miércoles, 15 de mayo de 2024

Petro en Rimax

Petro busca en barrios populares lo que no encuentra en el Congreso 

 

El presidente ha decidido abandonar su gobierno. Se ha parado del sillón presidencial para pasarse a la calle y a la silla Rimax en los pequeños coliseos deportivos. Pero no se trata solo de un cambio de escenario, significa una ruptura con su gabinete, su plan de gobierno, la gestión de una administración que parece ajena a la voluntad de su líder. Las cosas malas suceden en las oficinas, pero la voluntad del presidente es inquebrantable frente a la maraña legalista, el software traicionero, el enemigo interno y los funcionarios corruptos que han infiltrado el gobierno del cambio. Desde octubre del 2022 la idea viene madurando: “el enemigo interno es el acumulado de normas y pasos hechos en la administración nacional durante décadas para defender intereses particulares poderosos e impedir los cambios en favor de la gente.” No es el presente de ineficacia y escándalos, es la historia de un Estado atrofiado que es necesario cambiar. En noviembre del 2023 apareció el elefante: “El Estado es un paquidermo, es más grande el paquidermo en unos lugares que en otros, que hay que llevar hasta donde la sociedad ha establecido sus objetivos. Cuando el Estado no llega donde la sociedad ha puesto sus objetivos, implica la necesidad no de una reforma de la sociedad, sino de una reforma del Estado.” Y hace unos meses vino la forma contra el fondo, la denuncia a la Constitución como un marco incómodo que no deja aplicar la Constitución. Paradoja que desvela a ministros y congresistas del Pacto.

Ahora, durante en el “Gobierno con los barrios populares”, hemos visto la faceta del presidente censor de su propio gobierno, el jefe que fustiga y atiza a sus empleados al tiempo que abraza y le extiende bonificaciones a su clientela. La puesta en escena es bien conocida, la usó el expresidente Uribe durante ocho años de gobierno. Una columna titulada El rey y su gobierno, publicada en 2010 por Armando Montenegro en El Espectador, describe perfectamente el presidente que vemos hoy: “Con frecuencia se pone del lado de sus gobernados, se aleja y critica su propio gobierno. Acepta las quejas, regaña y desautoriza a sus ministros y funcionarios. Mantiene la imagen de un soberano justiciero que está en contra del mal gobierno y alienta la esperanza de que las cosas bajo su mando pueden, algún día, cambiar”. La principal modificación en el estilo es la gorra de hoy en vez del sombrero de ayer.

Uribe madrugaba a transmitir el regaño a los generales, vaciaba a los ministros frente a las cámaras de televisión, ordenaba la captura de los funcionarios corruptos, entregaba su teléfono a los líderes comunitarios para que lo llamaran a contarles sus cuitas con ese Estado perezoso. Petro sigue un modelo similar de antagonista de su gobierno aunque sin las madrugadas de aquellos tiempos. Encarnan los líderes que están por encima de sus equipos y llegaron para hacer historia, los hombres providenciales en la voluntad, los padres protectores de los humildes. Un populismo sin palacio, como toca, lejos de las burocracias corruptas. También Uribe acusaba a los medios tradicionales para privilegiar emisoras comunitarias y locales, y clamaba contra los círculos sociales bogotanos donde se ponía en cuestión al gobierno mientras se tomaba Whisky. Y por supuesto, Uribe también entregaba recursos según la afinidad de los alcaldes con su gobierno.

Ese parentesco Uribe-Petro también recuerda el Estado de opinión y el “iré hasta donde el pueblo diga”. Veremos si Petro, como Uribe en su momento, logra convencer a las mayorías de que se gobierna mal, pero se tienen unas intenciones puras y se debe juzgar la voluntad del caudillo más que mirar los indicadores.

 

 


miércoles, 8 de mayo de 2024

Sembrar sin miedo

 

Todo sobre el cultivo de la amapola - Jardinatis

 Secuestran 41 plantas de marihuana en el barrio Lavalle de Viedma – Policía  de Rio Negro

Hace un mes muchos medios recogieron con algo de sorna la noticia sobre la captura de un gringo de 73 años en el municipio de Sabaneta. No se trataba de un caso de abuso infantil como los registrados en Medellín durante los primeros meses de este año. El gringo era el simple guía turístico de su emprendimiento de jardinería. Tenía un pequeño cultivo de marihuana y ofrecía un tour para conocer sobre la siembra, el cuidado y la cosecha de las plantas, para terminar con una cata relajante. La policía encontró un poco más de 1300 gramos de marihuana y una gramera. El recorrido se ofrecía en redes sociales y una página oficial por la módica suma de 30 dólares. Todo a la luz del día, sin misterios antinarcóticos. La policía informó que el emprendedor también ofrecía flores de su cosecha para la venta.

La noticia me hizo recordar una vieja historia de jardines prohibidos que cuenta con detalle el escritor y activista neoyorquino Michael Pollan en su reciente libro Tu mente bajo los efectos de las plantas. La historia ocurre a mediados de los noventa en Seattle. Un comando antinarcóticos allana el apartamento de un hombre llamado Jim Hogshire. Una denuncia anónima (como la de Sabaneta) dice que tras la puerta del apartamento inofensivo hay un laboratorio para fabricar heroína. Los policías encuentran 10 ramos de amapolas secas envueltos en papel celofán, comprados en floristerías cercanas. Hogshire es acusado de posesión de amapola con la intención fabricar y distribuir. Un delito que le podía poner hasta 10 años en la cárcel. Los policías le reprocharon, además, haber publicado su libro Opium for the masses. Una especie de manual sobre la siembra de las amapolas y la posibilidad de hacer infusiones con los bulbos de la Papaver somniferum. Los efectos de una tacita de ese polvo salido de los bulbos triturados en una moledora de café parecen inofensivos: “Comienza con una sensación de cosquilleo en el estómago que luego se eleva hacia los hombros y la cabeza, una sensación de simplemente…alegría. Eres optimista acerca de las cosas; enérgico y al mismo tiempo relajado.” Esa misma infusión, según Pollan, se ofrece en los funerales en Oriente Próximo por su poder para alejar la tristeza.

