martes, 26 de mayo de 2009

Dos héroes embarrados





Se cumplen cien años del Giro de Italia y se repite el relato de las largas hazañas que cruzan los Apeninos y los Dolomitas. El ciclismo es siempre una proeza a la altura de la grandilocuencia de los locutores deportivos. Sus palabras amplificadas, sus fantasías y sus excesos se acomodan a las gestas de los corredores. Al fin han encontrado un espectáculo para su algarabía de héroes y guerreros. “Bajar a tumba abierta, dejar la vida en la carretera, morir sobre la bicicleta…”, son frases viejas, tópicos que cada cierto tiempo encuentran un ejemplo tras una curva.
La camisa rosa del Giro, esa que Musolini quiso cambiar por parecerle afeminada para cubrir a un campeón, no tiene el prestigio de oro del Maillot Jeune que se entrega obedeciendo a los cronómetros del Tour de Francia. Pero la historia de los dos íconos del ciclismo italiano, de los famosos antagonistas en vida y carretera, no tiene un guión que pueda competirle. Los duelos de Anquetil y Pulidor, de Hinault y Fignon parecen apenas una anécdota. Gino Bartali y Fausto Coppi comenzaron muy pronto su encuentro teatral entre un caballero piadoso modelado a la antigua y un señorito rebelde con ínfulas principescas. Cuando se encontraron por primera vez en la ruta del Giro, Coppi no pudo vencer su insolencia de 20 años y terminó derrotando a su jefe de escuadra. Hacía apenas dos años era un repartidor de salchichas y ahora vencía al campeón.
Bartali le regalaba su bicicleta al Papa y daba ejemplo con sus maneras de esposo fiel. Coppi se declaraba ateo, se acercaba a los comunistas y le regalaba su ramo de campeón del mundo a una mujer casada que no era su esposa, desatando la furia de El Vaticano y de algunas mujeres desconfiadas. Bartali fue el “Monje Volador” luego de caer desde un puente a un arroyo bajando de Col Leffrey, ser rescatado por dos de sus compañeros y declararse salvado por Dios. Era lógico que su triunfo más sonado en Francia fuera un día después de una visita a Lourdes, coronando el monte Croix de fer con los ojos desorbitados del iluminado. “Arcángel encostrado de barro, llevando su bajo su túnica el alma del campeón”, titulaba L’equipe luego de la etapa. Coppi en cambio era una sencilla “Garza”, sin nadie en el cielo que se ocupara de él, “confiado solo en el motor que le ha sido encomendado, su cuerpo”; según las palabras de otra leyenda, El Panadero Louison Bobet. Sin embargo, algo los mantenía unidos. Italia se dividía con pasión entre uno y otros y ellos se daban la mano, se prestaban una rueda durante el silencio que impone un pinchazo, se cedían el honor de la victoria en los días de cumpleaños, compartían el agua en las cuestas cuando todo el mundo hablaba de sus recelos. Los dos habían perdido sus hermanos menores en la carretera, se miraban con la misma compasión.



