viernes, 30 de mayo de 2008

Dulzuras del ogro





Me topé con Fernando Vallejo en una casa vieja del Barrio Prado en Medellín. Me invitaban para oírlo rugir y para intentar un pie de página en medio de la conversación. Asistí gustoso con la esperanza de merecer un sablazo del ogro, según el apelativo que le concedió un amigo temerario que alguna vez buscó su consejo. Hacía 10 años, desde un día de grabación de La Virgen de los sicarios, que Vallejo no visitaba la ciudad de sus amores y sus inquinas. Le pregunté cómo veía a este Medellín en comparación con el idílico de los días azules, ese que trata con ternura en la primera tanda de su río del tiempo. Y Estaba esperando una respuesta de nostalgias, pero con Vallejo es mejor no esperar: "Yo no quiero volver a ver a ese Medellín aburrido que no era más que un gran potrero, qué pereza esas quietudes, qué horror el pasado, mejor el Medellín de hoy que es delirio, como la vida, y motos y motos y motos y motos", me dijo con su tono suave y amenazante. Hablaba con la euforia del emigrante que regresa, que es en últimas el turista más fácil de burlar. Su hermano Aníbal me dijo que Vallejo, o sea Fernando, cogía un taxi en la mañana y se iba de excursión al centro de Medellín. Parece que no trató a los taxistas de hideputas como en sus recorridos de novela en compañía de Alexis. Y caminó el Parque de Bolívar y el atrio de La Candelaria con ojos indulgentes, saludando a las señoras que salían de misa.

Por momentos me convencí de que Vallejo había depuesto las armas de la injuria. Lo noté cansado de su juego de hereje, temeroso de encontrar un recibimiento digno de demonio o de traidor o de loco. Al teatro Camilo Torres, en la U de A, fue preparado para enfrentar un pequeño juicio, prevenido, armado de su colección de frases fulminantes y de una guardia de perros apestados. Cuando una niña le preguntó en qué se inspiraba para copiar, utilizando ese verbo de tarea infantil en vez del ilustre escribir, Vallejo respondió presto: "A ver, cómo qué he copiado". Al segundo se dio cuenta de que era una niña quien preguntaba por su inspiración y respondió con ternura de abuelo: "Pues será en las rabias que me sacan por aquí". En últimas la comparecencia en el Camilo Torres fue sobre todo una homilía monótona con fieles dispuestos a responder el salmo. De modo que el oficiante preparado para el abucheo recibió venias y aplausos. Y sintió que Medellín era más dulce de lo que la recordaba y hasta dijo que Colombia era muy generosa, si se le pude creer a una fuente muy cercana a su manada.

Con su corte de gozques y su cantaleta contra los carniceros Fernando Vallejo me recordó un poema de Lorca: "Todos los días se matan en Nueva York / cuatro millones de patos, / cinco millones de cerdos, / dos mil palomas para el gusto de los agonizantes, / un millón de vacas, / un millón de corderos / y dos millones de gallos / que dejan los cielos hechos añicos? Yo denuncio la conjura / de estas desiertas oficinas / que no radian las agonías, / que borran los programas de la selva, / y me ofrezco a ser comido / por las vacas estrujadas / cuando sus gritos llenan el valle / donde el Hudson se emborracha con aceite". Tal vez la poesía sea indispensable para repetir el discurso piadoso a favor de los animales sin terminar emparentado con los Hare Krishnas.

Pero volvamos a la casa de Prado. Intenté hablar de libros y muy pronto me dijo, con orgullo de erudito, que llevaba 10 años sin leer una novela y un año largo sin terminar un libro. Y que no estaba cañando. "Me dedico a tocar piano, a tocar mal pero bueno, en eso se me va el día". Sin contar el paseo a los perros. Su opinión sobre la literatura puede resumirse en dos líneas: la actual es absolutamente efímera, o sea desechable, y los clásicos ya hablan de polvo, huesos, costumbres idas y famas muertas. Hasta el Quijote cayó en la lista de lo ilegible: "muy pronto los pie de página serán más largos que el propio libro". En esa vía le pregunté por Carrasquilla para que le diera un garrotazo por los 150 de su nacimiento. Pero volvió a sacar su mano enguantada: "Yo no hablo mal de mis paisanos". Lo dijo sin que una arruga anunciara la sonrisa cínica que merecía semejante burla. Insistí y resolvió con una palmada en la espalda para "el viejo", por su talante tímido y sus observaciones sobre este pueblo mendaz. Pero al final guardó sus libros en una caja, para regalarlos con los periódicos y algunos trastos viejos: "Los libros de Carrasquilla no tienen nada que decirnos en este momento, ese Medellín ya no existe, no tenemos nada que ir a buscar en esos retratos".

