martes, 25 de enero de 2011

El pobre Angelino




No queda más que compadecer a Angelino Garzón. Sale de gira rumbo a los Estados Unidos con la obligación de hablar de un país renovado, ajeno a las prácticas del miedo, más dado a traer a Baltazar Garzón como consejero que a luchar contra él, receptivo a las críticas de José Miguel Vivanco, dispuesto a devolver las tierras a los campesinos que los paras sacaron arriados, porque buenos vaqueros malos si eran. Está listo el discurso en el maletín y aparecen las noticias aguafiestas, los malditos recuerdos que hacen que los congresistas gringos nieguen con la cabeza, incrédulos, cavilosos.
Primero desaparece el mayor César Maldonado de la “cárcel” de Cuatro Bolas en Tolemaida. Hasta ese club de oficiales en desgracia lo había llevado la orden de un general de la república. No un descuido. Sin importar que Maldonado ya hubiera cortado la reja del bunker de la fiscalía en el 2004. Sin duda el delito por el que fue condenado les parecerá grave a los congresistas demócratas: Un atentado fallido contra un representante a la cámara de oposición. Una mujer que vendía tintos en una esquina y el sicario murieron. Al menos Garzón podrá mostrar la foto del mayor retirado en La Picota.
Pero la siguiente pregunta no será más sencilla. El señor José Miguel De Narváez, subdirector del principal organismo de inteligencia colombiano, es señalado por varios jefes paramilitares como pieza clave en el secuestro de otro congresista, en este caso una senadora de oposición. Los paramilitares lo señalan como miembro activo de su institución desde donde llegó a prestar servicios en el DAS dirigido por Jorge Noguera. La cúpula del gobierno de Álvaro Uribe podrá salvarse de responsabilidades penales, pero nunca de la responsabilidad política de haberle entregado el primer DAS a un grupo de paranoicos con negras intenciones. Angelino tendrá que decir que el de Santos es otro gobierno y que Uribe es un aliado en vías de separación.
Después le mostrarán las declaraciones de Cuco Vanoy desde una cárcel en Miami. Entre las masacres que reconoce habla de una ocurrida en 2004 en un edificio en Medellín. Vanoy le pagó 500 millones a la oficina de Envigado para que matara a Freddy Berrio, un comprador de pasta de coca con algún pecado comercial, y la oficina terminó subcontratando a un grupo del Pelotón Antiterrorista Urbano. Eran los más indicados por cuestiones de ubicación: el edificio donde estaba Berrio quedaba cerca de la IV Brigada. Al final los muertos fueron presentados como cuatro milicianos que pretendían atentar contra la brigada. Angelino dirá que están intentando forzar a los militares en sus tareas para que no tengan tiempo de buscar un trabajito en los ratos libres.
Hace dos años Salvatore Mancuso habló de treinta militares de alto rango, entre ellos nueve generales, que habrían colaborado con el ejército paramilitar. Es necesario dudar de las versiones paras que muchas veces buscaban meter a todo el mundo en su bando como una forma de disculparse. Pero hay noticias que se acumulan, que van sumando evidencias hasta dejar certezas, y uno termina obligado a seguir y entender los prejuicios y los juicios de quienes nos miran desde afuera con una mezcla de compasión y repugnancia. Pobre Angelino.

