo para la reforma de 69 artículos constitucionales perdió por primera vez. Un 44% se confundió con tanta letra y no acudió a la convocatoria. Lo derrotó la abstención. Ahora sabe que la pregunta debe ser más clara: Patria o muerte, Chávez o la oligarquía. Para el 2012 las cosas no van a estar fáciles y es posible que al presidente le toque simplificar un poco más la disyuntiva: yo o yo.

lunes, 16 de febrero de 2009

El pez que fuma






Hace unos años el famoso lema que vemos en los avisos de nuestras carreteras, Sí al deporte y no a la droga, sufrió una significativa derrota a manos de un estudio de la universidad de Georgia en Estados Unidos. Luego de las preguntas a jóvenes bachilleres en todo el país resultó que los mayores aficionados al humo de la cannabis estaban en las canchas, las pistas y los coliseos. La marihuana y el linimento eran ingredientes claves en el morral de los jóvenes deportistas gringos. Siempre se ha dicho que el moño es un buen relajante muscular.
Pero la gran iglesia del Comité Olímpico Internacional sigue convencida de que los deportistas deben llegar más rápido, más alto, más fuerte, y además alcanzar un sitial en el podio de la santidad. El reciente pitazo de Michael Phelps, clavado sobre su bong, ha renovado los llamados a la pureza de los campeones. Un asunto que según parece tiene más que ver con el despecho de los patrocinadores, Kellogs acaba de rescindir su contrato con el múltiple campeón olímpico, que con el aspecto deportivo o las opiniones de los aficionados.
Porque quién que haya visto 90 minutos de fútbol repudiaría la dupla Maradona-Caniggia por sus gustos durante las desconcentraciones. O qué tipo de seguidor del básquet se siente ofendido por los estudios y las estimaciones que dicen que el 60 % de los jugadores de la NBA se echan un porro cuando el calendario les da respiro. Tanto que el sindicato de jugadores se ha negado a que la marihuana haga parte de la lista de sustancias prohibidas por los directivos en 1984. Cuando es a volar es a volar. Y si hablamos del tenis tendremos que decir que ni los dandis que se sientan en Wimbledon le negaron nunca un aplauso a Yannick Noah, que confesó que se "fumaba un porro de vez en cuando ", ni a Jennifer Capriati o Matts Wilander, una pareja de mixtos dobles que en ocasiones prefería la liviandad del bádminton. Y a Barthez no lo quieren en Old Trafford por dos goles bobos que le regaló a su compatriota Henry y al Arsenal en un partido memorable, y no por los dos puchos que se echaba en sus días de playa.
Me dirán que los aficionados no son jueces apropiados y que las gracias de los ídolos les impiden ver sus pecados. Pero hace unos años los grandes magistrados del deporte también admitieron que la marihuana no desluce las medallas. En los Juegos Olímpicos de invierno, en Nagano 1998, el canadiense Ross Rebagliati ganó la medalla de oro en snowboard. Celebró su triunfo, fue a dejar su muestra al laboratorio y al día siguiente se levantó sin medalla por unos restos de cogollo encontrados en el tubo de ensayo con su nombre y sus jugos. Pero a la semana el COI tuvo que agachar la cabeza y devolver la medalla al campeón. El Tribunal Arbitral del Deporte dictaminó que no había una base legal para retirar la medalla porque el Código Médico del COI habla de “uso restringido” y no prohibición total como la que se indica para los esteroides y otras sustancias que entregan una ventaja a los deportistas. A Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, no le quedó más que soltar una frase para su catecismo: “Me preocupa que se transmita la idea de que se puede ser campeón consumiendo marihuana". Y qué hacemos si hay gente que rinde en todas las pistas.
Pero lo más triste es que el puritanismo de directivos y patrocinadores ha resultado más perjudicial que la simple cana al aire de los deportistas. Lo que es apenas un comportamiento personal que no incide en el rendimiento deportivo, se convierte en pecado mortal. Tanto que el joven Phelps ha pensado en el retiro por el escándalo y las sanciones alrededor de su sencilla fiesta de universitario. Que dejen la escama por un simple plon.

