martes, 27 de noviembre de 2018

Protección violenta






La operación es lenta, paso a paso, con modales de legalidad, uniforme y reporte diario de vigilancia. La intimidación se ejerce a cierta distancia, de forma sutil, con la mirada sórdida desde un carro con vidrios polarizados. Es una estrategia innovadora para la extorsión en el estrato seis. Los vigilantes se paran en la cuadra desde las seis de la tarde, saludan con cortesía aunque no pueden disimular que visten un disfraz, que les estorba el cuello duro de esa camisa recién cosida. Luego comienzan a deslizar “informes de supervisión” debajo de las puertas de los restaurantes o en los buzones de los apartamentos. Una sencilla bitácora de vigilancia que comienza con un “pasamos revista” y termina con un “sin novedad”. Tiene el nombre y la cédula del rondero pero el apodo de la “empresa” de vigilancia es ilegible. Luego insinúan el monto del cobro, 65.000 pesos semanales. El jefe se presenta como expolicía y reclama por los comentarios calumniosos de algunos “clientes” sobre su compañía. Los nuevos vigilantes conversan animadamente con los policías del sector. El comandante de la estación en El Poblado insinúa que esa gente es peligrosa y recomienda no recibir sus papeles. Vienen los operativos del Gaula y los celadores no desaparecen pero cambian sus trabucos por un simple bolillo. La policía oscila entre la camaradería y la severidad. Es difícil saber cuál es la relación entre los institucionales de uniforme verde y los guardianes recién llegados de uniforme azul. Venden un servicio de acecho, se trata de provocar zozobra, de proveer una “inseguridad segura”, de vacunar contra el miedo que ellos mismo provocan.
La extorsión ya casi abarca la ciudad completa. Un estudio hecho entre 2014 y 2015 por la Secretaría de Seguridad en 247 barrios y 61 veredas, mostró que en el 80% de los territorios visitados se hacen cobros extorsivos. La práctica comenzó a finales de los ochenta con la consolidación de las Milicias en algunas comunas de la ciudad, lo llamaban impuesto de guerra, “para mantener el barrio limpio”, y lo cobraban sobre todo al sector formal. Luego los paras y más tarde las Bacrim fueron ampliando el control, las modalidades de cobro y las puertas en las que se cobra el “tributo”. Los combos se hacen cargo de la logística. Los más jóvenes pasan cobrando el aporte “voluntario” por seguridad. Se hacen rifas forzadas, se venden productos forzados, se cobra por dirimir peleas de vecinos, se imponen multas por violencia intrafamiliar, se consolidan monopolios para la venta de arepas y huevos en las tiendas. Hay que pagar por la seguridad del carro o la moto, por la reforma de una casa, por tener un perro… Simplemente por usar el espacio.
Pagan las viviendas, los negocios, las Juntas de Acción Comunal, los contratistas, los transportadores, los vendedores informales y hasta los habitantes de calle, setecientos pesitos por armar el cambuche. Incluso han aprendido intuitivamente eso de la necesaria progresividad de los tributos. Se ha convertido en un cobro natural, un impuesto (esta vez el nombre no puede ser más preciso) para “los muchachos”, una cuota de la que muy poco se habla. Las denuncias son una anomalía, no hay confianza en el Estado y la policía muchas veces es cómplice silencioso. El año pasado hubo 412 denuncias por extorsión en Medellín. Una cifra ínfima frente al control territorial, la imposición de normas de convivencia y la obtención de rentas por parte de ese Estado precario y paralelo que se consolidó en los barrios. La defensa más corriente contra la extorsión es ahora el desplazamiento que crece año a año. En las laderas de Medellín sí saben cómo se cocina y se cobra una reforma tributaria. 