martes, 18 de enero de 2011

Política y pugilística





La política necesita siempre algo de agresividad, para disminuir los bandos posibles, para borrar matices, para levantar a los aletargados y enfebrecer a los convencidos. En últimas es más fácil encarnar la rabia que la inteligencia. Nuestras pasadas elecciones presidenciales demostraron que la mansedumbre es una virtud dudosa para los políticos: los votantes son más jueces debajo de un tinglado que espectadores susceptibles de una película. Y los políticos de todas las esquinas saben que es necesario soltar las manos.
Luego del atentado a la senadora Giffords en Tucson, Arizona, muchos en Estados Unidos han comenzado a pensar que el límite entre proselitismo e instigación se ha hecho muy difícil de diferenciar. Los anuncios electorales de Sarah Palin tenían a Giffords en el medio de una mirilla, y el veterano de Irak Jesse Kelly, su rival directo en Arizona, utilizaba un lenguaje digno de sus días tras las huellas de Sadam: “Ajusten el objetivo para la victoria en noviembre. Ayuden a sacar a Gabrielle Giffords del Congreso. Disparen una M16 automática con Jesse Kelly”. La oficina de Giffords se había convertido en un sitio de congregación para la gente del Tea Party. Hasta un comisario de Arizona podía darse cuenta de los riesgos: “Tenemos a candidatos políticos que dicen, ‘Si no podemos resolver estos problemas debemos considerar la Segunda Enmienda como la solución’. A mi juicio, este tipo de declaraciones son totalmente irresponsables y traen consecuencias.” La segunda enmienda de la constitución norteamericana habla del derecho a portar armas de fuego.
El entusiasmo inspirador que dejó la elección de Obama se convirtió primero en desilusión y luego en hojarasca perfecta para los pirómanos. Lo que hace dos años era una lección democrática, ayer era una inspiración para los extremistas y los trastornados. Pero no puede haber combate de más de 12 rounds y Estados Unidos parece haber llegado al límite del odio y el sectarismo. Un joven enloquecido dio el campanazo definitivo y es posible que de nuevo la iniciativa sea para los silenciosos y reflexivos. Obama fue elogiado por primera vez en dos años por los Republicanos por su discurso luego del atentado, que no fue más que un silencio y una negativa a buscar culpables en las toldas de sus rivales más enconados.
Entre nosotros hasta el mismísimo Hugo Chávez, genio de la discordia y el insulto, un bocaza que ha logrado que en su país se incendien por igual las haciendas y las oficinas encargadas de expropiarlas, salió esta semana a hablar de diálogo y concertación. Es imposible creerle pero hasta él mismo sabe que es necesario tomar aire luego de cada asalto y que los espectadores también se cansan de gritar por sus preferidos.
En nuestra casa el presidente Juan Manuel Santos también parece haber notado que el público estaba aburrido de alentar al guapo del barrio. Uribe peleó con periodistas, magistrados, presidentes, parlamentarios, fotógrafos de tercera, caminantes de primera, candidatos presidenciales, defensores de derechos humanos y demás. Señalar era su gesto más común, acusar era su vicio irreprimible. Santos, sin dar ninguna pelea por encima, apenas disputando su round de estudio, bailoteando alrededor de los problemas, ha logrado un clima político distinto y nos recuerda que con la cintura también se pueden ganar combates. Quizá con menos estragos.

martes, 11 de enero de 2011

Las puertas del paraíso





Yiyun Li es un inesperado descubrimiento, una especie de Susan Boyle de la literatura, guardadas todas las proporciones. La escritora china llegó a las letras en medio de un taller literario al que acudió para despejar su cabeza en los días finales de sus estudios de medicina. Hacía unos años había dejado China al igual que muchos de sus compañeros de universidad en Pekín: “En la era posterior a Tiananmen, el sueño de la democracia estaba rebasado, y las preocupaciones más inmediatas del bienestar personal habían tomado su lugar. Fue un triunfo para el gobierno también. Los integrantes de una generación joven se habían convertido en migrantes o en colaboradores.” Ya en Estados Unidos, en la universidad Iowa, uno de sus cuentos dejó asustado al profesor y muy pronto Lí estaba convertida en una cuentista destacada a la que por supuesto los reseñistas comparaban con Chéjov.
En los días muertos de enero terminé su primera novela, The vagrants, escrita en inglés y traducida al español como Las puertas del paraíso. La historia transcurre en un pueblo menor que comienza a disfrutar un tibio apogeo industrial. Los personajes, niños y ancianos en su mayoría, viven las dificultades y las sorpresas que uno imagina para una tribu de cazadores-recolectores. Todo el tiempo un ir y venir de granos y especias, de confites y ramas secas que es necesario guardar con celo; y por todas partes bolsillos falsos, cuencos ocultos y cajones dobles. Por encima de todo está la voz del partido comunista, sus noticias, sus canciones, los susurros que provocan las tensiones políticas, las miradas marciales de los maestros, el recelo de los vecinos.
La novela está llena de traiciones. Los niños sin darse cuenta delatan a sus padres, los padres condenan a sus hijos para protegerlos, los esposos se distancian dependiendo de que tan cerca estén del imán inevitable del partido: “Empezó un tiempo de cambio, pero era difícil confiar en los vecinos. Mi historia se inspira en la ejecución de dos mujeres de forma consecutiva que perdieron su vida por manifestar sus diferencias con el régimen comunista. Quería mostrar el comportamiento del ser humano en situaciones límite. Los susurros pueden asfixiarte”. Todo transcurre en un momento de incertidumbres luego de la muerte de Mao. Las facciones dentro del partido están en un pulso indescifrable y silencioso, algunos jóvenes sienten que es hora de hablar, algunos jefes comunistas piensan que es hora de apretar.
Fue inevitable pensar en Cuba. En la guardería Amiguitos de Martí, en los consejos de las señoras a los más jóvenes en medio de un camión convertido en bus para no hablar más de la cuenta, en los Comités de Defensa de la Revolución que sospechan desde casas de puertas y ventanas cerradas. El gobierno de Raúl Castro sacará de aquí a marzo a 500.000 trabajadores estatales para salvar a la isla del abismo según sus propias palabras. Las oficinas públicas cubanas son desde comienzos de este año un reino para las desconfianzas, las intrigas y el miedo. Al final todo se resolverá según las mezquindades personales. Lo dice claro un personaje de la novela de Yiyun Li, un viejo maestro desahuciado por contrarrevolucionarios y comunistas: “…no es la fuerza revolucionaria lo que impulsa la historia, sino el deseo de la gente de subirse en la giba del vecino y cagarse y mearse donde a uno le dé la gana”.

