martes, 27 de octubre de 2009

Proceso pendiente





Hace seis meses escribí aquí mismo una columna a manera de crónica sobre el proceso que se les sigue a nueve soldados en Medellín por la muerte en 2005 del joven Diego Alfonso Ortiz. Se trataba de construir una instantánea del momento en que los familiares de la víctima y los presuntos homicidas se encuentran por primera vez, e igualmente de dar una mirada a nuestro ritual de justicia frente a la seguidilla de ejecuciones de jóvenes humildes de la que se sindica a militares en todo el país.
La primera impresión fue positiva a pesar de la escasa majestad del salón de la audiencia, del juego de alumnos distraídos y arrogantes de los sindicados, el murmullo risueño de sus novias y el tono monocorde del secretario del juzgado al leer lo más escalofriante del expediente. Al otro lado de la balanza estuvo el peso para equilibrar la escena: el valor de la fiscal, su firmeza al hablar de las pruebas y su agallas para exigir que los militares vistieran de civil en las siguientes audiencias y dejaran quietos sus teléfonos para evitar amilanar a los testigos; la tranquilidad del juez que pareció siempre en un trono a pesar de estar en una silla más baja que la de los acusados; y la mirada respetuosa y sin alardes dramáticos de la familia de la víctima lograron que la ceremonia conservara un aire severo y civilizado. De algún modo era claro que allí estaba en juego la libertad de unos hombres, la justicia con sus inevitables letras mayúsculas y la credibilidad del Estado.
El proceso ha seguido su curso y yo intentaré cumplir mi compromiso de evitar que esta historia puntual se esconda tras los expedientes y los titulares. Las siguientes audiencias fueron una pequeña biografía de la víctima. Se oyeron los testimonios de los compañeros de caminatas: loteros y vendedores de mangos que se cruzaban en la ruta del vendedor de varitas de incienso asesinado. Se trazó la ruta de los recorridos habituales y se repitieron las conversaciones esporádicas. También oí a su entrenador en el equipo de fútbol del barrio y al amigo con el que Diego Alfonso se encontraba todas las tardes: una cerveza, unas horas de Play Station en un local de video juegos, una esquina preferida.
Pero no todo ha pasado en las salas del edificio en La Alpujarra. La calle también ha entregado algunas sorpresas. Hace unos meses una hermana de la víctima quedó pálida en el abismo de una acera luego de ver a uno de los sindicados muy campante manejando un taxi. El hombre vio la cara de asombro de la mujer y la saludó burlón. No le ofreció la carrera por simple descortesía. Se confirmaba así una de las grandes preocupaciones de los familiares de Diego Alfonso Ortiz. La debilidad deliberada de la custodia que les permite a los militares acusados comer empanadas en las afueras del juzgado.
Pero volvamos a las salas de audiencia. Durante los últimos seis meses el juicio se vio interrumpido por el cambio de juzgado debido a la entrada en vigencia del nuevo sistema penal acusatorio. Aplazamiento para que el nuevo juez conozca el expediente y tiempo y más tiempo para rumiar la tragedia. La última de las sorpresas se dio en la más reciente audiencia. Los abogados defensores planearon una treta para que algunos de los sindicados quedaran momentáneamente sin defensa y así lograr la nulidad de lo actuado. Dejaron por fuera de un poder algunos nombres, fingieron no recordar quienes eran sus defendidos y estuvieron muy cerca de lograr que todo empezara de nuevo para algunos de los acusados. Parece que solo la muerte de un familiar puede inspirar tanto valor y tanta paciencia para soportar las congojas, la incertidumbre y la desilusión que puede entregar un juicio.