Al final elogió nuestros aguaceros con los ojos desorbitados, sin pedir que las borrascas nos arrastraran a todos. Y dijo que servían incluso para enriquecer nuestro lenguaje, para que existiera el verbo escampar que era tan escaso. En la despedida me pareció más paisa que Fernando Botero.

martes, 27 de mayo de 2008

Poema colgante





Sus torres inspiraron bendiciones exaltadas en los diarios y en la hoja de los poetas. El New York Daily Tribune dijo que levantarlas había sido “la mayor tarea civil jamás emprendida por el hombre”, una burla para los obstáculos y las distancias impuestas por Dios. The Sun habló de la “conciliación” entre la tecnología y el espíritu. José Martí, en su crónica escrita para La América, remató el sermón con el tono desorbitado del predicador: “Parecen los dos arcos poderosos, abiertos en la parte alta de la torre, como las puertas de un mundo grandioso, que alegra el espíritu; se sienten, en presencia de aquel gigantesco sustentáculo, sumisiones de agradecimiento, consejos de majestad, y como si en el interior de nuestra mente, religiosamente conmovida, se levantasen cumbres.”
No era para menos. El puente de Brooklyn había resuelto una paradoja: sacar a Manhattan, el recién erigido centro del mundo, de su condición de insularidad. Martí no podía entender que esa “corona, esa lira, ese abanico” flotara sobre Nueva York, y en su intento por explicarlo logró hacerse ilegible. Además de sus oraciones a los “tornillos gruesos como árboles, y retorcidos y agigantados”, buscó describir la maravilla recurriendo a todas las metáforas posibles al reino animal: Caballos, águilas, arañas, pulpos, gusanos, hormigas y hasta los colmillos de un mamut sirvieron para mostrar las “altísimas cuerdas de alambre” que sostenían la plataforma.
Cuando José Martí escribió su crónica apenas había pasado un mes desde la apertura del puente, los habitantes de las “dos ciudades”, Brooklyn y Manhattan, lo cruzaban entre “algaraza, asombros, chistes, genialidades y canciones.” Seis meses después todavía era momento para gracias: una mujer que simuló saltar, usando sus faldas como paracaídas suficiente, provocó una estampida con doce muertos enredados entre los cables laterales. Ni siquiera caminar era sencillo sobre el puente que hacía que los cronistas mencionaran a Egipto y a Tebas y a Troya.
No se podrá decir que era cosa de americanos mareados con su gusto por el acero y los espejismos de su ciencia. Ni puro embeleso de los primeros pasos. Años después, cuando los carruajes, los carros rojos del correo, los coches suntuosos, los caballos montados a pelo y la simple turba caminante aprendió a cruzar, Mayakovski, otro blasfemo de América, le recibió el testimonio a Martí para cantarle al puente, incluso retomó sus arrebatos geológicos: “Si llegase el fin del mundo, / el caos pondría el planeta patas arriba / y sólo quedaría este puente encabritado sobre el polvo de la ruina…/ con ese puente el geólogo de los siglos podrá reconstruir nuestro presente. / Dirá entonces: esta pata de acero unía mares y praderas, / desde aquí Europa se lanzaba al Oeste aventando plumas indias. / Aquella costilla parece una máquina / por los cables del tejido eléctrico deduzco: era la época posterior al vapor. / Aquí la gente ya gritaba por radio, aquí la gente ya volaba en aeroplano. / Aquí la vida era despreocupación para unos, un prolongado grito de hambre para otros. / Aquí los parados se tiraban de cabeza al Hudson”. La historia dirá que el primero que se lanzó lo hizo detrás de una apuesta en metálico y sobrevivió. Mucho antes de que Ginsberg pusiera a algunas de las mejores cabezas de su generación a saltar desde la misma plataforma.
Pero hace falta un poeta que convierta al puente en símbolo de todas las leyendas de América, que lo use como pretexto para cantar la historia desde Pocahontas hasta el prodigio de los taladros. Hart Crane, otro suicida como Mayiakovski, buscó la habitación desde donde el director de la obra había vigilado su milagro, años después rondó el puente desde esa misma ventana y continuó con la faena: “De tus cables que ciegan, y para nuestro gozo, de tu blanca prisión se alza la profecía: a través de tus cuerdas, secuela de argentadas pirámides, el tierno nombre de Dios, agitado de blancas alas sonoras…sube”. Crane usó el puente para seguir a Whitman y a Elliot, perdió el paso pero logró que las cenizas de su madre volaran hacia el East River.
No pasará el tiempo de la exaltación frente al Puente de Brooklyn. La caminada de Antonio Muñoz Molina, un escritor lejano a la hipérbole, se sigue pareciéndose a los pasos de Martí: “Cruzamos mientras el viento del océano silbaba en los cables de acero, tensos y tupidos como cuerdas de arpa, y nosotros mirábamos el río y los puentes y el perfil de la ciudad desde una perspectiva elevada e ingrávida de equilibristas o de pájaros”.

