martes, 24 de abril de 2012

La USA por cárcel


 Las persecuciones de nuestros grandes narcos siguen siendo apasionantes. Todavía El Cartel puede ser la serie preferida de la familia colombiana. El primero de enero murió en Acandí, Chocó, Juan de Jesús Úsuga, el líder de los Urabeños. Un localizador satelital en el estuche de la guitarra de uno de los músicos contratados para la fiesta de fin de año entregó la ruta definitiva. Se necesitaron 150 hombres Jungla para llegar hasta su finca marcada con un nombre sugestivo: Casa Verde. Además de Úsuga murió un policía y fueron capturados cuatro de los casi cien invitados a la recepción de año nuevo. Al día siguiente Urabá amaneció paralizada y el ruido de las rejas contra el piso en los locales comerciales llegó hasta algunos sectores de Medellín. Hace una semana el diario El Mundo de España aseguró que la negociación de seis meses entre los hermanos Comba y alias Mi Sangre con los fiscales de Estados Unidos estaba a punto de concretarse. Se dijo que uno de ellos se encontraba localizado en Panamá y ex fiscales antimafia convertidos en abogados de los capos estuvieron visitando La Picota. Parece que la idea es llevarse al clan completo. Los grandes enemigos de Juan de Jesús Úsuga entendieron que es mejor la lucha jurídica en Estados Unidos que la guerra de traiciones, sobornos y sangre que deben librar en Colombia. Desde hace cinco años se ha dicho que nuestros narcos cambiaron radicalmente de lema: prefieren una cárcel en Estados Unidos a una tumba en Colombia. La extradición se ha revelado como una puerta de escape. Ahora muchos deciden incluso saltarse el concepto de la Corte Suprema para llegar más pronto a tratar con los fiscales del Norte. El Ministro de Justicia colombiano se declaró alarmado y recibió a cambio un parte de tranquilidad por parte del fiscal General gringo y el director de la DEA: las penas bajas a mafiosos colombianos son simples “casos aislados”, y en el futuro seguirán recibiendo castigos “semejantes a aquellos a los que hemos estado acostumbrados”. Pero todo parece indicar que Estados Unidos está dispuesto a mantener un lenguaje duro contra el narcotráfico, aleccionador para los países productores, mientras en sordina cambia sus políticas y sus prioridades. La consigna, pensada como estrategia o simplemente dictada por la inercia de la lucha, puede resumirse en una frase odiosa y paternalista: yo doy los pasos a mi ritmo, sin mucho ruido, sin alentar grandes cambios; ya les avisaré cuando estemos preparados para que ustedes hagan lo propio. En retrospectiva parecen absurdas las largas condenas contra Hernán Botero o incluso contra Carlos Ledher. Ambos inauguraron, como conejillo de indias el uno y como primer capo el otro, una etapa de justicia como escarmiento, de demostración de que los delitos de narcotráfico tenían una segunda instancia implacable en Norte América. Ahora hasta Don Berna puede intentar negociaciones muy parecidas a la justicia transicional que se les ofreció aquí mediante la Ley de Justicia y Paz. Mientras en Colombia se libró una guerra de años para llegar a una “solución”, tramitada mediante una ley que dejó descontentos a todos los sectores, a los criminales, a los políticos, a los políticos criminales, a las víctimas y a los profesionales del conflicto; en Estados Unidos lo hacen a puerta cerrada, sin posibilidad de pataleo, sin dramatismos morales. O nuestros narcos son de segunda en el negocio y ahora valen menos que un pez mediano en México. O los gringos han comenzado ha legalizar sin notificarnos.

