miércoles, 25 de junio de 2025

Di tutti capi

 

Petro arremete contra fiscales en Medellín y anticipa beneficios para capos  de bandas en Itagüí

A los jefes de las estructuras criminales históricas de Medellín no les gusta que les digan capos ni patrones. Incluso hace dos años instauraron una tutela para que se les ordenara a los medios y a los funcionarios públicos a llamarlos de otra forma: “Nosotros queremos ser líderes positivos, no patrones.” Detrás esa petición hay una contradicción insalvable. Niegan su jefatura criminal pero al mismo tiempo aseguran que el clima de violencia en la ciudad depende de sus “buenos consejos”: “Entonces llegan y nos encanan a los que tenemos una ideología y nos separan, y las mismas fuerzas del Estado empiezan a meter chismes para que pelemos entre nosotros. Y por arte de magia nos juntan y baja más del 40% el homicidio en la ciudad, ¿qué más tenemos que explicar?” Desde junio de 2023 los representantes de las bandas están juntos en la cárcel de Itagüí en medio de un proceso de paz que es sobre todo una conversación informal, una especie foro de apaciguamiento que no tiene marco legal ni compromisos concretos ni metodología clara ni transparencia alguna.

La presencia de negociadores de la “Paz Urbana” en el acto de gobierno en la plazoleta de La Alpujarra los ha puesto en otro nivel. Les ha entregado una legitimidad y una vocería que nunca ha sido clara. Nadie sabe muy bien a quién representan esos líderes aunque ellos dicen tener ascendencia sobre doce mil jóvenes que delinquen en la ciudad.  El presidente juega con candela al poner a la plana mayor de las grandes bandas de Medellín, según ellos ya resocializados y ejerciendo un liderazgo social, en el centro de sus disputas políticas y de una campaña en ciernes. Esos negociadores de hoy y patrones de ayer también hacen política, para nadie es un secreto su gran influencia en el Presupuesto Participativo en los barrios. La módica suma de 285.000 millones de pesos en 2024. Ellos mismos hablan sin misterios de su papel electoral: “Somos esos líderes que la comunidad escucha y si vos decís ‘es que a mí parece que esta persona puede ser alcalde por esto, esto y esto’, la comunidad presta atención a eso y dice que si a uno le parece que es un buen líder, que va a ser un buen alcalde, la gente escucha.” Son palabras de uno de los diecinueve negociadores que hace cerca de dos años entregó, junto con dos compañeros, una larga entrevista al portal Verdad Abierta. Los tres entrevistados prefirieron hablar sin revelar sus nombres.

La gobernanza criminal en Medellín no es un secreto para nadie. La herencia de Pablo Escobar dejó una estructura de dominio ilegal que regula una parte las prácticas sociales, de las economías legales e ilegales y de la política. Es cierto que los excapos y los nuevos mandos tienen una gran incidencia sobre las cifras de homicidios en la ciudad. Medellín lleva seis años con un equilibrio en la reducción de los asesinatos que comenzó en el último semestre de la primera administración de Federico Gutierrez, mucho antes de la llegada de Petro al poder y de la instalación de la mesa de Itagüí. Una reunión informal de los duros en La Picota, en 2019, sería el hecho que marcó el inicio de la fase de apaciguamiento.

El gobierno no logró impulsar la ley de sometimiento en el Congreso. Eso ha hecho que los experimentos de paz urbana sean inestables y sin perspectiva. Ahora el presidente dice que quiere ir con la Fiscal hasta Itagüí para examinar que beneficios jurídicos se pueden entregar por la dejación de las armas. Como si se tratara de hacer cuentas en una libreta. Ya Buenaventura ha dado lecciones de la fragilidad de estos procesos, pero ahora hay un nuevo y peligroso ingrediente: el presidente ha comenzado a usar la palabra de los exduros contra sus enemigos políticos, les ha dado un rango que ni ellos esperaban y los ha graduado de copartidarios.

