martes, 31 de marzo de 2009

Así paga el diablo…





La profana realidad es sin duda un reino de contradicciones. Los apetitos, el límite difuso de los pecados, las virtudes trocadas en vanidad hacen que los correligionarios se miren con recelo y comiencen a pensar en las intenciones de la piedad ajena. Entonces la pérfida sentencia de Sartre se convierte en una oración para el desahogo: “El infierno son los otros”.
Álvaro Uribe ha sido, tanto de palabra como de obra, una oveja del rebaño católico al tiempo que un pastor que ha sabido multiplicar el poder y la presencia de la iglesia en las liturgias del Estado. Los consejos comunales terminan siempre con el tono de la misa campal. La humildad católica es el contrapeso del Uribe colérico. Prosternado ante la beatitud del padre Marianito el Presidente hace votos al tiempo que los consigue. Y las ternas que envía la presidencia para proveer un cargo público tienen siempre un padre ya elegido, un hijo en turno y un etéreo espíritu santo. Un decreto volvió a hacer obligatorias las clases de religión en los colegios públicos con salvedades para preservar la libertad de cultos que dejan algunas dudas. Y el ingreso a la nómina estatal de la órbita palaciega permite demonios variados pero con olor a santidad y cruz en la solapa.
Sin embargo la iglesia tiene lealtades y cálculos por fuera del mundo cruel de la política. Sus lógicas siguen plazos más largos y menos urgentes que las mezquindades electorales, puede darse el lujo de ignorar al mesías de las urnas y mirar su propio relicario. De modo que en las últimas semanas la iglesia demostró ser el jugador más independiente de la política en Colombia.
Monseñor Rubén Salazar dijo sin titubeos que en la democracia la voz del pueblo no siempre es la voz de Dios y que el Presidente Uribe debería reprimir sus tentaciones de poder. Además, aseguró que la única salida al conflicto colombiano es la negociación. Para el gobierno debe ser difícil ver a la iglesia “bendiciendo” las cartas de los Colombianos por la paz que han sido tachadas de estrategias del terrorismo desde la Casa de Nariño. Uribe puede ignorar a los monseñores pero no se atreverá a descalificarlos. Es posible, entonces, que la mano de la iglesia -con ingenuidad probada y fe en los milagros- logre mover un poco a la opinión hacia el terreno de las negociaciones. Una herejía que el candidato-presidente sería incapaz de tragar.
Desde los días de la última entrega unilateral de secuestrados por parte de las Farc, cuando Uribe dijo que delegaba el tema en la iglesia y el mismo Monseñor Salazar respondió con algo de molestia y sorpresa, diciendo que desconocía las propuestas del Gobierno y que la Iglesia no era omnipotente y tenía sus límites, parece que la presidencia y la conferencia episcopal han perdido sintonía. Cada uno alumbra su estampa preferida. Pero la Iglesia no sólo se atreve a hablar de negociaciones y reelección. Hace dos años Monseñor Augusto Castro prevenía contra los peligros de un TLC mal llevado. Y en los tiempos de Pastrana los obispos de Barrancabermeja y San Gil elogiaban la propuesta de las Farc de suspender el pago de la deuda externa. ¿Volverán esas invocaciones?
Hace un tiempo el presidente del Polo Democrático dijo que la Iglesia debe dirigir a sus fieles y no impartir directrices para todos los colombianos. Los intrincados caminos celestiales han hecho que Uribe comparta su posición y prepare la fundación de su propia iglesia ortodoxa.

viernes, 27 de marzo de 2009

Hermanas de la presentación



Esta página hace parte de un libro que publicó el Museo de Arte Moderno de Medellín a finales del año pasado, un libro donde escritores y periodistas intentan encontrar quinientas palabras para acompañar algunas obras de Débora Arango.