martes, 17 de abril de 2012

Botella al mar





Tirar botellas al mar, tripuladas por un mensaje escueto, buscando el azar de una respuesta, se ha convertido en una afición corriente. Lo hacen los alumnos de secundaria alentados por sus profesores y los hijos de los pescadores en sus tiempos libres y los aprendices de poeta que acaban de leer el Barco ebrio. Hace poco dos de los alumnos de Chris Albrecht, profesor de secundaria en el Estado de Nueva York, recibieron respuesta a su tarea tirada al mar nueves meses atrás. La botella de uno de ellos fue recogida por un pescador de mariscos y su hijo en una playa de Terceira, un pequeño pueblo en las islas Azores a 3000 kilómetros de las costas americanas. Un correo electrónico de vuelta confirmó el buen viento de la botella. El otro viaje con destinatario terminó en las playas de Nueva Escocia, en Canadá, muy cerca de donde zarpó.
Pero la prueba de que el mar sigue siendo un mensajero relativamente confiable a pesar de sus desordenes, está en el buzón de la casa de Harold Hacket. El hombre ha lanzado 4900 botellas desde 1996. Consulta vientos y mareas, escribe su mensaje con un saludo y una dirección física y lanza su botella de plástico desde la costa de la isla Prince Edward, en Canadá. Ha recibido 3100 respuestas de felices destinatarios en Rusia, Holanda, Florida, Noruega, Irlanda, Bahamas. Las crónicas sobre su afición no dicen si se dedica a algo más que esperar al cartero.
El mar es más o menos impredecible cuando debe encargarse de una botella: una simple brisa puede marcar el rumbo definitivo y hacer olvidar las corrientes, rutinarias como cualquier cartero, que rigen la ruta de todo lo que flota sin timón. Pero los grandes restos tienen marcado su destino por una especie de brújula natural. Ahora mismo un mensaje ominoso navega hacia las costas de Hawái desde el Japón. Un poco más de un año llevan los restos del Tsunami de Fukushima buscando su camino: un costal inmenso que se alarga y se disgrega con media ciudad destruida flotando. La avanzada de ese cardumen de basura la marcó hace dos semanas el Ryou-Un Maru, un barco pesquero japonés que fue incendiado por la marina de Estados Unidos luego de cumplir 13 meses navegando hasta acercarse a las costas de Aalaska. El barco como las botellas fue desviado por los vientos.
En cambio el millón de toneladas que se calcula viaja hacia las costas de Estados Unidos sigue ordenado la corriente Kuroshio. Los satélites vigilan día a día esa mancha que tiene una superficie de unas dos mil millas náuticas de longitud y más de mil millas náuticas de ancho. Se deshace poco a poco y ha entregado sus primeros restos a las costas de Hawái. Todavía faltan uno o dos años para que esa terrible botella lanzada desde Japón por la resaca de una ola gigante, llegué a las playas de los Estados Unidos. Ya veremos las historias con algunos trozos de juguetes, con fotos, con zapatos y lavadoras exhibidas en Internet para que las contrapartes japonesas recuerden algo de sus hogares desaparecidos. Pero el mar también ordena sus basuras: no todo llegará a las costas. Los restos más pequeños se incorporarán al gran basurero marino que da vueltas siguiendo una corriente del Pacífico Norte llamada el Gyre.
Para quienes están pensando en una venganza poética de restos radiactivos llegando desde Japón hasta las costas gringas, vale la pena decir que la radiactividad de los trozos examinados hasta ahora es mínima. Así que no esperen erizos mutantes ni estrellas marinas con cola de medusas. Llegaran sólo algunos restos fatigados. Y habrá respuestas.

martes, 10 de abril de 2012

Momento cumbre




En 1990 se reunieron en Londres los representantes de 112 países para intentar una declaración común escrita en una hoja con el siguiente encabezado: “Conferencia Mundial para la Reducción del Consumo de Drogas”. Han volado muchos aviones sobre las fronteras, han caído muchas mulas, han viajado rasantes miles de las lanchas rápidas, han aparecido los narco submarinos. Ha corrido mucha coca y otras especies debajo de los cercos. Y parece que tanto fracasar no ha sido en vano. Hoy se pueden decir cosas que hace 20 años eran herejías propias de economistas libertinos. El gran avance de la declaración de Londres consistió en una mención tímida a la reposición de “jeringuillas” que algunos países de Europa estaban implementando para evitar el contagio de enfermedades entre sus adictos. Estados Unidos peleó durante toda la noche hasta que al fin se resignó a firmar el texto con esa sucia experiencia de entregar jeringas limpias a los drogadictos.
Colombia estaba en una posición similar a la que enfrenta el México de Felipe Calderón: una guerra cruenta en la que los exportadores de coca buscan una parte del poder del Estado por la vía de la intimidación y el soborno. Era lógico, entonces, que el presidente Barco escribiera cosas como estas unos meses luego de la Cumbre: “Las propuestas de legalización son una respuesta fácil y simplista a un problema complejo y difícil. Llevar las teorías del mercado libre y del sálvese quien pueda a un asunto en el cual, por definición, hay cientos de millones de personas desprotegidas y que, por razones obvias, pueden sucumbir al paraíso artificial que ofrecen las drogas, es renunciar a la lucha para preservar la vida comunitaria.” El cambio de paradigma consistía en entregarle algo de responsabilidad a los países consumidores: debían perseguir a sus adictos, evitar el tráfico de precursores químicos, combatir el lavado de activos y entregar algunos dólares para los ejércitos antidrogas en América latina. Era necesario replantear la guerra.
Hoy en día la discusión parece estar en un nivel distinto. El gobierno de Estados Unidos sigue empeñado en la misma lógica aunque con mejores modales: dice estar dispuesto al debate pero descartando que la discusión pueda producir cambios. William Brownfield, un humorista muy templado, hace las veces de embajador de la lucha antidrogas en el mundo. El hombre se movió rápido para sabotear una posible posición conjunta de Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica, que se discutiría días antes de la cumbre en Cartagena. Para algo tiene que servir el Subsecretario para Asuntos de Narcotráfico Internacional y Aplicación de la Ley.
Pero los cambios que harán imposible que Estados Unidos nos recomiende medidas como las de hace 20 años en Londres, llamados a la familia y a los vecindarios a sumarse a la lucha antidrogas, están en la propia opinión pública gringa. Mientras el gobierno quiere mostrarse inflexible la sociedad parece dar los primeros pasos hacia fórmulas distintas. En noviembre se votarán referendos para legalizar la marihuana -su uso medicinal y recreativo- en los estados de Washington y Colorado. Los primeros sondeos les dan ventaja a los amigos de la venta en dispensarios legales. La única manera de arrebatarles el negocio a los jíbaros que defienden su trabajo con la calidad de sus armas y no con la de su hierba. Más del 60% de los jóvenes gringos apoyan la legalización de la droga más consumida en el mundo. Pronto el gobierno de Obama tendrá que dejar de fingir que las soluciones flexibles son para otros mundos.