martes, 20 de noviembre de 2018

Gestor general






Néstor Humberto Martínez estuvo menos de un año en el súper ministerio que se creó para sus gustos y habilidades en el segundo gobierno de Santos. Fue tiempo suficiente para hacer dos tareas claves, casar una pelea adecuada, mostrarse generoso desde un cargo de poder, ayudar a cuatro amigos y dejar el escenario listo para los aplausos. El actual fiscal es sin duda un experto en la difícil tarea de trabajar al mismo tiempo para la empresa del jefe y para su propio chiringuito. Cuando dejó la silla palaciega tenía el carné de dos partidos (Cambio Radical y La U), la gracia de las Cortes por una pequeña traición a sus compañeros de gabinete y el favor del Congreso que se inclinaba casi unánime ante su olfato político, su oído delicado con los manzanillos, su labia aguzada ante los leguleyos, su tacto con la oposición y su ojo burocrático para encontrar uno que otro puesto. Esas habilidades le merecieron la Orden de la Gran Cruz del Congreso a mediados del 2015. Los senadores levantaban la mano ansiosos de entregar su reconocimiento al “súper amigo”, al “hombre hecho para grandes cosas”, al “servidor necesario en la arena política”. Fueron casi dos horas de cepillo. Merecido para quien un año antes se había partido trabajado en la estrategia y financiación de la campaña de Santos.
Martínez se fue “abrumado, pleno de alegría y conmovido con tanta generosidad”, y dijo que el retiro del cargo era para atender un compromiso comercial adquirido y trabajar por su “realización profesional”. No estaba mintiendo, un mes después ya asesoraba al Concesionario Ruta del Sol para un contrato de estabilidad jurídica. Conocía bastante bien el negocio. Según Luis Fernando Andrade, exdirector de la ANI hoy detenido por orden la Fiscalía, Martínez dio concepto jurídico en 2012, como empleado de AVAL, para que se aceptara el otrosí de la vía Ocaña-Gamarra. Es decir, hizo sus esfuerzos válidos como empleado para que el concesionario Ruta del Sol II obtuviera un nuevo tramo sin necesidad de pasar por una licitación. Más tarde, ya como funcionario de la presidencia, aprobó la adición en el Conpes que permitió las “añadiduras” al contrato original. Vale la pena un pequeño otrosí, Martínez Neira fue llamado como testigo de la fiscalía en el proceso contra Andrade.
Martínez tiene el extraño don de la ubicuidad. Puede ser fiscal y parte, abogado de intereses privados y defensor de recursos públicos, testigo y acusador, ideólogo y alfil de campaña. De nuevo como empleado del grupo AVAL, y ya conociendo las coimas cantadas por Jorge Enrique Pizano, fue quién elaboró el contrato de transacción entre los socios de la Ruta del Sol II para convertir en un arreglo privado lo que sabía era un desfalco público en el que concurrían varios delitos. Pero no todo pueden ser páginas de contratos y mugre de expedientes. Hace un año el diario El Tiempo, propiedad de sus antiguos patrones, lo eligió como el personaje de 2017. En medio del panegírico sueltan una perla para elogiar su independencia, su capacidad de omitir lealtades para cumplir con sus deberes. Mencionan al expresidente de Corficolombiana, socia minoritaria en el Concesionario Ruta del Sol II y propiedad del mismo dueño del periódico, quien seguro fue su compañero al redactar el famoso contrato de transacción con Odebrecht: “Pero fueron sus fiscales los que pidieron y lograron la captura de José Elías Melo, expresidente de esa firma, bajo cargos de que conoció y avaló el pago de los sobornos.” Conocimiento y aval que al parecer Martínez también tenía. 
El fiscal es sin duda un hombre cocido en todas las aguas, un excelente delegado, un envidiable apoderado, un gran administrador. Tanto que merece un apodo de sus múltiples patrones: Gestor Humberto Martínez.





martes, 13 de noviembre de 2018

Ministerio del superior







Vamos a cumplir nueve años hablando de política y lealtad. Intentando conjugar dos antónimos, examinando gestos menores, traduciendo declaraciones, anticipando desplantes. No se trata de tramas partidistas o desencuentros ideológicos, ni siquiera de enfrentamientos entre colosos electorales. Nuestra atención se centra en el comportamiento de un elector menor y su acudiente, entre alguien que carga una deuda sobre su noble silla y todos los días duda si debe pagarla con obediencia o talante propio, si debe atender a la sombra que lo asusta o ahuyentarla con alguna chispa.
Son los problemas de elegir por interpuesta persona, de buscar un simple interprete. El testaferrato suele terminar mal para el dueño, el suplantador y la propiedad. En el 2010 la escaramuza comenzó muy pronto. Un viaje a Venezuela sin autorización, el abrazo con un indeseable que también lucía banda presidencial, el encargo ministerial a dos sospechosos. Desde el ministerio del superior comenzaban a salir advertencias y reproches. Seis meses después del encargo la molestia era pública y el señalado intentaba tapar las pestes con cordialidad: “No nos inventen peleas”. Por un lado las venias y el respeto, y por el otro las conversaciones con los enemigos a muerte de quien pretendía dictar el guion desde el palacio de oriente antioqueño. Antes de la mitad del encargo presidencial la gresca era definitiva. Lo que siguió fue recrear en la prensa todas las fábulas de traición y atizar algo de odio para que el drama fuera completo.
Ahora de nuevo jugamos con la ficha de un tahúr. Esta vez se ha cuidado un poco y ha designado a un alfil menor con deudas mayores. Durante el proceso de elección el pequeño encargado se puso la ropa de su jefe para completar la caricatura. Hablaba incluso con el acento de su guía, más para congraciarse que para confundir incautos. Estaba en el ensayo general para el papel que venía. En su primera visita a la realeza entregó las saludes de su soberano. En casa, y ya con la banda terciada, imita las funciones de fin de semana del patrón. No tiene tono de capataz pero luce el sombrero de ocasión.
Las apuestas han comenzado. Algunos dicen que ya ha tomado distancia y solo es cuestión de tiempo para la gresca de turno. Algunos sueltan esa posibilidad como elogio para el encargado y otros como escarnio. Unos partidarios dicen que no ha resultado lo que parecía, que baja la cabeza y muestra señas de condescendencia con los enemigos, que habla muy bajo y que es muy blando de cuerpo y alma. Otros dicen que todo es un juego de independencia, una puesta en escena para que el presidente luzca como tal. Están seguros de que el principal suelta los tercios duros y el segundo pule la página para mostrarse dueño de la situación. Y que el nominador le corrige la plana falsa para que se intuya que todavía hay acatamiento. Los más briosos del bando dicen que ese muchacho se está saliendo del carril. Los más cerreros le recomiendan seguir el paso del caballo más fino. Los más lambones le dicen que ese equilibrio está muy bien. El encargado mira a todos lados, pone una ficha en casi todas las casillas, un día oye a un ministro ajeno y el otro a uno propio.
El dueño del escudo mira con impaciencia, califica día a día, le hace el prólogo en las audiciones ante alcaldes y gobernadores. Suelta una pequeña reprimenda y luego le soba la cabeza. No hay duda de que sabe templar la rienda. Mientras tanto, seguimos con las apuestas en el pequeño drama palaciego.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Reducir la política







