martes, 30 de diciembre de 2008

Diarios íntimos






Los diarios de dos mujeres jóvenes, acostumbradas a repetir todas las mañanas el santo y seña de una obligación contraída desde antes de nacer, se han convertido en el testimonio más creíble y más atrevido acerca de la señorona decadente y porfiada que encarna la revolución cubana. Una especie de madrastra omnipresente y feroz. Wendy Guerra y Yoani Sánchez no olvidan el coro de una infancia enfundada en el uniforme rojo y blanco de los escolares cubanos: “Pioneros por el comunismo: seremos como El Che”. Ambas fueron educadas como “pequeñas máquinas de consignas” cuando la revolución había convertido el heroísmo en catecismo. Treinta años largos de rezar a los santos barbones, de oír las respuestas cautelosas de sus padres a las preguntas imposibles, de sentirse traidoras frente al monólogo de sus amarguras han convertido sus cavilaciones en una impugnación colectiva, un llamado a la rendición de cuentas.
Los diarios femeninos, acostumbrados a ser fetiches eróticos, juegos ingenuos de fantasía o desahogo contra la asfixia de la vida doméstica, son en la Cuba de hoy el más poderoso de los instrumentos políticos. El blog de Yoani Sánchez convierte la anécdota trivial, la más frívola de las carencias en una reflexión sutil lejana a la rabia y vecina de la risa. El cierre de trece fábricas clandestinas dedicadas a la producción de hebillas -pellizcos en el lenguaje habanero- merece la exhibición de los nudos propios de su melena y de un Estado maniático: “Parece que perseguir más intensamente a los fabricantes privados forma parte de los nuevos cambios que tanto se exhiben hacia el extranjero. Por sí o por no, y como protesta ante esta razia, llevaré el pelo suelto por estos días. Es la forma que tengo de decirme Yoani, acostúmbrate a la desaparición que los accesorios que permitían domar tu melena”.
La nueva novela de Wendy Guerra, Nunca fui primera dama, está llena de dramas mayores que los sencillos atascos del cepillo. Una locutora radial con su misma edad, su mismo apellido y una voz “neurovaginal”, sufre un arrebato durante su programa diario. Se atreve a “expresarse” en vez de simplemente “transmitir” y la voz del Estado sale en su ayuda. Le recomienda un tratamiento psiquiátrico en la clínica militar: “porque los jóvenes se forman, no se abandonan. No se trata de paternalismo, pero a los jóvenes hay que ayudarlos, no nacen sabiendo. No creo que la genética sea irreversible, puede educarse.” Guerra decide entonces hacer el programa desde su casa, recluirse y renunciar a la cabina del régimen, hablarle a su grabadora, hacer programas adornados con canciones para sus amigos. Se da cuenta, como la mayoría de jóvenes de su generación, los nietos del 1 de enero del 59, de una larga tragedia: “No ser nada para lo que fui diseñada (o mejor), ensamblada”.
Esos programas privados que circulan entre amigos y cuentan anécdotas personales, esas confesiones clandestinas de que está hecha la novela circulan de forma muy parecida a las palabras de Yoani y Wendy en La Habana real. Capítulos fotocopiados que reclaman la firma de la autora, entradas del blog impresas y guardadas entre los libros que exaltan la revolución. Mientras muchos jóvenes y no tan jóvenes de Latinoamérica siguen soñando con las apoteosis de la Sierra Maestra, dos escritoras que fueron “ideadas y estructuradas” por la revolución vaticinan en un nuevo coro la celebración del eterno medio siglo: “Los días primero de enero aquí se conmemora todo y no se festeja nada. Primero de enero a esta misma hora: triunfo de la revolución efemérides y banderas colgando de los balcones junto a la ropa interior. Todo duerme”. “Las revoluciones no duran medio siglo, les advierto a los que me preguntan. Terminan por devorarse a sí mismas y excretarse en autoritarismo, control e inmovilidad. Expiran siempre que intentan hacerse eternas. Fallecen por querer mantenerse sin cambiar.
Yo la conocí cadáver, se los digo. Aquel año 1975 en el que nací, la sovietización había borrado toda la espontaneidad y nada quedaba de la rebeldía que evocaban los mayores. Los escapularios con los que habían bajado de la montaña estaban ya proscritos y aquellos soldados de la Sierra Maestra, se habían vuelto adictos al poder.
El resto ha sido el prolongado velatorio de lo que pudo ser, los cirios encendidos de una ilusión que arrastró a tantos. Este enero la difunta cumple un nuevo aniversario, habrá flores, vivas y canciones, pero nada logrará sacarla del panteón, hacerla volver a la vida. Déjenla descansar en paz y comencemos pronto un nuevo ciclo: más breve, menos altisonante, más libre.”