viernes, 13 de febrero de 2009

Binomio divino






Hace ochenta años una frase sencilla marcó la separación entre Italia y El Vaticano: “Libre Iglesia en libre Estado” fue la fórmula que permitió al Papa el paseo matinal por sus jardines y a Italia una vida republicana más allá de la promesa de las bendiciones y las amenazas del Báculo. En diciembre pasado, vísperas del aniversario del divino divorcio, durante una visita a la embajada italiana ante la Santa Sede, el Papa Benedicto dijo que reconocía y respetaba la distinción y autonomía del Estado italiano respecto a la Iglesia. Incluso calificó ese acuerdo como un gran progreso de la humanidad. Y terminó con una bonita frase de cajón: “la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios pertenece a la estructura fundamental del cristianismo”.

Pero las palabras de los políticos, sean elegidos por el pueblo o por el cónclave, tienen siempre alcances restringidos, trampas, esguinces de interpretación. Y si el enviado de Dios tiene en frente, como Cesar, a Silvio Berlusconi, todo puede llegar hasta la componenda. La semana pasada el Papa se olvidó de sus palabras de diciembre y alentó a Berlusconi, un pagano a carta cabal, para que fuera su aliado de ocasión y diera un manotazo contra la constitución italiana, el sistema judicial y la estructura del Estado. Todo para que defendiera una idea religiosa, la posibilidad de un milagro, el fervor de la fe. Se trataba de un juego con beneficios para El Vaticano y para el Cesar. Benedicto mostraría su poder más allá del púlpito y Berslusconi doblaría un poco más el brazo del Estado usando una coartada con bendiciones. Por eso usó el tono de un profeta salomónico: “Que se hunda el mundo con tal de hacer justicia. Ningún formalismo jurídico vale una vida humana”.

La vida era la simple respiración artificial de Eulana Englaro, una joven que llevaba 17 años alimentada por una sonda luego de sufrir un accidente de tránsito que la dejó en estado vegetativo permanente. Durante doce años su padre luchó por vías jurídicas y políticas para poner fin a ese limbo con visos de infierno. Cuando logró una sentencia inapelable del Tribunal Supremo que permitía cortar la sonda que mantuvo con vida a su hija, aparecieron los susurros desde El Vaticano y los gritos desde el Palacio de Chigi, sede de sesiones del Consejo de Ministros.

El Cardenal Tarcisio Bertone, número dos del Papa, llamó a Berlusconi para reconocer sus esfuerzos por salvar la santidad de una vida humana. Los esfuerzos consistían en un intento por desconocer la sentencia por medio de la redacción de un decreto ley urgente. El presidente Giorgio Napolitano se negó a firmarlo por inconstitucional y Bertone le regaló una llamadita para tratar asuntos de “mutuo interés”. Luego se declaró desilusionado por su decisión. Mientras tanto el Papa hacía un llamado desde su balcón para reflexionar y confiar en las “curaciones milagrosas”. Berlusconi con cinismo probado hablaba de posibilidad de Eulana de tener hijos, y como Il Cavalieri no cree en milagros, intentaba tramitar una ley para quitar al presidente la posibilidad de negarse a firmar los decretos de urgencia dictados por el Primer Ministro.