martes, 4 de enero de 2011

Un milagro imposible





Un año después del terremoto en Haití el palacio presidencial en Puerto Príncipe sigue tirado en el suelo, como una canasta de huevos que algún descuidado dejó caer. Lo rodea una malla de protección con propaganda política de las recientes elecciones de noviembre, una más de las calamidades que cayeron sobre el país en el 2010. Haití está todavía en ruinas, según los cálculos apenas se ha recogido el 5% de los escombros y uno de los candidatos propone que se nombre un zar para la limpieza de las ciudades, ya sabemos que es la denominación que se le entrega al encargado de las tareas imposibles. Aun hay más de un millón de personas viviendo en campamentos, el cólera ha dejado más de 3000 muertos, la política parece encaminarse a la violencia y hay cuatro extranjeros encargados de definir el resultado de la primera vuelta presidencial.
Luego del terremoto parecía que la solidaridad internacional podría lograr un milagro en el país que Graham Greene llamó república de pesadilla. Una cumbre en Nueva York comprometió recursos por cerca de 6.000 millones de dólares para armar un nuevo Haití en un plazo de dos años. Bill Clinton y el primer ministro haitiano serían los encargados de liderar los esfuerzos. Sean Peen se fue a vivir a una carpa en Puerto Príncipe y hasta Lionel Messi pasó por los campos de refugiados. Seis meses más tarde Clinton estaba haciendo de chepito internacional para que los países donantes “honraran sus compromisos, y los honraran de forma oportuna”. Hasta hace dos meses los aportes norteamericanos estaban estancados por zancadillas entre congresistas republicanos. Aunque no lo crean Colombia estuvo siempre entre los cinco países que cumplieron sus compromisos en el plazo previsto.
Pero el reto en Haití no es solo cuestión de escombros y buenas intenciones. Hace un año Ricardo Seitenfus, el ex representante especial de la OEA en el país, resumió en una frase el tamaño de la tarea: “No hay precedentes. Hay que inventar un Estado y hacer que los haitianos se responsabilicen de su país. Es muy fácil para ellos pedir, pedir y pedir porque siempre hay gente que trae cosas”. Seitenfus acaba de ser removido de su cargo por unas polémicas declaraciones sobre el papel de la ONU y su obsesión por llevar soldados a un país derruido: “En vez de hacer un balance, se enviaron aún más soldados. Hay que construir carreteras, elevar presas, participar en la organización del Estado, en el sistema judicial. La ONU dice que no tiene mandato para ello. Su mandato en Haití es mantener la paz del cementerio.”
En el balance de Seitenfus no solo la ONU sale mal librada. El trabajo de más de 10.000 ONGs que han convertido a Haití en su centro de tareas, formación y experimentos parece ser parte de la solución de urgencia y la epidemia permanente: “Existe una relación maléfica o perversa entre la fuerza de las ONGs y la debilidad del Estado haitiano. Algunas ONGs sólo existen debido a la desdicha haitiana.” Las ONGs hacen su trabajo con la ayuda de su país de origen y pasan por encima del inexistente Estado haitiano. Incluso la corrupción ha pasado de las oficinas públicas a las organizaciones no gubernamentales, cada político haitiano regenta al menos dos. Haití ha tenido 6 intervenciones extranjeras en los últimos 20 años y se ha convertido en una especie de protectorado al que el mundo le lleva sus ayudas y sus males, desde el cólera hasta los vicios inevitables de la mirada paternal y conmiserativa.