sábado, 27 de diciembre de 2008

Un Cid y un Rey







La marca definitiva del 2008 está sobre sus lápidas en las afueras de Reikiavik y en California. Al entierro de Fisher en una pequeña iglesia católica asistieron 5 personas: el funeral más frio que se pueda imaginar, digno de un genio con ínfulas salvajes, un ermitaño refugiado en su mundo de 64 cuadros. Muerto cumplidos los 64 años. Su amante, enfermera y asistente japonesa, Miyoko Watai, no lloró, Fisher se habría enfurecido con sus lágrimas. Para el sepelio de Heston, en la parroquia de St. Matthews en un cañón boscoso cerca de Beverly Hills, llegaron más de 300 personas encabezadas por una extraña pareja: Nancy Reagan tomada del brazo de Tom Selleck. Hubo tantas lágrimas como fotógrafos y se cerró con poemas de Shakespeare. Es posible que Charlton Heston no haya quedado contento con la escena y que incluso haya envidiado el adiós agreste de Bobby Fisher. Luego del entierro de su padre escribió. “Ver a mi padre en una caja, pintado como una muñeca de cera me resultó casi insoportable. Les estreché la mano y musité palabras de agradecimiento. Me sentí mejor al día siguiente, cuando alquilé un avión para llevarle al norte y enterrarle en los bosques que mi abuelo había ayudado a talar medio siglo antes.”
Entre la colección de huesos que ha dejado el 2008 he escogido las cajas de Fisher y Heston por contener dos emblemas enigmáticos y contradictorios de la cultura norteamericana. Dos personalidades orgullosas con aversión a complacer los dictados sociales y políticos. Dos caprichosos profesionales. Heston fue capaz de brincar de las marchas en compañía de Luther King a las procesiones de armas tomar de la Asociación Nacional del Rifle, uno de los colectivos políticos más conservadores de EE.UU, la segunda iglesia de Sarah Palin, por decir algo. Y no tuvo problema en apoyar a los Kennedy hasta el asesinato de JFK para decidir un año más tarde que era tiempo de empuñar las banderas del candidato republicano Barry Goldwater, el padre político de Ronald Reagan y consejero mayor de Richard Nixon. Durante una asamblea de la Asociación del rifle Heston dijo levantando su viejo Winchester y usando sus poderes de Ben-Hur, El Cid y Moisés: “Solo me lo quitarán de mis manos frías y muertas”.
Bobby Fisher, por su parte, además de ser un hombre influyente con ideas políticas era un megalómano consumado y un paranoico precoz. Desde los 16 años estaba convencido de que los soviéticos pretendían envenenarlo y caminaba perseguido por su sombra. A mediados de la década del sesenta regañó a Fidel Castro en un cablegrama por usar su participación en el torneo Capablanca como un triunfo político. Un año más tarde viajó a La Habana y fue huésped ilustre además de admirador silencioso de la revolución. Entonces comenzó a ser visto con recelo en Estados Unidos. Pero en 1972 se convirtió en héroe nacional al acabar con la hegemonía soviética de 24 años en el deporte ciencia. El mismísimo Henrry Kissinger, como Secretario de Estado, tuvo que suplicarle que no abandonara el match contra Spassky por atender sus caprichos contra los fotógrafos, el menú del hotel, la altura de los sanitarios islandeses y el tiempo muerto de los semáforos en rojo. Fisher pretendía que el mundo entero siguiera el ritmo de sus movidas. Cuando era considerado un arma contra el comunismo abandonó todo para esconderse con un tablero de ajedrez en su bolsillo. En 1981 dos patrullas de policía en Pasadena, California, lo convencieron de sus delirios paranoicos y terminaron de grabar su odio por los Estados Unidos. Los policías lo detuvieron en la calle mientras caminaba y lo interrogaron hasta toparse con su orgullo y su terquedad. Creían haber encontrado a un ladrón de bancos del vecindario. Luego de tres tandas de preguntas iguales Fisher se negó a hablar y tuvo que pagar su silencio con estrangulamientos y dos días de calabozo a palo y agua. Nunca les dijo a sus verdugos quien era. Al salir escribió seis páginas contando el abuso de los peones. Fue suficiente para que luego del 9-11 le dijera a una emisora filipina que se alegraba del ataque y que quería un pasaporte con una sola palabra: apátrida.


Mientras Fisher, en su única declaración manida, llamaba criminal a George. W. Bush, Heston recibía de sus manos la Medalla de la Libertad.