 

Petro arremete contra fiscales en Medellín y anticipa beneficios para capos  de bandas en Itagüí

 

 

 

 

miércoles, 18 de junio de 2025

Un minero extraño

 

 

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Testigos

Un hombre camina por las quebradas, va río arriba y río abajo, buscando formas, ideas, secretos, presentimientos entre las piedras. Un hombre golpea las rocas oxidadas con su martillo, está detrás de una escritura, de la lava apagada, la huella de un cataclismo natural o de una garza en el pantano. Un hombre riega las piedras que ha llevado a su jardín, busca un color nuevo, quiere simular la lluvia sobre la piedra, el curso del río. Mira sus piedras de noche y de día, diría que las cela, busca el momento en que revelen una marca, las acecha. Se dice que ese hombre está un poco loco. Un día escoge una de las piedras y señala su destino con una tierna sentencia: “Hoy te tocó, querida”.

Así fue durante años el trabajo del escultor Hugo Zapata que murió la semana pasada en Medellín. Recordaba que desde niño coleccionaba piedras que traía de los viajes que hacía con su familia a las orillas del Magdalena. Son engañosos esos guijarros de las orillas, lustrosos al momento de recogerlos, mostrando sus grietas, su redondez, sus pequeños abismos cortados, pero todo eso se pierde al terminar el viaje. Ya en la repisa están opacas, han olvidado el paisaje, merecen la orilla de la carretera más que el museo personal.

Seguro que Hugo lo notó muy pronto porque decidió recorrer el camino contrario, hacerlas más reveladoras al final del viaje: encontrar la piedra, llevarla hasta su taller, dejarla reposar, mirarla, regarla y sacar la mejor piedra de su interior: “… Cuando uno mira una piedra, esta tiene ya formas y está marcada por ciertos elementos. Todas las piedras tienen un hablar. Hay piedras tranquilas, otras dicen más cosas —traen ecos de río o de viento— lo que ella tiene por dentro y por fuera es lo que yo tomo, con lo que yo comulgo… A veces es muy rápido, otras veces se demora bastante. Me alivias roca viva cuando llamo a tu puerta, toc-toc, me respondes. Escucho tus secretos, te dejas al juego, descubro en tu oscura transparencia ecos de mariposas y reptiles”, decía Hugo disfrazado de poeta.

Las grandes Lutitas traídas desde el río Negro en Pacho, Cundinamarca, son la materia prima de las más de ochocientas esculturas que descubrió y trabajó Hugo Zapata durante décadas. Esos “guijarros” no perdían su brillo en el viaje, al contrario ganaban un sentido, encontraban una forma nueva, un negro profundo bajo el óxido de la superficie. Antorchas, flores, las bocas de los monos aulladores, ojos de agua, afloramientos, naos, escrituras en cuarzo, ciudades inventadas… Todo iba apareciendo poco a poco al tratar la piedra, unas veces por azar, otras veces con una búsqueda más dirigida, escarbando una memoria, buscando la vista recordada de un reflejo en el río, la impresión que le dejaron las montañas entrando al mar de Bahía Solano, la forma de los tótems que miran al infinito.

Hugo tenía el don con el que sueña todo artista, crear las imágenes que lo conmueven, revelar las miradas más sobrecogedoras que hay en su memoria, encontrar la belleza tras una intuición. “El día que sepa lo que viene, no me dejés levantar”, le decía Hugo a Diana, su compañera. Las piedras siempre encubiertas eran su razón para tomar el cincel, las sierras, la pulidora.

Tocar esas piedras negras como el petróleo, frías, lizas, es siempre una experiencia para el tacto y la vista. Alguna vez, contaba Hugo, unos visitantes de Burkina Faso no quisieron tocar las rocas de su obra Testigos porque en “ellas había algo”. No solo paisajes evocan esas piedras doblemente encontradas, también hay algo inquietante, sagrado, tal vez por eso la referencia al cielo de muchas de sus obras, las piedras como el ojo que mira hacia las piedras que brillan en el cielo indescifrable.

