

El torneo del fútbol colombiano en el año 2011 después de Cristo se cerró con algo del patetismo y la histeria de las iglesias de organeta y pastor encorbatado. El técnico Páez de Millonarios reunió a su rebaño en el círculo central luego de perder por penales en la semifinal. Los azules demostraron saber más de mandamientos que de lanzamientos. La estampa de los 11 millonarios, arrodillados en gesto de humildad mientras recibían un sermón sobre el estoicismo de los vencidos, fue perfecta como tarjeta navideña del Club. Se fue la estrella y quedó el gesto.
Pero todo quedaría en manos de la misma secta. El Junior que los sentenció desde los 12 pasos terminó como campeón y cambió su leyenda de pastas La Muñeca por una frase digna de guirnalda: “La Gloria para Cristo”. De modo que solo cambió el mensajero. Los honores de la Dimayor fueron ofrecidos en bandeja al mismo redentor. Al paso que vamos no sería raro que muy pronto se cambie la estrella simbólica por una cruz.
Los camerinos han sido siempre templos de superstición. Nudos mágicos en los cordones, amuletos escondidos en las medias, rituales en la fila india de salida y feria de bendiciones han acompañado a los jugadores antes del resplandor al saltar a la cancha. Pero todo ha cambiado. Pasamos del altar personal que alumbraba la foto de la abuela a los equipos de 11 apóstoles y un pastor técnico. El Junior tiene en su nómina además de preparador físico y kinesiólogo, un preparador espiritual para calmar las angustias de Giovanni, los remordimientos del Ringo Amaya y las desbocadas de Víctor Cortéz. Y como los caminos del señor son extraños, el pastor tiburón se llama Jesús Barrios pero no es el Kiko. Luego del título cuando los periodistas le pusieron un micrófono al frente soltó su sentencia: “Este Junior está cubierto con la sangre de Cristo y en comunión con Dios a través de la oración”. En el triunfo se cubre con la sangre de Cristo y en la derrota con la sangre de un hincha, según la hazaña armada de Javier Flórez en el 2009.
Los pioneros de la rezandería cristiana en los estadios de Colombia son conocidos por sus historias turbias con algunos ceros a la derecha del padre. Silvano Espíndola regó la semilla en El Campín y el Atanasio. Ahora dirige una iglesia en Miami y un Club de juveniles con nombre pulcro: FairPlay. Durante algún tiempo fue guía espiritual de Falcao García y confundió los derechos frente al altísimo con los altísimos derechos del traspaso a River Plate. Pretendió quedarse con una tajada del negocio hasta Radamel García le puso el codo, con el mismo estilo franco con el que lo hacía en la cancha. El otro es Jesús “El Kiko” Barrios. Conocido por poner a sus jugadores a entregar biblias al comienzo del juego y los puntos al final, en el último cuarto de hora. Los hinchas del Cúcuta no olvidan la derrota 5-0 de su Valledupar a manos del Real Cartagena. Una venta digna de Judas.
Nuestro fútbol ha sido siempre un pequeño antro. Un mundillo de componendas y negocios por debajo de cuerda que estuvo a punto de corromper a la mismísima mafia. Con los nombres anotados en las bitácoras de visitas a las cárceles se podría hacer una gran selección Colombia de todos los tiempos. Es extraño que ese mismo ambiente de leyendas negras tenga un aura de templo cuando se oyen las declaraciones de los jugadores o se espía por las rendijas de los vestuarios. Y este año se completó el milagro de los iluminados: el América y su diablo cayeron al infierno de la B.