Todo terminó con la muerte de Eulana y las palabras sencillas de su padre. “No puedo hablar ha pasado algo más grande que nosotros”. El mayor protagonista del drama guardó silencio, había muerto su única hija, su esplendor según sus palabras. La Iglesia y el gobierno italiano reaccionaron con fiereza, llamando “verdugo” y “asesino” al padre. Solo los peores políticos suelen ser tan crueles.

martes, 10 de febrero de 2009

Postal negra





El repaso de una malévola postal de Norman Mailer encargada de describir el oficio y el carácter de los periodistas, sus colegas de humo, primeras filas en todos los combates y bebidas gratis en los salones de los grandes hoteles, puede servir como tarjeta de felicitación para tachar el día dedicado a los amos del ruido y la polémica de la última semana en Colombia.
Mailer comienza por ubicar a los periodistas dedicados a emborronar papeles diarios en la clase media de los escritores, entre los aristócratas dedicados a la poesía y la clase trabajadora encargada de la fatiga de las novelas. Una clase media pragmática y poco imaginativa, dedicada a las artes menores de la colección de anécdotas, leyendas, bromas pesadas y secretos de negociaciones; un repertorio privilegiado que se exhibirá siempre como sustituto de la cultura.
Sin embargo, al momento de sus reuniones los periodistas no comparten el ambiente abúlico de las asociaciones de vecinos ni su recato recién aprendido: “…si diez periodistas se reúnen en una sala para una noticia, el ambiente es ligeramente histérico, y si se reúnen dos centenares de periodistas y fotógrafos para una conferencia de prensa, su falta de dignidad, incluso de la formal y aburrida dignidad de la clase media, equivale a la de un conjunto de monos que se lanzan atropelladamente a la maleza.”
Es justo decir que Mailer no es el hombre apropiado para hablar de modales. Apuñaló a una de sus muchas esposas sin lograr un resultado definitivo, casó peleas con el puño y con la pluma por todas las oficinas y los bares de Nueva York y logró tapar con su ego y sus ojos desorbitados todo el desaliño de su figura. “En realidad, los pocos periodistas de buen aspecto que encontramos tienden a ser semianalfabetos, hombres a sueldo para realizar tareas sin escrúpulos o cínicos que están en dos o tres nóminas y cumplen restringidas funciones de relaciones públicas”.
Pero la voz de Mailer también sirve para disculpar a sus colegas, para ponerlos a la altura de las briznas que son incapaces de resistir la respiración entrecortada de la Historia. Los periodistas no pueden más que tomar el pulso y anotar, unos con mejor tacto que otros pero todos condenados por un ritmo que se impone. “Hay una lógica de las noticias: en los medios de comunicación de masas, un día determinado y con una determinada deriva meteorológica de los vientos, un artículo sólo puede seguir determinados vectores.” Según Mailer, pedir a un periodista rigurosidad en los detalles y una especie de aislamiento de imparcialidad es simple sentimentalismo, tanto como pedirle a un inversor bursátil fidelidad con los valores de su cartera que tienden a la baja.
Para el final Mailer guarda una estocada psicológica y otra estética. Recuesta a sus colegas en el diván y adivina sus persistentes sentimientos de culpa. Su obsesión por la realidad que entregan los diarios y los noticieros va levantando poco a poco censores propios, manías intocables, un conformismo repetido dedicado a mirar los grandes acontecimientos. “En consecuencia, el periodista contrae un hábito equivalente a la autolaceración: aprende a escribir aquello en lo que no cree naturalmente”. Y en las noches de vigilia repasa lo que quedó por fuera.
Cuando mira los escenarios de la ficción Mailer encuentra menos aire estancado y más luz. Se puede intuir un poco más, mirar más allá de los detalles exiguos que consigue el periodista. Mientras la fotografía de la ficción se encarga de “la montaña cuando el ocaso incipiente ofrece los contornos a contraluz… el flash del periodista es mejor para registrar la masacre de un accidente en la carretera. Pero poco más”.