sábado, 24 de mayo de 2008

Ritos napolitanos






Nápoles rinde por estos días un pagano homenaje a su dios tutelar, el volcán Vesubio que desde 1944 mantiene cerrado su ojo de cíclope. Los habitantes de sus barriadas encienden hogueras de basura en las esquinas y reciben a piedra a los bomberos que pretenden apagar las ofrendas para el monstruo que destruyó Pompeya y Herculano.
La prensa habla de las mafias que manejan los vertederos de basura y de las promesas del impecable y perfumado Silvio Berlusconi: "Volverán las flores", ha dicho Il Cavalieri mientras miraba entre sonrisas a Rosa Russo, la alcaldesa napolitana. Pero nadie dice que las 82 flamas inmundas que se encendieron en la ciudad el fin de semana pasado son un halago para quien duerme bajo la lava del volcán. Es posible que la Camorra pueda mover letargos geológicos.
Lo peor es que los distraídos fieles napolitanos no se conforman con los sacrificios fáciles de la basura. También les ha dado por quemar las casas de cartón y madera de los gitanos llegados de Rumania. Les parece que esas paredes y esos techos improvisados también son basura, al igual que sus habitantes y sus carretillas. Pronto quemarán algunos gitanos y será el momento para que el Vesubio intente sus juegos de purificación. La sangre de San Genaro, patrono de la ciudad, perderá su duelo con la lava vesubiana.
En otros tiempos los habitantes de la ciudad de las 500 iglesias tenían rituales más inocentes y metafísicos. En el cementerio de Fontanelle, en un barrio de grutas, callejones y Camorra, los napolitanos mantenían conversaciones tiernas con un cráneo; cuchicheos y secretos con una calavera que respondía con una mueca cavilosa. La ceremonia de la Capuzelle convertía a Nápoles en un reino apto para innumerables versiones de Hamlet. Mussolini prohibió la representación, le parecía macabra, y más tarde el trajín hizo olvidar esa plegaria delirante de cara a la muerte y afianzó las liturgias napolitanas de ruido y mugre.
Liturgias viejas según la libreta de apuntes de José A. Gaviria, un viajero antioqueño, escritor y publicista, que visitó Nápoles en 1906 con la nariz arrugada y encontró lo mismo que hoy se advierte en sus aceras. Dice su bitácora en tono de injuria: "No digo que sea Nápoles la ciudad más sucia del mundo, porque sé que existen Constantinopla y otras inmundicias orientales…Nápoles es, probablemente, la cantera, el riquísimo yacimiento de donde se extrae la suciedumbre que está proporcionalmente repartida en toda Italia…Los perros, flacos cual conviene a tales dueños, escarban en los montones de basura, donde algún burro viejo toma, sin escoger, su pienso de papeles y de escorias".
Gaviria quiere gritarles puercos a todos los napolitanos y partir rumbo a los embrujos de Roma o Venecia. Pero se contiene y decide subir a la colina de Pisillipo y desde arriba decide perdonar a su anfitriona. Desde lo alto las ciudades siempre inspiran compasión: "Pero si hubiera partido como consecuencia de mi primera impresión, me habría privado de admirar, desde lo alto del antiguo convento de San Martín, el panorama más hermoso que sea fácil imaginarse. Desde aquella altura, en el punto con razón llamado Bevedere, no se huele Nápoles, pero en cambio se le ve en su conjunto y se llega a comprender lo que vale el dicho popular 'Vedi Napoli e poi mori'. Ese panorama de la ciudad y sus alrededores, con el Vesubio siempre humeante, que alza su mole oscura sobre el golfo, es sorprendente y grandioso". Sin embargo el volcán decidió que era momento para una pequeña función de limpieza y meses después del regreso del viajero convirtió su penacho de humo en lava. Es momento propicio para una nueva erupción. Sólo los huesos de Virgilio y Leopardi, sus calaveras que miran desde otra colina Napolitana, podrán convencer al Vesubio de mantener su calma. Rosa Russo tiene una cita para conversar con esas dos ilustres cabezas.