Las doce hermanas de la presentación, cada una dirigiendo su plegaria o su divino aburrimiento hacia ángulos distintos, ensimismadas en el horizonte de montañas, en las cuentas de la camándula, en un recuerdo, en el fondo azaroso de los ojos cerrados, son una misma hermana. La pintora ha decidido moverla en todas las direcciones sobre su tela de fique: La sienta de espaldas en un primer plano, la gira levemente, acomodándola con el rigor de un fotógrafo de grupo, la ubica de frente con la cabeza inclinada, luego se le antoja un perfil delicado para el centro de la escena, más tarde la olvida en un rincón o decide llevarla hasta el fondo, contra las montañas, desfigurándola con cuidado.
Incluso podría pensarse en el juego del fotógrafo aficionado. La cámara se ha plantado delante del escenario con su ojo abierto a la luz durante largos minutos. La hermana de la presentación, cavilosa e inquieta, comienza a recorrer su pequeño oratorio. Camina hasta el extremo, se detiene, se sienta en una banca cercana, se para de nuevo, encuentra reposo sentada cerca de la puerta, un pensamiento la obliga a levantarse para entregar sus oraciones contra el muro del fondo. De pronto está sentada en el centro, con la cabeza en alto, desafiando las tentaciones. Y así va dejando su dibujo en cada una de sus posturas, hasta agotar las posibilidades de su encierro.
El “arte duro” del que habló la pintora para definir su obra está lejos de esas figuras mansas de corneta blanca y pechera negra. Tampoco aparece la mirada burlona sobre los hábitos oscuros del mundo religioso. No están las caras ansiosas de las monjas coloridas frente a la jaula del cardenal, ni la cara temible de las monjas sin facciones que vigilan a las niñas en La primera comunión. Como gansas a punto del picotazo. La figura de las hermanas de la presentación parece responder a un dulce recuerdo, un borroso recuerdo de infancia que ha quedado a salvo del pincel malicioso. Tal vez por sólo tres de las doce figuras de mangas anchas dejan ver su cara. Las demás son sólo un dibujo que la memoria se encarga de calcar. Se ocultan bajo el vuelo de sus cornetas, detrás sus compañeras, dan la espalda, inclinan la cabeza con piedad.
Cuando tenía once años un virus de paludismo obligó a la pintora a trasladarse de Medellín al cercano municipio de La Estrella. Allí recibió durante dos años las enseñanzas de las hermanas de la presentación. Tal vez las fiebres se hayan encargado de embellecer esos recuerdos. El santuario donde rezan y caminan las figuras también tiene el decorado incierto que entrega el sueño de las primeras memorias. Es difícil ver la sala de un convento o la estancia de un templo en esa especie de cajón estrecho con una gran puerta que mira al horizonte. Siempre me ha parecido que las Hermanas de la presentación, sea una o sean doce, viajan en el vagón de un tren. El huidizo tren de los recuerdos.