martes, 20 de octubre de 2009

Juan Pablo V







Concedamos que el automovilismo es un deporte, aunque la verdad yo pondría ese vértigo de monotonías al pie de las ferias de maquinaria o de las reuniones de acrobacias motorizadas o de la hípica con un poco más caballos de fuerza. Pero bueno, los pilotos sudan y al final se entrega una copa y se oyen los himnos, puede ser suficiente. Lo que si parece imposible es que Juan Pablo Montoya sea el deportista colombiano más importante de la historia.
La última edición de la revista Cambio, súbitamente convertida en la revista Motor, puso al piloto bogotano en el lugar más alto del podio deportivo nacional. Un grupo de periodistas, según parece reunidos en Tocancipá y mareados con gasolina, fueron los encargados de avalar la elección agitando la bandera a cuadros. Los argumentos del artículo central y de la oración de Clopatofsky que lo acompaña, son un buen balance de los triunfos de Montoya, pero no aportan una sola razón para situarlo por encima de otros deportistas de la galería nacional.
Se comienza con un recorrido por la vitrina de trofeos en una bodega en Miami: siete premios de fórmula uno, once de la CART, la copa de las 500 millas de Indianápolis y la pirámide que patrocina Rolex en Daytona. Luego nos dicen que tiene club de fans en Hungría, Japón y Rusia. Al momento de plantear la pregunta clave: “¿Por qué Montoya puede ser considerado el deportista colombiano de todos los tiempos?” Responden con las citas de algunos críticos internacionales que ponderan su arrojo y su serenidad, luego recuerdan un adelanto a Michael Schumacher y un record en Monza. Más tarde exhiben su hazaña de estar entre los 12 primeros de la Nascar y todo termina con los millones de televisores que se prenden para ver las carreras de carros.
Creo que nadie discute que en este tipo de elecciones en las que se compara al Happy Lora con el Hateful Montoya, a los virtuosos con los infatigables, a los forzudos con los acrobáticos, es justo y necesario que los deportes tengan un ranking. Por ejemplo, es muy difícil que María Isabel Urrutia, la única medalla de oro olímpica en nuestra historia, esté por encima de los grandes ídolos del fútbol, el boxeo y el ciclismo. La halterofilia tiene el metal más preciado pero le falta peso y reconocimiento. Por la misma razón los seis títulos mundiales de la Chechi Baena suenan menos que las camisas arco iris de Cochise y Botero. Los cronistas deportivos buscaron la objetividad en un terreno donde las equivalencias parecen imposibles, intentaron borrar las emociones, se concentraron en una lista de primeros puestos y lograron un resultado que los aleja de los fanáticos y de la verdad. Me recuerdan el ranking de equipos de la FIFA que parece construido siguiendo modelos matemáticos.
En todo caso estaría bien que recordaran que además de la CART, algo así como la Major Luegue Soccer de automovilismo, Montoya solo ha tenido victorias parciales. Y que Luis Herrera y Fabio Parra también adelantaron en alguna curva a Bernard Hinault y Miguel Induraín además de triunfar en carreras de tres semanas. También deberían saber que los ciclistas colombianos cambiaron la manera de correr en Europa y que solo Herrera y Federico Martín Bahamontes han ganado la montaña en la vuelta a España, el Giro y el Tour. Y por qué no recordar que el Happy fue el tercer mejor boxeador de mundo librar por libra y que Pambelé defendió 16 veces el cinturón más codiciado de los cuadriláteros. Y que el Pibe fue dos veces el mejor futbolista de América y Rentería dio el batazo definitivo para que su equipo ganara una Serie Mundial. Está bien que los especialistas sigan armando cuadros estadísticos mientras el público grita el verdadero escalafón: Cochise, El Pibe y Lucho.

martes, 13 de octubre de 2009

Alegato desde la casa




En los últimos años hemos visto crecer el llanto de los padres y las advertencias negras de los pedagogos. Se dice sin descanso que los niños crecen abandonados mientras papá y mamá dedican sus ternuras a los clientes y sus desvelos a los jefes. Los padres se duelen del tiempo que dejan de gozar el berrinche de sus críos, y las profesoras de delantal a las que llaman psicólogas advierten que la pérdida es irreparable y que los culicagados sufrirán síndromes propios de los huérfanos.
Desde mi orilla de padre obligado a trabajar en casa quiero liderar una pequeña disidencia y aportar una voz tranquilizadora para mis colegas que ejercen desde la oficina. Les digo con sinceridad que no se pierden de mucho mientras están en el escritorio. Los niños se repiten sin remedio. Las rabietas antes del baño son más o menos iguales, se comen la gelatina con el mismo gesto todas las mañanas, rechazan el huevo con la misma mano repelente y tiran la misma puerta cuando su muñeco no se deja poner el mismo saco. No se preocupen. Tarde o temprano terminarán conociendo a sus hijos de memoria, es imposible sustraerse a sus rutinas, es muy poco factible perderse sus primeros conteos hasta diez. Habría que trabajar perforando pozos en Siberia. Estamos obligados al lobo está y la rueda, rueda. La cuestión es simplemente de grado, a unos nos corresponderá dar más vueltas que a otros.
Y si los niños se repiten pues los padres ni hablar. Poco a poco el pequeño aprendiz va logrando reconocer el tono severo que implica una advertencia y acostumbrarse al gruñido que es ya un reproche y esquivar el grito definitivo que anuncia el castigo. Muy pronto el hijo acaba por descifrar a padre y madre, usa las argucias del llanto y el grito para doblegar los tímpanos del padre impaciente, y recurre a sus mejores muecas para vencer la firmeza educadora que la madre ha reforzado a punta de bibliografía. Cada vez es más difícil fingir una rabieta paterna, zanjar un capricho con la vieja promesa de todos los días o escabullirse sin riesgo de compañía en busca del trabajo en el bar más cercano.
De otro lado, el padre y la madre de oficina siempre podrán ufanarse de sus rutinas frente al hijo que los ve partir todas las mañanas. Podrán engalanar sus llamadas por teléfono y sus reuniones, su labor frente a la máquina de hilar o frente al computador con las historias fantásticas del territorio desconocido. Y contarán sus viajes a una planta de producción en Neiva como una experiencia fascinante. Recuerdo el temor y el hipnotismo que me producía la primera oficina de mi papá, la primera que conocí, en una fábrica de polímeros y fibras químicas. Pero el padre que trabaja en casa no es más que otro vicioso de la pantalla, nada magnífico hay en sus intentos frente al computador y sus caminatas con el teléfono en la mano. Es solo un rival que cambia Discovery Kids en busca de ESPN y prefiere los jeroglíficos de la prensa en vez de las juergas de Rin Rin Renacuajo.
Los padres que llegan en la noche a la casa suelen llorar conmovidos con las nuevas gracias que les regalan sus hijos. Los que estamos todo el día en la casa-guardería miramos con ganas de llorar, agotados, la eterna repetición que exige el simple ejercicio de ponerse los zapatos. Padres de oficina, disfruten el trabajo, entiendan que mientras ustedes miran su Excel con toda tranquilidad, yo debo disputar el teclado con mi pequeño ángel de la guarda para poner este punto final.