martes, 20 de mayo de 2008

Vicios notorios




Las notarías han vuelto a sonar como monedas viejas, preciadas antigüedades que conservan intacto su valor de cambio a la hora del pago de servicios clientelistas. Todos los gobiernos guardan los números de las notarías, como balotas, en una pequeña bolsa negra de terciopelo que van usando según sea necesario. Una para Yidis, otra para Teodolindo, una más para los hermanos Uribes… para que conserven la fe.
El país ha intentado durante 40 años que las notarías se entreguen siguiendo un concurso de méritos. Primero una ley, luego un artículo de la constitución, más tarde dos sentencias de la corte constitucional exigiendo el concurso. Pero los notarios conocen de sobra la arritmia de los juzgados y son expertos en algunas palabrejas -petitorias, solicitaciones, requerimientos, consultas- que obligan a levantar nuevos pisos sobre las torres grises de los archivadores.
Cuando todo parecía indicar que iban a tener que responder unas pregunticas sobre su oficio, se soltó una verdadera avalancha a manera de respuesta: 340 tutelas, 1.300 recursos de reposición, 2.200 derechos de petición, acciones de cumplimiento, demandas de inconstitucionalidad, acciones populares. Lo último fue mover una ley, en acuerdo con sus padrinos y beneficiarios en el congreso, para que el valor del examen de conocimientos no fuera de 40 sobre 100 como estaba establecido sino apenas de 25 sobre 100. Además pretendían que el notario reprobado, expropiado, según ellos, tuviera la potestad de elegir al feliz heredero de su franquicia.
Fue España la que nos legó la venerable institución de los “guardianes de la fe pública”. Dicen que un tal Rodrigo Escobedo fue el primero en ejercer su ministerio de mañas y solemnidades en estas tierras. Venía con Colón y levantó un acta dejando constancia de que los indígenas no habían mostrado desacuerdo alguno frente a la ocupación a nombre de los reyes. No es raro que un cacique haitiano le haya respondido con una lanza a cambio de sus sellos. Es verdad que los escribanos han perdido su pluma y su capa pero conservan un aire de magos turbios detrás de sus cabinas. Sus casas parecen museos de pueblo, siempre bien trapeadas, siempre llenas de antiguallas falsas y puertas prohibidas. También me recuerdan el aire esterilizado de las casas curales y su contraparte de secretos con aliento mohoso. Muchas de ellas amenizan su inercia con bambucos orquestados. Casi 900 notarios despachan en Colombia, entregando su garabato como prueba de nuestros vicios de papel y nuestros demonios de política.
Un reciente candidato a la alcaldía de Medellín firmó ante notario público sus promesas de campaña. Era claro que no tenía nada que perder. La diligencia no le traería obligaciones sino un simple aval oficinesco. Para la demagogia pomposa sirven las notarias. Y para repartir almuerzos en los domingos de elecciones.
Pero los notarios no sólo llevan años evadiendo un concurso mientras empapelan juzgados y sirven como tenientes electoreros. Muchos de ellos también son tibios a la hora de reportar las transacciones sospechosas de convertir los dólares narcos en plata blanca. Más de 400 de estos señores y señoras de silla giratoria, reclinable e inamovible han desconocido las circulares y los llamados de atención de la Unidad de Información y Análisis financiera. Les hablan de sanciones disciplinarias y penales y se ríen entre dientes. También la DIAN debe seguir a los resbaladizos de oficio. Cansada de cobrar 1.130 millones que recaudaron 30 notarios intuitivos por concepto de IVA y retención en la fuente, le entregó al Presidente Uribe la lista con sus nombres para que se les impongan sanciones. Nuevas risas. Y ahora resulta que además de todo pueden ser pelioneros a la salida de los baños. Sabíamos que eran marrulleros y lagartos, pero no que mordían.