martes, 24 de marzo de 2009

Urnas y fusiles






Alguna vez un ex-guerrillero del EPL me contaba entre risas desconsoladas lo difícil que es olvidar las taras que deja la maraña de la guerra: “Toca aprender hasta a caminar”, decía. Y seguía su relato con una anécdota sobre la alfabetización de algunos guerrilleros desmovilizados: “Uno llegaba y escribía la letra G en el tablero. Bueno señores, hoy vamos a trabajar con la G, a ver una palabra con G. Y gritaban en coro: Galil.”
Para los partidos que formaron sus líderes en la lucha armada la tarea puede ser tan difícil como para los combatientes rasos. En Nicaragua y El Salvador las voces de algunos viejos combatientes y actuales disidentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y el Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) coinciden en que los partidos comparten un alfabeto de autoritarismo además de tres letras en sus siglas.
El Sandinismo de Ortega que ganó las elecciones en el 2006 cambió el rojinegro de sus banderas por un rosa inocente, encontró el apoyo de la iglesia católica, se unió con antiguos somocistas, pidió perdón a los empresarios por errores pasados y habló de una revolución espiritual para matizar la palabreja. Sin embargo, ya en el poder, ilegalizó al histórico partido Conservador y a los Sandinistas en la oposición, dejó serias dudas sobre un supuesto fraude en las recientes elecciones regionales y ha alentado con su indiferencia a grupos radicales que hacen política con piedras, morteros y bombas molotov. Una trinchera extremista como retaguardia partidista.
En El Salvador el Farabundo Martí dejó a los viejos combatientes detrás del telón y puso como candidato a un hombre menos amenazante. El presidente electo, Mauricio Funes, ha buscado la mesura en todas sus apariciones. Pero es posible que la marea interna de un partido ávido de demostrar sus credenciales revolucionarias lo mueva a los extremos. Funes intentó llevar hasta su partido algunos hombres ajenos al círculo de la antigua guerrilla y fue derrotado. Juega el difícil papel de un moderado con posibilidades de convertirse en traidor. Según Joaquín Villalobos, antiguo “Comandante Atilio” del Farabundo Martí, “el frente pasó de ser una alianza de centro izquierda a ser controlado por el partido comunista…Funes llega al poder montado en un caballo todavía salvaje”.
Durante la campaña grupos cercanos al Farabundo Martí utilizaron las mismas tácticas de los “barras bravas” del Chavismo y del Sandinismo para ganar espacio por la vía del miedo. Ataques al candidato del partido Arena, campañas de terror en la Universidad Nacional, amenazas a periodistas. Para algunos analistas el partido Arena, respaldado por escuadrones de la muerte en la década del ochenta, logró convertirse en una agrupación democrática mientras el FMLN todavía está en vías de demostrarlo. Los aportes en Diesel desde los tanques ideológicos del gobierno Venezolano hacen aún más complicada su salida de la órbita de Chávez.
Ese panorama de ex-guerrilleros en el juego político parece contrastar con las experiencias colombianas, donde el ala moderada o cercana a lo que se llama la social democracia, está representada por antiguos combatientes. Mientras tanto la izquierda dura que se hace ojitos con Chávez la comandan un ex-magistrado y una dirigente del Partido Liberal.

jueves, 19 de marzo de 2009

miércoles, 18 de marzo de 2009

La tacita de plata





A comienzos de 1935 Medellín se alistaba para recibir las bendiciones del Congreso Eucarístico Nacional. La ciudad mostraba las ansias y el entusiasmo de una niña en vísperas de su primera comunión. Pulía su vestido sembrando árboles, tumbando edificios viejos que ensuciaban el golpe de vista de las plazas, limpiando las puertas de su recién inaugurado Palacio Municipal, cubriendo la quebrada La loca y pavimentando y llevando luz hasta los lupanares de la curva del bosque. Las ventas de sombreros y zapatos se duplicaron y los colegios vistieron a sus alumnos siguiendo el ejemplo de las revistas francesas, al tiempo que recomendaban una batalla cerrada contra los piojos. Era la oportunidad perfecta para que Medellín fuera un ejemplo de modernidad y civismo. Monseñor Juan Manuel González había viajado desde Bogotá en un trimotor de la SCADTA acompañado por el Santísimo, así que el compromiso significaba algo más que la simple cortesía con los mortales forasteros.
Según las Memorias de Ricardo Olano todo salió bien durante el “notable acontecimiento en la historia de la ciudad”: “A pesar de la enorme concurrencia, todos los visitantes encontraron alojamiento y estuvieron contentos en la ciudad. Se añade a esto que no hubo ningún accidente de tránsito… la magnífica organización de la junta del congreso fue admirada por todos los visitantes, muestra de que en Antioquia hay un encomiable espíritu de orden y organización”.
El gesto de nerviosismo de las ciudades anfitrionas no puede más que causar una ternura risueña. La ciudad que se acurruca y se sacude según sus humores, despreocupada y cínica, sin obedecer las recomendaciones de ningún amo, de pronto está relamiéndose las patas y las llagas, agitando la cola. En vísperas de la quincuagésima asamblea del BID Medellín me ha despertado una cariñosa compasión. Ver a los obreros pintando calles y abonando los platanilos de las aceras, sacando lustre debajo de los puntes y llenándolo todo de flechas; ver los afanes de los taxistas por practicar su inglés de radioteléfono frente al primer mono que les pone la mano; ver los niños repasando los versos de Epifanio y a los loteros especulando sobre el linaje de los invitados me ha hecho ver la cara infantil de esa ciudad dura que llegó a los titulares de todos los periódicos del mundo por sus hazañas de sangre.
La reputación de ciudad fiera hace a Medellín más vulnerable frente al ojo del visitante: más comedida y más esquiva, más dada a entregarse en un intento por borrar sus remordimientos. “No somos tan salvajes”, decimos al oído del invitado mientras lustramos la Tacita de plata y lo atiborramos de atenciones.
La Medellín de 1935 que atendía con reverencia el templete en el Cementerio de San Pedro todavía estaba definiendo sus rasgos y sus futuras encrucijadas, la presentación personal hacía parte de sus decisiones adolescentes. La Medellín de hoy, más hecha y más terca, no puede hacer mucho más que jugar al simbolismo durante la visita de los ilustres, mostrar buena cara y lucir la reciente mejora en sus calificaciones. Dan ganas de darle una palmadita en la espalda y prevenirla contra los peligros que implica toda gala. Durante la clausura del Congreso Eucarístico, a la que asistieron 300.000 personas, un aguacero apocalíptico hizo que los vestidos de los niños, hechos de tela especial para la ocasión, se encogieran hasta quedar convertidos en overoles de payaso. Que para esta vez sea la eterna primavera.