viernes, 6 de febrero de 2009

Un poema perdido







Una hoja de periódico con más de 80 años se mira siempre con la lupa de la curiosidad que les entregamos a las viejas panorámicas de las ciudades: intentando ubicar sobre sus líneas más simples las encrucijadas actuales, imaginando una vida para los transeúntes desprevenidos que ahora lucen como personajes de postal. La primera página de El Correo Liberal del sábado 7 de febrero de 1925 nos entrega un acercamiento inicial sobre las calles de la ciudad: “Actualmente hay en Medellín 195 carros de diferentes marcas americanas. El automovilismo sigue desarrollándose de manera increíble”. Pasando la página, la publicidad de un Lincon, “lo mejor del mercado”, deja claro el perfil de los automovilistas. Y el anuncio de la crema Colgate que usaban las muchachas de tez exquisita en Nueva York, enseña los modales de tocador de la época: “dos cepilladuras al día para tener buenos dientes, buena salud y encanto personal”.
En las notas sociales se reseñan los almuerzos y el registro en los hoteles. “Desde Bogotá llegó Don Otto de Greiff para pasar vacaciones al lado de su familia”. No dicen cuántas maletas traían por simples cuestiones de espacio. Pero no sólo para los visitantes suena la campana de los recién llegados, los habituales también reciben la venia del papel: “Marcel Boneau regresa a la ciudad luego de sus semanas de veraneo”. En su tiempo el periódico era un sofisticado método de perifoneo que el curioso de hoy, agachado sobre las letras tildadas por las polillas, intenta oír a la distancia.
Pero el gran genio de ese sábado está reservado a otro maestro, “republicano y espiritista”, un “espíritu festivo y burlón” que juega con el ambiente legendario de cañones y vejeces de su natal Cartagena. Cuatro poemas y una entrevista al poeta Luis Carlos López son la noticia de primera página. Romualdo Gallego es el enviado especial para hacer un retrato del inquilino del número 24 de la Calle Inquisición. Cuando el corresponsal y su acompañante son recibidos por una criada en la casa de anchísimo zaguán y paredes de cal ahumadas por un farol de aceite, van a mirar si el poeta se encuentra disponible: “…por una puerta lateral aparece nuestro hombre, con visibles señales de haber dejado la cama. Las gafas de oro que usa brillas por su ausencia, dejando al descubierto la conocida torcedura de su ojo derecho, que le ha valido el excesivo sobrenombre de El Tuerto.” El poeta está calzado sin medias y con el cuello de la camisa levantado. Sólo su “bigotillo alacranado” da muestras de haber sido pulido para el encuentro:
“-Acostado usted a las ocho como un buen burgués?
-Es precisamente porque la noche pasada no me he conducido como un buen burgués.
-Qué opina usted de Luis Carlos López como poeta?
-Hombre, esa es una postura…demasiado difícil para mí.”
-Quiere usted hablarme de literatura?
-No, hombre. La literatura es una puerilidad. Es como fumarse un cigarrillo o jugar una partida de billar. Yo no le concedo importancia, pero me gusta mucho. Lo mismo me sucede con los cigarrillos y las mesas de billar.”
El gran tesoro de esa primera página raída se esconde en la esquina superior izquierda de El Correo Liberal, un poema agazapado entre los papeles menores del poeta. Ninguna de las obras completas ha recogido esos versos que juegan a la insignificancia de nuestras destrezas y nuestras perezas. Tal vez la palabra “Leyendo” que corona el poema con negrillas nos entregue la explicación de esas letras perdidas. El periódico guarda la voz del poeta que en un arrebato leyó el juego de esa mañana para sus visitantes de libreta. El periodista lo copió al vuelo y el poema quedó guardado para siempre en ese almanaque de alborotos que constituyen los diarios. Ahí van entonces los versos que debe leerse intentando la voz del poeta, en clave de espiritismo, según sus gustos:

El pueblo gris

Qué vida más oblicua!
Vagar sin tón ni són…
Guiñarle el ojo a una jamona inicua
Y silbar sin razón…

Dejarse recitar dos mil quintillas
De un poeta en embrión;
Hablar sobre el Alcalde maravillas
Y volver al mesón.