Pero la ley era muy clara, la sola posesión de amapola, excepto sus semillas, es un delito federal en Estados Unidos. Las venden las floristerías y están en los panes tibios de algunas panaderías, pero eso de meterlas en agua caliente y tomarse esa bebida marcaba una alerta. Ver y no tomar. Era el momento de vigilar los jardines. De modo que “las plantas de amapola ilegales producen semillas de amapola legales de las que crecen plantas de amapola ilegales”.

Las paradojas siniestras de la guerra contra las drogas hicieron que en ese mismo año (1996), la empresa Purdue Pharma comenzara su estrategia para vender un remedio milagroso contra el dolor llamado OxyContin. Esa pastilla provocó más de 230.000 muertes por sobredosis e impulso la epidemia actual por consumo de opioides en Estados Unidos. La diferencia entre las floristerías y los laboratorios. Una diferencia similar a la del gringo jubilado que cultiva cannabis en su jardín, menos de 20 plantas; y las mafias que mueven el microtráfico y controlan desde el Cauca, a punta de fusil, el 70% de la oferta cannabica nacional. La guerra contra las drogas ha logrado que la clasificación entre lo legal y lo ilegal sea trágica y ridícula al mismo tiempo. Sus distorsiones muestran una veneración sobre las farmacias y un temor desmesurado por los usos de algunas plantas.

jueves, 2 de mayo de 2024

Revolución en marchas

 Venezuela: Dos marchas pacíficas, ¿y todo sigue igual? – SurySur


En enero de 2001 un capricho de Hugo Chávez propició la inauguración de las marchas opositoras. La reforma a la educación ponía las hazañas de la revolución en los textos escolares, hacía obligatoria la instrucción premilitar, pretendía el retroceso de las ciencias duras para dar privilegio a relatos menos hegemónicos. Madres de clase media y maestros inauguraron la calle contra el gobierno de Chávez. El presidente no estaba contento con el ruido que comenzaba a manchar su popularidad. Los manifestantes eran tildados de “egoístas”: “Viven muy bien cómodos, tremenda casa, tremendo apartamento, no tienen ningún problema, los hijos van a buenos colegios, viajan al exterior (…) Miran a los demás por encima del hombro como si fuéramos poca cosa, la chusma…”. Chávez se lanzó a las calles contra esos “escuálidos” para defender el decreto, a falta de ley, que el mismo se encargaría de supervisar.

El presidente había acumulado triunfos electorales pero su partido, Movimiento V República, no tenía el fervor suficiente. De modo que a mediados de ese 2001, Chávez hizo un llamado a inscribirse en los Círculos Bolivarianos para conformar una red humana que defendiera la revolución. “Los integrarán los periodistas honestos bolivarianos, los camarógrafos, los campesinos conuqueros, los pescadores, verdaderos líderes que se organicen para trabajar (…) Se necesitan líderes no podemos andar a la deriva”. Chávez pedía un líder en cada cuadra y en cada esquina, y dejaba claro que todo se iba organizar desde el Palacio de Miraflores.

El presidente fue acusado de usar los recursos públicos para impulsar su organización política. “¿Me van a enjuiciar por organizar al pueblo? ¿Por cumplir con mi obligación?”, se preguntaba luego de poner una meta de un millón de voluntarios. Chávez se dedica a las largas alocuciones, está convencido de su halo revolucionario, la provocación se convierte en su principal rasgo político. “Hay egolatría, hay narcisismo, hay cierto grado de inconciencia, de que él no es encantador”, dijo en su momento su amigo Eduardo Chirinos. Pero las encuestas muestran un desgaste de su imagen y Chávez y su esposa dejan de ir a los juegos de béisbol para evitar rechiflas. El ruido de las cacerolas, símbolo de la oposición, descompone al presidente: “por cada cacerola van a sonar 500 cohetes de la gran mayoría que apoya a la revolución”.

El libro Hugo Chávez sin uniforme, publicado hace más de 15 años por Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyzka, describe al mandatario y su ansia popular: “El presidente tiene un problema grave: que nunca termina su fase electoral.” Otro rasgo de su gobierno lo resaltó el periodista y escritor Teodoro Petkof en su libro El chavismo al banquillo: “…su estilo de liderazgo lo ha hecho un solitario, rodeado de una servidumbre en general adulante y temerosa”. Un gabinete con el que no tiene mucho contacto y al que le da instrucciones por televisión.

Las marchas y contramarchas marcaron buena parte de la política venezolana luego de la llegada de Chávez a Miraflores. En los años de mayores movilizaciones (2001, 2002 y 2003) se contaron más de 4.000 marchas. Era una especie de termómetro ciudadano que muchas veces marcaba la fiebre del país. Las marchas se enfrentaban en las calles para ser la batalla de la que se hablaba en los discursos. Chávez modificó la bandera nacional con la que se arropaba la oposición. Las grandes discusiones no giraban alrededor de las políticas públicas y la ejecución de los programas sino del discurso del presidente. Fechas, símbolos, señalamientos y arengas mandaban la política. La calle no encontraba un claro ganador, pero la realidad mostraba que gobierno y oposición encontraban cada vez su peor versión.