El campeón mundial soviético Milaíl Botvínnik resumiría tiempo después los problemas de Fisher: “La tragedia de Fisher probablemente haya sido que luchaba no sólo contra sus oponentes en el tablero sino contra sus impresiones irreales del mundo exterior”. Pero sus impresiones se seguían confirmando. Dos décadas más tarde de haber ganado el título mundial Fisher decidió salir del mito que había construido para reeditar su duelo con Spassky. Las monedas de los apostadores fueron una tentación suficiente. Las partidas se jugaron en Belgrado en tiempos del embargo de la ONU a la ex-Yugoslavia y Fisher tuvo la mala suerte de ganar, llevarse tres millones de dólares y convertirse en prófugo de la justicia norteamericana por haber violado el embargo internacional. De nuevo estaba en la difícil posición de un paranoico perseguido. La gracia le costó ocho meses de cárcel en Japón para encontrar la salvación en el exilio de Islandia, una Siberia con buenos modales. Durante su reclusión Spassky, que ya era su amigo, envió una conmovedora carta a los diplomáticos encargados de resolver el caso:"Arréstenme. Pónganme en la misma celda que Fischer, pero por favor dennos un tablero de ajedrez.” Una partida entre los dos campeones en una cárcel japonesa habría sido un bonito regalo para Marcel Duchamp. Quien alguna vez dijo que contemplar a Fisher frente al tablero era como ver a un derviche a punto de pasar al otro lado de la iluminación. Porque Fisher siempre fue visto como un mago, un hombre que tiraba las piezas para que encontraran su lugar perfecto. Un ajedrecista con el magnetismo de Lennon y el coeficiente intelectual de Einstein. Uno de sus rivales, todavía bajo los efectos de su hechizo, se atrevió a describirlo: “Ese largo rostro de fanático que se cierne de forma constante sobre el tablero, los ojos ardientes, esos dedos largos que retiran implacablemente piezas y peones...”
Los protagonistas de estas dos pequeñas autopsias tuvieron una infancia similar. Ambos fueron aventajados prematuros en sus oficios. Fisher dejó el colegio para dedicarse al ajedrez a los 13 años y Heston dedicó su energía infantil al enajenamiento de los monólogos. Los dos niños reconcentrados fueron criados por sus madres luego de divorcios prematuros. Para el final también hubo coincidencias. Antes de la muerte recibieron el anestésico de la demencia senil. Paz en la casilla del rey y en la urna de El Cid.

martes, 23 de diciembre de 2008

Inventario de colegas



Alguna vez le oí decir a Eduardo Escobar que el ejercicio del columnista tiene que ver sobre todo con el arte de la mecanografía. Un desdén merecido para quienes buscamos un dictado de conciencia cada semana con un ojo en el reloj y otro en el ábaco de palabras de Word. Sin embargo, no hay escritura que genere más súbditos y más enemigos que la octavilla de prensa. Son el credo y el estribillo de las barras bravas de la opinión nacional. Sacaré entonces el fanático de periódico que me habita para deshojar mis gustos y mis fobias. En el reino de la actualidad dos historiadores son mis favoritos. Sus columnas contradicen siempre alguna certeza recién instalada, desconfían de los desconfiados profesionales y prefieren la memoria a la paranoia. No los obsesionan los bandos políticos sino los temas, así que una semana le pueden dar la razón a un comentario entre dientes de José Obdulio y la siguiente compartir un queja de Piedad Córdoba. Porque en ocasiones el delirio y la realidad se tocan. Nunca escriben un pregón y saben que la diferencia la hace la melodía y no el volumen. Sus columnas buscan contradecir alguna histeria política o exhibir algún olvido con la gracia de quien devela la reliquia entre los misterios del terciopelo negro. Eduardo Posada Carbó y de Jorge Orlando Melo me recuerdan al profesor que entrega algunos secretos en la charla de cervezas después de los rigores de clase.
Pero no solo de mesuras inteligentes vive el periodiquero. De vez en cuando es interesante leer a los columnistas inspirados por la ira y el intenso dolor. Mirar a los extremos nos proporciona una idea clara de nuestro lugar en la escala cromática nacional. Una leve identificación con las opiniones de los columnistas fieros sirve como alerta temprana para identificar trastornos de argumentación. De otro lado la imaginación de los paranoicos produce siempre, después del sobresalto inicial, una deliciosa sonrisa de alivio. Nunca es sano leer a estos espadachines cada ocho días, se corre el riesgo de intentar una respuesta a sus contorsiones, lo que significa un primer síntoma de contagio. El lenguaje oscila entre la arenga y el panfleto, útil para ejercicios teatrales o para la composición de anónimos. Fernando Londoño Hoyos está en una de las columnas que marcan los extremos. Su lectura esporádica puede ser útil para saber lo que José Obdulio no se atreve a decir. Al otro lado está Felipe Zuleta Lleras, un cómico con ínfulas de iluminado. Un hombre que se siente el Can Cerbero de la dignidad nacional y es apenas uno de esos pincher estridentes que le ladran hasta a su propia sombra.
A diferencia de mis favoritos las señoras a las que me refiero no escriben sus columnas alrededor de un círculo de saber sino de un viejo revoloteo de poder. Se dedican a comentar sus corrillos como si fueran los escenarios de todas las revelaciones. Les encantan los bandos bien definidos: una vez han tomado partido por la facción política de sus preferencias dedican toda la energía a defender la ficción ideológica correspondiente. Semana a semana exhiben su indignación moral frente a los modales del país maltrecho que les tocó en suerte. Sin necesidad de revisar sus cuartillas soy capaz de repetir algunas de sus fórmulas de siempre: “país asesino”, “sociedad indolente”, “dirigencia adormecida”, “opinión pública obnubilada”. Sueñan con que el lector termine la visita a su página con un muy decidido: “Es el colmo…definitivamente”. Cuando entregan una sorpresa a sus visitantes, cosa que sucede una vez cada semestre, se debe sobre todo al tono de exaltación y no al tema singular o a la perspectiva privilegiada, simplemente han llevado hasta un extremo de algarabía sus disputas de siempre. Lo peor es que es normal que entablen dialogo frente a sus lectores. María Isabel Rueda escribe una diatriba contra los indígenas y María Jimena Duzán le responde ofendida. Unas semanas antes habían hablado largo y tendido sobre el cacique mayor. El único hombre de sus desvelos de cada ocho días, bien sea para sueños o pesadillas.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Genios y figuras