Luégo, cuando la noche se avecina
Y se despide el sol,
Discernir si se inyecta o no morfina
Santiago Rusiñol.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Noticias de un secuestro





Solo el tedio de la selva permite soportar la histeria de los periodistas cubriendo el regreso de los secuestrados. Solo la ansiedad de las familias separadas desde hace años supera la exaltación de los corresponsales. El periodismo colombiano sufre una especie de trastorno traumático ante la inminencia de las liberaciones. Mientras la realidad promete apenas una historia conocida, el relato de una trocha caminada varias veces, el mismo cinismo de los carceleros y un breve recuento de infamias célebres, los periodistas revolotean con la ansiedad de quienes están a punto de develar un misterio. No se sabe si el paso del recién salvado desde helicóptero a la pista del aeropuerto les produce un orgasmo o si lo fingen para convencernos del momento sublime.
Cuando los semáforos están llenos de libros con las noticias de muchos secuestros; cuando hemos conocido guiones de todos los calibres: la fuga solitaria, el rescate teatral, la fuga fraterna del centinela y su presa, el rescate fatal, la entrega bolivariana con himno guerrillero, la liberación del niño liberado y otros más; parece increíble que todavía se intente vender y se venda una versión más de la vieja película como un estreno espectacular.
Cuando aún no se sabía el nombre de los uniformados que dejarían la selva, tuve el gusto de ver a un presentador de televisión preguntarle a una de las madres en vilo por la inclinación de sus presentimientos ¿Su hijo saldría o tendría que esperar hasta el próximo comienzo de año? La señora respondió con un sollozo. Faltó poco para que habilitaran una línea donde los televidentes eligieran a los afortunados según sus pálpitos. Cuando se conocieron los nombres apareció el enjambre de micrófonos sobre la cara de las mamás: cuál va ser el primer almuerzo, qué será lo primero que le dirá al muchacho, qué dicen las pancartas de bienvenida en la casa.
Esa lógica banal de magazín tragicómico ha sido la preferida por los grandes medios, especialmente la televisión y su afán por resaltar los detalles insignificantes, las minucias que consiguieron antes que la competencia. Otros periodistas han optado por la osadía inútil. Es el caso de Holman Morris y su caminata hasta el sitio de la liberación. Qué noticia reveladora podría salir del abordaje de los soldados en un descampado de la selva, qué revelación podrían entregar los guerrilleros de las Farc además de su conocido libreto de odio y su sigilo para el próximo paso. No creo que la ausencia de una foto del abrazo de Piedad y los solados en el helipuerto en la selva signifique un atentado contra la libertad de prensa. Tal vez lo único que logró Holman Morris fue confirmarles a sus patrones de RFI que sigue teniendo un contacto privilegiado con fuentes de las Farc. Jorge Enrique Botero, en cambio, se disfrazó de garante para servir de corresponsal de Telesur. Lo suyo no fue la osadía inútil sino la temeridad guiada por razones ideológicas y animadversiones personales.
Uno podría pensar que los medios lo han hecho bien porque tienen la desaprobación de las Farc y del gobierno. El inconformismo compartido de los actores con poder de decisión en medio de este pulso puede llevar a pensar en su equilibrio, en sus esfuerzos por la información. Sin embargo creo que su alharaca solo sirve a las posiciones extremas de las dos partes y a aumentar la neurosis de un país ya neurótico. El gobierno será cada vez más alérgico a las liberaciones en las que no tenga el control y deba aplaudir los cláveles de Gloria Cuartas, y las Farc intentará convencer a medio mundo, con la ayuda de nuestros suspicaces profesionales, de qué la verdad fue coartada y que es necesario un espectáculo más comprometido con la causa humanitaria, o sea la suya. Me perdonan la indolencia, pero creo que las marchas antisecuestro, ese rating provocativo y palpable en las calles, ha terminado por enloquecer a los dueños de las cámaras y los micrófonos.