Pero las más grandes aventuras, las rutas más riesgosas de los rivales históricos se dieron cuando la carrera debió suspender su juego para darle vía a los tanques de la Segunda Guerra Mundial. Ahora el combate era cierto, había llegado el fin de las figuras retóricas de los locutores. Bartali se dedicó a cruzar puestos de control fascistas en su bicicleta, jugando a ser un mensajero liviano y desapercibido. Decía estar entrenando mientras escondía en el marco y en el manubrio documentos falsos que ayudaron a salvar a cientos de judíos. Los monjes de Umbría hacían de copistas y Bartali de Postino salvador. Solo se atrevieron a detenerlo unos días en la Villa de Trieste. Era un héroe nacional protegido por unas grandes letras sobre su camiseta: BARTALI. Unos años atrás Musilini los había llamado para alentarlo a vencer a los franceses en el Tour y había cumplido con su tarea. Mientras tanto Coppi fue enviado a Túnez a luchar por la causa de Musolini, fue capturado por los ingleses y pasó dos años en un centro de prisioneros. En 1946 volvieron a su verdadera guerra en el trazado del Giro: Bartali ganó de largo y demostró que era mejor entrenarse como agente encubierto en la Toscana que como infante en las sequías de África.
Bartali murió en su cama a los 85 años, encomendado al Señor y sin reclamar la gloria que le correspondía por los entrenamientos que ayudaron a salvar a más de 800 judíos en Italia. Apenas en el 2003 los hijos de Giorgio Nissin, artífice de los encubrimientos y las fugas judías, revelaron el diario de su padre y el papel de enlace del ciclista florentino. Su tumba se ha convertido en un nido de coronas que celebran mucho más que las hazañas deportivas. Coppi murió con apenas 40 años luego de una malaria mal tratada que se trajo de una segunda excursión a tierras africanas. Salió ileso como soldado y murió luego una excursión como cazador y ciclista de exhibición en Alto Volta. Algunos aficionados a las novelas dicen que murió envenenado. En su tumba los aficionados dejan puñados de tierra de las grandes cumbres de Europa, como si alabaran a un conquistador. Bartali estuvo en un su entierro y dejo un epitafio que habla bien de sus dotes líricas: “Nunca podré olvidar ese barro viscoso que se me pegaba a las botas en el camino que sube hacia Castellania. Arriba estaba el cuerpo de Fausto y lo iban a meter en un ataúd. Y pensé en otro barro, aquel que se nos pegaba a las piernas, a las de Fausto y a las mías, en las terribles etapas de las Dolomitas”.
Estos hombres pedaleaban, luchaban en las guerras y cantaban a sus rivales. Todo con un neumático enredado en los hombros.



miércoles, 20 de mayo de 2009

Objeción preconcebida






Las decisiones de los tribunales y los legisladores sobre el aborto como un crimen, un derecho, un mal menor o una profanación imperdonable, constituyen el aguijón más poderoso para que los ciudadanos apáticos cumplan el sueño recóndito de militancia y apostolado. La contienda sobre el aborto tiene todos los ingredientes para convocar las más tumultuosas y fervientes iglesias ciudadanas. Se confunden las marchas con la liturgia. Hace unos días España vivía su cisma de manifestaciones con motivo de la propuesta gubernamental de una ley que autorice el aborto en cualquier caso teniendo en cuenta algunos plazos durante el periodo de gestación. Los aires de batalla se completaron con los veleros holandeses que atracaron en Valencia para llevar a un grupo de gestantes hasta alta mar y devolverlas luego un poco más livianas.
En Estados Unidos Barack Obama acaba de recibir su primera rechifla luego de pararse en el pulpito de la principal universidad católica del país. Hacía unos meses había autorizado la donación de fondos públicos para organizaciones que practican abortos en el extranjero. Luego de 36 años de una sentencia de la Corte Suprema que autorizó el aborto sin mayores restricciones, Estados Unidos encarna el paradigma de la contienda ciudadana, legal, religiosa y política con más rating en las democracias occidentales. Se han esgrimido todos los argumentos, se han debatido miles de casos particulares, se ha movido el péndulo a lado y lado dependiendo del color político predominante. Pero es difícil decir que se ha impedido el acceso de las mujeres al derecho reconocido por la Corte Suprema en 1973. Desde hace tres décadas se practican cada año más de un millón de abortos legales en Estados Unidos. La sentencia original ha sido rodeada de nuevos pronunciamientos, leyes estatales que buscan restringirla, trabas administrativas, estrategias de los grupos militantes, discusiones tributarias, sermones recriminatorios y ataques terroristas; pero su esencia se sigue cumpliendo.
En Colombia apenas han transcurrido tres años desde que la Corte Constitucional despenalizó el aborto en algunos casos específicos. Luego de un primer ruido de campanas el asunto se ha silenciado. Como es normal entre nosotros la lucha contra la decisión se ha dado más por la vía soterrada de la desinformación y la manguala que por medio del debate o la reglamentación. El sabotaje es más eficaz que la discusión pública, parece ser la consigna. La objeción de conciencia de algunos médicos se amplía hasta los hospitales y llega hasta los jueces que se niegan a fallar las tutelas. El Ministerio de Protección Social expide un decreto reglamentario y reza en silencio para que sea sepultado por los prejuicios. La Procuraduría cierra la puerta para que sus funcionarios no se enteren de las obligaciones de los médicos objetores. Los 200 abortos legales que se logran hacer en un año requieren de los esfuerzos de un colectivo de abogados además del ginecobstetra de rigor. En Cúcuta, una menor de 13 años violada recorrió siete clínicas, un juzgado municipal y un tribunal superior hasta encontrar la protección de la Corte Constitucional. La sentencia la encontró en su papel de madre por obligación.
Se confirma nuestra realidad esquizofrénica. En Estados Unidos se ha legislado para proteger al objetor de conciencia e incluso para que los hospitales públicos puedan negarse a practicar abortos. Sin embargo las trabas no han llegado a desvirtuar el fallo de la Corte Suprema. En Colombia se reiteran las obligaciones de los médicos, se dictan los decretos para garantizar el derecho de las mujeres. Y se sigue incumpliendo el fallo por la vía del ocultamiento y la repugnancia moral.