El trasnocho de Uribe el pasado martes, dedicado a mover las apuestas en la gallera de la Cámara de Representantes mientras sus ministros hacían de meseros, nos sacó de las incertidumbres del tercer periodo y del esperanzador argumento doméstico que descartaba la re-reelección por que Doña Lina estaba muy cansada. Uribe escondió sus propósitos bajo maneras inofensivas y rodeos de caballista, poniendo cara de yo no quiero mientras firmaba un decreto de media noche con las marrullas propias del embaucador. El muy solapado dijo que no viajaría a la cumbre latinoamericana en Brasil para ocuparse de las urgencias de los damnificados, pero en realidad debía atender el hambre de pirañas del congreso y el estorbo de los diques constitucionales.
Las comparaciones latinoamericanas nos dejan claro que Álvaro Uribe es uno más de los viciosos del poder que sucumben frente a la tentación de los porcentajes en las encuestas. Otro más de los hombres providenciales que suelen terminar en fatalidades. En el año 2000, antes de su segunda reelección, Alberto Fujimori mostraba las mismas cautelas de Uribe: “Voy a aprovechar la navidad para reflexionar sobre el tema de una nueva candidatura”. Se negaba a hacer claridad sobre su aspiración y respondía con frases hechas cuando le preguntaban sobre la imposibilidad constitucional para ser candidato. El encargado de recoger las firmas para legalizar el lanzamiento de Fujimori III fue condenado por peculado y asociación ilícita cuando se comprobó que había organizado una “fábrica de firmas falsas”. Al final Fujimori lo consumó todo con la expedición de una ley bajo el pomposo título de “interpretación auténtica de la constitución”, según la cual el primer periodo de su gobierno había sido en otra era constitucional y por lo tanto su tercer periodo sería apenas el segundo. Interpretación jurídica digna de inteligencias superiores.
Carlos Menem, por su parte, impulsó un cambio constitucional que incluía nuevos derechos y le daba legitimidad a la vieja carta que tenía a cuestas el peso de las firmas de la dictadura militar. Pero no se olvidó de colgar el articulito que le permitió hacerse reelegir en 1995. También lo picó el bicho de la tercera misión y se dedicó a presionar a la Corte Suprema y al congreso que ya habían perdido autonomía, ante la falta de unidad en su partido y la dificultad de que se aprobara un referendo. Menem intentaba ser categórico al negar la posibilidad de un tercer periodo pero su tono dejaba siempre una rendija. La prensa argentina de entonces repetía lo que repiten los editoriales de la prensa colombiana de hoy. “Mantener la cuestión abierta es un elemento perturbador que genera incertidumbres y reduce la credibilidad de la Argentina porque contribuye a poner en duda la firmeza de sus instituciones.” Y los lagartos del sur del continente repetían la frase de nuestros lagartos profesionales: “No hay otro candidato que pueda continuar su obra y que pueda sostener, como Menem, los cambios que se introdujeron en el país". Al final la recesión y la corrupción impidieron la tercera intentona y Menem descansó dos años antes de visitar los tribunales.
Hace unos días las cien cajas con las firmas para la re-reelección de Hugo Chávez llegaron al congreso cargadas por beisbolistas y deportistas olímpicos. El toque de la diana militar alentó el cortejo. Chávez ha puesto cara de mártir por su posible retiro en el 2012 y la posible orfandad del pueblo de Venezuela. Uno de sus diputados eligió el argumento preferido de las mayorías fanáticas:”el pueblo en los barrios dirá: queremos que Chávez continúe porque nos da la gana”. Al menos la última sesión del congreso sirvió para que Uribe mostrara su molde de sátrapa.