viernes, 13 de marzo de 2009

The fat Duck





Hasta hace poco creí que el cuento de los cocineros artistas era una mentira sencilla, una estrategia de refinamiento dedicada a envolver en hojaldres extravagantes y en nombres suculentos las carnes de siempre. Agregando, claro está, una originalidad que raya con lo imposible: helado de mostaza, por ejemplo. O gelatina de codorniz. Un amigo poeta se encarga de redactar las cartas y uno de la estirpe de Shylock totaliza la cuenta. En fin, un engaño para la gula de los elegidos.
Pero ahora resulta que los guisanderos con pincel de perejil no son simples impostores. De verdad están convencidos del refinamiento de su oficio y sufren sequías creativas y desengaños de poeta romántico. Hace poco Bernard Loiseau, un cocinero francés con pailas de fondo dorado, se suicidó luego de que su restaurante perdiera algunos puntos en una guía especializada y saliera reseñado con una estrella menos en el parnaso restaurantero que publica Michelin. Sus amigos condenaron la tiranía de los estetas del paladar que se dedican a calificar los platos: “Él decía que si perdía una estrella se suicidaría. Era un tipo sensible. A ellos les gusta jugar con nosotros, nos suben y luego nos bajan”. Un digno hijo de Vatel, quien se atravesó con una espada por que el pescado para el banquete de Luis XIV se retrasaba más de la cuenta. Otros de sus colegas han renunciado a las estrellas de las guías especializadas con el gesto del artista que reniega del mundo de las grandes galerías para preparar una obra maestra en una buhardilla lejana. Con una caja de enlatados como única inspiración.
Una nueva estirpe de cocineros ha llegado para acompañar a los artistas del fogón que ya sentían el desgaste de sus rimas de esturión y su paleta de salmón azafranado. Ahora los cocineros son científicos y llaman a sus colegas en las facultades de física y química para batir los huevos en nitrógeno, y a los psicólogos para lograr que los comensales sientan los temblores de evocación que despierta el famoso bizcochuelo de Proust. Ellos dirán que no inventan nada nuevo, que lo suyo no es una retórica para ambientar restaurantes, puesto que en 1825 se publicó la Fisiología del gusto, el invento de un francés, cómo no, para situar la cocina “en el lugar que le corresponde entre las ciencias”. Yo diré que no les creo un átomo.
Uno de los grandes representantes de la nueva estafa en forma de estofado es el inglés Heston Blumenthal. Regente del restaurante The Fat Duck cerca de Londres, elegido hace unos años como el mejor lugar del mundo para comer. Blumenthal es un entusiasta del descubrimiento de un nuevo sabor más allá de las rutinas del dulce, el salado, el ácido y el amargo. Sus experimentos con el jerez ayudan a potenciar la esquiva aparición del unami, una región inexplorada en las antípodas de la lengua. “El queso, la carne, las setas shiitake, el pescado azul, los espárragos y el tomate son alimentos umami”. Las alquimias de Blumenthal alcanzan hasta para entregar a sus comensales una delicada laja de sensaciones entre plato y plato. Para limpiar el paladar y parodiar un trance hipnótico. Una pequeña dosis de “musgo húmedo y humo” se sirve entre copa y copa. Su porridge de caracoles va acompañado de un ipod con letanías marinas y se debe comer con los ojos cerrados. Hace unos días su laboratorio terminó entre vómitos y diarreas, cuatrocientos clientes intoxicados luego de pagar 500 dólares por el almuerzo. En últimas la gastroenterología también es una ciencia.