 

Hugo Zapata | Galería Sextante

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 11 de junio de 2025

Del trino al hecho

 


En los últimos tres años hemos visto ataques armados contra figuras políticas en los países más y las democracias más diversas: Estados Unidos, Japón, Eslovaquia y Argentina fueron los casos más significativos. El disparo de precisión que dejó un hilo de sangre en la cara de Trump, la bala de un arma hechiza que mató a Shinzo Abe, ex primer ministro japonés, el disparo fallido de una pistola Bersa, modelo Lusber 84, a treinta centímetros de la cara de Cristina Kirshner y los cinco balazos que recibió el primer ministro de Eslovaco por parte de un “pacifista” enceguecido. En todos los países se hicieron llamados a la moderación del discurso, la erradicación del odio en las redes, el respeto por las diferencias democráticas.

En todos los casos las investigaciones hablaron de “lobos solitarios” que se convencen de la obligación de un sacrificio mayor, mártires creados frente a la soledad de las pantallas, alienados por el combate digital. En el caso de Argentina los fallidos asesinos hacían parte de una pequeña secta de WhatsApp, una pareja de novios con “ímpetu para salvar” el país y su amigo con ansias de adrenalina: “estoy con unas ganas de ser San Martín en versión femenina…”, le escribía la joven de 23 años a su novio. La edad de los atacantes está entre los 20 y los 71 años y sus blancos repartidos por todo el espectro político.

El ataque contra Miguel Uribe Turbay nos obliga a hacer nuestro propio diagnóstico ¿Qué tanto tiene que ver el atentado con la crispación política? ¿Ha alentado el presidente con sus insultos (HP, Nazis, Asesinos, mafiosos, traidores) y sus símbolos (la bandera de la guerra a muerte, por ejemplo) un clima propicio para la violencia? ¿Son los activistas de redes contratados por el gobierno una avanzada de odio que incita a los ataques? ¿Ha respondido la oposición con un furor que solo entiende del enfrentamiento por fuera de las posibilidades democráticas? ¿Una oposición extrema busca desconocer el mandato presidencial y anima su caída violenta?

Lo primero es que el perfil del joven atacante en Bogotá nos pone muy lejos del “lobo solitario” dedicado a rumiar sus rencores para luego ejecutar un desahogo alienado y violento. No hay en ese joven, hasta ahora, ningún asomo de postura o motivación política. Es más una capia de los niños sicarios usados por la mafia en los ochenta, tan parecido a Byron de Jesús Velásquez, conductor de la moto desde donde le dispararon a Lara Bonilla, y a Andrés Arturo Maya, asesino de Bernardo Jaramillo.

Nuestra violencia sigue siendo más compleja, más llena “manos negras”, “oficinas mafiosas”, “grandes poderes políticos”, “intereses económicos”, “el establecimiento”, según las expresiones hechas durante décadas. La historia de violencia oficial, el poder mafioso y sus ambiciones políticas, la eterna combinación de armas y política hace que en Colombia siempre haya una muy amplia vitrina de sospechosos. Aquí todo tiene cuatro o cinco escalones antes de un autor intelectual. Estamos llenos de franquicias criminales y subcontratos homicidas. Los magnicidios siempre han estado vinculados a las grandes empresas criminales y sus colectas.

Pero ya sabemos que esos poderes prenden empujados, que son influenciables, que tienen el gatillo pronto. Carlos Castaño lo dejó claro varias veces, están prestos a las insinuaciones. De modo que los insultos partidistas, las amenazas digitales, los señalamientos irresponsables, el aliento a la furia, las falsas disyuntivas entre libertad y muerte pueden despertar una parte latente de la gran máquina de violencia que tenemos desde hace décadas. Hay mucha pólvora física para tanta chispa digital.