martes, 16 de diciembre de 2008

Militantes y manifestantes





Los periódicos europeos han comenzado a hacer sus diagnósticos sobre la furia desencantada de los jóvenes griegos y las posibilidades de contagio del bochinche de incendios y piedra. Grupos de apoyo alemanes tienen contacto con los líderes anarquistas griegos. Jóvenes catalanes han mostrado el camino para la irritación y la estética de los movimientos antisistema. Los estudiantes italianos dieron un gran ejemplo en el 2001 en Génova con su acogida de fuego a la cumbre del G-8. La prensa dibuja el oscuro escenario de los jóvenes europeos en tres líneas muy claras: “Tampoco nos resultan ajenas las reacciones ante la ausencia de futuro para nuestros jóvenes, ante la crisis económica generalizada, ante la creciente exclusión social o ante la falta de vitalidad de nuestras instituciones educativas. Todas estas cuestiones forman parte del signo común de los tiempos y de los países en que vivimos.”
La frase podría estar en las primeras páginas de los diarios de las grandes capitales latinoamericanas. Resulta curioso que los jóvenes de Europa y América, tan lejos, tan cerca, compartan las mismas nubes con respecto a su futuro. Con la simple diferencia de unos euros de más o de menos en la perspectiva del primer empleo. Pero la verdad parece distinta a la hora de las relaciones con el Estado y los berrinches contra el poder.
Aparte de las pintorescas movilizaciones zapatistas lideradas por un encapuchado a caballo, tan parecidas a un viejo cómic, las recientes manifestaciones en América Latina muestran a una juventud más embelesada que hastiada con el poder. En Argentina los piqueteros profesionales tienen una importante fuente de reclutamiento en las barriadas de Buenos Aires. Muchos jóvenes alientan a la señora k con los mismos estribillos que gastan en las canchas los domingos. En Venezuela, el famoso “Uh, ah, Chávez no se va”, también tiene hinchada entre jóvenes rojos rojitos que están conociendo la chequera del Estado con las misiones y les encanta un presidente que se viste con los emblemas de la revolución. Sin desconocer que las universidades han sido en los últimos tiempos un importante fortín antichavista. En Bolivia, los cocaleros aymaras que eran insignia en las manifestaciones estudiantiles desde Barcelona hasta La Paz, ahora defienden su poder hombro a hombro, barricada a barricada en las carreteras del país. En Brasil, el movimiento de los Sin tierra, con banderas y caminantes en las universidades, apoyó la reelección de Lula en el 2005. En el 2007 tuvieron un distanciamiento pero las manifestaciones contra Lula son todavía carnavales anémicos en Río y el Sao Pablo. De nuestras marchas no hablemos. Las FARC y los Paramilitares no dejan mucho espacio para caminatas distintas a las de camisa blanca amenizadas por el “A Dios le pido” de Juanes.
En América Latina no parece cierta la sentencia del rector de la Universidad de Atenas frente a los disturbios de los últimos días: “No ahora, sino hace al menos dos años, dije a todo el que quisiera oírme que hay un divorcio absoluto entre la juventud y el sistema, pero nadie me hizo caso. Los programas políticos los han olvidado…” Entre nosotros parece que los políticos han logrado, para bien o para mal, acercar a los jóvenes a los combates de la política y a los espejismos de la demagogia. Hemos cambiado los manifestantes por los militantes.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Enfermos y derrotados





La desmovilización del Bloque Cacique Nutibara en Medellín ha demostrado que se pueden reunir en un solo bando las peores “tácticas” de la política: la intimidación, la demagogia armada, el clientelismo, el oportunismo vulgar y la derrota a pesar de todo. Para acompañar el desastre se guarda el arma de la mentira y el desprestigio, la desvergüenza que busca contagiar a los adversarios o a los interlocutores oficiales con las pestes propias. Las mentiras de los jefes del Bloque Cacique Nutibara comenzaron desde el conteo inicial de combatientes. Cuando reunieron a los primeros 860 hombres en La Ceja el comisionado de paz dijo con tono resignado: “Revolvieron delincuentes callejeros 48 horas antes y nos los metieron en el paquete de desmovilizados”. Por su parte, Amnistía Internacional habló de simples desempleados que trabajaron 15 días como hombres en armas el centro vacacional del oriente para que los verdaderos guerreros se quedaran en las laderas.