martes, 10 de marzo de 2009

Combatiente enemigo





Alí Al Marri escogió un día tranquilo para viajar desde Qatar hasta Estados Unidos en compañía de su esposa y sus cinco hijos. El 10 de septiembre de 2001 llegó a Chicago con la idea de estudiar un doctorado en Bradley University. Luego de los complicados aterrizajes del día siguiente Al Marri y sus barbas ya estaban en la mira del FBI. Unos meses más tarde descansaba en la cárcel acusado de mentir a agentes federales y de fraude en la información de sus tarjetas de crédito. Antes de comenzar su juicio en un tribunal de Illinois fue declarado “Combatiente Enemigo” por una directiva presidencial del gobierno Bush y recluido en la celda de un buque militar anclado en las costas de Carolina del Sur.
Hasta hace unos días era el único habitante de Estados Unidos privado de las garantías de un juicio según la constitución y las leyes norteamericanas. Un paria que no pudo llegar hasta Guantánamo. Era lógico entonces que se convirtiera en una atracción legal, una deformidad intrigante para abogados, políticos, activistas y periodistas judiciales. Poco a poco su situación se transformó de necesidad inevitable a vergüenza creciente para los emblemas y los discursos del Norte.
Desde que se invocó el primer recurso de Habeas Corpus por la detención ilegal, un juez federal de Illinois dejó claro, en el mismo legajo donde dijo no ser competente, su desacuerdo con los ritos del proceso contra Al Marri: “Normalmente la carrera de las autoridades es para llegar a los tribunales, en este caso ha sido para alejarse de los tribunales”. Se demostró que la vía legal es un camino retorcido incluso para proteger el más elemental derecho en una democracia. El presidente ganó todos los pleitos basado en una decisión del Congreso -Autorización para el Uso de la Fuerza Militar- tomada una semana después del 11 de septiembre.
Ahora el presidente Obama ha revocado las directivas de su antecesor y ha dado la orden de tratar a Al Marri como si fuera un hombre cualquiera. Ha sido llevado a una prisión federal, tiene cargos por favorecer el terrorismo, un sumario de apenas dos páginas cuando lo usual son montañas de papel, y podría ser condenado a 30 años de cárcel en tierra firme. Pero no todo tiene que ver con el cumplimiento de la frase del discurso de posesión según la cual la lucha legítima de Estados Unidos no le da derecho a violar los tratados internacionales y los principios de la nación. La decisión de Obama ha logrado que la Corte Suprema no tenga que pronunciarse sobre el caso de Al Marri. La esperanza de los activistas de Derechos Humanos era que la Corte saldara la discusión hacia el futuro diciendo que el presidente de Estados Unidos no tiene la potestad de detener indefinidamente y sin juicio a ninguna persona, sin importar que tuviera o no la ciudadanía norteamericana. Obama ha salvado un caso particular de vergüenza y ha evitado un precedente hacia el futuro y una condena desde el interior a los comportamientos de la administración Bush. Parece que es muy pronto para renunciar a todas las herramientas posibles. Incluido el comodín del “Combatiente Enemigo”. Queda claro que Obama tiene buenas maneras y malos presentimientos.