viernes, 16 de mayo de 2008

Alerta temprana






“Las mentiras de la noche”, dice un grafiti en la pared del baño del bar y firma nadie menos que Gesualdo Bufalino. Pero resulta que no. Al contrario de lo que piensa el escritor italiano la noche se encarga de revelar algunas verdades con desfachatez. La ciudad se muestra menos cautelosa y enseña sus vilezas. Se siente en confianza.
La estampida de curiosos se mueve siguiendo el instinto de grupo de las sardinas, va hacia adelante, retrocede, busca la calle. Me integro al cardumen de curiosos y muy pronto estoy viendo el espectáculo. Dos hombres medianos tienen a un grandulón de pelo a la espalda contra la puerta de un garaje. El hombre pide conteo de protección y recibe una nueva embestida. Han pasado 40 segundos de ese round desigual y aparecen dos motociclistas en contravía, con una mochila a la espalda y el aire tranquilo de los justicieros. Se bajan de sus motos, interrogan a los peleadores con calma, como si trataran una infracción de tránsito, y acaban con la gresca sin levantar la voz. A los ganadores les marcan rumbo norte y al perdedor lo despachan hacia el sur, con una palmada de consuelo en la espalda. Un boquineto con su cajón de cigarrillos me hace el resumen de los hechos: “el peluo le pegó a una pelaa y esos dos manes la defendieron… ahh, pero llegaron los civiludos, los que mandan, a esos no les gusta sino el pleito de ellos, las peleas en grande…” Los policías arriman cinco minutos más tarde, despistados, buscando una historia que ya es un murmullo.
En el centro de Medellín esos episodios han dejado de ser noticia hace mucho tiempo. Unos civiles cobran cuotas de servicio a los comerciantes y se dedican a patrullar sin mayores misterios. El pago se hace con naturalidad, sin los aires turbios de la extorción y casi subrayando la convivencia ciudadana. Palo para los indigentes, orden para los vendedores ambulantes, cuota de sostenimiento para los jíbaros y pulso firme para los desobedientes de todo tipo. En medio de los grandes escándalos por paramilitarismo, cuando el país habla de una purga obligatoria contra el maleficio de la justicia privada y el alcalde subraya los riegos de la “resaca paramilitar”, el centro de la ciudad se acostumbra cada vez más a tratar sus pleitos menores, sus prejuicios, sus miedos y sus pequeñas inquinas por medio de un peligroso procedimiento de vigilancia particular. Métodos expeditos, resultados prontos, intimidación adecuada. La policía se convierte poco a poco en una fuerza de segunda instancia, un aparato burocrático que desdeñan los agredidos y los agresores.
En los últimos meses Medellín ha mostrado algunos síntomas preocupantes más allá del estado “natural” de privatización armada que se ha apoderado de buena parte del centro. Unos supuestos “paras” visitan un colegio en San Cristóbal y aplican su propio manual de disciplina con respecto a la presentación de los alumnos. Peligrosos como demonios y quisquillosos como monjas. Volantes circulando por Manrique, Santa Lucía y La Floresta: “Acueste a sus hijos a las ocho que a los otros los acostamos nosotros”, dicen los papelitos firmados por la Águilas Negras. El Secretario de Gobierno ha desestimado a los primeros como “chichipatos” y a los segundos como simples metemiedos que se acostumbraron a usar una intimidante “razón social”. Tal vez eso sea lo más grave. La amenaza bien presentada se ha convertido en arma de todos, en juego de ingenio. El asunto puede ser chiste de vecinos aburridos con el combo de la esquina o ultimátum de asesinos. Y el secretario no puede dedicarse a desmentir alarmas. Debe mirar todos los ruidos con recelo, todas las amenazas como su fueran definitivas.
Mientras tanto la prensa ha decidido ignorar el asunto. Todo ese rumor macabro le parece cosa de crónica roja, pornografía barata. Razón tiene Susang Sontag cuando dice que los diarios sensacionalistas son más atrevidos a la hora de las imágenes horripilantes. Así que los tabloides rojos son por ahora el mejor de nuestros termómetros, la guía especializada para nuestras alertas tempranas.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Vieja pelea de vecinos