Luego de tres semanas de cursos de civilidad los hombres del Cacique Nutibara bajaron a Medellín convertidos en miembros de la Corporación Democracia. Ansiosos de jugar un papel político y social en los barrios. Pero las tentaciones de ejercer poder por medio de los antiguos métodos no siempre lograron contenerse. La nostalgia del pasamontañas.

Alonso Salazar conoció mejor que nadie las quejas de la comunidad por los abusos de los reinsertados, sufrió sus juegos dobles como funcionario y se desengañó del papel de la Corporación como supuesto actor democrático. Casi 4 años de conocimiento mutuo los habían hecho absolutamente incompatibles. Salazar no quería esos compañeros de campaña y los reinsertados no querían un alcalde que conociera su juego. Y que además había insinuado que luego de 4 años de oportunidades para los victimarios era hora de dar prioridad a las víctimas.

En la campaña las cosas fueron relativamente claras, como es normal cuando se hace política con aliados en la sombra. O sea en la cárcel. Los candidatos al Concejo cercanos a los reinsertados fueron Luis Carlos Piedrahíta -Director Ejecutivo de la Corporación Democracia- y Diego Arango, que buscaba repetir curul. El aval lo entregó el movimiento Colombia Viva que dirigían Habib Marheg y Dieb Maloof antes de que la Corte los mandara a guardar. Ambos candidatos al Concejo de Medellín trabajaron para la campaña de Luis Pérez y fracasaron en su aspiración. Durante las elecciones algunos medios de prensa y ONGs hablaron de esa alianza sin que nadie saliera a desmentirla. Algunas fotos también ayudan a intuir cercanías con los paramilitares. Durante la inscripción de la candidatura Luis Pérez aparece con los brazos en alto al lado de Mario Uribe y Rubén Darío Quintero. Personajes encartados en las investigaciones por paramilitarismo.

Pero hablemos de la política al menudeo que es la mejor de las radiografías electorales. La Corporación Democracia buscó elegir ediles en 7 comunas de la ciudad. Sus supuestos fortines estaban en la comuna 1, 2, 6, 7 y 8. Al final solo logró un puesto con Memín en la comuna 8. En todas ellas Luis Pérez fue claro ganador y en al menos tres de obtuvo casi el 50% de los votos. Tendrán el descaro de decir que aportaron sus números magros a la derrota de Salazar en esos barrios.

Lo triste de todo es que a los reinsertados solo les quedó la paradójica estrategia de exhibir su lado oscuro. A pesar de estar avalados por una corporación legal y pedir el reconocimiento de la sociedad se han dedicado a recordar sus reuniones con el alcalde y a mostrar el álbum de fotos del proceso. Intentando contagiarlo con los males de los que decían haberse curado.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Cuento de navidad