martes, 12 de mayo de 2009

Ciudadanía activa





La desconfianza frente al Estado es una de las facultades ciudadanas de más difícil ejercicio. Suele estar emparentada con las alucinaciones paranoicas o convertirse en un simple reflejo condicionado o ser una profesión de fe inmune a los hechos. Pecados por exceso que provoca la ilusión de luchar contra un titán con mala fama probada. Por defecto se puede llegar con facilidad a la resignación, la candidez bien alimentada o la franca complicidad. Encontrar el justo medio de recelo que merecen las oficinas públicas es siempre un desafío.
Hace unos meses se conformó en Medellín un colectivo que parece contradecir el lugar común de las organizaciones no gubernamentales. Sin renunciar al disenso frente a la administración municipal, sin dejar de cuestionar los diagnósticos sobre algunos problemas de la ciudad y sin jugar al proselitismo partidista, más de 10 ONGs crearon el movimiento Ciudadanía activa. Una iniciativa que reconoce la fragilidad de las instituciones de gobierno municipal frente a los poderes ilegales, al tiempo que pretende ser una voz importante en la disputa que las mafias han planteado para apoderarse de algunas instancias del gobierno municipal, la fiscalía y la policía metropolitana. La premisa fundamental que logró que las organizaciones constituidas para ejercer vigilancia sobre las actuaciones públicas terminaran rodeando la institucionalidad y alentando al alcalde en su cara a cara contra las mafias es muy clara: “El Estado está en juego”.
La disyuntiva presente es más grave que un simple desacuerdo en la aplicación de políticas públicas. La infiltración de las mafias en la fiscalía local y la policía metropolitana obligó a una alianza inesperada y esperanzadora. Es posible que los embates de Don Berna y algunos políticos despechados nos dejen una herencia de participación ciudadana desprovista de prejuicios. En este caso ponerse al lado del Estado es un riesgo mayor, una posición que requiere valentía a secas y valentía intelectual. Escoger al enemigo más sórdido y más peligroso no es una decisión cualquiera. Salir a enfrentar a los caballeros de las industrias ilegales con una pancarta que dice “Las mafias nos quitan la libertad y la vida. A Medellín no vuelve la violencia, no tenemos miedo”, puede ser tanto un ejercicio de candidez como un acto de inmolación. Pero además, las Organizaciones No Gubernamentales se juegan su prestigio y su independencia al momento de hacer un frente común con quienes están llamados a ser el objeto de sus suspicacias y su escrutinio. Muchos han dicho que no vale la pena legitimar al Estado en su momento de mayor corrupción. Sin embargo, la federación de ONGs en Medellín ha decidido jugar al lado de las instituciones. No es fácil moverse entre la confrontación y el apoyo decidido. La consigna es seguir ejerciendo control sobre el gobierno local al tiempo que se apoya su lucha contra las mafias. Se discuten los mecanismos y los logros mientras se respalda la meta de fortalecimiento institucional. No es fácil abandonar las consignas de siempre y guardar los viejos carteles. Pero parece que en Medellín se está gestando una posibilidad de participación distinta a esperar la llamada del encuestador de turno.