martes, 6 de octubre de 2009

Ángeles al desnudo






Poco a poco los pedófilos nos irán cercando. La amenaza de los proxenetas detrás de las pantallas o agazapados en los hoteles impondrá normas y escrúpulos para ocultar a los niños, para protegerlos siguiendo las normas de un catálogo de exhibición que limite las fantasías de los depravados. La Unicef se encargará del manual de estilo para la manipulación de imágenes de menores de 12 años y una oficina pública vigilará la postura de los pequeños modelos. Ni muy rígidos ni muy sueltos. Muy pronto las clases de natación serán una escena prohibida para los adultos, una especie de noviciado que amerita la reclusión. La lucha contra los perversos incluye siempre una triste paradoja: los censores más férreos terminan contagiados, su lógica acaba por ser más retorcida que la de los propios monstruos. Y poco a poco la sociedad comienza a compartir los malos pensamientos, a anticiparse a las intenciones del pervertido.
Hace una semana, la Unidad de Publicaciones Obscenas de Scotland Yard, les ordenó a los curadores de la Tate Gallery cerrar la sala especial donde se exhibía una fotografía de Brooke Shields luciendo sus 10 años con la actitud y el descaro de una joven estrella que ha pasado los 20. La niña está parada en una bañera, desnuda, mirando desde unos ojos desafiantes y oscurecidos por el maquillaje. El cuerpo de una niña y la cara de quien ya parece saber que será un ícono sexual. Todavía no se insinúa ninguna curva femenina, podría ser un niño jugando sin camisa en el recreo. Según Richard Prince, el hombre detrás de la cámara, ese es justamente el atractivo de la foto: “un cuerpo con dos sexos diferentes, o quizá más, y una cabeza que parece tener una edad diferente”
No muy lejos del cuarto oscuro con advertencias donde estaba recluida la foto de Brooke Shields, deben estar los tres cuadros de Balthus que hay en la Tate Gallery. Es un milagro que se hayan salvado de la redada policial. Balthus, un pintor francés de origen polaco, es reconocido por sus escenas de niñas ensoñadas que abren las piernas con un gesto tambaleante entre la inocencia y la provocación. La actitud de Balthus, sus aires de monje aristocrático y su misticismo de bata japonesa, tal vez sirva como antídoto contra la malicia de quienes pretenden salvarnos de la perversidad mediante la imposición de sus visiones y sus pesadillas. Algunas de las niñas de sus cuadros, las hijas de sus amigos, sus propias hijas, se parecen bastante a la Brooke Shields fotografiada para Playboy en 1976. Y las palabras que les dedica en sus memorias son muy cercanas a las de Richard Prince sobre su joven modelo: “Las niñas son las únicas criaturas que todavía pueden pasar por pequeños seres puros y sin edad. Para mí son sencillamente ángeles, de ahí su inocente impudor... Lo morboso se encuentra en otro lado.”
Los pedófilos son una secta en expansión, cada vez compartimos un poco más su mirada. En el siglo XXI Lewis Carrol no se libraría de una condena por sus fotos de Alicia Liddell, la pequeña musa del país de las maravillas. Una sola de sus opiniones sería prueba irrebatible: “Confieso que no me gustan los niños desnudos en fotografías, siempre parecen necesitar ropa, mientras que uno difícilmente comprende por qué las adorables formas de las niñas tendrían que ser cubiertas.”
Gracias al Dios de los divinos niños Carroll ya está a salvo. Pero no todos tienen la misma suerte. En México acaba de prenderse una polémica por la autorización de García Márquez para que se haga una película basada en Memoria de mis putas tristes. Algunas críticas lo tachan de apologista de la trata de menores. El cartel afuera del teatro dirá muy claro: no apta para adultos.