Su nombre era ya un extenso tren de vagones desiguales, un tren cargado de herencias y príncipes, de matrimonios sucesivos y condes, de abogados y somníferos: Martha Crawford von Auersperg von Bulow. Desde su nacimiento los trenes fueron una pequeña insignia, una señal de las primeras felicidades. La niña nació en un vagón de primera, en la ruta entre Virginia y Nueva York, bajo las carreras de los camareros vestidos de frac y el largo pitido del maquinista como homenaje al padre primerizo, George Crawford, magnate de la electricidad en la década del 30 en Estados Unidos. Para la madre no hubo ni champaña ni bramidos de tren. Sólo el dolor y una limosina negra que hizo las veces de ambulancia en la estación.
Las navidades estuvieron siempre llenas de trenes eléctricos. Túneles debajo de las escaleras, puentes iluminados sobre las fuentes del jardín, carrileras que hacían imposible la casa en los afanes de diciembre. Hasta que la muerte de su padre antes de la navidad de 1935 rompió las rutas de la gran casa en Pennsylvania. Rieles, edificios de estaciones y trenes fueron a parar a un zarzo como si hubieran sido arrasados por un terremoto.
La pequeña Sunny, según el apodo cariñoso que le había regalado su abuela, se acostumbró fácilmente a la ausencia de los trenes de juguete. Las navidades se convirtieron en viajes verdaderos en compañía de su madre. Un juego con geografías variadas. Las emociones de la adolescencia comenzaron con los paisajes europeos. Su primer novio, un noble ruso que trabajaba como traductor de la ONU, hizo que viera la nieve con otros ojos. Todo el tiempo estaba hablando de las peligrosas nieves rusas, de las tormentas y los borrachos encargados de seguir el hilo de los trenes y los carros. Ella que creyó mucho tiempo que la nieve era otro de los artificios de su padre. La navidad traía nuevos vientos.
En uno de los viajes a Austria le entregó un príncipe insulso. Pero un príncipe al fin y al cabo. Aunque trabajara como instructor de tenis. La tristeza de vivir en un castillo en Austria trajo las alegrías del alcohol acompañadas por un hijo y una hija con sus títulos nobiliarios.
Un año después de su divorcio ya estaba casada con Claus Von Bulow, un conde danés que la envolvió con sus historias familiares que incluían desde Richard Wagner hasta los retorcidos envenenadores de Hamlet. Ahora la navidad era las magníficas fiestas en Nueva York y en la mansión de Rhode Island. Las pastillas hacían volver las alucinaciones de la infancia. El eco de los trenes. Pero una casa de 20 cuartos es una ratonera de traiciones y Claus había convertido a Alexandra Isles, actriz de segunda y antigua compañera suya en el colegio en Maryland, en su amante declarada. El 21 de diciembre de 1979 el encanto de las flores y las fiestas en Rhode Island terminó con Sunny desmayada tras su desorden de copas y pastillas. Claus la miró durante 20 minutos, tirada en el suelo, sus reflexiones fueron sencillas. No era su culpa, moriría por su gusto y descansaría del olor de las malditas flores de la casa en Rhode Island, se libraría de sus llantos y sus obsesiones. La hipoglicemia haría su trabajo. No resistió la espera, llamó al médico y Sunny sorteó en el hospital su primera navidad entre las oscuras nieves de su antiguo novio ruso. La navidad siguiente fue peor. Las celebridades neoyorkinas ya huían de las sonoras peleas de la familia y todo transcurrió entre silenciosas e íntimas borracheras. El 26 de diciembre Sunny encontró un profundo sueño de 28 años en el baño de su mansión. Una jeringa con restos de insulina dejó para siempre una pregunta sobre su esposo. Luego de dos juicios largos Claus Von Bulow fue absuelto y el 24 de diciembre de 1987 se logró un acuerdo de divorcio y repartición de herencias para los tres hijos de Sunny. Hace una semana antes de su silenciosa navidad en un hogar de ancianos en Nueva York, Sunny despertó a la muerte. Tras la reja de leones dorados de la casa Von Bulow en Rhode Island, se aloja ahora el tribunal de Newport. Una corona de navidad adorna su fachada.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Berridos de diciembre





Entre los cuentos navideños dignos de las antologías de fin de año solo recuerdo uno dedicado al sueño apacible en un pesebre. Sin miedo a repetir la trillada postal. Saramago acuesta al niño lejos del musgo y los espejos de agua y le entrega la placidez de los privilegiados: “Solo quien nunca tuvo la felicidad de dormir en un comedero ignora que nada hay en el mundo más parecido a una cuna”. Una brisa fresca tranquiliza al padre y unos pastores prometen leche, queso y pan para el día siguiente. Los gritos de María son lo único que aturde esa noche tranquila.
Pero luego de esa primera noche la navidad se ha convertido en una colección de desgracias infantiles sobre papel. Sin importar dónde transcurra la noche del 24 de diciembre, los cuentos navideños tienen la obligación de que un mocoso enclenque sufra lo indecible.
Comencemos la colección de pequeños infelices con cuentos de Tomás Carrasquilla y Hans Christian Andersen. Tista Arana, personaje del El rifle, y la niña de los fósforos, comparten su figura andrajoso y rota adornada por unos “bucles dorados”. Ambos tienen el encanto de los ángeles despojados. Y tienen, cómo no, hambre y frío. Todo lo comparten ese par de cagones mugrientos: la madrastra del uno le da garrote al compás de sus furias de chicha, y el padre de la otra no ahorra golpes ante la ausencia de monedas. El final de los dos no podría ser distinto: “¡Abuela! ¡Oh, llévame contigo”, grita la niña de Andersen; “¡Madrecita querida! Llévame p’onde vos”, clama el Tista de Carrasquilla. Piden la muerte en medio de la utilería decembrina. Niños llevados y sin traídos.
Cuando volteamos la página en busca de Nabokov encontramos más niños muertos. Ahora el dolor es sólo de un padre, su hijo ha muerto dos días antes de la navidad en medio de las fiebres y el desvarío. El padre ni siquiera recuerda las obligaciones de la fecha festiva, la calamidad ha cubierto todo con el ímpetu de la nieve. No puede entender la sencillez de las razones que le da el criado para que permita levantar el árbol de navidad: “Es bonito y además es verde. Déjelo durante un tiempo.” No quiere saber de horas que serán ajenas a su hijo, prefiere contemplar el exótico gusano de seda que el muchacho recordó durante sus fiebres. En un momento el llanto del padre se interrumpe por un chasquido: el gusano de seda “había surgido de su crisálida debido a que un hombre, vencido por el dolor, había llevado una lata hasta su habitación caldeada…”
El pequeño habitante de los campos de Alabama de Truman Capote es tal vez el menos desgraciado de este catálogo. Su navidad es una antología de excursiones al bosque a recoger frutas y cortar el árbol. Además, una prima vieja y jorobada hace las veces de hada madrina para una navidad que tiene desde vuelos de cometa hasta pequeños sorbos de whisky. Pero pronto llegará la separación del paraíso navideño a manos de colegios militares o de las atenciones de un padre desconocido y empalagoso, y llegará la muerte del hada maltrecha. Capote acude más a la nostalgia que a la tragedia y permite que su niño nade por praderas de hierba hasta la cintura. Las tristezas y los miedos de sus niño de navidad son comunes a todos los niños y a todas las noches. Comenzaron los berridos de diciembre.