martes, 5 de mayo de 2009

Buen partido y mal marido





El diccionario personal de Silvio Berlusconi define la política como el arte de cortejar a las multitudes. Il Cavalieri juega desde sus inicios electorales a ser un buen partido para Italia: un novio irresistible aunque algo atrevido. Es cierto que seducir es el trabajo de todos los políticos, pero las maneras de Berlusconi recuerdan demasiado al pretendiente profesional, al hombre acostumbrado a vender el espectáculo de sus gestos, el prodigio de su fresca sonrisa de 32 dientes y 72 años, el ceño grave del burlón en trances difíciles. Hace unos años, un desmayo suyo frente al atril del orador enardecido dejó rendida a media Italia. Berlusconi seduce por igual con la arrogancia o la debilidad.
Pero las conquistas privadas, las que entregan un voto más duradero y una urna más esquiva, han terminado por sembrar recelos sobre las seducciones del político. Las osadías galantes de Silvio Berlusconi, esta vez mezcladas directamente con el proselitismo, han colmado la paciencia de su devota; y el escarnio de un juicio de divorcio amenaza con disminuir todos sus atractivos: su riqueza, su discurso de padre amantísimo, su relación de acolito fiel con los obispos, sus aventuras pícaras que ahora rayan con los gustos pederastas. Un político amigo le resaltó su equivocación de esposo y Presidente del Consejo de Ministros en trance electoral: “A las mujeres y los hijos conviene siempre tenerlos contentos. Por eso yo no ando por ahí con las ‘veline’”.
El consejero de ocasión se refería a las bellezas del espectáculo que Berlusconi inscribió en la lista de su partido como anzuelo para las próximas elecciones europeas. Una colección de “azafatas” que logró que las correrías políticas del magnate italiano se parecieran a los viajes de Hugh Hefner. Verónica Lario, esposa y “velina” en otros tiempos, no resistió la ofensa y decidió utilizar la voz de los periódicos de izquierda para regañar a su amor de casi 30 años. “Si en la casa no atiende los reclamos, tal vez gritándolos a los vecinos se dé por aludido”, debió pensar la ex-actriz de telenovelas de 52 años. Lario no limitó su reclamo al simple ámbito doméstico, al contrario, aprovechó para lanzar una diatriba contra las estrategias políticas de su dulce enemigo: “Es preciso mirar en el espejo a este país. Un país en el que las madres ofrecen a sus hijas menores de edad a cambio de una notoriedad ilusoria. Un país en el que nadie quiere hacer sacrificios, porque la fama, el dinero y la suerte llegan desde la televisión, con el Gran Hermano. ¿Qué futuro espera a un país así?”. Berlusconi no tuvo más remedio que sacar a las Misses de la lista al tiempo que dejaba una constancia de buen gusto: “Nunca el PDL (su agrupación política) llevará a Europa a personajes malolientes y mal vestidos como esos que circulan por los hemiciclos parlamentarios con ciertos partidos”.
Es seguro que el despecho lo empujó hasta Nápoles a la fiesta que celebraba la mayoría de edad de una joven rubia que lo llama Papi por cariño. Verónica Lario habló de las jovencitas que frecuenta su marido y pidió el divorcio en edictos de primera página. Y los obispos se mostraron severos con su aliado incondicional: “Seguimos pidiendo un presidente que, con sobriedad, sepa ser un espejo lo menos deforme posible del alma del país”. Las aves de mal agüero recuerdan que un juicio de divorcio fue el detonante del escándalo Mani Puliti. Parece que es más fácil manejar la sociedad que la sociedad conyugal.