Un pequeño recorrido por los barrios del Jerusalén anterior a la fundación del Estado de Israel, una mirada sobre esa ciudad que poco a poco iba convirtiendo sus corredores en laberintos y sus barrios en fortalezas, ayuda a descubrir el ambiente íntimo de pelea de vecinos que está detrás de un conflicto acostumbrado a los titulares de talla internacional. El escritor judío Amos Oz es el guía perfecto para encontrar el tono de disputa menor sobre las aceras del viejo Jerusalén.
La ciudad está en manos de la autoridad británica y los niños judíos gritan British, go home mientras apedrean las patrullas inglesas. El queso que venden en la tienda árabe se ha vuelto sospechoso, es mejor que el queso que hacen los judíos pero puede ser sucio. Además, la traición al sueño de una patria y una tierra puede estar en las decisiones más triviales. Pero de otro lado por qué castigar al pequeño productor árabe, por qué perpetuar el odio entre dos pueblos y llenar la ciudad de vetos y cruces sobre algunas fachadas al igual que lo hacen los extremistas árabes con las casas judías. Los dilemas insalvables aparecen un paso adelante del umbral de cada casa.
De repente “se ha tensado algún músculo oculto” y ya no es posible cruzar la frontera de algunos barrios en la ciudad. Jerusalén era un pequeño crisol cosmopolita: “En cada barrio se rezaba de forma diferente, se hablaba una lengua diferente, se vestía de forma diferente…Lo único que todos tenían en común era un secreto fervor mesiánico. Todos pensaban que representaban la herencia real de Jerusalén, la verdadera religión, la verdadera fe.” Las noches eran más largas y la gravedad un poco más fuerte. A las siete de la noche comenzaba el toque de queda impuesto por los británicos. “Todo estaba cerrado y trancado, las calles de piedra estaban desiertas, cada sombra que pasaba por aquellas callejuelas arrastraba por el asfalto vacío tres o cuatro sombras más”.
Poco a poco el sueño de compartir una patria con los árabes se iba haciendo imposible. Al llegar de esa Europa que les gritaba y les señalaba su ruta desde las paredes con un elocuente “Judíos, a Palestina”, la misma que años más tarde les gritaría con idéntica fuerza “Judíos, fuera de Palestina”, muchos tenían la idea de lograr convencer a los árabes de que su llegada traería beneficios para todos. Pero las funciones del pequeño Amos cambian rápidamente de la diplomacia a la estrategia de guerra. Se encuentra con una niña árabe y siente que tiene las obligaciones de un embajador de ocho años y medio: “Nuestro deber es acabar con la desconfianza y explicarles que somos personas positivas e incluso agradables”. Pero todo termina con un recital exaltado y un accidente infantil, “la intoxicación creciente de la heroicidad” hace que Amos exceda sus destrezas y termine dejando un hierro oxidado sobre el pie del hermano menor de su contraparte árabe. El padre del pequeño embajador intenta pedir disculpas pero nunca logra ser atendido. Ahora Amos se dedica a filar su ejército de nueve clips, un sacapuntas, dos libretas, un tintero de cuello largo y un borrador para defender un nuevo kibbutz-fortaleza. La trampa está tendida, los peones de ajedrez son francotiradores: “Alabado sea Aquel que prepara la matanza del enemigo y entonces todo terminará con un canto triunfal”.
Luego de sesenta años del Estado judío Amos Oz ha dejado de ser un niño fanático y chovinista para convertirse en un pacifista moderado, un hombre que dice que sólo volvería a la guerra para salvar la vida o defender su derecho a ser libre. Y no es difícil que deba subir a las garitas. Porque Jerusalén sigue siendo una ciudad levantada sobre un suelo predestinado a la “tragedia en el sentido más antiguo y preciso del termino: un choque entre derecho y derecho, entre una reivindicación muy convincente, muy profunda, muy poderosa, y otra reivindicación muy diferente pero no menos convincente, no menos poderosa, no menos humana”