sábado, 7 de marzo de 2009

Noticia del centro




Lo primero será enmendar las pilatunas de los diablillos de la imprenta en mi columna de la semana pasada. Lo que debió llamarse Fumando espero terminó con mi nombre y apellido como encabezamiento, un título extraño y redundante que le dio aires de autobiografía a lo que era una sencilla defensa de la libertad individual enfrentada a la más dramática de las herramientas del estado: el derecho penal y las cárceles.
El hecho de que me situara en el grupo de los posibles procesados por el porte o consumo de una dosis mínima de marihuana en caso de que la penalización vuelva a ser una realidad, que no jugara solo en el bando de los teóricos que defienden la sentencia de la Corte sino también en el de los prácticos que la defendemos con algún interés disipado, hizo que llegaran hasta mi correo y hasta mis oídos una colección de reproches que iban desde el consejo prudente hasta la condena definitiva. Unos y otros los recibo con respeto, algunos motivaron una sonrisa indiferente y otros la repetición de viejos argumentos. Que mi conducta o mis columnas generen repudio no es solo normal sino necesario. También detesto algunas opiniones y algunos comportamientos y estoy dispuesto a contradecirlos sin acudir a la policía para lograr el triunfo de mis razones. Escribo sobre mis comportamientos no porque los considere intachables o de una insolencia apasionante, sino porque los creo insignificantes para merecer la cárcel. Pero hablaré de un caso concreto que puede servir para continuar la discusión.
En el tema de las drogas los prejuicios hacen las veces de argumentos obligados. Así que tal vez una historia reciente en el centro de Medellín pueda servir para aclarar ilusiones y pesadillas. El Parque del Periodista, en la encrucijada de Girardot y Maracaibo, es desde hace años uno de esos puntos de tolerancia al consumo que las ciudades abren como pequeñas válvulas a una realidad inocultable. Hace unos meses, un grupo de visitantes y cantineros de vieja copa, decidieron publicar un periódico que hablara de las movidas del centro y otros universos cercanos. La iniciativa buscaba que desde el parque se destilaran tintas interesantes además de humos delatores. Buscaba un poco de atención de las autoridades, un poco de compasión de los enemigos, un poco de reflexión de los asiduos. Mostrar que el parque no era una ágora para la venta de droga sino una plaza desde donde se podían generar risas inofensivas y debates útiles. También se intentaba salvar a una palma insignia del exceso de nitrógeno en forma de urea que le regalan sus visitantes.
Pero resulta que según el juicio crítico de los jíbaros, con tiempo de sobra para leer Universo Centro, la publicación les está dificultando el comercio. Atrae miradas inesperadas sobre sus dominios, busca un protagonismo con herramientas que ellos no dominan, demuestra que el espacio en las ciudades se puede ganar por la vía del ingenio. Tenemos, entonces, el caso de una iniciativa cívica, de personas que en su mayoría están de acuerdo con la despenalización del consumo, y al mismo tiempo buscan que su lugar de trabajo y de goce no tenga ni el estigma ni el ambiente de una plazoleta escabrosa. Ciudadanos recuperando un espacio que ni los gritos moralistas ni los llamados a la severidad han logrado proteger, todo sin necesidad de llamar a la restricción de la autonomía individual. Parece increíble, pero en casos puntuales los consumidores pueden estar en un bando y las autoridades, los ciudadanos indignados y los jíbaros hacer una trinca involuntaria en la orilla opuesta. Así es la vida, sobre todo de noche.

