lunes, 3 de marzo de 2025

Los juegos del hambre

 Libros Alcaná

Libro Voces de Chernóbil De Svetlana Alexievich - Buscalibre

 

La tierra negra fue una condena para Ucrania. La tierra fértil que los soviéticos veían como una salvación colectiva hizo que murieran de hambre casi cuatro millones de ucranianos. La tierra y la cosecha fue un arma contra el nacionalismo que según Stalin buscaban señalar y combatir el poder comunista. Los campesinos de Ucrania comenzaron a ser señalados de traidores, luego tomaron peores nombres: parásitos, sanguijuelas, lobos… Había llegado el tiempo de los koljoses, los propietarios de tierras, campesinos que araban con un caballo, debían entregar todo a las granjas colectivas y alimentar a la nación con su trabajo solidario. Para eso debían trabajar duro y cumplir las metas de producción impuestas por los comisarios rurales. Pero ni la tierra ni el sudor podían entregar tanto y comenzó la persecución contra esos ladrones y holgazanes, contra la codicia de esos malditos.

Las mujeres escondían un poco de trigo en las ollas y las requisas de la policía llegaba hasta esos granos. “Para el poder soviético lo primero era el plan: ¡cumple el plan! ¡Entrega la cuota fijada, la provisión! En primer lugar, el Estado. La gente: un cero multiplicado por cero”. Para Stalin, para el policía y el contador del Koljós los campesinos odiaban el país del socialismo y querían su fracaso. Esos hambrientos eran una amenaza, su flacura y su desgano podían poner en jaque al ejército más poderoso. Molían los huesos para hacer harina, cazaban ratones, cocinaban las suelas, hacían caldos con los dientes de león, las campanillas, los cardos. “Niños con las cabezas pesadas como balas de cañón, cuellos delgados de cigüeña, en las manos y en los pies se veía cómo se les movía cada huesito por debajo de la piel, esqueletos envueltos en piel, una gasa amarilla”.

Pero no se trataba solo de un plan fallido, de un mal cálculo sobre las semillas, el clima, las plagas y la ambición humana. Era también una manera de acabar con la amenaza de Ucrania, con las revueltas crecientes, con una lengua y una cultura que no quería asimilar la gran idea de un imperio. “Podemos perder a Ucrania”, escribía Stalin a uno de sus colaboradores en una carta fechada el 11 de agosto de 1932. Infiltrados en el partido comunista de Ucrania, agentes polacos, espías contra revolucionarios amenazaban. El hambre se usó entonces como arma para una purga necesaria. Se prohibía que los hambrientos fueran a pedir pan a las ciudades, solo querían avergonzar a la patria del socialismo. Holodomor (muerte por hambre) han llamado en Ucrania a ese genocidio ocurrido a comienzos de la década del treinta. Había que dar un golpe aplastante a los “campesinos” ucranianos, así entre comillas escribía Stalin la palabra cuando se refería a esos saboteadores. Las actuales tropas rusas en Ucrania han destruido en Mariupol el monumento a las víctimas de esa hambruna. Esa memoria hace parte de la identidad ucraniana y de su resistencia frente a Rusia. Hay millones de cadáveres bajo esas tierras fértiles.

“El hecho es que Stalin tenía el grano. Por tanto condenó a esa gente a morir de hambre porque así lo quiso. No quisieron socorrer a los niños ¿Era Stalin peor que Herodes? Me pregunto si es posible que hayan sustraído deliberadamente el pan y el gano para matar deliberadamente de hambre a la gente. No, algo así no pudo ser. Pero luego pienso: ¡así fue, así fue! Y enseguida: no, no puede ser…”

No importa la memoria del genocidio que aquí recoge algunas frases del libro Todo fluye de Vasili Grossman, las tierras negras deben ser de nuevo tierras rojas. Lo otro es vieja literatura y archivos apolillados. Dos imperios quieren un nuevo rumbo bajo otras banderas.