martes, 2 de diciembre de 2008

Una de piratas





Los navegantes africanos, acostumbrados a tirar su nuez de metal al mar como quien tira un puente corto entre dos orillas, han encontrado nuevas maneras para sus faenas marinas, opciones un poco más sofisticadas y audaces. Pasar del asalto suplicante a una costa a la vida de viento en contra y fusil al hombro de los piratas no parece una mala jugada. Es mejor hablar con los ministros de defensa que con los directores de la Cruz Roja. Los más afortunados africanos del norte que logran llegar a las costas españolas, en flotadores, en barcas de juguete, en lanchas de pescadores, se dedicarán a la más vulgar de las piraterías, a esconderse de los policías en las salidas del metro o en las esquinas de las plazas. Venderán discos y libros copiados en las aceras. Un juego triste de gatos y ratones.
En cambio la verdadera aventura pirata promete mejores emociones y menores riesgos. Nadie podría diferenciar entre los precarios navegantes de Argelia, Chad, Niger y Sudán que ponen su vida en la hélice de un motor Yamaha de 40 caballos y los más avezados marinos de Nigeria y Somalia que abordan yates de lujo, pesqueros de atún o grandes petroleros. Los piratas tienen buques nodriza para lanzar sus ataques en lanchas rápidas y llevan GPS en vez de un arrume de botellas de agua. Unos y otros podrían ser descritos por las palabras de Conrad para la tripulación de un barco de piratas en tiempos de Napoleón: “Duros como clavos y ávidos como lobos de las delicias de tierra”. Y podría decirse que comparten un mismo sueño para su botín. Los piratas Somalíes que en abril pasado secuestraron el atunero español Playa Bakio, comenzaron por robar los tenis de los tripulantes y asaltar una suculenta despensa de botellas que encontraron a bordo. Tesoro muy cercano al que compran los inmigrantes con sus primeras monedas.
Sin embargo, las patrulleras españolas están ocupadas defendiéndose de la invasión de lanchas que parecen restos de basura empujados contra las compuertas de Melilla. Los navegantes moribundos resultan más peligrosos que los bucaneros de Puntlandia, un nombre que parece sacado de la geografía de un libro de aventuras. La costa norte de Somalia, la nueva tierra para el florecer de los piratas, tiene parecido con la isla La Tortuga y sus historias de renegados que en tierra se dedicaban a la caza y en mar a las rapiñas. Según las crónicas, esta isla que Haití parece tragarse con sus mandíbulas, era tierra de nadie, isla para las costumbres salvajes. Un refugio para encontrar pólvora, alcohol y carne en parrillas primitivas: “Sus ejercicios son tres: ir a la caza, plantar y navegar como piratas…Gastan el resto de sus ganancias con grande liberalidad, dándose a toda suerte de sucios vicios siendo el primero la borrachez con el aguardiente que beben del mismo modo que los españoles agua común. (...) los taberneros y rameras se preparan a tropas aguardando la buena llegada de los sucios bucaneros”.
Los piratas de Puntlandia no son grandes marineros, sólo tienen una costa sin control, una nueva Isla Tortuga desde donde pueden vigilar sus presas y negociar sus rescates. Sus aventuras son cortas y tienen fama de tratar bien a sus rehenes. En todas sus comunicaciones dejan claro que sólo les interesa el dinero y que sus armas son para disparar al cielo. Y se dan el lujo de pactar el precio desde un hotel de lujo en Londres, porque no todo puede ser vida salvaje. Los nuevos piratas ya tienen su nueva flota enemiga. Los contratistas privados de seguridad gringos que actúan en Afganistán e Irak, Blackwater con una calavera y dos tibias, han creado una división marítima. Nuevos tiempos para oficios viejos.