jueves, 5 de marzo de 2009

Cátedra de comportamiento




Poco a poco el gobierno de Álvaro Uribe ha ido construyendo su catecismo por la vía de las recriminaciones personales.
Una doctrina de puritanismo que no proviene de la reflexión y la oración silenciosa sino de las riñas contra los demonios ciertos o imaginados. Cada vez son más recientes las referencias a comportamientos personales para descalificar a los opositores políticos o a los delincuentes. Las costumbres licenciosas, la desvergonzada opulencia, la gula, las debilidades mundanas frente al dios Baco, la desmemoria del mundo que causan las drogas. De la inteligencia superior hemos pasado a la moralidad suprema. Y cuando Uribe se pone la ruana para sus sermones comunales, la confusión es total, el minuto con Dios se hace larguísimo, no queda más que añorar la palabra más austera de García Herreros.
Todo comenzó con la ya lejana referencia al aplazamiento del gustico; eran apenas las primeras páginas de la doctrina que tiene como apóstol ideal al ministro Andrés Uriel. Pero Uribe ha continuado con su obra evangelizadora y su populismo calvinista. Desde 2007 viene descalificando lo que él llama “la social bacanería”. Al comienzo los tildaba de frívolos por dar espacio al terrorismo para estar a la última moda en las tendencias ideológicas. Según sus palabras, era una actitud normal en sus tiempos de estudiante. Luego el término apareció para atacar a quienes se oponen al TLC. Ya no se trataba de una crítica a la ceguera que producía un supuesto ideal altruista sino a la odiosa distensión a la que puede llevar el alcohol, a la comodidad burguesa y superficial que traen unos vasos tintineantes y un sofá: “se la pasan en tertulia de la ‘social-bacanería’, de la burguesía de izquierda, tomando whisky en cocteles…”.
Y después del whisky, apenas pecado venial, viene la ofensa terrible de las drogas. Ahora el señalamiento es para quienes se oponen a la penalización de la dosis mínima. Frivolidad, doble moral, corrupción del espíritu: “Es muy cómodo en reuniones sociales, de ‘social-bacanería’, hablar mal del narcotráfico y consumir coca. Es muy cómodo hablar mal de la corrupción y entrarse a un baño a consumir cocaína. Esta es una doble moral, ¿dónde está la ética?”. No se trata de discutir un asunto de política criminal sino de señalar las malas costumbres de los opositores, el desorden de sus apetitos, la comodidad de sus rutinas frente al esfuerzo constante de su cuerpo virtuoso y su alma en llamas.
Para David Murcia y su clan también llegó el latigazo del pastor de pastores. La captación ilegal, la estafa, el lavado de activos eran sólo el capítulo de sus faltas terrenas. Un poco más allá estaba su vida de lujos desmedidos, su ambición, su ociosidad, su parqueadero de extravagancias: “Es mejor vivir austeramente, tener que trabajar más, fortalecer la disciplina de la lucha honrada, que dejarnos seducir por estos sibaritas, por estos holgazanes de la criminalidad”. Más allá de un comportamiento ciudadano que se aleje de las descripciones del Código Penal, Uribe clama por “una de piedad intensa, que impregne y regule todos los actos de la vida”, para decirlo en las palabras de Max Weber sobre la ética protestante.
Y ya que se me atravesó una cita, vale la pena mencionar al Torquemada de la iglesia uribista, el esclarecido y recio guardián de la fe: don José Obdulio Gaviria. Durante el reciente escándalo por las ‘chuzadas’ que reveló la revista Semana, el consejero Gaviria dirigió su furor contra una reunión entre el Fiscal y el director de la revista. No logró decir cuál era el delito o cómo se comprometía la seguridad del Estado, pero dejó muy claro que esos señores habían destapado unas botellas. Habló de “libaciones”, “farras”, “juergas” e hizo un llamado a la sobriedad. Resultó patético ver al sabio del régimen convertido en la beata que espía por las ventanas de la cantina. Paso a paso el Gobierno deja clara su prédica de buenas mañas.