viernes, 9 de mayo de 2008

Desde la campana de vidrio





Cuba fue primero el alumno carismático de un sueño ideológico que obsesionó a América hace unas décadas. Y que amenaza con nuevas embestidas, viejos espejismos y la misma boina. Luego se convirtió en el laboratorio caribe para la aplicación de los santos remedios de la cartilla de la igualdad y la solidaridad. Bien fuera por métodos ortodoxos o instintivos. Y fue cerrando poco a poco la campana de vidrio sobre su experimento, aumentando su insularidad hasta convertirla en anomalía. Ahora es un microcosmos cocinado bajo el fuego de la arbitrariedad y la tutela permanentes, un universo para la nostalgia utópica de algunos foráneos y el desespero material y espiritual de sus habitantes.
Cada tanto resuena un campanazo que nos permite una mirada sobre los mecanismos de esa isla que operan dos ancianos disfrazados de sabios. Puede ser la visita de un Papa, la temporada de náufragos que sigue un ciclo biológico, un niño en discordia que vive en Miami pero debe vivir en la provincia de Cárdenas. El más reciente repicar viene de un blog escrito por una filóloga habanera de 32 años que acaba de ganar el premio Ortega y Gasset en la categoría de periodismo digital. Generación Y, movido por Yaoni Sanchéz, está inspirado en los nacidos en la Cuba de los años 70s y los 80s, marcados por las escuelas al campo, los muñequitos rusos, las salidas ilegales y la frustración. Y por los innumerables bautizados con la Y griega: Yanisleidi, Yoandri, Yusimí, Yuniesky.
La primera entrada del diario sirve para identificar la presa y el punto de vista de quien la acecha. Una Habana apacible y turbia mirada con benevolencia desde un balcón. Una Habana de chimeneas y neblinas que dice recordarle las fotos que incriminaban a Londres y Berlín en sus libros de bachillerato por ensuciar el mundo con su humo capitalista. Luego el blog se dedica a comentar rutinas diarias: las tareas de su hija, la compra del pan, los gritos en el béisbol, las conversaciones en el taxi, los embelecos en el agro mercado. Un sencillo y manso naturalismo. Pero resulta que en Cuba la inercia de la realidad es inconfesable más allá de la charla cotidiana y el susurro. Y es un escándalo cuando se convierte en cometario público. La gente se apretuja en el taxi y comienza la conversación: “El mágico espacio de este Chevrolet de los años 40 ha logrado hacer hablar a nuestro descontento. Los temas se suceden, pasando por los baches, la asfixia a los productores privados, la excesiva repetición de ciertos temas en la televisión nacional y terminan como un punto en una frase que mi vecina de asiento me tira en plena cara: “¡Sí, pero nadie hace nada!”. Hasta ahí todo es normal, pero cuando alguien se atreve a escribirlo toma un aire peligroso, un tono de sospecha y traición a los ideales revolucionarios.
Por eso las postales de Yaoni han sido escondidas por el gobierno de la isla, saboteadas por quienes pretender seguir jugando a la omnipotencia de la propaganda oficial. Es un alivio ver la respuesta inocente ante la censura, no la indignación sino el reconocimiento de un juego infantil entre dos bandos falibles: “Mis textos, los de los otros bloggers y periodistas digitales, han hecho que la presilla de los inquisidores haga su ridículo papel. Con estas ínfulas de adolescentes rebeldes, nos hemos ganado el manotazo, el severo guiño y el regaño. Sin embargo, la reprimenda es tan inútil que da pena y tan fácil de burlar que se trueca en incentivo.”
Luego de vivir dos años en Suiza Yaoni decidió volver a Cuba en contra del consejo de todos sus amigos. Reemplazó el latín por las largas cadenas de html -por qué no, si su padre pasó de manejar locomotoras a despinchar bicicletas- y se dedicó a trabajar para su nueva “obsesión de consumo”: “El dinero que me gano traduciendo del alemán, enseñándole la Habana a un par de turistas o vendiendo mis viejos libros de la universidad, lo invierto –cuando puedo- en pagar media hora de Internet. Por eso mis apariciones en “Generación Y” son a saltos y no con la frecuencia de una bitácora.”
El gobierno Cubano negó el permiso para que Yaoni recibiera su premio en España. La respuesta de la filóloga incluida en la lista de los 100 más influyentes de la revista Time produce una risa desconsolada: “Bajo la ‘protección’ de este rígido tutor, no hay mucho espacio para jueguitos ni para retozos; mucho menos para salir sólo. ¡Qué ganas tengo de crecer… de hacerme adulta y que me dejen salir y entrar de casa sin permiso!”.