Las grandes decisiones electorales cada vez están más alejadas de páginas como estas, de los análisis políticos, las columnas de opinión, el trabajo de los reporteros y los hechos probados. Las gracias y las furias empujan ahora a los electores, cada día más parecidos a las máscaras de risa y llanto que enmarcan los salones teatrales de los colegios. La riada de memes, noticias ideadas, amenazas supuestas y advertencias calculadas arrastran a los medios, a los electores e incluso a los cuarteles de campaña. Todo se mezcla y se contamina, los electores crean y obedecen, los “ciudadanos ahora son groupies de la información excitante”. Por eso la “loca de la naranjas” termina haciendo publicidad de House Of Cards, varias empresas brasileras pagan por debajo cerca de tres millones de dólares para mover grupos de WhatsApp con cadenas que multiplican rumores desde cuentas cruentas, el alcalde de Medellín contrata un nido de defensores a control remoto.
La campaña por las elecciones legislativas que acaban de pasar en Estados Unidos ha dejado un ejemplo perfecto de la inercia electoral en tiempos del drama, la indignación y el meme. Tres palabras fueron suficientes para alentar la idea más fuerte del partido Republicano en el tramo final de campaña: #JobsNotMobs. La frase venía acompañada de un video con líneas de noticias sobre la mejora del empleo y algunos trabajadores en una planta ensambladora cubiertos por la palabra Jobs, combinados con turbas de manifestantes quemando consignas acompañados de la palabra mobs. Primero se hizo viral en Twitter, luego la frase comenzó a girar sola, más tarde un caricaturista, afín a Trump, la sugirió como eslogan de campaña y al final era un cuadro sencillo de dos imágenes y tres palabras. La reacción airada de los demócratas terminó por darle el impulso final. Cuando ya había sido replicada por algunos actores (“los famosos deciden qué triunfa y qué pasa desapercibido”) y por medios cercanos a los republicanos solo faltaba la iluminación definitiva: Donald Trump la trinó desde su cuenta oficial. Sin arandelas solo #JobsNotMobs. Una semana después de su aparición anónima era elemento oficial de la campaña. El creador original dice que trabaja en consultorías digitales y cobra doscientos dólares la hora por entregar claves sobre “guerra memética”.
Luego de la campaña presidencial en Estados Unidos en 2016 los medios tradicionales han seguido perdiendo terreno frente a las tómbolas que giran con impulsos partidistas o diligencia activista de las redes sociales. Los portales de los extremos ideológicos marcan las discusiones mientras los medios tradicionales intentan contrastar, entrevistar, analizar declaraciones y propuestas. Un estudio sobre la reciente campaña hecho por el Oxford Internet Institute reveló que “la proporción de fuentes de noticias basura (se intenta un término más preciso que el simple Fake News) que circula por Twitter ha crecido cinco puntos desde 2016, lo que significa un 25% de todas las URL capturadas durante el estudio. Los links compartidos de medios tradicionales sumaron solo el 19% del total.”
Hoy los extremos hacen mucho mejor las tareas electorales, los políticos se exasperan o se aquietan según las necesidad ambiente, se impone un lenguaje primario y corrosivo. El ataque a Bolsonaro en medio de una manifestación, el envío de bombas a personajes demócratas hacen que la realidad supere al meme. Se necesitan golpes, golpes fuertes, las campañas solo se ganan por pequeños y sonoros nocauts.