martes, 3 de abril de 2012

Noticias de unos secuestros






Faltaban unos días para las elecciones parlamentarias de 1998 y los registradores del Caquetá se escondían debajo de las piedras. La intención era huir pero las Farc habían copado los ríos y las carreteras. De las 64 inspecciones de policía del departamento apenas 5 tenían agentes defendiendo los escritorios. Hacía una semana el Bloque Oriental había convertido una supuesta cacería del Mono Jojoy por parte de la Brigada Móvil N. 3 en una emboscada que dejó 64 soldados muertos y 43 secuestrados. El Caño El Billar entró a formar parte de nuestro curso intensivo de geografía roja en el Sur.
El gobierno Samper respondía con un comunicado patético en el mejor de los casos: “El Presidente de la República, quien ha estado informado permanentemente, ha manifestado a los comandantes de estas operaciones, y a través de ellos a todas las tropas, su voz de apoyo y solidaridad para que no desfallezcan y les ha solicitado mantener la ofensiva iniciada por el bien de la democracia, de la paz en la región y de la lucha que se viene librando contra el narcotráfico en el área.” En otro punto su tono se parecía al de un tercero imparcial que mira la escena con cierto temor e indiferencia: “Como resultado de estos enfrentamientos se han producido bajas numerosas, aún no contabilizadas, en los dos grupos enfrentados”.
El Congreso preparaba un debate contra el Ministro de Defensa, Gilberto Echeverry, por los repetidos fracasos militares en Puerres, Patascoy, Las Delicias, La Carpa y El Billar. Antonio Navarro hacía de analista militar para El Tiempo y le dejaba dos opciones al General Bonett Locarno: trasladar buena parte de la tropa a Caquetá, Putumayo y la Bota Caucana, cosa muy difícil por la extensión y los costos humanos; “o abandonar la zona rural de ese suroriente colombiano, concentrando sus tropas en las principales poblaciones en unidades más grandes y fuertes, un batallón con mínima movilidad, caso en el cual se consolidaría una región de control político y militar guerrillero, cuyo desarrollo futuro es impredecible… Desde la perspectiva guerrillera, difícilmente se puede estar en una posición más favorable para negociar.” En la conclusión Navarro cruzaba los dedos por un camino de diálogos “que conduzca a la paz que los colombianos soñamos con fuerza telúrica”.
La paz estaba en todas partes: Los diseñadores que participaban en Colombia Moda la tenían como tema principal para sus creaciones. Y había un “mandato ciudadano” para buscarla. Tres días antes de la posesión de Pastrana 129 soldados fueron secuestrados en la base antinarcóticos de Miraflores en Guaviare. Era solo la conmemoración por las explosiones similares sobre la misma base que se habían dado apenas 3 años antes. Samper ya no tenía ánimos ni para los comunicados. La bienvenida no sería con morteros hechizos contra el Palacio de Nariño sino con 1500 guerrilleros rodeando a Mitú. Pastrana intentaba tranquilizar a la gente en las ciudades. El campo ya era un solo crujir de dientes. Un acto en el Parque Simón Bolívar presentaba 1000 nuevos agentes de policía “para enfrentar una eventual incursión armada de la guerrilla, o una posible ola de terrorismo”.
Ahora que volvieron los últimos soldados de aquellos tiempos, cuando todo el mundo quisiera contarles lo que ha pasado en los 13 o 14 años que estuvieron caminando pegados a un radio, vale la pena que su aire de náufragos sirva para contarnos las noticias no tan viejas que hemos comenzado a olvidar.