viernes, 2 de mayo de 2008

Requiéscat in pace






Han pasado días suficientes para dar reposo al alma del Cardenal Alfonso López Trujillo, un pastor fiero y rígido, un radical que veía el infierno en todas las opiniones distintas a su salmo; bien fueran salidas del consenso de la ONU, de la libreta de un científico, de la convicción de un médico o la reflexión de un escritor. Todo reducido a un mundo sencillo y amargo de santos o demonios, a un mensaje cifrado que llama al amor entre gritos apocalípticos y resentimiento. Había decidido no comentar su muerte para no llover sobre mojado y dejar sus palabras como simple memoria de tiempos peores. Pero la crueldad de un linchamiento moral, la dureza de un motín purificador me hizo recordar las consecuencias que trae la “batalla tenaz” emprendida por el Cardenal, los delirios que implica la defensa de las ideas más conservadoras y más prejuiciosas de la iglesia católica.
La semana pasada dos adolescentes homosexuales fueron abucheadas y repudiadas en el patio de su colegio, sus compañeras, alentadas por el tufo de gárgola de la rectora, trataron a las jóvenes como portadoras de una peste terrible. El defensor del pueblo de Manizales, desesperado, no pudo más que gritar contra el tumulto: “entonces qué, van a quemar a las niñas”. Y la abogada de la causa de las menores terminó llorando como último argumento. Unos días después las estudiantes entraron al colegio Leonardo Da Vinci “escoltadas” por funcionarios de la secretaria de educación. Alguien debería contarles a las jóvenes que hacen honor al “patrono” de su colegio, al Leonardo que sufrió persecuciones y dos meses de cárcel por sus aventuras con un ladrón menor que hacía las veces de modelo y desvelo del genio.
Durante los últimos 17 años Colombia ha intentado por medio de fallos judiciales, algunas leyes, cartillas de buenas intenciones y escándalos curativos, hablar de diversidad sexual y derechos de conciencia individual. Pero la iglesia sigue demostrando que sus flamas se “derraman” con facilidad, según la palabra preferida de López Trujillo en sus textos pontificios. Parece que aún somos pasto para las pequeñas cruzadas.
La familia fue el gran tema del Cardenal colombiano y es la coartada preferida de la iglesia desde los tiempos de Juan Pablo II. En su nombre se exigen condenas religiosas y sociales contra individuos concretos mientras se entregan zalemas para un ideal intocable, para un concepto creado en el hogar de los obispos en Roma. La defensa de un dogma exige siempre una buena dosis de crueldad. Cuando España aprobó los matrimonios civiles entre homosexuales López Trujillo saco sus armas de conspirador: “No podemos imponer cosas injustas a las personas. Por ello, la Iglesia llama con urgencia a que los empleados municipales encargados de celebrar tales bodas se acojan a la objeción de conciencia y no celebren tales matrimonios, incluso si por ello pierden su empleo". Una iglesia que se resiste a perder el monopolio sobre los castigos en la tierra y que por boca del Cardenal colombiano habla de una sociedad enferma que ha convertido “los delitos en derechos”. López Trujillo estaría orgulloso de la venganza de la rectora y su rebaño contra las adolescentes que osaron formar una pareja que “no se abre a la vida”, según los eufemismos cardenalicios.
Hay que agradecer que la iglesia haya perdido autoridad para cuestionar las decisiones del Estado y retar a los parlamentos y a los jueces. Pero esa realidad ha llevado a sus voceros al tono pugnaz y al juicio violento propio de los huraños. Hace poco López Trujillo llamaba malhechores a los médicos que practicaron el aborto a una niña de 11 años que había sido violada, y libró siempre una lucha ciega contra la anticoncepción, llegando a decir que era una ideología dirigida contra los más débiles. Intentos desesperados por poner sus “valores fundamentales” sobre los derechos fundamentales que ha definido el consenso político. Casi nos hemos librado del dogma católico en las leyes y en los fallos de los jueces, pero algunas ideas de la Iglesia recalcitrante sirven todavía para arrinconar ciudadanos con la furia de las obsesiones y las viejas pesadillas. Condenar a dos niñas a la hoguera de la crueldad adolescente para preservar un dogma moribundo, pecado eterno de la Iglesia y sus pastores rudos.